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Quién es Jesús? y, en consecuencia, quién es el discípulo? Estas preguntas constituyen el eje del evangelio de Marcos; los diferentes episodios del camino hacia Jerusalén permiten intuir de un modo cada vez más claro la respuesta, y la perícopa de hoy -que precede al relato de la entrada de Jesús en la ciudad santa- nos ofrece importantes indicaciones. Bartimeo es un ciego que está sentado para mendigar en el camino, en los márgenes de la vida. La noticia del paso de Jesús hace renacer la esperanza en él, y grita para atraer la atención del rabí, invocándole con el título mesiánico de "hijo de David". De este modo profesa su creencia en que el Mesías está presente y puede salvarle. Se confía a él perdidamente, mendigando su misericordia: "!Ten compasión de mí!". Los reproches que muchos le dirigen no sirven para hacerle callar: Bartimeo sabe que si deja pasar esta ocasión única no le quedará otra cosa que recaer en la oscuridad definitiva de una simple supervivencia.
Entonces "Jesús se detuvo" (v. 49): él es alguien que puede comprender hasta lo más hondo el sufrimiento humano y la soledad que le acompaña; conoce el vislumbre de fe que alumbra ya el corazón de aquel ciego y viene a darle la luz plena. "Llamadlo". El entusiasmo del pobrecito es conmovedor: da un salto olvidándose de toda prudencia. También a él, como a los hijos de Zebedeo, se le dirige la misma pregunta: "Qué quieres que haga por ti?" (v. 51; cf. v. 36). Jesús puede colmar, en efecto, el deseo más profundo del corazón del hombre; el discípulo, en el diálogo que mantiene con él, debe tomar conciencia de lo que realmente quiere y asumir su responsabilidad. A la súplica del ciego le corresponde el milagro, puesto que Jesús le reconoce esa fe que constituye el ámbito en el que se manifiesta su poder divino. Y la fe lleva a la visión al que antes había creído sin ver, y después, una vez corroborado por la experiencia viva del encuentro con Jesús, se hace discípulo suyo y decide seguirle por el camino que le lleva hacia la pasión y la gloria (v. 52).