¿Cuándo podemos decir esto? ¿Después de haber alcanzado el punto culminante de nuestra salud y fuerza física? ¿Después de dar a luz a un niño? ¿Después de educar acertadamente a nuestros hijos? ¿Después de haber publicado un best-seller? ¿Después de ser famosos? ¿Después de haber ganado un campeonato mayor? ¿Después de celebrar el 60º aniversario de nuestro matrimonio? ¿Después de haber encontrado un alma gemela? ¿Después de estar en paz tras una larga lucha con el dolor? ¿Cuándo por fin está realizado? ¿Cuándo nuestro crecimiento ha llegado a su punto más alto?
El místico medieval Juan de la Cruz dice que alcanzamos este punto en nuestras vidas cuando hemos llegado a lo que él llama “nuestro centro más profundo”. Pero él no concibe esto a la manera como comúnmente lo pintamos nosotros, esto es, como el centro más profundo de nuestra alma. Más bien, para Juan, nuestro centro más profundo es el punto óptimo de nuestro crecimiento humano, o sea, la madurez más profunda a la que podemos llegar antes de que empecemos a morir. Si esto es verdad, entonces, para una flor, su centro más profundo, su punto más alto de crecimiento sería, no su florecimiento, sino el acto de dar sus semillas cuando muere. Ese es el punto más alto de crecimiento, su máximo logro.
¿Cuál es nuestro punto más alto de crecimiento? Sospecho que nosotros tendemos a pensar esto a modo de algún logro concreto y positivo, como una carrera exitosa o alguna hazaña atlética, intelectual o artística que nos ha traído satisfacción, reconocimiento y popularidad. O bien, mirado desde el punto de vista de la profundidad de significado, podríamos responder diferentemente a la pregunta diciendo que nuestra mayor hazaña fue un matrimonio lleno de vida, o ser un buen padre, o vivir una vida de servicio a otros.
¿Cuándo, como lo hace una flor, entregamos nuestra semilla? Henri Nouwen sugiere que la gente responderá a esto muy diferentemente: “Para unos, es cuando están gustando el total resplandor de la popularidad; para otros, cuando han sido totalmente olvidados; para unos, cuando han alcanzado el punto culminante de su fortaleza; para otros, cuando se sienten impotentes y débiles; para unos, cuando su creatividad está en pleno florecimiento; para otros, cuando han perdido toda confianza en sus posibilidades”.
¿Cuándo entregó Jesús su semilla, la plenitud de su espíritu? Para Jesús, no fue inmediatamente después de sus milagros, cuando las muchedumbres quedaban asombradas; y no fue justo después de haber caminado sobre las aguas, ni fue cuando su popularidad alcanzó el punto en el que sus contemporáneos quisieron hacerle rey, cuando sintió haber llevado a cabo el proyecto de su vida y la gente empezó a ser tocada en sus almas por su espíritu. Ninguno de esos momentos. ¿Cuándo no tuvo Jesús nada más grande que llevar a cabo?
Vale la pena citar de nuevo a Henry Nowen, respondiendo a esta pregunta: “Sabemos una cosa, sin embargo; para el Hijo del Hombre, la rueda se paró cuando él hubo perdido todo: su facultad de hablar y de curar, su sensación de éxito e influencia, sus discípulos y amigos, incluso su Dios. Cuando fue clavado en un árbol, privado de toda dignidad humana, supo que había madurado lo suficiente, y dijo: “Está cumplido” (Juan 19, 30).
“¡Está cumplido!” La palabra griega aquí es Tetelesti. Esta era una expresión usada por los artistas para significar que un trabajo estaba totalmente acabado y que nada más se podía añadir a él. También era usada para expresar que algo estaba completo. Por ejemplo, Tetelesti era estampada en un documento de cargos contra un criminal después de que había cumplido su total sentencia de prisión; era usada por los bancos cuando una deuda había sido saldada; era usada por un siervo para informar a su dueño de que un trabajo había sido completado; y era usada por los atletas cuando, cansados y exhaustos, cruzaban con éxito la línea de meta en una carrera.
¡Está acabado! Una flor muere para desprender sus semillas; por tanto, es apropiado que estas fueran las últimas palabras de Jesús. En la cruz, fiel hasta el fin, a su Dios, a su palabra, al amor que predicó y a su propia integridad, dejó de vivir y empezó a morir; y entonces fue cuando desprendió su semilla y su espíritu empezó a impregnar el mundo. Había llegado a su centro más profundo, su vida estaba cumplida.
¿Cuándo se detiene nuestro vivir y empieza nuestro morir? ¿Cuándo pasamos de estar en florecimiento a entregar nuestra semilla? Superficialmente, por supuesto, es cuando nuestra salud, fuerza, popularidad y atractivo empiezan a declinar y nosotros empezamos a desvanecernos en los márgenes y finalmente en el ocaso. Pero cuando se ve esto a la luz de la vida de Jesús, observamos que en nuestro desvanecimiento, como una flor mucho más allá de su belleza, empezamos a entregar algo de más valor que el atractivo del florecimiento. Entonces es cuando podemos decir: “¡Está cumplido!”.