Ralph Waldo Emerson llama a las estrellas del cielo nocturno “mensajeras de belleza, que iluminan el universo con su asombrosa sonrisa” y opina que, si aparecieran durante una sola noche cada mil años, estaríamos de rodillas en adoración y alimentaríamos el recuerdo durante el resto de nuestras vidas. Pero, dado que se presentan cada noche, el milagro pasa mayormente inadvertido. Vemos la televisión en vez de eso.
Pero, no obstante su belleza, las deslumbrantes estrellas no son el milagro más sobresaliente que pasa inadvertido. Los milagros más grandes tienen que ver con la gratuidad, con el amor, con descongelar un alma, con el perdón. Nuestra gran pobreza es que éstos pasan mayormente inadvertidos. Hay cosas mucho más asombrosas que las estrellas por las que arrodillarnos en gratitud, y hay cosas más profundas y dignas de alimentar en el recuerdo que una noche iluminada por las estrellas.
El escritor belga de espiritualidad Benoit Standaert sugiere que el mayor milagro es “que lo libremente dado existe, que hay amor que hace un todo y que abraza lo que se ha perdido, que elige lo que había sido desechado, que perdona lo que ha sido encontrado culpable más allá de la apelación, que une lo que al parecer había sido desgarrado para siempre”.
El milagro más grande es que hay redención para todo aquello que hacemos mal. Hay redención de todo lo que hemos dejado de cumplir a causa de nuestra insuficiencia. Hay redención de nuestras heridas, de todo lo que nos ha dejado física, emocional y espiritualmente claudicantes y fríos. Hay redención de la injusticia, de la deslealtad que sufrimos y del daño que infligimos a otros a sabiendas o sin saber. Hay redención de nuestros errores, nuestros fallos morales, nuestras infidelidades, nuestros pecados. Hay redención de nuestras relaciones que se han hecho agrias, de nuestros matrimonios, familias y parientes que han sido apartados por la incomprensión, el odio, el egoísmo y la violencia. Hay redención del suicidio y el asesinato. Nada cae fuera del alcance del poder de Dios para perdonar, para resucitar y volver a hacerlo nuevo, fresco, inocente y gozoso.
Todas nuestras vidas, en mayor o menor grado, acaban incompletas, rotas, injustamente arrebatadas de nosotros y causantes de daño a otros por nuestra debilidad, infidelidades, pecado y malicia; y, no obstante, al fin, todo puede volver a estar limpio. Hay redención, nueva vida después de todos los caminos que hemos errado en este mundo. Y esa redención viene a través del perdón.
El perdón es el milagro mayor, el último milagro de todos, que, juntamente con la vida eterna, es el verdadero sentido de la resurrección de Jesús. Nada hay más divino, ni milagroso, que un momento de reconciliación, un momento de perdón.
Por esta razón, cuando los Evangelios relatan la resurrección de Jesús, su énfasis, una y otra vez, está en el perdón. De hecho, el Evangelio de Lucas no distingue el anuncio de la resurrección del anuncio del perdón de los pecados. Perdón y resurrección están intricadamente enlazados. Del mismo modo, en el Evangelio de Juan, en la primera aparición de la resurrección de Jesús a la comunidad reunida (con todos ellos escondidos dentro con las puertas cerradas con llave por miedo a los judíos) les da el poder de perdonar los pecados. El mensaje de la resurrección es que un cuerpo muerto puede ser levantado nuevamente de la tumba. Pero esto no sólo vale para nuestros cuerpos físicos, que mueren, sino vale también, especialmente, para los corazones que están helados y muertos por el desánimo, la amargura, la ira, la separación y el odio. El milagro de la resurrección consiste tanto en que se levanten a nueva vida las almas adormecidas, como en que se levanten a nueva vida los cuerpos muertos.
A pesar de estar casi abrumados por nuevos inventos, máquinas y artilugios de hoy día que hacen todo, incluso hablarnos, en verdad, vemos muy poco que eso sea genuinamente nuevo, que eso no sea la norma. Ciertamente, vemos que cada día nos vienen nuevas innovaciones tan rápidamente que tenemos dificultad de competir con los cambios que están trayendo. Pero, al fin, estas innovaciones no nos sorprenden realmente, al menos no a un nivel profundo, al nivel del alma, moralmente. Son simplemente más de lo que ya tenemos, extensiones de la vida ordinaria, nada sorprendente de verdad.
Pero cuando ves a una mujer perdonar a otra persona que de verdad le ha causado daño, estás viendo algo que no es normal, que es sorprendente. Estás viendo algo que no es simplemente otro ejemplo de cómo las cosas se despliegan naturalmente. Del mismo modo, cuando ves que la cercanía y el amor abren camino a un hombre que ha estado largo tiempo esclavo de un corazón amargo y airado, estás viendo algo que no es precisamente otro ejemplo de vida normal, de apertura ordinaria. Estás viendo novedad, redención, resurrección, perdón. El perdón es la única cosa nueva sobre nuestro planeta; todo lo demás es sólo más de lo mismo.
Y así, en las palabras de Benoit Standaert: “Toda vez que nos esforzamos en traer un poco más de paz por medio de la justicia aquí en la tierra y, de cualquier forma, cambiamos la tristeza en felicidad, sanamos corazones rotos o atendemos a los enfermos y los débiles, llegamos directamente a Dios, el Dios de la resurrección”.
El perdón es el milagro más asombroso que veremos o experimentaremos en la vida a este lado de la eternidad. Él, solo, contribuye a que sea posible el cielo… y la felicidad.
Pero, no obstante su belleza, las deslumbrantes estrellas no son el milagro más sobresaliente que pasa inadvertido. Los milagros más grandes tienen que ver con la gratuidad, con el amor, con descongelar un alma, con el perdón. Nuestra gran pobreza es que éstos pasan mayormente inadvertidos. Hay cosas mucho más asombrosas que las estrellas por las que arrodillarnos en gratitud, y hay cosas más profundas y dignas de alimentar en el recuerdo que una noche iluminada por las estrellas.
El escritor belga de espiritualidad Benoit Standaert sugiere que el mayor milagro es “que lo libremente dado existe, que hay amor que hace un todo y que abraza lo que se ha perdido, que elige lo que había sido desechado, que perdona lo que ha sido encontrado culpable más allá de la apelación, que une lo que al parecer había sido desgarrado para siempre”.
El milagro más grande es que hay redención para todo aquello que hacemos mal. Hay redención de todo lo que hemos dejado de cumplir a causa de nuestra insuficiencia. Hay redención de nuestras heridas, de todo lo que nos ha dejado física, emocional y espiritualmente claudicantes y fríos. Hay redención de la injusticia, de la deslealtad que sufrimos y del daño que infligimos a otros a sabiendas o sin saber. Hay redención de nuestros errores, nuestros fallos morales, nuestras infidelidades, nuestros pecados. Hay redención de nuestras relaciones que se han hecho agrias, de nuestros matrimonios, familias y parientes que han sido apartados por la incomprensión, el odio, el egoísmo y la violencia. Hay redención del suicidio y el asesinato. Nada cae fuera del alcance del poder de Dios para perdonar, para resucitar y volver a hacerlo nuevo, fresco, inocente y gozoso.
Todas nuestras vidas, en mayor o menor grado, acaban incompletas, rotas, injustamente arrebatadas de nosotros y causantes de daño a otros por nuestra debilidad, infidelidades, pecado y malicia; y, no obstante, al fin, todo puede volver a estar limpio. Hay redención, nueva vida después de todos los caminos que hemos errado en este mundo. Y esa redención viene a través del perdón.
El perdón es el milagro mayor, el último milagro de todos, que, juntamente con la vida eterna, es el verdadero sentido de la resurrección de Jesús. Nada hay más divino, ni milagroso, que un momento de reconciliación, un momento de perdón.
Por esta razón, cuando los Evangelios relatan la resurrección de Jesús, su énfasis, una y otra vez, está en el perdón. De hecho, el Evangelio de Lucas no distingue el anuncio de la resurrección del anuncio del perdón de los pecados. Perdón y resurrección están intricadamente enlazados. Del mismo modo, en el Evangelio de Juan, en la primera aparición de la resurrección de Jesús a la comunidad reunida (con todos ellos escondidos dentro con las puertas cerradas con llave por miedo a los judíos) les da el poder de perdonar los pecados. El mensaje de la resurrección es que un cuerpo muerto puede ser levantado nuevamente de la tumba. Pero esto no sólo vale para nuestros cuerpos físicos, que mueren, sino vale también, especialmente, para los corazones que están helados y muertos por el desánimo, la amargura, la ira, la separación y el odio. El milagro de la resurrección consiste tanto en que se levanten a nueva vida las almas adormecidas, como en que se levanten a nueva vida los cuerpos muertos.
A pesar de estar casi abrumados por nuevos inventos, máquinas y artilugios de hoy día que hacen todo, incluso hablarnos, en verdad, vemos muy poco que eso sea genuinamente nuevo, que eso no sea la norma. Ciertamente, vemos que cada día nos vienen nuevas innovaciones tan rápidamente que tenemos dificultad de competir con los cambios que están trayendo. Pero, al fin, estas innovaciones no nos sorprenden realmente, al menos no a un nivel profundo, al nivel del alma, moralmente. Son simplemente más de lo que ya tenemos, extensiones de la vida ordinaria, nada sorprendente de verdad.
Pero cuando ves a una mujer perdonar a otra persona que de verdad le ha causado daño, estás viendo algo que no es normal, que es sorprendente. Estás viendo algo que no es simplemente otro ejemplo de cómo las cosas se despliegan naturalmente. Del mismo modo, cuando ves que la cercanía y el amor abren camino a un hombre que ha estado largo tiempo esclavo de un corazón amargo y airado, estás viendo algo que no es precisamente otro ejemplo de vida normal, de apertura ordinaria. Estás viendo novedad, redención, resurrección, perdón. El perdón es la única cosa nueva sobre nuestro planeta; todo lo demás es sólo más de lo mismo.
Y así, en las palabras de Benoit Standaert: “Toda vez que nos esforzamos en traer un poco más de paz por medio de la justicia aquí en la tierra y, de cualquier forma, cambiamos la tristeza en felicidad, sanamos corazones rotos o atendemos a los enfermos y los débiles, llegamos directamente a Dios, el Dios de la resurrección”.
El perdón es el milagro más asombroso que veremos o experimentaremos en la vida a este lado de la eternidad. Él, solo, contribuye a que sea posible el cielo… y la felicidad.