Comentario al Evangelio del jueves, 6 de octubre de 2016
Fernando Torres cmf
Dice un antiguo
refrán que a los que piden mucho “se les hace la boca un fraile”, en clara
alusión a los frailes que, hace siglos, iban por pueblos y ciudades pidiendo
limosna porque de eso era de lo que vivían. Hoy Jesús nos plantea en el
Evangelio que tenemos que pedir con confianza a Dios seguros de que nos va a
conceder lo que necesitamos. Pero sorprende un poco la conclusión porque Jesús
termina diciendo que “¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a los que se lo piden?”
La verdad es que, cuando nos ponemos a pedir
en la oración por nuestras necesidades nos vienen a la cabeza demasiadas cosas.
Pensamos en la familia, en los conflictos, en las enemistades, en aquel que nos
parece que está yendo por malos caminos, en el otro que está enfermo, en que
nos hace falta algo más de dinero para llegar a fin de mes, en los rencores que
a veces llenan nuestro corazón, en la violencia que nos rodea... Y así podíamos
seguir llenando líneas y líneas. Porque son muchas nuestras necesidades. Porque
a veces nos sentimos muy desamparados. Porque la vida tiene mucho de conflicto,
de lucha, de esfuerzo y demasiadas veces nos sentimos cansados y agotados,
necesitados de ayuda. No vemos muchas salidas para nuestros problemas. Y sólo
se nos ocurre acudir al que lo puede todo. Es como si fuéramos al taller de la
esquina donde lo reparan todo desde bicicletas hasta cocinas pasando por
relojes. Y terminamos buscando a Dios como si fuese un “arregla-todo”, el
último recurso al que podemos acudir cuando ya nada nos funciona.
Pero Dios es
algo más que el “último recurso”. Dios es nuestro creador. Nos ha creado con la
capacidad suficiente para enfrentar nuestros problemas. Nos ha hecho libres y
responsables. O mejor, nos invita a que crezcamos y maduremos y nos hagamos
libres y responsables. Por eso lo que nos ofrece no es una llave maestra que lo
soluciona todo de forma mágica. No nos da la solución inmediata sino su
Espíritu Santo.
El Espíritu
Santo es el espíritu del mismo Jesús. No nos quita los problemas. No nos
soluciona los entuertos. Pero nos ayuda a posicionarnos ante ellos como lo
haría el mismo Jesús. Y de esta manera, Jesús no está diciendo que lo que
tenemos que pedir es su espíritu, que su espíritu es el verdadero don que nos ayudará
a vivir de otra manera. Porque Dios no está para resolver los conflictos ni
para hacer que aprobemos el examen de mañana aunque no hayamos estudiado, como
hacíamos cuando eramos jóvenes. Tampoco a Jesús su intimidad con Dios le salvó
de pasar por dificultados y conflictos que le terminaron llevando a la cruz.
Pero le dio fuerza y gracia para enfrentarlos y para cumplir su misión.
Por eso, pidamos
a Jesús que nos dé su Espíritu, que nos ilumine y fortalezca para seguir
construyendo el reino por y para nuestros hermanos y hermanas.
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