Todo es de una pieza. Cuando no lo tomamos seriamente, pagamos un precio.
El renombrado teólogo Hans Urs von Balthasar pone un ejemplo de esto. La belleza -afirma- no es algún pequeño “extra” que podemos valorar o denigrar según el gusto y el temperamento personal, como cierto lujo que decimos que no podemos darnos. Igual que la verdad y la bondad, es una de las propiedades de Dios y, en ese caso, requiere ser tomada en serio, como la bondad y la verdad. Si descuidamos o denigramos la belleza -dice- pronto empezaremos a descuidar otras áreas de nuestras vidas. Aquí están sus palabras:
“Hoy, nuestra situación muestra que la belleza demanda para sí misma al menos tanto coraje y decisión como demandan la verdad y la bondad, y no se permitirá a sí misma ser separada o proscrita de sus dos hermanas sin llevarlas entonces consigo en un acto de misteriosa venganza. Podemos estar seguros de que cualquiera que se mofa de su nombre, como si fuera un ornamento de un pasado burgués, tanto si lo admite como si no, no puede orar por más tiempo y pronto ya no podrá amar”.
He aquí una expresión más simple de eso. Hay una deliciosa historieta africana que destaca la interconexión de todo e ilustra cómo, si separamos una cosa de sus hermanas, pronto pagamos un precio. La historieta dice así:
Una vez, cuando los animales aún hablaban, los ratones de una granja convocaron una cumbre de todos los otros animales. Estaban preocupados -se lamentaban- porque habían visto a la dueña de la casa comprar una ratonera. A partir de entonces estaban en peligro. Pero los otros animales se burlaron de su ansiedad. La vaca dijo que ella no tenía nada de qué preocuparse. Un artilugio tan pequeño no podía hacerle daño. Ella podía aplastarlo con su pata. El cerdo reaccionó de una manera semejante. ¿De qué tenía que preocuparse ante una pequeña trampa? El pollo también anunció que no tenía el menor miedo de tal chisme. “Es asunto tuyo. No te preocupes por mí”, dijo a los ratones.
Pero todas cosas están interconectadas, y eso pronto vino a ser evidente. El ama de casa colocó la ratonera y, ya a la primera noche la oyó dispararse. Se levantó de su cama para mirar lo que había cogido y vio que había atrapado una serpiente por su cola. Al tratar de soltar a la serpiente, fue mordida y el veneno pronto le hizo sentirse enferma y aparecer la fiebre. Fue al médico, quien le dio medicinas para combatir el veneno y le advirtió: “Lo que necesitas ahora para ponerte mejor es caldo de pollo”. (Podéis adivinar por dónde va a ir el resto del cuento). Mataron el pollo, pero su fiebre persistió. Familiares y vecinos vinieron a visitarla. Se necesitó más comida. Mataron el cerdo. Por fin, el veneno la mató. Siguió un gran funeral. Se necesitó mucha comida. Mataron la vaca.
La moraleja de la historieta es clara. Todo está interconectado, y no ver eso nos deja en peligro. Estar ciegos a nuestra interdependencia, voluntarios o no, es peligroso. Estamos atados intrincadamente unos a otros y a todo en el mundo. Podemos protestar por lo contrario, pero la realidad mantendrá su posición. Y así, no podemos valorar verdaderamente una cosa mientras desdeñamos otra. No podemos amar de hecho a una persona mientras odiamos a alguna otra. Y no podemos darnos una excepción en un área moral y confiar ser sanos moralmente en conjunto. Todo es de una pieza. No hay excepciones. Cuando ignoramos esta verdad, al fin somos mordidos por la serpiente.
Recalco esto porque hoy, virtualmente por todas partes, está reapareciendo un tribalismo peligroso. Por todas partes -sin diferenciarnos de los animales de esa historieta africana- vemos familias, comunidades, iglesias y países enteros enfocados más o menos exclusivamente en sus propias necesidades sin interés por otras familias, comunidades, iglesias y países. Los problemas de otros pueblos -creemos- no son negocio nuestro. Desde la estrechez de nuestras iglesias hasta la política de identidad, hasta naciones enteras estableciendo sus propias necesidades primeramente, oímos ecos de la vaca, del cerdo y del pollo que dicen: “¡No es asunto mío!” “¡Yo me preocuparé de mí, tú preocúpate de ti!” Esto hará que la serpiente vuelva a mordernos.
Pagaremos por fin el precio a nuestra ceguera y despreocupación, y pagaremos ese precio política, social y económicamente. Pero aún pagaremos un precio más alto personalmente. Lo que esa mordedura de la serpiente hará es captado en el aviso de Von Balthasar: Todo aquel que ignora o denigra la belleza -afirma- al fin será incapaz de orar y amar. Eso es verdad también en todos casos en que ignoramos nuestras interconexiones con otros. Al ignorar las necesidades de otros, infectamos al fin nuestra integridad, de modo que ya no podemos tratarnos con respeto ni empatía; y, cuando sucede eso, perdemos el respeto y la empatía por la vida misma -y por Dios-; porque, cuando la realidad no es respetada, vuelve a morder con una misteriosa venganza.