¡Pobres discípulos (y pobre Jesús)! Es que no dan una. Para una vez que Juan, el hijo del Trueno, abre la boca en este Evangelio, es para desencadenar un chaparrón. Es la vieja pretensión-tentación de tener la verdad en exclusiva y sentirse con el «poder» de controlar a todos los demás, repartiendo patentes de ortodoxia, de pertenencia...
Era la vieja mentalidad de tener una serie de códigos, pistas y condiciones para definir correctamente quiénes estaban a un lado de una línea (con Dios de su parte) y los que estaban -¡pobrecillos!- dejados de la mano de Dios, perdidos, confundidos. Pero la novedad del Reino de Jesús no va por ahí. Fuera de la Iglesia sí hay salvación, y hay Espíritu, y gentes buenas de las que tenemos que aprender mucho.
«En la Iglesia Católica -escribía San Agustín- hay
quienes no son católicos. Pero también se pueden encontrar católicos
fuera de la Iglesia. Muchos que parecen estar fuera, están dentro;
muchos de lo que parecen estar dentro están fuera».
El católico es aquel que tiene un espíritu universal, que eso es lo
que significa esta palabra, y sabe descubrir lo valioso en los otros,
el que se sabe siempre en búsqueda de la Verdad, y los otros tienen
mucho que enseñarle.
+ ¿Tú verdad? no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela. (A Machado)
+ La verdad no está de parte de quién grite más (R Tagore)
+ Cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado (André Gide)
+ No poseemos la verdad ni el bien nada más que en parte, y mezclados con la falsedad y con el mal (B Pascal)
El buscador y defensor de la verdad no le cierra la boca al que
tiene otras ideas, ni lo trata como enemigo, ni le prohíbe seguir
pensando, investigando o expresándose. No convierte al distinto en
enemigo, sino que hace mucha mayor gala de los principios del diálogo,
entre los cuales no está el creerse ya, como punto de partida, con toda
la razón. Es verdad que en tiempos de relativismo, de fuertes cambios, y
de confusión hay la fuerte tentación de subrayar lo propio, cerrar
filas, acallar disonancias, estar muy pendientes de los posibles errores
y abusos, y encontrar donde sea enemigos para plantarles cara.
Pues no va con el estilo de Jesús ese empeño de algunos grupos,
movimientos y personas que pretenden tener la exclusiva de la verdad, de
la salvación, de la fe, de la revelación divina e imponérsela a los
otros. No va con Jesús lo de excluir, precisamente él que fue un
excluido por la ortodoxia judía, y que fue durante toda su vida
rodeándose de excluidos, heterodoxos y personas de mala fama. Sino más
bien, buscar puntos de encuentro, tender la mano a todos los
colaboradores que quieran luchar contra los demonios de nuestro mundo,
reconocer la bondad ajena, tener mucha paciencia...
No encontramos en ningún lugar del Evangelio una preocupación o
intención por parte de Jesús por ser muchos, ni por mostrar el poder de
los números de la gente que le seguía, ni siquiera puso las cosas
fáciles para que «se le apuntaran» más. Pocos, pero levadura. Pocos,
pero sal. Poca llama, pero iluminando desde el candelero. Pocas ramas en
el árbol, pero con capacidad para acoger a las aves que quieran anidar
en él.
Con palabras del entonces Cardenal Joseph Ratzinger:
Cada empresa tiene el derecho de promocionar su producto. Pero la
Iglesia no es una empresa. Sólo debe anunciar a Cristo. No debe atraer
hacia sí, ni engrandecer su rebaño, ni procurarse clientes, sino mostrar
el rostro de Jesús. La fe no es una mercancía, ni propiedad de un
grupo en expansión. Nosotros no poseemos nada. La Iglesia anuncia a
Cristo, no busca consenso. No se puede presentar como misión lo que no
es otra cosa que burda propaganda sectaria o parcial.
El mensaje de Cristo debe ser anunciado incluso allí donde no
gusta. La Iglesia es Iglesia de mártires, no Iglesia que martiriza. Una
Iglesia tolerante, que no persigue a sus adversarios.
Cuando los grupos se miran a sí mismos... acaban ocupados
exclusivamente de sí mismos. Cuando los grupos se miran de frente unos a
otros... acaban enfrentados. El asunto es que donde hay que mirar es...
al mundo, al sufrimiento de las gentes, a la defensa de lo humano... y
encontrarnos allí con cualquiera que se sienta llamado a hacer el bien.
No es tarea de la Iglesia hacer aceptos, ni tampoco adoctrinar... sino
ser testigo del Evangelio, salir al encuentro del hombre siendo cauce
del amor, la acogida y la misericordia de Dios. Con aquellos que ni
siquiera mencionen a Dios, o tengan «otro Dios».