Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.

 




Domingo XVII tiempo ordinario


En nuestro opulento mundo occidental difícilmente llegamos a comprender lo que significa tener hambre y, a continuación, de modo sorprendente, vernos saciados de una manera abundante. En nuestro mundo presuntuoso estamos convencidos de disponer de respuestas técnicas y eficaces para cada problema, y por eso resulta más arduo saber apreciar los gestos gratuitos.

Estoy dispuesto a poner en juego mis "cinco panes y mis dos peces" en la lucha contra las realidades macroscópicas que, a pesar de tanto progreso, mantiene la gente que sufre bajo el umbral de la supervivencia física y de otros tipos -incluso (sobre todo?) en el mundo "rico"-, que jadea por falta de valores, de sentido, de una calidad de vida humana? Tengo el valor necesario para perder mis panes y mis peces y entregárselos al Señor, para que puedan vivir muchos?

Se tratará de un gesto imposible mientras piense que tengo derecho a mantenerme bien atado a lo que poseo. Sólo conseguiré compartir si cambio de mentalidad y, por consiguiente, de mirada: si no veo en el otro a un rival, sino a un hijo como yo del único Padre; si comprendo que, juntos, formamos parte de un único cuerpo. Entonces comprenderé que lo que tengo -más aún, lo que soy- no me ha sido dado para que sólo yo lo goce, sino que me ha sido confiado para que muchos otros puedan participar. Alguien ha dicho que sólo poseemos verdaderamente lo que damos. El milagro de la "multiplicación de los panes" puede proseguir, si yo lo permito...