Domingo de Pentecostés
En las palabras que dirige Jesús a sus discípulos con el fin de prepararlos para la separación, les plantea claramente la hostilidad y el odio del mundo, hasta la persecución (15,18-25), pero les promete el consuelo del Espíritu Santo. Jesús les enviará el "Paráclito", que está donde el Padre, en esa especie de "proceso" permanente del mundo contra los discípulos.
En primer lugar, el Espíritu confirmará a los discípulos en lo íntimo y así podrán conocer más profundamente a Jesús, a la luz de cuanto han vivido con él "desde el principio". Apoyados de este modo por el divino Paráclito, que alienta e infunde vigor, los apóstoles, a su vez, podrán dar testimonio de Cristo en el mundo (15,26s). El Espíritu les enseńará, además, aquellas "muchas más cosas" que Jesús no pudo comunicarles porque estaban aún demasiado inmaduros en la fe y en el conocimiento de los caminos de Dios: por eso el Paráclito "se hará guía para el camino" (así al pie de la letra) hacia la verdad completa que le es completamente transparente (16,12s).
Su tarea, por otra parte, se proyecta sobre el futuro: "Os anunciará las cosas venideras" (16,13b). Juan emplea aquí un verbo que, en el judaísmo apocalíptico, no indicaba tanto la previsión del futuro como la comprensión profunda de lo que va a suceder y de los acontecimientos escatológicos. El Paráclito les dará esta "comprensión de los tiempos" a la luz de Cristo, haciéndoles intuir el alcance temporal y eterno de la salvación que él ha llevado a cabo. En resumidas cuentas, actualizará en cada época la Palabra y la obra de Jesús, que son una sola cosa con la Palabra y con la voluntad del Padre (16,13b-15)