El Evangelio de Juan nos presenta una imagen muy expresiva y más bien misteriosa y terrena: Cuando Juan describe la escena de la Última Cena nos dice que, mientras estaban a la mesa, el discípulo amado tenía reclinada su cabeza en el pecho de Jesús.
La fuerza de esa imagen -creo yo- ha sido captada mejor por los artistas que por los teólogos y eruditos bíblicos. Los artistas y los iconografistas nos presentan generalmente la imagen de esta manera: El discípulo amado tiene su cabeza reclinada en el pecho de Jesús de tal manera que su oído está directamente sobre el corazón de Jesús, pero de modo que sus ojos están fijos hacia fuera, mirando al mundo.
¡Qué imagen más expresiva! Si pones tu oído justo al lado derecho del pecho de alguien, puedes oír los latidos del corazón de esa persona. El discípulo amado entonces es el que está conectado a los latidos del corazón de Dios y mirando al mundo desde ese posición ventajosa.
Además, Juan nos da una serie de diferentes imágenes para acentuar las implicaciones de oír los latidos del corazón de Dios.
Primero, el discípulo amado permanece con la madre de Jesús al pie de la cruz mientras Jesús está muriendo. ¿Qué se encierra en esta imagen? En el Evangelio de Lucas, Jesús admite que a veces parece que las tinieblas se sobreponen a la gracia y Dios parece impotente: ¡A veces las tinieblas tienen su hora! Su muerte fue una de esas horas; y el discípulo amado, como la madre de Jesús, no pudo hacer otra cosa que permanecer en desamparo dentro y bajo esas tinieblas e injusticia. No había nada que hacer sino quedarse en desamparo. Pero al mantenerse allí, el discípulo amado permanece también en solidaridad con millones de pobres e inmolados de todo el mundo que no pueden hacer nada en contra de su situación. Cuando uno permanece en desamparo, cuando no hay nada que se pueda hacer, uno da voz silenciosa a la finitud humana, la oración más profunda posible en ese momento. Así, después, el discípulo amado acoge a la madre de Jesús en su casa, una imagen que no necesita mucha elaboración.
Sin embargo, una segunda imagen conectada con el discípulo amado reclinado sobre el pecho de Jesús necesita algo de elaboración: Cuando el discípulo amado se reclina sobre el pecho de Jesús, tiene lugar un interesante diálogo: Jesús dice a su discípulo que uno de ellos le va a traicionar. Pedro se vuelve al discípulo amado y le dice: “Pregúntale quién es ese”. Esto plantea el interrogante: ¿Por qué no pregunta Pedro mismo a Jesús quién lo va a entregar? Pedro no estaría sentado tan lejos de Jesús como para no poder hacerle la pregunta él mismo.
Además la pregunta de Pedro adquiere su verdadero significado cuando es vista en su contexto histórico. Los eruditos estiman que el Evangelio de Juan fue escrito en algún lugar entre los años 90-100 antes de Cristo. Para entonces, Pedro ya había sido papa y había sido martirizado. Lo que el Evangelio está sugiriendo aquí es que esa intimidad con Jesús sobrepuja todo lo demás, incluso el oficio eclesial, incluso ser papa. La oración de todos debe ir por mediación del discípulo amado. El papa no puede orar como papa sino sólo como discípulo amado (que puede ser, como cualquier otro cristiano). Puede ofrecer oraciones por el mundo y por la iglesia como papa, pero puede orar personalmente sólo como discípulo amado.
Además la pregunta de Pedro adquiere su verdadero significado cuando es vista en su contexto histórico. Los eruditos estiman que el Evangelio de Juan fue escrito en algún lugar entre los años 90-100 antes de Cristo. Para entonces, Pedro ya había sido papa y había sido martirizado. Lo que el Evangelio está sugiriendo aquí es que esa intimidad con Jesús sobrepuja todo lo demás, incluso el oficio eclesial, incluso ser papa. La oración de todos debe ir por mediación del discípulo amado. El papa no puede orar como papa sino sólo como discípulo amado (que puede ser, como cualquier otro cristiano). Puede ofrecer oraciones por el mundo y por la iglesia como papa, pero puede orar personalmente sólo como discípulo amado.
Finalmente, la opinión que hay en el Evangelio de Juan de que la intimidad con Jesús es más importante que el oficio eclesial tiene una aclaración de más alcance en la mañana de la Resurrección. María Magdalena viene corriendo de la tumba y dice a los apóstoles que la tumba está vacía. Pedro y el discípulo amado salen inmediatamente, corriendo hacia la tumba. Podemos adivinar fácilmente quién llegará primero. El discípulo amado fácilmente adelanta a Pedro, no porque quizás sea más joven sino porque el amor sobrepasa a la autoridad. El papa puede también llegar allá primero, si corre como discípulo amado más bien que como papa.
Se asume comúnmente que el discípulo amado era el evangelista mismo, Juan. Bueno, eso puede ser cierto, pero no es lo que el texto evangélico quiere que se deduzca. La identidad histórica del discípulo amado ha dejado deliberadamente una cuestión abierta, porque el Evangelio quiere que el concepto, ser el discípulo amado de Jesús, sea una designación que te señale y corresponda a ti, y señale y corresponda a todos cristianos del mundo, incluso -con total esperanza también- al papa mismo.
¿Quién es el discípulo amado? El discípulo amado es cualquier persona, mujer, hombre o niño que es suficientemente íntimo de Jesús como para estar conectado a los latidos del corazón de Dios y que entonces ve el mundo desde ese lugar de intimidad, ora desde ese lugar de intimidad, sale en amor a buscar al Señor Resucitado y comprende el significado de la tumba abierta.
Las imágenes místicas, como mejor son iluminadas es con otras imágenes místicas. Con esto en la mente, te dejo con una imagen del padre del desierto del siglo IV, Evagrio Póntico:
Pecho del Señor, Reino de Dios. Quien descanse en él teólogo vendrá a ser.