Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.





Domingo  6º de Pascua


La liturgia de hoy -como siempre- nos habla sólo de amor. "Dios es amor", y, por consiguiente, qué otra cosa podría decirnos su Palabra o darnos su acción?. Sin embargo, si la escuchamos con atención, hoy –y cualquier otro día-, este motivo único resuena con tonos nuevos. Sigámoslo a través de las lecturas para aprender a cantarlo con la vida.

El amor por parte del hombre empieza con la atención, con una intensa expectación dirigida a Dios y suscitada además por él. Empieza por el darse cuenta de que Dios nos ha amado primero, desde siempre, y no porque lo mereciéramos. Descubrirse amado significa, al mismo tiempo, reconocerse pecador perdonado. Este perdón no ha tenido para Dios -!el Omnipotente!- un precio irrisorio, pero precisamente así es como se ha manifestado el amor: "Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él... envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados". El rostro amante de Dios nos ha sido revelado por el rostro de dolor y de gloria de Cristo. Y él nos invita a permanecer en su amor -el más grande, porque es la vida entregada- para poder gustar la comunión con el Padre.

Se nos pide, una vez más, que estemos "atentos": el amor entregado y recibido nos implica en su dinamismo a cada uno de nosotros. Debe convertirse en nuestra entrega: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", con una atención activa y constante para no dejar prevalecer la naturaleza egoísta en nuestro modo de sentir, pensar, hablar, obrar; con la tensión gozosa de poner al principio de todo el divino mandamiento. No es fácil para nadie en concreto... Pero para eso precisamente se nos ha dado el Espíritu.

Se nos propone una nueva atención de amor: intentar intuir en cada circunstancia los caminos que el Espíritu nos va abriendo delante, para que pueda desplegarse el amor y llegar a todo hombre. También Pedro se despojó a fondo de inveteradas convicciones para abrazar el designio de Dios: atento al Espíritu y a los hermanos, indicó a la Iglesia naciente el nuevo itinerario de amor, dejándonos a todos nosotros una huella de luz.