La
teoría de la relatividad nos dice que el espacio y el tiempo no son lo
que parecen ser. Son relativos, lo que significa que no siempre
funcionan del mismo modo ni los experimentamos de igual manera. El
tiempo se puede parar.
¿Sí? A este lado de la eternidad, parecería que no. Desde que el universo empezó con una enorme explosión hace unos 13.8 mil millones de años, el reloj ha estado corriendo sin parar, como un despiadado contador, moviéndose inexorablemente hacia adelante.
Sin embargo, nuestra fe sugiere que el tiempo será diferente en la eternidad, tan diferente de hecho que ahora no podemos ni imaginar cómo será en el cielo. Como nos dice san Pablo en la carta a los colosenses: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede entender las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman. ¿Cómo se experimentará el tiempo en el cielo? Como acabamos de afirmar, eso no se puede imaginar ahora.
¿O sí? En un admirable libro nuevo sobre la Resurrección y la Vida Eterna, Is This All There Is? (¿Es esto todo lo que hay?), el renombrado erudito escriturista Gerhard Lohfink sugiere que podemos experimentar el tiempo, y a veces experimentamos, como se experimentará en la eternidad. Para Lohfink, experimentamos esto siempre que estamos en adoración.
Para él, la forma más alta de oración es la adoración. Pero ¿qué significa “adorar” a Dios y por qué es esa la forma más alta de oración? Lohfink responde: “En la adoración no buscamos nada más de Dios. Cuando me lamento ante Dios, es normalmente mi propio sufrimiento el punto de partida. También cuando hago una petición, la ocasión es frecuentemente mi propio problema. Necesito algo de Dios. E incluso cuando doy gracias a Dios, por desgracia estoy normalmente agradecido por algo que he recibido. Pero cuando adoro, me dejo ir de mí y miro sólo a Dios”.
Se da por hecho que el lamento, la petición y la acción de gracias son altas formas de oración. Una antigua, clásica y muy buena definición de oración describe a esta como “levantar la mente y el corazón a Dios”, y lo que virtualmente hay en nuestros corazones todas las veces es alguna forma de lamento, petición o acción de gracias. Además, Jesús nos invita a pedir a Dios cualquier cosa que haya en nuestro corazón en un momento dado: “Pedid y recibiréis”. Lamento, petición y acción de gracias son buenas formas de oración; pero, al rezarlas, estamos siempre enfocándonos de alguna manera a nosotros mismos, nuestras necesidades y nuestras alegrías.
En cambio en la adoración, miramos a Dios o algún atributo de Dios (belleza, bondad, verdad o unidad) tan fuertemente que todo lo demás se deja caer. Nos situamos en pura sorpresa, pura admiración, temor extático, enteramente despojados de nuestros pesares, dolores de cabeza y enfoques idiosincrásicos. La persona de Dios, la belleza, la bondad y la verdad nos abruman como para apartar nuestras mentes de nosotros mismos y dejarnos situar fuera de nosotros.
Y estar libres de nosotros mismos es la verdadera definición de éxtasis (del griego EK STASIS, estar fuera de uno mismo). De esta suerte, estar en adoración es estar en éxtasis, aunque se reconoce que no es así como generalmente nos imaginamos el éxtasis hoy día. Para nosotros, el éxtasis es imaginado comúnmente como un temblor de tierra dentro de nosotros, idiosincrasia en su expresión máxima. Pero el verdadero éxtasis es lo opuesto. Es adoración.
Además, para Lohfink, no sólo la adoración es la única forma verdadera de éxtasis; es también una manera de estar en el cielo ya ahora y de experimentar el tiempo como será en el cielo. Así es como lo explica él: “En el milagro de la adoración, ya estamos con Dios, enteramente con Dios, y se remueve la frontera entre el tiempo y la eternidad. Es verdad que no podemos comprender ahora que adorar a Dios será la gloria eterna. Nosotros siempre queremos estar haciendo algo. Queremos criticar, intervenir, cambiar, mejorar, idear. ¡Y con razón! Ese es nuestro deber. Pero en la muerte, cuando vamos a Dios, todo eso cesa. Entonces nuestra existencia será puro asombro, pura mirada, pura alabanza, pura adoración e inimaginable felicidad. Por eso hay también una forma de adoración que no usa palabras. En ella yo ofrezco mi propia vida a Dios, en silencio; y con ella, el mundo entero, reconociendo a Dios como Creador, como Señor, como el único al que pertenece todo honor y alabanza. La adoración es la oblación de la vida de uno a Dios. La adoración es abandono. La adoración significa entregarse enteramente a Dios. En cuanto nos ponemos en adoración, empieza la eternidad, una eternidad que no separa del mundo sino que nos abre a él enteramente”.
¡El tiempo puede pararse! Y se para cuando estamos en pura admiración, en temor, en sorpresa, en adoración. En esos momentos permanecemos fuera de nosotros mismos, en la más pura forma de amor que existe. En ese momento también, estamos en el cielo, no precisamente saboreando el cielo por anticipado, sino estando de hecho en el cielo. La eternidad será como eso, un momento como mil años, y mil años como un momento. Cuando adoramos, el tiempo se para, ¡y estamos en el cielo!
¿Sí? A este lado de la eternidad, parecería que no. Desde que el universo empezó con una enorme explosión hace unos 13.8 mil millones de años, el reloj ha estado corriendo sin parar, como un despiadado contador, moviéndose inexorablemente hacia adelante.
Sin embargo, nuestra fe sugiere que el tiempo será diferente en la eternidad, tan diferente de hecho que ahora no podemos ni imaginar cómo será en el cielo. Como nos dice san Pablo en la carta a los colosenses: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede entender las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman. ¿Cómo se experimentará el tiempo en el cielo? Como acabamos de afirmar, eso no se puede imaginar ahora.
¿O sí? En un admirable libro nuevo sobre la Resurrección y la Vida Eterna, Is This All There Is? (¿Es esto todo lo que hay?), el renombrado erudito escriturista Gerhard Lohfink sugiere que podemos experimentar el tiempo, y a veces experimentamos, como se experimentará en la eternidad. Para Lohfink, experimentamos esto siempre que estamos en adoración.
Para él, la forma más alta de oración es la adoración. Pero ¿qué significa “adorar” a Dios y por qué es esa la forma más alta de oración? Lohfink responde: “En la adoración no buscamos nada más de Dios. Cuando me lamento ante Dios, es normalmente mi propio sufrimiento el punto de partida. También cuando hago una petición, la ocasión es frecuentemente mi propio problema. Necesito algo de Dios. E incluso cuando doy gracias a Dios, por desgracia estoy normalmente agradecido por algo que he recibido. Pero cuando adoro, me dejo ir de mí y miro sólo a Dios”.
Se da por hecho que el lamento, la petición y la acción de gracias son altas formas de oración. Una antigua, clásica y muy buena definición de oración describe a esta como “levantar la mente y el corazón a Dios”, y lo que virtualmente hay en nuestros corazones todas las veces es alguna forma de lamento, petición o acción de gracias. Además, Jesús nos invita a pedir a Dios cualquier cosa que haya en nuestro corazón en un momento dado: “Pedid y recibiréis”. Lamento, petición y acción de gracias son buenas formas de oración; pero, al rezarlas, estamos siempre enfocándonos de alguna manera a nosotros mismos, nuestras necesidades y nuestras alegrías.
En cambio en la adoración, miramos a Dios o algún atributo de Dios (belleza, bondad, verdad o unidad) tan fuertemente que todo lo demás se deja caer. Nos situamos en pura sorpresa, pura admiración, temor extático, enteramente despojados de nuestros pesares, dolores de cabeza y enfoques idiosincrásicos. La persona de Dios, la belleza, la bondad y la verdad nos abruman como para apartar nuestras mentes de nosotros mismos y dejarnos situar fuera de nosotros.
Y estar libres de nosotros mismos es la verdadera definición de éxtasis (del griego EK STASIS, estar fuera de uno mismo). De esta suerte, estar en adoración es estar en éxtasis, aunque se reconoce que no es así como generalmente nos imaginamos el éxtasis hoy día. Para nosotros, el éxtasis es imaginado comúnmente como un temblor de tierra dentro de nosotros, idiosincrasia en su expresión máxima. Pero el verdadero éxtasis es lo opuesto. Es adoración.
Además, para Lohfink, no sólo la adoración es la única forma verdadera de éxtasis; es también una manera de estar en el cielo ya ahora y de experimentar el tiempo como será en el cielo. Así es como lo explica él: “En el milagro de la adoración, ya estamos con Dios, enteramente con Dios, y se remueve la frontera entre el tiempo y la eternidad. Es verdad que no podemos comprender ahora que adorar a Dios será la gloria eterna. Nosotros siempre queremos estar haciendo algo. Queremos criticar, intervenir, cambiar, mejorar, idear. ¡Y con razón! Ese es nuestro deber. Pero en la muerte, cuando vamos a Dios, todo eso cesa. Entonces nuestra existencia será puro asombro, pura mirada, pura alabanza, pura adoración e inimaginable felicidad. Por eso hay también una forma de adoración que no usa palabras. En ella yo ofrezco mi propia vida a Dios, en silencio; y con ella, el mundo entero, reconociendo a Dios como Creador, como Señor, como el único al que pertenece todo honor y alabanza. La adoración es la oblación de la vida de uno a Dios. La adoración es abandono. La adoración significa entregarse enteramente a Dios. En cuanto nos ponemos en adoración, empieza la eternidad, una eternidad que no separa del mundo sino que nos abre a él enteramente”.
¡El tiempo puede pararse! Y se para cuando estamos en pura admiración, en temor, en sorpresa, en adoración. En esos momentos permanecemos fuera de nosotros mismos, en la más pura forma de amor que existe. En ese momento también, estamos en el cielo, no precisamente saboreando el cielo por anticipado, sino estando de hecho en el cielo. La eternidad será como eso, un momento como mil años, y mil años como un momento. Cuando adoramos, el tiempo se para, ¡y estamos en el cielo!