Es interesante ojear cualquier libro de la biblia y hacer esta pregunta: “¿Qué consideró el autor de este libro como la esencia misma de la religión? Obtendréis diferentes respuestas. Por ejemplo, si hubierais preguntado a los autores del Éxodo, el Deuteronomio o los Números, habrían respondido que lo que era central a su fe era la adecuada práctica religiosa, guardando los Mandamientos y siendo fieles a los otros códigos prescritos de la práctica religiosa de su tiempo.
Sin embargo, cuando aparecieron los grandes profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Joel) dibujaron un cuadro diferente. Para ellos, la verdadera religiosidad no se identificaba simplemente con la fidelidad a la práctica religiosa; se juzgaba más bien por cómo se trataba a los pobres. Según ellos, la calidad de vuestra fe va a ser juzgada por la calidad de la justicia en la tierra; y la calidad de la justicia en la tierra va a ser siempre juzgada por cómo les va a “las viudas, los huérfanos y los extranjeros” mientras vosotros vivís. Para los profetas, la práctica de la justicia tuvo prioridad sobre la adecuada pertenencia religiosa y fidelidad a la práctica religiosa.
Vemos numerosos dichos expresados por los profetas que nos advierten que lo que Dios quiere de nosotros no es ofrecer sacrificios en los altares sino dar el jornal justo a los pobres, no la recitación de las oraciones prescritas sino practicar la justicia en favor de las viudas, y no la honorificación de las fiestas religiosas sino dar acogida a los extranjeros.
Se debería señalar, por supuesto, que, después de los profetas, tenemos las grandes figuras de la sabiduría en la historia judía. Para ellos, la esencia de la religión no fue ni la fiel práctica religiosa ni el simple acercamiento a los pobres, sino tener un corazón sabio y compasivo, por lo cual seríais entonces fieles a ambas cosas: la adecuada práctica religiosa y el acercamiento a los pobres.
Esta es la tradición que Jesús hereda. ¿Qué hace con ella? Ratifica las tres. Para Jesús, la verdadera religiosidad implica las tres: fiel práctica religiosa, acercamiento a los pobres, y corazónsabio y compasivo. Para Jesús, no elegís entre ellas, practicáis las tres. Él nos dice claramente: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14); pero también nos dice que al fin seremos juzgados por cómo tratamos a los pobres (Mateo 25); como también nos dice que lo que en realidad quiere Dios de notros es un corazón sabio y compasivo. (Lucas 6 y 15).
Para Jesús, somos verdaderos discípulos cuando tenemos corazones compasivos, por lo cual cumplimos los mandamientos y damos humildemente culto a nuestro Dios; pero consideramos prioritario religiosamente el hecho de acercarnos a los grupos más vulnerables de nuestra sociedad. En verdad, sobre este último punto, los avisos de Jesús son mucho más fuertes incluso que los de los grandes profetas judíos. Los profetas afirmaron que Dios está a favor de los pobres; Jesús afirmó que Dios está en los pobres (“cualquier cosa que hagáis a los más pequeños me lo hacéis a mí”). Como tratamos a los pobres es como tratamos a Dios.
Además, (y dudo de que alguna vez nos hayamos tomado esto seriamente) Jesús nos dice que, en el juicio final, seremos juzgados para el cielo o el infierno por cómo tratamos a los pobres, particularmente por cómo tratamos a los más vulnerables entre ellos (“viudas, huérfanos y extranjeros”). En Mateo 25, establece los criterios sobre aquello de lo que seremos juzgados, para el cielo o el infierno. Advertid que en estos criterios particulares no hay preguntas sobre si guardamos los mandamientos, sobre si fuimos a la iglesia o no, ni siquiera si nuestras vidas sexuales estaban en orden. Aquí vamos a ser juzgados exclusivamente sobre cómo tratamos a los pobres. Puede ser más bien aterrador y confuso tomar esto al pie de la letra, a saber, que iremos al cielo o al infierno sólo por cómo tratamos a los pobres.
Destaco esto porque parece que hoy tantos de nosotros -sinceros, asistentes a la iglesia, cristianos- no tenemos ni un ojo ni un corazón para las “viudas, huérfanos y extranjeros” que están a nuestro alrededor. ¿Quiénes son hoy los grupos más vulnerables de nuestro mundo? ¿Quién -como Gustavo Gutiérrez define a los pobres- no tiene hoy derecho a tener derechos?
Permitidme arriesgar manifestando lo que es obvio: Entre las “viudas, huérfanos y extranjeros” de nuestro mundo, hoy están los no-nacidos, los refugiados y los inmigrantes. Felizmente, los cristianos más sinceros no están ciegos a la condición de los no-nacidos. Menos felizmente, demasiados de nosotros estamos religiosamente ciegos a la condición de millones de refugiados que buscan que alguien los acoja. Todos los noticiarios que vemos nos dicen que no somos muy acogedores de los extranjeros.
¡Qué pronto olvidamos el aviso de Dios: “Ama a los extranjeros, porque en cierto tiempo vosotros mismos fuisteis extranjeros”! (Deuteronomio 10, 18-19).