Daniel Berrigan, en una de sus famosas frases ingeniosas, escribió una vez: ¡Antes de que te comprometas en serio con Jesús, considera primero en qué grado vas a dar una buena imagen en el madero (de la cruz)!
Al decir esto, estaba tratando de destacar algo que con frecuencia es radicalmente malentendido desde casi todos los lados, a saber, cómo y por qué la auténtica religión trae sufrimiento a nuestras vidas.
Por una parte, todo lo más común es la idea de que, si tú acoges a Dios en tu vida, tendrás un camino más fácil a lo largo de la vida; Dios te librará de muchas de las enfermedades y sufrimientos que afligen a otros. A la inversa, muchos otros alimentan el sentimiento, si no la explícita creencia, de que Dios supone para nosotros sufrir, que hay una intrínseca conexión entre sufrimiento y profundidad, y que, cuanto más doloroso es algo, tanto mejor es para ti espiritualmente. Hay, por supuesto, algo de profunda verdad en esto; la profundidad espiritual está intrincadamente conectada al sufrimiento, como revela la Cruz de Jesús. Y la escritura asegura que Dios castiga a aquellos que se mueven junto a Él. Pero hay incontables maneras de malentender esto.
Jesús dijo que debemos cargar nuestra cruz cada día y seguirlo, y que seguirlo quiere decir precisamente aceptar un sufrimiento especial. Pero podríamos preguntar: ¿Por qué? ¿Por qué el sufrimiento debería entrar en nuestras vidas más profundamente porque tomemos a Jesús en serio? ¿No debería ser verdadero lo contrario? ¿Se opone de alguna manera la verdadera religión a nuestra natural vitalidad? ¿Es profundo el sufrimiento y superficial el gozo? ¿Y qué dice esto sobre Dios? ¿Es Dios masoquista? ¿Quiere y exige Dios nuestro sufrimiento? ¿Por qué una cierta afluencia de dolor es necesariamente concomitante con el hecho de tomar en serio a Dios?
El dolor fluirá en nosotros más profundamente cuando tomemos en serio a Dios, no porque Dios lo quiera o porque el dolor sea de alguna manera más bendecido que el gozo. Nada de eso. El sufrimiento y el dolor no son lo que Dios quiere; son términos negativos, para ser eliminados en el cielo. Pero, en la medida en que tomemos seriamente a Dios, fluirán más profundamente en nuestras vidas, porque, en una apertura más profunda a Dios, dejaremos de protegernos falsamente contra el dolor y pasaremos a ser mucho más sensibles, de modo que la vida pueda fluir más libre y más profundamente en nosotros. En esa sensibilidad, dejaremos de manipular inconscientemente todo como para mantenernos seguros y libres de dolor. Dicho simplemente, experimentaremos dolor más profundo en nuestras vidas porque, siendo más sensibles, estaremos experimentando todo más profundamente.
Lo contrario es también verdadero. Si alguien -como una burda expresión podría decirlo- es tan insensible como para ser tosco como un madero, su propia insensibilidad le inmunizará ciertamente contra muchos sufrimientos, y el dolor de otros raramente le estorbará su paz de mente. Por supuesto, tampoco experimentará el significado y el gozo muy profundamente; ésa es la etiqueta de precio por la insensibilidad.
Hace algunos años, Michael Buckley, el jesuita californiano, predicó en la primera misa de un neo-sacerdote. En su homilía no preguntó al recién ordenado si era lo bastante fuerte para ser sacerdote, sino más bien si era lo bastante débil para ser sacerdote. Insistiendo en lo que se contenía en esa paradoja, Buckley ayuda a responder la cuestión de por qué moverse más cerca de Dios significa también moverse más cerca del sufrimiento: “¿Es este hombre lo bastante deficiente de modo que no puede evitar de su vida el dolor significativo, de modo que vive con una cierta cantidad de fracaso, de modo que siente lo que es ser un hombre ordinario? ¿Hay alguna historia de confusión, de auto-duda, de angustia interior? ¿Ha tenido que tratar con miedo, zanjado un negocio con frustraciones, o aceptado expectativas vanas?”
Buchley pasa entonces a hacer una comparación entre Sócrates y Jesús, como un estudio de excelencia humana; y destaca cómo Sócrates aparece, de muchas maneras, siendo persona más fuerte. Como Jesús, él también fue injustamente condenado a muerte; pero, a diferencia de Jesús, nunca entró en temor y temblor, ni sudó sangre por su inminente muerte. Había bebido el veneno con calma, y murió. Jesús, como sabemos, no sobrellevó su muerte con parecida calma.
El juicio superficial -sugiere Buckley- es ver sus diferentes reacciones ante la muerte a la luz de sus diferentes muertes, la crucifixión mucho más horrible que tomar veneno. Pero eso -refiere Buckley- mientras contiene algo de verdad, es secundario, no la verdadera razón ¿Por qué Jesús luchó más profundamente con su muerte que Sócrates lo hizo con la suya? Por su extraordinaria sensibilidad. Jesús, simplemente, era menos capaz de protegerse contra el dolor. Sintió las cosas más profundamente; y, por consiguiente, estaba más expuesto al dolor físico y la fatiga, más sensible al rechazo humano y al desprecio, más afectado por el amor y el odio.
Sócrates fue un hombre grande y heroico, sin duda; pero, a diferencia de Jesús, que lloró sobre Jerusalén, él nunca lloró sobre Atenas, nunca expresó pesar ni dolor por la traición de los amigos. Fue fuerte, dueño de sí mismo, sosegado, nunca maltratado. Jesús, por su parte, fue menos capaz de protegerse contra el dolor y la traición; y, consecuentemente, fue a veces ultrajado.