Queridos amigos: “Tengo un problema: vivo en mi casa, con mi mujer; no he
dejado a mis padres, porque los veo todas las semanas; tampoco he dejado
mi tierra, porque vivo en la misma ciudad donde nací. Una de dos: o
esta lectura no es para mí, o no tengo derecho a eso de la vida eterna.”
Jesús no nos dice que “no queramos” a la familia, sino que la queramos de verdad, como Él la quiere, con su cariño. No nos dice que vendamos todo lo que tenemos, sino que lo pongamos al servicio de su plan de salvación: para algunos significará dejar, vender, pero para otros significará utilizar de otra manera…
El Evangelio, como el ejemplo de San Benito y tantos otros santos, nos invita a repasar todo lo que tenemos: nuestras relaciones humanas, nuestras propiedades materiales, y mirarlo todo de otra manera. Conviene, de vez en cuando, hacer inventario de nuestros bienes (espirituales y materiales) y dar gracias a Dios por ellos, poniéndolos a su disposición. Y, eso sí, luego “escudriñar” qué quiere Él de nosotros, cómo quiere que utilicemos lo que tenemos, lo que nos da…
Venderlo todo es más fácil, sólo hay que hacerlo una vez. Repensar cada día nuestras relaciones personales, el uso que damos a nuestros bienes, evitar “apropiarnos” del cariño de los demás o utilizarlo para nuestra propia satisfacción, renunciar al consumismo injustificado,.. es tarea de cada día, y es muy difícil. Es vivir el “dejar por mí” poniendo el acento en el “por mí”, en lugar de en el “dejar”. Y eso nos toca a todos.