A muchos de nosotros -sospecho yo- cada año nos resulta más
difícil captar el espíritu de la Navidad. Casi las únicas cosas que aún la
caldean son los corazones y los recuerdos, recuerdos de cuando éramos más
jóvenes, más ingenuos, días en que las luces y los villancicos, los árboles de
Navidad y los regalos, aún nos animaban. Pero ahora somos adultos, y así
también -según parece- es nuestro mundo. Anticipando la Navidad, mucho de
nuestro gozo es atenuado por muchas cosas, no lo menos por el comercialismo que
hoy está manifiesto en exceso. Para finales de octubre ya vemos decoraciones
navideñas, Papá Noel está alrededor de noviembre, y diciembre nos saluda con
series de invitaciones navideñas que nos agotan mucho antes del 25 de
diciembre. Así, ¿cómo podemos recobrar algo de espíritu para el día de Navidad?
No es fácil, y el comercialismo y el exceso no son nuestros
únicos obstáculos. Más serios son los tiempos. ¿Podemos, en medio de las muchas
crueldades de este año, caldear un tiempo de oropel y alborozo? ¿Podemos
continuar romantizando la marcha de una pareja pobre que buscaba cobijo hace
dos mil años en medio del trance por el que pasan hoy los millones de
refugiados que están viajando sin tener siquiera un establo como refugio?
¿Significa algo hablar de paz después de que este año varias elecciones
polarizaran nuestras naciones y dejaran a millones sin poder hablar
civilizadamente a sus vecinos? ¿Dónde están hoy exactamente la paz y la buena
voluntad en nuestro mundo?
Más cerca de nuestra casa, se dan nuestras propias tragedias
personales: la muerte de seres queridos, matrimonios rotos, familias deshechas,
salud resquebrajada, empleos perdidos, tiempo gastado, cansancio, frustración.
¿Cómo celebramos el nacimiento de un redentor en un mundo que parece espantosamente
irredento y con corazones que se sienten en su mayor parte pesados y fatigados?
La historia de Navidad no es fácilmente creíble. ¿Cómo mantenemos la creencia
de que Dios bajó del cielo, tomó nuestra carne humana, conquistó todo
sufrimiento y alteró el curso de la historia humana?
Esto no es fácil de creer en medio de toda la evidencia que
parece contradecirlo, pero su credibilidad está supeditada a que se entienda
correctamente. La Navidad no es un acontecimiento mágico, una historia de Cinderella
sin medianoche. Más bien su verdadero centro habla de humillación, dolor y huida
forzada que no es diferente a la que hoy están experimentando millones de
refugiados y víctimas de la injusticia en nuestro planeta. La historia de
Navidad refleja la lucha que se está experimentando en nuestro propio mundo y
en nuestros propios corazones cansados.
La Encarnación no es aún la Resurrección. La carne en Jesús,
como en nosotros, es humana, vulnerable, débil, incompleta, indigente,
dolorosamente limitada, sufriente. La Navidad celebra el nacimiento de Cristo
en estas cosas, no su ausencia de ellas. Cristo redime el límite, el mal, el
pecado y el dolor. Pero no son abolidos. Dada esa verdad, podemos celebrar el
nacimiento de Cristo sin negar ni trivializar de ningún modo el verdadero mal
de nuestro mundo ni el verdadero dolor de nuestras vidas. La Navidad es un
desafío que celebrar aun estando en dolor.
El Dios encarnado es llamado Emmanuel , nombre que significa
Dios-con-nosotros. Ese hecho no significa gozo festivo inmediato. Nuestro mundo
se queda herido, y las guerras, las huelgas, el egoísmo y la amargura
permanecen. Nuestros corazones también continúan heridos. El dolor permanece.
Para un cristiano, exactamente como para cualquier otro, habrá incompleción,
enfermedad, muerte, daño sin sentido, sueños rotos, días fríos, con hambre y
soledad de amargura y una vida de inconsumación. La realidad puede ser
desagradable y la Navidad no nos pide disimularla. La encarnación no nos
promete el cielo en la tierra. Promete el cielo en el cielo. Aquí, en la
tierra, nos promete algo más: la presencia de Dios en nuestras vidas. Esta
presencia redime porque conocer que Dios está con nosotros es lo que
últimamente nos capacita para abandonar la amargura, para perdonar y para
movernos más allá del cinismo y de esta amargura. Cuando Dios está con
nosotros, entonces el dolor y la felicidad no se excluyen mutuamente, y las
agonías y enigmas de la vida no excluyen el hondo significado del gozo
profundo.
En palabras de Avery Dulles: “La encarnación no nos
proporciona una escalera por la que escapar de las ambigüedades de la vida y
escalar las alturas del cielo. Más bien, nos habilita para excavar
profundamente en el corazón del planeta tierra y encontrarlo brillando con
dignidad”. George Orwell profetizó que nuestro mundo por fin sería tomado en
posesión por la tiranía, la tortura, el doblepensar y un espíritu humano roto.
Hasta cierto punto, esto es cierto. Estamos lejos de ser íntegros y felices, aun
estando profundamente en el exilio.
Sin embargo, necesitamos celebrar la Navidad 2016 de
corazón. Tal vez no sentiremos la misma animación que sentimos una vez de niños
cuando éramos estimulados por los oropeles, las luces, los villancicos, los
regalos singulares y la comida especial. Algo de esa animación ya no está más a
nuestra disposición. Pero algo más importante sí que está aún, a saber, el
sentimiento de que Dios está con nosotros en nuestras vidas, en nuestros gozos,
como también en nuestras deficiencias.
La palabra se hizo carne. Eso es algo increíble, algo que
debería ser celebrado con oropeles, luces, y canciones jubilosas. Si entendemos
la Navidad, los villancicos aún aflorarán con naturalidad de nuestros labios.
ronrolheiser.com/ / Todos sus artículos en ciudadredonda