'Veíamos cómo del fondo de la olla no dejaban de brotar granos de arroz'
Hace 69 años que Olivenza se estremeció con la multiplicación de granos que saciaron el hambre de decenas de bocas. Junto al milagro de los panes y los peces, es el único hecho de este tipo que ha reconocido el Vaticano.
«Veíamos cómo del fondo de la olla no dejaban de brotar granos de arroz condimentado. Era una olla pequeña de dos o tres litros y el arroz enseguida rebosaba; lo sacábamos y lo depositábamos en otras ollas más grandes, de esas de matanza de quince o veinte litros. Y volvíamos a la olla pequeña y del fondo seguía brotando arroz hasta que se volvía a llenar... No lo olvidaré jamás. Era prodigioso, la cosa más grande que yo he visto nunca y estaba sucediendo delante de muchas otras personas». Lo relata entusiasmado Francisco González, un ilustre vecino de Olivenza (Badajoz) que a sus 87 lucidísimos años recuerda, como si lo estuviera reviviendo, el «milagro» que presenció aquel 23 de enero de 1949 cuando era un mozalbete de 18. Aquel «maravilloso» episodio marcó para siempre a Francisco y a cuantos fueron testigos directos de la multiplicación de los granos de arroz para saciar el hambre de las familias más pobres del pueblo.
Como Fernanda Blasco que también estaba allí para contarlo. A sus 94 años Fernanda, toda una institución en Olivenza, cuenta sin perder detalle lo que sucedió aquel domingo en el Hogar de Nazaret, la actual casa parroquial, una institución benéfica que montó el entonces cura del pueblo. Se llamaba don Luis Zambrano y era un hombre muy caritativo y preocupado por la hambruna que se vivía en plena posguerra en las zonas rurales. El sacerdote se las ingenió para que los niños tuvieran al menos un plato caliente con que llenar el estómago, pero se dio cuenta de que también había muchos padres y madres que no tenían qué comer. Entonces pidió a las familias más pudientes que echaran una mano y los domingos llevaran alimentos al Hogar de Nazaret. Pero ese domingo la familia de turno no apareció y se encontraron con decenas de bocas hambrientas y apenas «tres cazones» de arroz que Leandra Rebollo, la cocinera de la institución, decidió calentar «en una olla pequeñita» para que por lo menos pudiera comer una familia. Leandra, la cocinera, echó los puñados de arroz en la olla mientras decía ‘Ay, beato, y tus pobres sin comida’, invocando al Beato Juan Macías, al que tenía devoción por ser de su pueblo, Ribera del Fresno.
«Entonces», rememora Fernanda, «la cocinera se fue a hacer otras cosas y al volver vio que la olla rebosaba de arroz y sin salirse. Enseguida nos avisaron y allí estuvimos presenciando lo que era un hecho extraordinario». La nonagenaria mujer habla del lance como si lo estuviera contemplando de nuevo. «Veíamos cómo brotaba el arroz condimentado del fondo de la olla y que se llenaba una y otra vez».
–¿Creyó que era una broma?
–Yo no vi el arroz que se echó al principio, pero al empezar a vaciar la olla para ir llenando las vasijas para los niños y mayores, veíamos cómo del fondo de la olla empezaban a brotar otra vez granos de arroz condimentado hasta que se llenó otra vez. Terminaron de comer los niños hasta saciarse y trajeron algunas ollas grandes de matanza que se llenaron con el arroz que brotaba de la olla pequeña que estaba en la hornilla que tampoco hizo falta alimentar con carbón vegetal durante todas las horas que obró el milagro, desde la una hasta las cinco de la tarde en que llegaron diciendo que ya no había más casas a las que llevar arroz, que ya habían comido todos. El milagro lo vio todo el mundo que quiso.
«El arroz no dejaba de brotar del fondo de la olla... ¡no lo olvidaré en mi vida!»
Francisco González se enorgullece de ser uno de aquellos privilegiados. «Yo lo probé y estaba bueno. El arroz salía ya condimentado de la olla pequeña. Aquello duró cuatro horas, hasta que el cura decidió retirar la cazuela porque todos habían comido».
El boca a boca extendió el milagro por toda la comarca y el Vaticano empezó a hacer sus propias averiguaciones si bien, como la Iglesia se toma su tiempo para estas cosas, el tribunal eclesiástico no se formó en el Obispado de Badajoz hasta 1961. Desfilaron 22 testigos y el canónigo de la Catedral de Badajoz actuó como ‘abogado del diablo’ de la causa. Los declarantes juraron su testimonio sobre los Evangelios y bajo pena de excomunión. Todos defendieron con convicción la tesis del milagro. Trece años después, en 1974, el Vaticano lo certificó como tal, y el entonces Papa Pablo VI canonizó al Beato Juan Macías el 28 de septiembre de 1975. Desde la multiplicación bíblica de los panes y los peces no se tiene constancia de ninguna multiplicación de alimentos reconocida por el Vaticano, salvo la de Olivenza. «Creemos que este episodio no es suficientemente conocido y queremos potenciarlo porque aún hay gente viva que fue testigo del mismo. Fuente / hoy.es
1) La herida de la vida: La vida humana es un camino de búsquedas. Las impulsan las necesidades y los deseos. Estamos hechos para la salida y el encuentro, para la relación. Y no cualquier tipo de relación, sino aquella que hace experimentar la unidad. Hecha de intimidad y de libertad, la unidad conyugal (serán los dos una sola carne) saca a cada uno de las mazmorras de la soledad, realiza la complementariedad y el encuentro de una manera excelente.
La herida que tenemos que curar es la del sinsentido. El sentido de la vida está siempre amenazado por la presencia del mal, del dolor, de la injusticia y de la muerte. ¿Cómo afirmar el sentido espléndido de la vida frente al poder del dolor y de la muerte que la amenaza? Es imposible vivir y no sentir la fragilidad, la precariedad humana. Son los poros de nuestra finitud y contingencia. Y no hay seguros de vida contra la caducidad. Y eso que hay muchos momentos en los que queremos detener el tiempo.
Por más que lo pretenda, tampoco la relación conyugal puede asegurar la propia vida. Está compuesta de química y de ternura, de sensualidad y de imaginación, de donación y recepción. La dinámica del amor conyugal lleva a confesar: te necesito. Te amo. Necesito que tú vivas. Los hijos nos necesitan como padres. Pero… Es cierto que hay remedios que ayudan a cicatrizar. En el fondo, sin embargo, todos sabemos que la herida de la vida es incurable.
2) La herida de la muerte: Desde que nacemos llevamos la fecha de caducidad inscrita en la palma de nuestras manos. Es un tatuaje indeleble. Somos mortales toda nuestra vida. Aspiramos profundamente a la unidad, a la pervivencia. Y sufrimos la incomunicación, la ruptura, la separación. La dinámica del amor matrimonial es una lucha contra la muerte. Se expresa con fuerza en la tendencia a la procreación. Tiene mucho atractivo el perpetuar el apellido. Es una forma de no morir del todo. El clamor de la vida a través de la cadena de las generaciones grita con fuerza en la sangre. Y es que “a la vida le gusta la vida”. Es verdad, sin embargo, que aun en los momentos de mayor generatividad y expansión, somos peregrinos de la vida, heridos de muerte. Y estamos en la cuenta atrás. No hay privilegios ante la muerte. Ella no tiene en cuenta el estrago que hace en la relación del matrimonio enamorado. No atiende a protestas.
3) La herida del amor: La dinámica del amor y del deseo pide que el amado no se muera nunca. Necesito que viva. La herida del amor se expresa en forma de eros, de filia, de posesión y donación. El amor humano aspira a la experiencia del agape, amor incondicional. Ansía ser amor perdurable. Queremos un amor a prueba del desgaste; pero también el amor está sometido al paso demoledor del tiempo cronológico y del tiempo personal. Cierto es que amar a alguien es decirle: es bueno que tú existas. Cuando quieres realmente a alguien lo afirmas y lo confirmas. Pero el amor conyugal, con toda la belleza y la energía que irradia, no es capaz de curar la herida de la soledad personal. Nacemos solos y morimos solos. Incluso los enamorados y los casados. Ellos saben bien: el auténtico amor es un grito de resurrección. Bonifacio Fernandez, cmf - Martes, 16 de enero de 2018 @ciudadredonda