Fernando Torres cmf
Cuentan que una
vez se acercaron a un pueblo español unos Testigos de Jehová. Como hacen
habitualmente, empezaron a ir de casa en casa para hablar con los vecinos y
tratar de convencerlos de que se uniesen a su comunidad. Dice la historia que
llegaron a una casa en las que les abrió la puerta un hombre. Ellos comenzaron
a hablar y, al poco, el hombre les paró y les dijo: “Miren, vamos a dejarlo,
porque yo no creo en mi religión católica que es la verdadera, no voy a empezar
a crear en la suya que es falsa.”
La historia nos
puede ayudar a entender el texto evangélico de hoy y las muchas reticencias que
se encontró Jesús en su ministerio. En el tiempo de Jesús había también muchos
de esos que no creían en su religión que era la verdadera y no iban a creer en
aquellas nuevas ideas que predicaba Jesús. Daba lo mismo que vieran que las
palabras de Jesús eran liberadoras, que la gente sanaba de sus enfermedades y
encontraba nuevos caminos de solidaridad y fraternidad. Daba la mismo que Jesús
se posicionase claramente contra todo lo que significaba opresión y dolor y
sufrimiento para las personas. Todo eso daba lo mismo por una sencilla razón:
porque ellos no querían salir de sus casillas, de su vida tranquila, ordenada y
cómoda. Ellos no se sentían solidarios con las personas que sufrían. Se habían
hecho una vida tranquila, reposada, y no querían dejarla de ninguna manera. Si
otros lo pasaban mal, no era su problema. A ellos les bastaba con cumplir con
las apariencias de una vida socialmente aceptable.
Por eso
criticaban a Jesús. No le podían aceptar. Jesús les descolocaba. Había que dar
una explicación convincente a lo que pasaba delante de sus ojos. No fue
difícil. Lo que hacía Jesús lo hacía por arte de Belcebú. Ya está. Solucionado
el problema. Podían volver a cerrar la puerta y sentarse tranquilamente
enfrente de la televisión a leer el periódico. Otros iban un poco más allá y le
pedían un signo que les convenciese definitivamente.
Jesús les
responde con su vida. No hay más signo que lo que hace. Y lo que hace es el
bien. Jesús fue un hombre que pasó haciendo el bien, preocupándose por el bien
de los que se encontró en el camino, abriendo los corazones a la esperanza de
que era posible vivir de una manera nueva, más justa, más solidaria, más
fraterna. Todos como hijos del mismo Padre Dios.
Claro que, para
eso, para vivir de esa manera nueva, hay que salir de donde estamos, de donde
nos sentimos cómodos. Hay que mirar de frente el dolor y la injusticia del
mundo, de nuestros hermanos y hermanas. Hay que sentirse solidarios y aceptar
que la vida, el reino, está más allá de los muros de nuestra casa, de nuestras
comodidades. ¿Lo intentamos?
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