"Mañana de la Resurrección" Eugène Burnand, 1898.
Museo d'Orsay (París)
Museo d'Orsay (París)
Despuntan las primeras luces sobre el monte de los olivos. Dos discípulos corren hacia el sepulcro en la mañana de la Resurrección. San Pedro, el más veterano de los doce, profundamente arrepentido ya de haber negado a Cristo días antes, y el más joven, San Juan, el único que tuvo el valor de permanecer junto a la Cruz y en consecuencia no sufriría el martirio.
Eugène Burnard, pintor suizo de gran mérito, pero poco conocido, ha plasmado con dinamismo casi cinematográfico la prisa que les embarga: los cuerpos están inclinados hacia adelante, en actitud casi de carrera, y los cabellos y túnicas ondulan al viento. San Juan con las manos en actitud de oración y San Pedro sobre el pecho. Corren hacia el lugar donde se produjo el acontecimiento que cambió para siempre la Historia de la Humanidad.
En el brillo de los ojos bien abiertos de San Pedro y en la intensa mirada de San Juan hay una mezcla de ansiedad y esperanza, parecida a la de un padre o a la de los abuelos aguardando las noticias de un nacimiento inminente. Están a punto descubrir una nueva vida, pero les envuelve la incertidumbre porque es un misterio que transciende la comprensión humana.
En el movimiento y en la inmediatez de la escena se escucha el eco del mensaje que María Magdalena les ha transmitido minutos antes. Casi se puede apreciar su voz en la distancia. Y así, en cierto modo, está ella también en el cuadro.
San Juan, dice el Evangelio, corría más deprisa y llegó primero y, agachándose, "vio los lienzos tirados, pero no entró". Esperó a que llegara Simón Pedro, y que entrara primero, para hacerlo él después. El amor es ágil, vuela, le hace correr más rápido. Pero ese mismo amor le lleva a dar preferencia a aquél a quien el Señor había elegido como su sucesor y cabeza de la Iglesia. Un pequeño detalle, pero elocuente, que muestra el espíritu jerárquico de la Iglesia.
Te invito a ti, ahora, a perderte en la mirada de estos discípulos y descubrir con ellos el sepulcro vacío de Cristo. Deja vagar por unos instantes tu pensamiento y, si quieres, haz que permanezca en el tiempo...
Fuentes: Oratorio de San Antonio