Es doloroso dejar a alguien ascender. Artículo.

¿Qué es la Ascensión? La Ascensión es un acontecimiento en la vida de Jesús y sus primeros discípulos, un día de fiesta para los cristianos, una teología y una espiritualidad, todo entrelazado en un misterio informe que muy pocas veces tratamos de averiguar y aclarar. ¿Qué significa la Ascensión?

Entre otras cosas, es un misterio extrañamente paradójico. La paradoja se encuentra aquí: Hay un maravilloso don vivificante en alguien que entra en nuestras vidas, se pone en contacto con nosotros, nos nutre, realiza en nosotros cosas que nos vigorizan y da la vida por nosotros. Pero   hay también un don en el otro que debe decir finalmente adiós de la manera como se nos ha hecho presente. Aunque parezca extraño, hay también un don en la marcha de uno. La presencia cuenta también con la ausencia. Existe una bendición que sólo podemos dar cuando nos ausentamos.

Por eso Jesús, al despedirse de sus amigos antes de su ascensión, pronunció estas palabras: “Os conviene que yo me vaya. Entonces estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. No me retengáis, que debo ascender junto al Padre”.

¿Cómo podríamos entender estas palabras? ¿Cómo puede convenir que alguien a quien amamos se ausente? ¿Cómo la tristeza de una despedida, de una dolorosa ausencia, puede convertirse en gozo? ¿Cómo puede un adiós proporcionarnos en definitiva una presencia más profunda de alguien?

Esto es difícil de explicar, si bien tenemos experiencias de ello en nuestras vidas. He aquí un ejemplo: Cuando yo tenía veintidós años, en el plazo de cuatro meses, se murieron mi padre y mi madre, ambos aún jóvenes. Para mí y mis hermanos, el dolor de sus muertes fue asolador. Inicialmente, como con toda pérdida especial, lo que sentimos fue dolor, ruptura, frialdad, desamparo, una nueva vulnerabilidad, la pérdida de una vital conexión con la vida y la brutal realización de lo definitivo de la muerte, para la cual no tenemos una adecuada preparación. En principio, nada hay cálido en una pérdida, en una muerte, en un doloroso adiós.

El tiempo es, desde luego, un gran curador, pero en esto existe algo más que el simple hecho de volvernos anestesiados por el paso de los años. Al cabo de un tiempo, y esto me supuso varios años, ya no sentí la frialdad que indico. La muerte de mis padres ya no fue por más tiempo algo doloroso. En vez de eso, su ausencia se transformó en cálida presencia, la pesadez cedió paso a cierta ligereza de alma, su aparente incapacidad de hablarme pasó a ser entonces una sorprendente manera nueva de tener su presencia estable y constante en mi vida, y la bendición que ellos nunca pudieron darme totalmente mientras vivían empezó a ahondar, siempre más profunda e irrevocablemente, en el auténtico centro de mi persona. Lo mismo sucedió a mis hermanos. Nuestra tristeza se transformó en alegría y empezamos a encontrar de nuevo a nuestros padres, de un modo más intenso, en un lugar más profundo de nuestra alma, a saber, en esos espacios donde sus espíritus habían florecido mientras vivían. Ellos habían ascendido y, por eso, nosotros nos encontrábamos mejor.

Tenemos frecuentemente esta clase de experiencia, pero de maneras menos dramáticas. Los padres, por ejemplo, experimentan esto, con frecuencia penosísimamente, cuando un hijo crece y por fin se marcha para iniciar la vida por su cuenta. Entonces tiene lugar una  verdadera muerte y debe suceder una ascensión. Un anterior modo de relación debe morir, a pesar de ser dolorosa esa muerte. Aun así, como sabemos, es mejor que nuestros hijos se ausenten.

Lo mismo se da en todas situaciones de nuestra vida. Cuando visitamos a alguien, es importante el hecho de venir; pero también es importante el hecho de marcharnos. Nuestra ausencia, dolorosa y todo como es, resulta parte del regalo de nuestra visita. Nuestra presencia depende en cierto modo de nuestra ausencia.

Y esto debe ser distinguido cuidadosamente de lo que queremos indicar con el axioma La  ausencia hace al corazón crecer más cariñoso. Para la mayoría, eso no es verdad. La ausencia hace al corazón crecer más cariñoso, pero sólo durante cierto tiempo y generalmente por razones falsas. La ausencia física, la simple distancia entre unos y otros, sin una dinámica más profunda del espíritu que entre en la base, hace acabar más relaciones que las que profundiza. Al fin, las más de las veces, simplemente crecemos separados. Esa no es la manera como la ascensión ahonda la intimidad, la presencia y la bendición.

La ascensión ahonda la intimidad al proporcionarnos una nueva presencia, más profunda, más rica, pero que sólo puede suceder si nuestra anterior manera de estar presentes es apartada de nosotros. Quizás entendamos esto de la mejor manera en la experiencia que tenemos cuando nuestros hijos crecen y se ausentan del hogar. Es doloroso verlos crecer lejos de nosotros. Es doloroso tener que decir adiós. Es doloroso dejar a alguien ascender.

Pero, si sus palabras pudieran expresar en realidad cuanto intuyen sus corazones, dirían lo que  Jesús manifestó antes de su ascensión: “Os conviene que yo me vaya. Entonces estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría porque, un día no lejano, estaré ante vosotros como un hijo adulto que ya es capaz de daros el regalo mucho más profundo de mi edad adulta”. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org Artículo Original en Inglés