El que acoge a un niño en mi nombre, a mí me acoge, y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado.

 




Domingo XXV tiempo ordinario



El evangelista recoge en este fragmento otro dicho de Jesús referente al desenlace de su misión: va a ser entregado en manos de los hombres y le darán muerte (v. 3lab). El verbo "entregar", conjugado en pasiva y sin complemento, sugiere que es Dios quien realiza la acción. La pasión y la muerte de Jesús no son "padecidas" por Dios, que es incluso el protagonista: es él quien, a través del recorrido doloroso de su Hijo, reconciliará consigo al mundo. El signo eficaz de esto será la resurrección de Jesús (v. 31c).

        Marcos subraya una vez más que los discípulos no comprenden y, para resaltar la distancia que media entre la palabra del Maestro y su mentalidad -en última instancia, la mentalidad de la comunidad cristiana-, pone, a renglón seguido, otros dos dichos de Jesús. En el primero se afirma que la jerarquía entre los discípulos está estructurada siguiendo el criterio del servicio y del ponerse en el último lugar: en esto se fundamenta la verdadera grandeza (vv. 34ss). El segundo dicho une la acogida a Jesús -y por eso al Padre que le envía- a la de un niño (v. 37). El niño, cuya escasa consideración positiva en el mundo antiguo resulta muy conocida, es imagen de todos los que no son considerados dignos de atención y de estima; sin embargo, son precisamente ellos quienes reciben el don del amor de Jesús -cosa que significa mediante el abrazo (v. 36)- y se convierten en sacramento del mismo Jesús, como él es sacramento del Padr