Cuando yo era estudiante universitario en Bélgica, un día
tuve el privilegio de asistir a una conferencia dada por el cardenal Godfried
Danneels, de Bruselas. Estaba tratando sobre la Eucaristía y nuestra falta de
comprensión de su total riqueza, cuando destacó este contraste: Si hoy os
hallarais fuera de una iglesia católica romana mientras la gente estuviera
saliendo de la iglesia y preguntarais: “¿Estuvo bien la Eucaristía” ?, la
mayoría respondería refiriéndose a la homilía y la música. Si la homilía había
sido interesante y la música animada, casi toda la gente respondería que había
sido una buena Eucaristía. Después de esto, continuó: Si os hubierais hallado a
la salida de una iglesia católica romana hace sesenta o setenta años y os
hubieran preguntado: “¿Estuvo bien la misa de hoy?”, nadie siquiera habría
entendido la pregunta. Habrían respondido algo así: “¿No son iguales
todas?”.
Hoy, nuestra comprensión de la Eucaristía, en los círculos
católicos romanos y también en la mayoría de los círculos protestantes y
anglicanos, está muy concentrada en tres cosas: la liturgia de la Palabra, la
música y la comunión. Por otra parte, en las iglesias católicas romanas,
hablamos de la presencia real sólo en referencia al último elemento, la
presencia de Cristo en el pan y vino.
Si bien nada de esto es erróneo -la liturgia de la palabra,
la música y la comunión son importantes- algo se echa en falta en esta
comprensión. Se echa en falta el hecho de que la presencia real está no sólo en
el pan y vino, sino también en la liturgia de la Palabra y en el acontecimiento
salvífico que es rememorado en la plegaria eucarística, a saber, la muerte y
resurrección de Jesús.
La mayoría de los que van a la iglesia ya reconocen que,
cuando se celebran las escrituras en un servicio litúrgico, la presencia de
Dios se hace especial, más físicamente tangible que la normal presencia de Dios
en cualquier parte o la presencia de Dios en nuestra oración privada. La
Palabra de Dios, cuando se celebra en una iglesia, es, como la presencia de
Cristo en el pan y vino consagrados, también la presencia real.
Pero hay un elemento adicional que es menos entendido: La
Eucaristía no sólo hace presente a una persona; también hace presente un
acontecimiento. Participamos en la Eucaristía no sólo para recibir a Cristo en
la comunión, sino también para participar en el mayor acontecimiento salvífico
de su vida: su muerte y resurrección.
¿De qué se trata aquí?
En la última Cena, Jesús invitó a sus seguidores a continuar
reuniéndose y celebrando la Eucaristía “en memoria mía”. Pero su uso de la
palabra “memoria” y nuestro uso de esa palabra son muy diferentes. Para
nosotros, “memoria” es una palabra más débil. Significa simplemente traer algo
a la mente, recordar un acontecimiento, como el nacimiento de vuestro hijo, el
día de vuestra boda o el partido en el que vuestro equipo favorito ganó por fin
el campeonato. Eso es un simple recuerdo, un recuerdo pasajero. Puede remover
sentimientos profundos, pero no hace más. Mientras que en el concepto hebreo del
que Jesús estaba hablando - “memoria”- al hacer recuerdo ritual de algo,
significaba mucho más que simplemente rememorar algo. Recordar algo no era
simplemente rememorar algo nostálgicamente. Más bien significaba rememorarlo y
volver a representarlo ritualmente de modo que lo hiciéramos presente de nuevo
de un modo real.
Por ejemplo, así es como la Cena de Pascua es entendida en
el Judaísmo. La comida de Pascua rememora el Éxodo de Egipto y el milagroso
paso a través del Mar Rojo hacia la libertad. La idea es que una generación,
guiada por Moisés, hizo esto históricamente, pero que volviendo a representar
ese acontecimiento ritualmente en la Comida Pascual, el acontecimiento es hecho
presente de nuevo, de un modo real, para aquellos que lo experimentan estando a
la mesa.
La Eucaristía es lo mismo, excepto que el acontecimiento
salvífico que volvemos a actualizar hasta hacerlo presente a través del ritual
es la muerte y resurrección de Jesús, el nuevo Éxodo. Nuestra creencia
cristiana aquí es exactamente la misma que la de nuestros hermanos hebreos, a
saber, que no sólo estamos recordando un acontecimiento; estamos haciéndolo de
hecho presente para participar en él. La Eucaristía, celebración paralela a la
comida de la Pascua Judía, vuelve a hacer presente el acontecimiento salvífico
central de la historia cristiana, a saber, el Paso (Pascua) de Jesús de la
muerte a la vida en el misterio Pascual. Y exactamente como el pan y vino
consagrados nos proporcionan la presencia real de Cristo, la Eucaristía nos proporciona
también la presencia real del acontecimiento salvífico central de nuestra
historia, el paso de Jesús de la muerte a la vida.
Así, en la Eucaristía hay, en efecto, tres presencias
reales: Cristo está realmente presente en la Palabra, a saber, en las
escrituras, la predicación y la música. Cristo está realmente presente en el
pan y vino consagrados; son su cuerpo y sangre. Y Cristo está realmente
presente en un acontecimiento salvífico: el paso sacrificial de Jesús de la
muerte a la vida.
Y así, nosotros vamos a la Eucaristía no sólo para ser
introducidos en la comunidad por la palabra de Jesús y recibir a Jesús en la
comunión; vamos allí también para entrar en el acontecimiento salvífico de su
muerte y resurrección. La presencia real está en una persona y en un
acontecimiento.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 14 de noviembre de 2016
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