Fiesta litúrgica instituida por el Papa Pío XII en 1954
al coronar a la Virgen en la Basílica de Santa María la Mayor, Roma
(Italia), el 11 de Octubre de 1954
Dios te salve,
Reina y Madre... Reina de los ángeles, Reina de los patriarcas, Reina de
los profetas, Reina de los apóstoles, Reina de los mártires, Reina de
los que viven su fe, Reina de los que se conservan castos, Reina de
todos los santos, Reina concebida sin pecado original, Reina elevada al
cielo, Reina del Santísimo Rosario, Reina de la familia, Reina de la
paz...
María quiso ser Virgen. Y Dios aceptó su deseo y
la enriqueció con la maternidad divina, sin perder la virginidad. María
nunca pensó en ser Reina. Pero Dios la colocó por encima de todos los
coros celestiales, y los hombres de todos los siglos la aclaman como
«Reina y Madre» en la «Salve». Y en la letanía lauretana, el título de
Reina es la más reiterada proclamación.
Las letanías de
la Virgen dejan de ser invocaciones suplicantes para hacerse en el cielo
clamores de triunfo. Madre del Salvador, Virgen Poderosa, Espejo de
justicia, Rosa mística... Resuena el Avemaría. ¡Dios te salve, llena de
gracia...! El final se ha suprimido para siempre, porque en la gloria ya
no hay «pecadores, y «la hora de la muerte» pasó ya.
Dios
Padre recibe a su hija. Dios Espíritu Santo acoge a su esposa. Dios
Hijo dice: «Ven Madre mía. Niño era, y me alimentabas y vestías... Tuve
hambre y me diste de comer. Sed, y la apagaste. Después vinieron treinta
años de vida oculta en Nazaret, la vida pública, la Cruz... Para ti,
como para mí, no faltaron penalidades para así entrar en la gloria del
Padre». […]
Éxtasis de humildad en apoteosis de triunfo
Ahora
se entreabre el cielo... Los desterrados de la tierra perciben a lo
lejos la sinfonía suavísima de un rumor que se hace imponente. Enajenada
de amor y gratitud a María, la Iglesia peregrina y crucificada se
agrega jubilosa al coro de la gloria. Llena de ilusión y esperanza,
exclama: «Los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, en ti
confiamos... Muéstranos a Jesús después de este destierro... Ruega por
nosotros,..
Cesan los cánticos y la Virgen tararea
rebosando gratitud estrofas de su himno predilecto: «Glorifica mi alma
al Señor y salta de gozo mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque hizo
en mí cosas grandes el Todopoderoso». Es el éxtasis de la humildad en la
apoteosis del triunfo.
Después de este destierro, muéstranos a Jesús
Jesús
subió al cielo el día de la Ascensión, María es elevada a la gloria en
su Asunción. Nosotros entraremos también el día de nuestro triunfo.
Pensamos muy poco en esta recompensa eterna. El Evangelio para algunos
es un quitalegrías. Acervo de múltiples prohibiciones que hipotecan la
libertad.
Muchos más bríos sentiríamos al pensar en la
felicidad futura para conformarnos con la voluntad de Dios Padre...
Miremos no sólo el camino, sino la meta final. La ruta es pedregosa y
empinada, pero el fin es esplendoroso. «Poco durará la batalla, pero el
fin es eterno... Allí todo se nos hará poco lo que se ha padecido, o
nonada en comparación de lo que se goza» (Santa Teresa).
»Canta
y camina» (San Agustín). En el cielo está preparado tu trono. La palma
está a punto. Un poco de paciencia todavía... Llegaremos al tránsito
definitivo como hemos llegado al fin de tal año, que nos parecía tan
largo. Salvaremos la última etapa como tantas otras dejadas atrás...
Pasará
la gran tribulación de la tierra (cf. Ap 7, 14), Este mundo de dolores y
muerte dará paso a un universo nuevo. «Nuevos cielos, nueva tierra» (2P
3, 13), en que Dios «será Todo en todos» (cf. 1Co 15, 28).
Canta
mientras caminas, mirando a María... 'Hoy, la Virgen Inmaculada, limpia
de todo afecto de tierra, llena de pensamientos de cielo, no volvió a
la tierra. Siendo ya un cielo animado aquí, es llevada a los celestiales
tabernáculos... ¿Cómo iba a morir aquélla de la que nació la Vida para
todos? ¿Cómo iba a corromperse el cuerpo que albergó la Vida? Cristo,
Verdad y Vida, dijo: Donde yo estoy, allí estará mi servidor. Luego, con
mayor razón, la Virgen tenía que estar donde él estuviese" (San ,luan
Damasceno).
La fiesta de María Reina fue instituida por
el papa Pío XII. La reforma del Calendario Romano de Pablo VI decidió
que se celebrara, con rango de memoria obligatoria, el 22 de agosto,
octava de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Tomás Morales, S. J. / Fuente.