Shusako Endo, el autor japonés de la novela clásica Silencio (en la cual basó su película Martin Scorsese) fue un católico que no siempre encontró su tierra nativa, Japón, en afinidad con su fe. No fue comprendido, pero mantuvo su equilibrio y buen corazón al situar la levedad en un alto valor. Eso fue la manera de integrar su fe con su propia experiencia de fallos personales ocasionales y la manera de mantener su perspectiva en una cultura que no le entendió. La levedad -creía él- hace la fe llevadera.
Tenía razón. La levedad es lo que hace la fe llevadera, porque el humor y la ironía nos dan la perspectiva que necesitamos para perdonarnos, a nosotros y a otros, por nuestras debilidades y errores. Cuando somos demasiado serios, no hay perdón; y menos, para nosotros mismos.
¿Qué es el humor? ¿Cuál es su significado? Hace menos de medio siglo, Peter Berger escribió un libro, Rumor de ángeles, en el que miraba filosóficamente la cuestión del humor. Me gusta su conclusión. En el humor -expone él- tocamos lo trascendente. Ser capaz de reír en una situación, sin importar lo horrorosa o trágica que sea, muestra que estamos de alguna manera por encima de esa situación, que hay algo en nosotros que no está aprisionado por esa situación o por cualquier otra.
Hay un maravilloso ejemplo de esto en los escritos de la poetisa rusa Anna Akhmatova. Durante las purgas de Stalin, su esposo había sido arrestado, como también muchos otros. Ella trataba ocasionalmente de visitar la prisión en la que estaba, para dejarle cartas y paquetes. Aguantando de pie en largas filas fuera de esa prisión de San Petersburgo, esperaba junto a otras mujeres cuyos maridos o hijos también habían sido arrestados. La situación rayaba en lo absurdo. Ninguna de ellas sabía siquiera si sus seres queridos estaban aún vivos, y los guardias las hacían esperar durante horas sin ninguna explicación, frecuentemente en lo crudo del invierno. Un día, mientas estaba de pie esperando en la fila, otra mujer la reconoció, se acercó a ella y preguntó: “¿Puedes describir esto?” Ekhmatova respondió: “Sí, puedo”, y cuando dijo esto, se cruzaron entre sí algo así como una sonrisa.
Se cruzaron entre sí una sonrisa. Esa sonrisa contenía algo de levedad, y eso permitió a ambas darse cuenta, aunque inconscientemente, de que superaban esa situación. La sonrisa que se cruzaron alertó a las dos del hecho de que eran más de lo que eran en ese momento. Impresionante como resultaba aquello, al fin ellas no eran prisioneras de ese momento. Además, esa sonrisa fue un acto de desafío profético y político, basado en la fe. La levedad es subversiva.
Esto también es verdad no sólo por la manera como nosotros vivimos en nuestras vidas de fe; es verdad también por la manera como vivimos, sanamente, en nuestras familias. Una familia que es demasiado seria no permitirá el perdón. Su gravedad llevará por fin a sus miembros o a la depresión o lejos de la familia. Además, creará un ídolo fuera de sí misma. Por el contrario, una familia que puede tomarse en serio pero aún se ríe será una familia donde hay perdón, porque la levedad les dará una sana perspectiva en sus flaquezas. Una familia que es sana se mirará a veces honradamente, y con la clase de sonrisa que Anna Akhmatova y su amiga se cruzaron, dirá de sí misma: “¡No somos patéticos!”.
Eso es verdad también del nacionalismo. Necesitamos tomar en serio nuestra nación, aun cuando una cierta clase de levedad mantenga esta seriedad en perspectiva. Yo soy canadiense. Como canadienses, amamos nuestro país, estamos orgullosos de él y, si se diera el caso, moriríamos por él. Pero tenemos una admirable levedad sobre nuestro patriotismo. Hacemos chistes sobre él y lo celebramos cuando otros cuentan chistes sobre nosotros. En consecuencia, no tenemos amargas disputas sobre quién ama el país y quién no. Nuestra ligereza nos mantiene en unidad.
Todo esto, por supuesto, es doblemente verdadero dicho de la fe y la espiritualidad. La verdadera fe es profunda, una indeleble antorcha en nuestra alma, un ADN que dicta la conducta. Además, la verdadera fe no esquiva lo trágico que hay en nuestras vidas, sino nos habilita para enfrentarnos a la pesadez de la vida donde encontramos desánimo, fracaso personal, pesar, injusticia, traición, la caída de relaciones afectivas, la muerte de seres queridos, enfermedad, el debilitamiento de nuestra propia salud y finalmente nuestra propia muerte. Esto no se debe confundir con ningún optimismo natural o imaginado que rehúsa ver lo oscuro. Más bien la verdadera fe, precisamente porque es verdadera y por lo tanto nos mantiene en principio conscientes de nuestra identidad y trascendencia, nos permitirá siempre una discreta e inteligente sonrisa, a pesar de la situación. Como el mártir inglés Tomás Moro, nosotros seremos capaces de bromear un poco con nuestro verdugo y también seremos capaces de perdonar a otros y a nosotros mismos por no ser perfectos.
Nuestras vidas a menudo son patéticas. Pero eso está bien. ¡Aún podemos reír unos con otros! Estamos en buenas manos. El Dios que nos hizo tiene, obviamente, sentido del humor; y, por tanto, comprensión y perdón.
Demasiados libros sobre espiritualidad cristiana podrían ser titulados más propiamente: La inaguantable pesadez de la fe.