Ninguna comunidad debería desaprovechar sus muertes. El renombrado antropólogo Mircea Eliade sugirió esto, y su verdad se aplica a las comunidades en todos los niveles. Ninguna familia debería despedir a un miembro sin la oportuna reflexión, ritual y bendiciones.
El 26 de diciembre de 2018, la familia del arte y la familia de la fe perdieron a un estimado miembro. La Hª Wendy Beckett, de 88 años, afamada crítica de arte, comprometida mujer de fe y amiga de infancia de muchos, murió. Desde 1970, la Hª Wendy había vivido como virgen consagrada y retirada en un convento de carmelitas en Inglaterra, dedicada a la oración durante varias horas al día, traduciendo publicaciones religiosas y asistiendo a la eucaristía diaria.
Desde el principio, después de elegir este modo de vida, empezó a estudiar historia del arte, comenzó escribiendo artículos para revistas y publicó el primero de sus más de 30 libros sobre arte. En 1991, hizo un corto documental de la BBC en televisión y resultó un éxito inmediato con una amplia audiencia. Pronto empezó a presentar su propio espectáculo de la BBC, Sister Wendy’s Odyssey (Odisea de la Hª Wendy), que fue tan popular que a veces atrajo a una cuarta parte de la audiencia de la televisión británica.
Cualquiera que veía sus programas en seguida era atraído por tres cosas: La absoluta alegría que reflejaba en sí mientras hablaba de una obra de arte; su capacidad para articular en un lenguaje simple y claro el significado de un particular trabajo de arte; y su terrenal estimación de la sensualidad y del cuerpo humano desnudo, que ella, como virgen consagrada, podía describir con calmada apreciación.
Todas esas cualidades (su alegría, su simplicidad de lenguaje y su capacidad para dar la contemplación pura de admiración al cuerpo humano desnudo) fueron lo que atrajo a su audiencia, pero también le supuso el desprecio de parte de algunos críticos. Se mofaron de su simplicidad de lenguaje, la criticaron por no ser más crítica del arte que presentaba y se desentendieron de ella por el hecho de que una virgen consagrada pudiera tratar tan cómodamente sobre la sensualidad y el cuerpo humano desnudo. Encontraban difícil aceptar que esta mujer piadosa, una virgen consagrada, vestida con un hábito religioso tradicional, luciendo gruesas gafas y dientes-pala, pudiera sentirse tan a gusto con la sensualidad. Robert Hughes, de la revista Time, se burló de ella una vez como una “pseudo-eremita incansablemente habladora con sus dientes característicos” cuyas observaciones eran “lanzadas a una audiencia de 15 años”. Germaine Greer desafió su competencia a describir el arte erótico dado el hecho de que ella era una virgen consagrada.
La Hª Wendy generalmente sonreía a estas críticas y les respondía de esta manera: “Yo no soy crítica”, decía, “soy apreciadora”. En cuanto a su comodidad con la sensualidad y el cuerpo desnudo, respondía que precisamente estar ella comprometida con el celibato no significaba que no fuera plenamente apreciadora de la sensualidad humana, la sexualidad y la belleza del cuerpo humano, todo él.
Hay, por supuesto, diferentes modos como un cuerpo humano desnudo puede ser percibido, y la Hª Wendy fue una apreciadora sonriente y nada tímida de uno de esos modos. Un desvestido cuerpo humano puede ser mostrado como “desnudo” o como “desnudado”. La verdadera arte usa la desnudez para honrar el cuerpo humano (ciertamente, una de las grandes obras maestras de Dios), mientras la pornografía usa la desnudez para sacar partido del cuerpo humano.
La Hª Wendy tampoco se lamentaba del hecho de que su virginidad consagrada no la previniera de apreciar lo erótico. Estaba en lo cierto. En alguna parte hemos desarrollado la falsa y debilitante opinión de que los célibes consagrados deben estar, como niños pequeños, protegidos de lo erótico, de modo que, aun cuando se les supone que son médicos del alma, deberían estar protegidos de los profundos impulsos y secretos del alma. La Hª Wendy no opinaba así. Ni nosotros deberíamos hacerlo. No se intenta que la castidad sea esa especie de ingenuidad.
Revelación total: Yo me relacioné personalmente con la Hª Wendy. Hace muchos años, cuando yo era joven y aún estaba buscando mi propia voz como escritor espiritual, me mandó una copia grande y bellamente encuadernada del famoso cuadro Eros, que Paul Klee pintó en 1923. Durante los últimos 29 años, ha estado colgada en una pared detrás de la pantalla de mi ordenador, de modo que la veo cada vez que escribo, y me ha ayudado a entender que es el color de Dios, la luz de Dios y la energía de Dios lo que da forma al anhelo erótico.
En 1993, mientras estaba visitando el monasterio donde la Hª Wendy vivía, tuve la oportunidad de salir a un restaurante con ella. Nuestro camarero se quedó atónito al principio ante su tradicional hábito religioso. Algo azorado, le preguntó tímidamente: “Hermana, ¿piensa tomar agua?”. Ella hizo brillar su sonrisa de marca registrada y dijo: “No, el agua es para lavar. Tráeme vino”. El camarero quedó relajado y gozó mucho bromeando con ella durante el resto de la comida.
Y eso era la Hª Wendy, una anomalía para muchos: una virgen consagrada que discutía sobre el eros, una eremita pero famosa crítica de arte y una mujer intelectualmente brillante que ofuscó a los críticos con su simplicidad. Pero, como todas las grandes mentes, había una maravillosa consistencia a un nivel más profundo, en ese lugar donde el crítico y el apreciador son uno.