Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces:
«¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá»