Domingo XIII tiempo ordinario
El evangelio de hoy, tanto si se lee en la versión breve (vv. 21-24.35-43) como en la integral, se articula esencialmente en torno a los motivos de la salvación/ vida y de la fe. La situación inicial, en los dos casos que se narran, es la de una imposibilidad reconocida para salvar por parte de los hombres: tanto la nińa como la mujer han sido tratadas inútilmente por la ciencia médica, hasta el punto de que la primera "está agonizando" y la segunda sólo ha conseguido empeorar. Para una persona razonable sólo queda una posibilidad: recurrir a Dios, que es el Seńor de la vida, el Dios de los vivos (cf. 12,27).
En el caso de la mujer que llevaba enferma doce ańos, Jesús realiza una doble liberación. Por un lado, la curación física completa e inmediata y, al mismo tiempo, la liberación de un estado de subordinación social y religiosa en el que se encontraba obligada a vivir, dada su condición de mujer "impura", según la ley del Antiguo Testamento. La cosa tiene lugar en el mismo momento en el que Jesús plantea una pregunta que parece absurda: "Quién ha tocado mi ropa?" (v. 30), moviendo interiormente a la mujer a la que acaba de curar a salir al descubierto o bien a realizar un ulterior acto de fe en un Dios que no condena, que cura para dar la vida en plenitud. Así pues, la "fe que salva" (v. 34) no es sólo la que se manifiesta en el hecho de tocar el manto del Seńor, sino también la que hace una abierta proclamación de la justicia de un Dios que socorre a los humildes y a los oprimidos, sea cual sea el nombre que la ley o la costumbre de los hombres les impone. Jesús ha restituido ahora a la mujer no sólo la salud, sino la dignidad de persona y la vuelve portadora de la verdad de Dios.
También la curación de la hija de Jairo se convierte en ocasión para la superación de una serie de obstáculos: la muerte, que se presenta en el camino de Jesús y sus discípulos hacia la casa del jefe de la sinagoga, y sobre todo la oposición de los que dicen: "Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro" (v. 35), que es como decir: "No hay nada que hacer...". Serán los mismos que celebren el funeral judío, con gran alboroto de flautas y lamentos, en torno al cuerpo de la nińa, que para ellos ya es sólo un cuerpo de muerte. Frente a esta acendrada convicción (qué hay en este mundo más seguro que la muerte?), las palabras de Jesús aparecen como algo absurdo, como una trágica burla (cf. vv. 39ss), a menos que estemos dispuestos a confiar en él, como Jairo, a poner toda la confianza en su amor que no decepciona.