La santa más popular de los tiempos modernos y también la
menos vistosa; arropada incluso por una piedad llena de bonísimas intenciones,
la fuerza interior de esta alma ha impresionado a los contemporáneos.
Sólo la fuerza interior, porque de puertas para afuera, una
más en el Carmelo normando de Lisieux: callada, obediente, gris, débil de
cuerpo, , que ni siquiera gozaba de buena reputación entre sus compañeras y sus
superiores.
Nunca hizo nada extraordinario, nunca se movió de su sitio,
un convento cualquiera en un rincón de provincias; las estadísticas se
estrellan en su figura, aquí no hay nada que contar, nada periodístico,
llamativo, brillante.
Se limitó a seguir lo que ella llamaba el caminito, «la
petite voie».
Adorar, rezar, sufrir, trabajar, obedecer, encomendar. Su
reino pertenece a lo invisible, a lo sobrenatural, y murió ignorada de todos.
La gran santa de los últimos siglos vivió de espaldas al
relumbrón de la modernidad, conjurando con su entrega silenciosa el estruendo
diabólico que nos rodea.
Sólo después de su muerte su libro, Historia de un alma, y
sus milagros la hicieron famosa, y la Iglesia la ha hecho patrona de las
misiones.
Asombroso patronazgo suyo, al menos a primera vista; la
pobre monjita de Lisieux patrona de la actividad misionera, motor de la
evangelización, ella, de horizontes humanos tan cortos, sin medios, sin dinero,
sin salud. Sólo poniéndose en manos de Dios para todo y no conformándose con
menos.
Fuente: evangelizo.org