Santa Ana y San Joaquín, Padres de la Virgen María. 26 de julio.

Sobre Joaquín y Ana, padres de María, no hay referencias en la Biblia y no hay informaciones verídicas; las que nos han llegado hoy se derivan de textos apócrifos como el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio del pseudo-Mateo, así como de la tradición.

La descendencia, signo del amor de Dios

Ana parece haber sido hija de Achar y hermana de Esmeria, quien fuera madre de Isabel y por lo tanto abuela de Juan el Bautista. Joaquín es descrito como un hombre virtuoso y muy rico del linaje de David, que solía ofrecer una parte de las ganancias de sus bienes al pueblo y una parte en sacrificio a Dios. Ambos viven en Jerusalén. Casados, Joaquín y Ana no tienen hijos por veinte años. No generar descendencia, para los judíos en aquel tiempo era una señal de la falta de bendición y favor de Dios; por lo tanto, un día, al llevar sus ofrendas al Templo, Joaquín es increpado por un tal Rubén (tal vez un sacerdote o un escriba): indigno por no haber procreado, de hecho, según él no tiene derecho a presentar sus ofrendas. Joaquín, humillado y escandalizado por esas palabras, decide retirarse al desierto y durante cuarenta días y cuarenta noches implora a Dios, entre lágrimas y ayunos, que le dé una descendencia. Ana también pasó días en oración pidiendo a Dios la gracia de la maternidad.

El anuncio del nacimiento de María

Las súplicas de Joaquín y Ana son escuchadas en el cielo; por lo que un ángel se les aparece por separado y les advierte que están a punto de convertirse en padres. El encuentro de los dos en la puerta de la casa de ambos, después del anuncio, se enriquece con detalles legendarios. El beso que la pareja de esposos intercambia fue dado ante la Puerta de Oro de Jerusalén, el lugar donde, según la tradición judía, se manifestó la presencia divina y el advenimiento del Mesías.

Se amplía aún la iconografía de este beso frente a la famosa puerta que los cristianos creen que es por la que Jesús hizo su entrada en la Ciudad Santa el Domingo de Ramos. Meses después del regreso de Joaquín, Ana da a luz a María. La niña es criada en el cuidado amoroso de su padre y de su madre, en la casa que estaba ubicada cerca de la Piscina de Bethesda. Allí, en el siglo XII, los cruzados construyeron una iglesia, todavía existente, dedicada a Ana, que educó a su hija en las artes domésticas.

El culto

Cuando María cumple 3 años, para dar gracias a Dios, Joaquín y Ana la presentan en el Templo para consagrarla al servicio del mismo Templo, como habían prometido en sus oraciones. Los apócrifos no informan nada más sobre Joaquín, mientras que sobre Ana dicen que vivió hasta los 80 años de edad. Sus reliquias fueron guardadas durante mucho tiempo en Tierra Santa, luego trasladadas a Francia y enterradas en una capilla excavada bajo la catedral de Apt. Su descubrimiento e identificación serían acompañados más tarde por algunos milagros. El culto a los abuelos de Jesús se desarrolló primero en Oriente, luego en Occidente y a lo largo de los siglos la Iglesia los ha recordado en diferentes fechas. En 1481, el Papa Sixto IV introdujo la fiesta de Santa Ana en el Breviario Romano, fijando la fecha de la memoria litúrgica en el 26 de julio, transmitida como día de la muerte. En 1584, Gregorio XIII introdujo la celebración litúrgica de Santa Ana en el Misal Romano, extendiéndola a toda la Iglesia. En 1510, sin embargo, fue Julio II quien introdujo la memoria de San Joaquín en el calendario litúrgico el 20 de marzo, que fue trasladado varias veces a lo largo de los siguientes siglos. Con la reforma litúrgica que siguió al Concilio Vaticano II en 1969, los padres de María fueron "reunidos" en una sola celebración el 26 de julio. Fuente: Vatican News

Fiesta de Santiago. Patrón de España.

Fiesta de Santiago

Apóstol / Siguió a Jesús / Resucitó el Señor
Evangelizador de España / Protomártir de los Apóstoles
Traslado de sus restos



El origen del primer itinerario cultural de Europa, el Camino de Santiago, está en Oviedo donde nació de la mano del rey Alfonso II el Casto, considerado el primer peregrino desde que en el año 834 fue hasta la localidad gallega, avisado por el obispo Teodomiro del “descubrimiento” de la tumba del apóstol.

Guardar el “Sabbath”. Artículo.

El místico sufí Rumi lamentaba en una ocasión: He vivido demasiado tiempo donde puedo ser localizado. Esto fue escrito hace doce siglos, mucho antes de los teléfonos móviles, internet, los ordenadores y los medios sociales. Hoy, casi todos nosotros vivimos donde podemos ser localizado en cualquier momento. Aunque esto tiene inmensas ventajas, tiene también un desagradable aspecto negativo que hemos tardado en reconocer. No ser nunca capaces de huir de nuestras preocupaciones y ocupaciones está alterando nuestra salud mental. Muchos de nosotros encuentran difícil huir, suspender las actividades, descansar, cobrar nuevas fuerzas. Para expresar esto en lenguaje bíblico, estamos encontrando más y más dificultad para tener el “Sabbath” en nuestras vidas.

Tenemos un mandamiento recibido de Dios: Acuérdate de guardar el Sabbath como día santo. Pienso que todos podemos estar de acuerdo en que este mandamiento ha caído hoy en tiempos adversos. No es sólo el hecho de que cada vez vaya menos gente a sus iglesias el domingo, ni que cada vez más tiendas y negocios estén abiertos el domingo, ni que los acontecimientos deportivos ocupen ahora mucho del espacio del Sabbath antes reservado para la religión. El problema más profundo es que cada vez hay más entre nosotros que ya no frenamos nuestras vidas, ni apagamos las máquinas de comunicación, ni huimos de la tensión y preocupaciones de nuestras vidas, ni simplemente paramos y descansamos.

Vivimos donde siempre podemos ser localizados, y hemos perdido en gran parte la noción del Sabbath en nuestras vidas. Ahora estamos discurriendo un mandamiento para guardar el Sabbath como día santo a modo de una idealizada propuesta de estilo de vida: Útil, si puedes encontrar el tiempo de hacerlo.

Con esto en cuenta, ofrezco diez consejos para practicar hoy el Sabbath.

1.- Practica el Sabbath con la disciplina que exige un mandamiento, incluso como practicas la disciplina de la vida y el deber.

2.- Ten por lo menos un momento de Sabbath cada día. Date algo para esperar con agrado cada día. El Sabbath no tiene que ser necesariamente un día; puede ser una hora especial, un momento peculiar en el que te sales de la cinta de correr y tratas de hacer algo que te guste.

3.- Vete cada semana a algún lugar donde no puedas ser localizado, y ten un “Sabbath cibernético”. Una vez a la semana, desconecta todas tus comunicaciones electrónicas durante seis horas o, aun mejor, durante doce horas. Vete a un lugar donde, a no ser por una emergencia, dejes de estar disponible. Podrías encontrar en esto la disciplina más dura de todas, y quizás la más importante.

4.- Honra la “sabiduría del letargo”. Haz algo regularmente que resulte no-pragmático. Los labradores saben que no se puede sembrar un campo continuamente y, aun así, lograr una buena cosecha. Los campos requieren estaciones regulares durante las que descansen en barbecho de modo que puedan (en esa aparente situación de letargo) empaparse de los nutrientes y otros elementos que necesitan para producir. El cuerpo humano y la mente son idénticos. Regularmente, necesitamos periodos de letargo en los que nuestras energías descansen en barbecho para el mundo programático.

5.- Ora y medita con regularidad de alguna manera. Existe una sola regla y un consejo para esto: ¡Hazlo! Déjate ver regularmente, y lo que tenga que suceder, sucederá. Esta es una manera más importante de que salgamos de la cinta de correr y tengamos algo de Sabbath en nuestras vidas.

6.- Estate atento a los niños pequeños, a las persona ancianas y al tiempo atmosférico. El Sabbath tiene por objeto restituir la admiración a nuestras vidas, y hoy la admiración ha abandonado el edificio. Así, como dice el poeta John Shea, pide a los niños la capacidad de admirarte. Es uno de los pocos ámbitos donde aún podemos encontrarla. Igualmente, el tiempo pasado con las personas ancianas puede ayudar a darnos una perspectiva más saludable sobre la vida. También, ¿cuándo fue la última vez que observaste el tiempo atmosférico como fuente de admiración?

7.- Vive de acuerdo con el axioma: “Si no es ahora, ¿cuándo? Si no es aquí, ¿dónde? Si no con esta gente, ¿con quién? Si no es por Dios, ¿por qué?  Pasamos el noventa y ocho por ciento de nuestras vidas esperando que nos suceda algo más. Ten algunos momentos en los que te des cuenta de que aquello que estás esperando ya está aquí.

8.- Permite también a tu cuerpo saber que es Sabbath. El Sabbat no sólo se proyecta al alma sino también al cuerpo. Haz a tu cuerpo un regalo sabático, al menos una vez por semana.

9.- Da prioridad a la familia y las relaciones. Después de todo, la vida se concreta en familia, amistad y relaciones, una verdad fácilmente eclipsada y perdida en las presiones de nuestras aceleradas vidas. El Sabbath significa situarnos de nuevo en esa verdad, al menos una vez por semana.

10.- No alimentes rencores ni obsesiones. Nuestra fatiga más profunda no es el resultado de un trabajo excesivo, sino de las heridas, rencores y obsesiones que alimentamos. La invitación a descansar durante un día incluye, especialmente, la invitación a dejar marchar nuestras lesiones. Por cierto, la noción de plazo de prescripción está basado en el concepto judeocristiano del Sabbath. Por cada rencor que alimentamos, existe un plazo de prescripción.

Dios nos concedió el Sábado para nuestra salud y nuestro disfrute. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org

Conmemoración de Santa María Magdalena. 22 de julio.

El amor de María de Magdala no muere bajo la cruz. Jesús le había devuelto la vida en plenitud y desde aquel momento ella había vivido para Él.

Tras la hora trágica del Viernes Santo, María permanece fiel a aquella entrega absoluta, obstinadamente consagrada a la búsqueda de Aquel a quien ama. Nada puede apartarla de su objetivo: ni siquiera el  descubrimiento de la tumba vacía.

Esta mujer es figura de la Iglesia-esposa y de toda alma que busca a Cristo y no tiene otra cosa para ofrecer que las lágrimas del amor. El Señor se deja encontrar por quien le busca de este modo. Resucitado y vivo, se acerca a quien sabe permanecer en la soledad junto al misterio incomprensible. Sin embargo, sólo podemos reconocerle cuando nos llama por nuestro nombre y nos hace sentir que nos conoce hasta el fondo.

Este mismo conocimiento de amor no está destinado a una satisfacción personal, sino que es un don que nos hace testigos ante los hermanos a fin de llevar a todos el anuncio pascual, la alegría verdadera, una vida nueva transfigurada por el encuentro con el Señor. 

Como toda figura evangélica, también María Magdalena es tipo del discípulo de Cristo. En ella vemos el luminoso testimonio de quien, perseverando en la búsqueda de Dios, aunque sea en la oscuridad  de la fe y en la prueba de la esperanza, encuentra por fin a Aquel a quien ama o, mejor aún, es encontrado por él.

En efecto, Cristo, el buen pastor, es desde siempre el primero en buscarnos y permanece esperándonos. Espera que el deseo del corazón se purifique, se vuelva ardiente y consuma con su fuego toda la escoria que hay en nosotros. Espera que nuestros ojos se vuelvan capaces de reconocerle en quien nos rodea, y nos vuelva atentos a su voz, una voz que siempre nos llama por nuestro nombre. También nosotros, como María Magdalena, exultaremos de alegría ante su presencia, que nunca es asible, sino poseída o prevista. Sólo quien ha conocido la larga noche de la espera y del deseo puede convertirse en testigo creíble entre los hermanos de una fe que no es vana. 

Santa María Magdalena, viniste a Cristo, fuente de misericordia, derramando muchas lágrimas: tenías una sed ardiente de él y fuiste abundantemente saciada. Fue él quien, siendo pecadora, te justificó; fue él quien, en tu dolor tan amargo, te consoló dulcemente. Ardiente enamorada de Dios, en mi timidez, vengo a implorarte a ti, que eres bienaventurada; yo, que vivo en mi oscuridad, a ti, que eres luminosa; yo, que soy pecador, a ti, que has sido justificada: acuérdate, en tu bondad, de lo que fuiste y de la necesidad de misericordia que tuviste. Obtenme la compunción del ánimo puro, las lágrimas de la humildad, el deseo de la patria celestial. Me sirve de ayuda la familiaridad de vida que tuviste y sigues teniendo aún con la fuente de la misericordia. Hazme llegar a ella, a fin de que pueda lavar mis pecados; dame de beber de ella, para que quede saciada mi sed (Anselmo de Canterbury, Orazioni e meditazioni, Milán 1997, pp. 381-383, passim).


María ha buscado, aunque en vano. Sin embargo, no se da por vencida y acaba encontrando: su esfuerzo se ve coronado al fin por el éxito.

En qué momentos buscamos al Amado? Le buscamos en las noches [...]. Por qué llega Dios así, con retraso? Para permitirnos estrecharlo con más fuerza en el momento de su venida. El deseo no es auténtico si el tiempo consigue debilitarlo. Demuestra poseer un amor ardiente quien desiste del compromiso sólo cuando ha obtenido la victoria.

El ser que no busca el rostro del Creador permanece insensible, triste y frío. Quien desea ardientemente buscar a aquel a quien ama vive de u n ardiente amor; la falta de su Señor le vuelve inquieto, y las alegrías que ayer encantaban a su espíritu, hoy le parecen odiosas. La herrumbre del pecado se disuelve y su espíritu, encendido como oro, recupera en la llama el esplendor que el tiempo había ofuscado (Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio XXV, 2-5, passim).

 

"A quién buscas?" La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros.

María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y de nuestros miedos, para no engañarnos dando vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo.

Esta actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide con el mismo itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores (A. M. Cánopi, Nel mistero della gratuita, Milán 1998, p. 21 ss). Fuente: santaclaradeestella.es.


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Muchas mujeres...Solo Jesús podía romper tantos prejuicios y barreras.


Andaban como ovejas sin pastor

 



Domingo XVI tiempo ordinario


De vuelta de la misión, los discípulos se reúnen en torno a Jesús y le informan sobre la actividad que han desarrollado. A ejemplo suyo han realizado obras (curaciones, exorcismos) y han enseñado (v. 30). La invitación que les dirige Jesús a retirarse a un lugar solitario,  alejado de la muchedumbre, calca las retiradas nocturnas del Maestro después de sus intensas jornadas (cf. Me 1,35), pero introduce asimismo el contexto del episodio que viene a continuación: la multiplicación de los panes (6,35-44). La muchedumbre llega incluso antes que la barca de los discípulos a la orilla a donde se dirigía y se presenta a la mirada de Jesús como un rebaño perdido por carecer de pastor (v. 34a).

Esta imagen, que ya es clásica en la Biblia para designar al pueblo de Dios, sugiere que él, Jesús, es el verdadero pastor: él es quien asume directamente la guía del rebaño descuidado por los que estaban encargados de apacentarlo. Su conmoción es la misma de YHWH, bueno y piadoso (Ex 34,6), cuyas vísceras se estremecen de ternura por Israel. Jesús es guía del pueblo antes que nada por la Palabra que introduce en la comprensión del misterio del Reino: "Se puso a enseñarles muchas cosas" (v. 34b).


 



Sagrado permiso para estar en agonía. Artículo.

Vivimos esta vida “gimiendo y llorando en un valle de lágrimas”. Esto era parte de una oración que mis padres rezaban cada día de su vida adulta, como hacían muchos otros de su generación. A la luz de las sensibilidades contemporáneas (y las espiritualidades unilaterales), esto podría sonar a morboso. ¿Debemos entender nuestras vidas como un período de pesadumbre en un mundo que no puede transmitir felicidad? ¿Es esto de hecho lo que Dios quiere de nosotros?

Tomado sin matices, esto puede resultar verdaderamente morboso. Dios no nos puso en este mundo para sufrir y así ir al cielo. No. Dios es un padre bueno. Los padres buenos traen hijos a este mundo con el deseo de que prosperen y encuentren la felicidad. Así pues, ¿cómo puede nuestra fe cristiana pedirnos que comprendamos eso de estar gimiendo y llorando en un valle de lágrimas?

A mis padres, esa frase les reportaba un cierto consuelo, a saber, que sus vidas no tenían que transmitir la sinfonía completa, el cielo en ese preciso momento. Les daba sagrado permiso para aceptar que en la vida habría desánimos, sufrimientos, pobreza, enfermedad, desastres, sueños frustrados, pesares, incomprensiones y muerte. Nunca ansiaron entender que es normal experimentar dolor y desánimo. Paradójicamente, al aceptar esta limitación, fueron capaces de permitirse gozar completamente y sin culpa de los buenos momentos de la vida.

Mi temor es que no estemos equipándonos a nosotros mismos ni a la siguiente generación con las herramientas necesarias para afrontar la frustración, el desánimo y los pesares sin derrumbarnos en la fe (y a veces también en la mente y en el cuerpo). Hoy, para la mayoría, nuestra expectación normal es que no deberíamos estar gimiendo y llorando, sino más bien que la vida debería transmitirnos una sinfonía completa. Ya no sentimos que tenemos sagrado permiso para llorar.

La espiritualidad que hoy aspiramos de nuestras iglesias, de los teólogos y de los escritores espirituales tiene muchos puntos fuertes (como también la que aspiraron mis padres tenía sus debilidades). Pero, en mi opinión, por lo general, hoy las espiritualidades no dejan suficiente espacio para sentir el dolor, una laguna compartida por casi todo el mundo secular.

No estamos ofreciendo suficiente espacio para ese sentimiento del dolor, ni en nuestras iglesias ni en nuestras vidas. No estamos dando a la gente las herramientas que necesita para afrontar la frustración, la pérdida y el dolor, ni cómo dolerse cuando está afectada por ellos. Fuera de nuestros rituales funerarios, ofrecemos poco lugar para sentir el dolor. Y aun peor, tendemos a dar la impresión de que, si derramamos lágrimas, hacemos algo improcedente en nuestras vidas. ¿Cuál es el lugar y el valor de ese profundo dolor?

Primero, como explica poéticamente Karl Rahner, es una manera de aceptar que en el tormento de la insuficiencia de todo lo accesible, en definitiva aprendemos que aquí, en esta vida, no existe ninguna sinfonía acabada. La aflicción es también, como escribe Rachel Naomi Remen, una manera crítica de cuidado de sí mismo. No lamentarse -expone ella- es  una negación de nuestra propia totalidad. La gente se destruye porque no se aflige. La novelista británica Anita Brookner repite un particular pensamiento en varios de sus libros. Comentando  sobre el matrimonio, sugiere que la primera tarea de un matrimonio es que la pareja se consuele el uno al otro porque no pueden desilusionarse mutuamente.

Mis padres no habían leído a Karl Rahner, ni a Rachel Naomi Remen, ni a Anita Brookner; pero, en su oración diaria, se recordaban mutuamente que en esta vida no existe ninguna sinfonía acabada, que el sentimiento del dolor es un saludable cuidado de sí mismo y que consuela el hecho de aceptar que ninguno de ellos podría nunca ser suficiente para el otro, ya que solo Dios puede proporcionar eso.

¿De qué necesitamos lamentarnos? De nuestra condición humana y de todo lo que nos viene con ella, a saber: la inestabilidad, la pérdida de nuestra juventud, el quebranto de nuestro cuerpo joven, las heridas, las traiciones, los sueños frustrados, los pesares, la ausencia de nuestros seres queridos, la muerte de nuestras lunas de miel, el discurrir constante de personas a lo largo de nuestras vidas, los lugares e instituciones después desaparecidos, nuestra incapacidad de no desanimar a los otros, el derrumbe de nuestra salud y nuestras eventuales muertes: eso es de lo que necesitamos lamentarnos.

¿Y cómo nos lamentamos? Jesús nos dio un ejemplo para esto cuando sintió aflicción en el huerto de Getsemaní. ¿Qué hizo cuando, como dicen los Evangelios, se rebajó a “sudar sangre” cuando se enfrentó a su propia muerte inminente? Oró, oró una plegaria que expresaba abierta y honradamente su agonía, que reconocía su distancia de los demás en este sufrimiento, que experimentaba su propia impotencia por hacer algo con el fin de cambiar la situación, que repetidamente pedía a Dios que modificara las cosas, pero que expresaba una confianza en Dios a pesar de la oscuridad del momento. Esa es la manera como Jesús se lamentó.

Si Jesús se lamentó, también nosotros debemos hacerlo. El discípulo nunca es superior al maestro. Además, podemos aprender de Jesús que gemir y llorar en nuestras vidas no significan necesariamente que algo vaya mal. Podría muy bien significar que este es el lugar donde debemos estar.

Tenemos sagrado permiso para estar a veces en agonía.  Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org Artículo original en Inglés.

Nuestra Señora del Carmen, patrona del purgatorio.

La devoción a la Virgen del Carmen está íntimamente ligada a las ánimas benditas del purgatorio, de donde María es Reina y protectora. Es por tanto una devoción muy llena de caridad fraterna, ya que honrando a la Madre del Carmen nos acercamos con cariño a todas esas almas, ya salvadas, que están en camino a la plenitud de la Gloria. Amando pues a las benditas ánimas, agradamos mucho a la Virgen María que las visita y seguramente acorta también su tiempo de llegada al Cielo. Pero vamos a repasar los fundamentos de todo esto:
¿Qué es el purgatorio?: Es el estado intermedio entre la tierra y el cielo, donde van las almas seguras ya de su salvación pero que no están del todo purificadas en sus corazones aunque ya han sido perdonadas por Dios de sus pecados. El purgatorio es un regalo de la misericordia divina, ya que ningún alma con impurezas puede ser del todo feliz en la eternidad junto a Dios.
¿Se puede dudar o negar la existencia del purgatorio?: No se puede dudar ni menos aún negar. Es Dogma de fe que, como todo dogma, tiene fundamento en la Biblia y concretamente en 2 Macabeos 12, 43-46. No es tema opinable sino que pertenece al depósito de la fe.
¿Quiénes van al purgatorio?: Creemos que la inmensa mayoría de las personas van al purgatorio, pues pocos son los que mueren perfectamente purificados, y por otro lado esperamos que sean pocos los que se condenen al infierno porque Dios en su infinito amor trata de suscitar la conversión hasta el último momento de la vida. No obstante no debemos jugar con la misericordia de Dios y asumir que Dios nos da una libertad que Él mismo respeta incluso para los que se obstinen en el pecado. Algunos santos con revelaciones particulares han “visto” el purgatorio con millones de almas y a la vez el infierno con algunas pero
 con un perfil común: eran pecadores obstinados y no creían en la existencia del infierno.
¿Qué es el “sufrimiento gozoso” del purgatorio?: El sufrimiento es de carácter moral, y consiste en revisar toda la vida personal dándose cuenta, desde la mirada de Dios, de la maldad de cada pecado que no ha sido del todo purificado en la conciencia. El purgatorio destruye la subjetividad moral y nos hace comprender el efecto del pecado delante del amor de Dios ofendido. Y también del efecto que causó en el prójimo. La imposibilidad de “volver” a la tierra a remediarlo, y sobre todo la visión del Corazón de Cristo ofendido, causan un tremendo dolor en el alma. El “tiempo” de estar en el purgatorio es decidido por cada alma al ver su pecado, y se acorta por las oraciones de los que vivimos en la tierra. El gozo del purgatorio es la seguridad de estar salvado, y las oraciones que llegan desde la tierra.
¿Cómo amar a las benditas ánimas?: Pues rezando por ellas, aplicando la Misa, comulgando en gracia de Dios tras haber confesado, ofreciendo por ellas los sufrimientos físicos que tengamos…., y de ese modo agradamos y honramos a la Virgen María Reina del Purgatorio en su advocación del Carmen.
Que grabemos en nuestros corazones una constante oración por las almas del purgatorio, y ellas nos devolverán con sus oraciones en un raudal de infinitas gracias que se intercambian entre el Cielo y la tierra. Fuente

Ellos salieron a predicar la conversión

 


Domingo XV  tiempo ordinario


Tras la resistencia que había encontrado en Nazaret a causa de la incredulidad de sus habitantes, prosigue Jesús su actividad de anunciador del Reino de Dios (cf. Me 1,15); más aún, la prolonga asociando también a los Doce a esta misión. El evangelista ya había señalado que, entre los discípulos, Jesús "designó entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios" (3,14-15).

Éste es el segundo aspecto de la vida del discípulo: el de misionero, que ahora cuenta Marcos. Es Jesús quien toma la iniciativa y quien dicta las condiciones en que deben desarrollar la misión. Hace partícipes a los enviados de su mismo poder para que prosigan su obra. Ésta consiste, esencialmente, en anunciar el alegre mensaje (el Reino de Dios está presente y es urgente convertirse), en luchar contra el maligno, en realizar curaciones como signos probatorios de la Palabra proclamada y como primicias del mismo Reino (vv. 7 y 12ss).

La sobriedad que caracteriza el estilo de vida del misionero en el vestido y en el alimento forma parte integrante del anuncio (vv. 8ss): proclama la confianza en la Palabra que le ha enviado, cuyo valor está por encima de cualquier tipo de riqueza. A ella debe consagrarse enteramente el misionero, y es algo que debe ser evidente a simple vista. Esta misma Palabra hará que encuentren hostilidad y rechazo: lo mismo le sucedió al Maestro (cf. 6,1-6a) y a su precursor (cf. 6,17-28).

Por otra parte, Jesús envía a los discípulos confiándoles el cumplimiento de una misión, sin garantizar su éxito inmediato. El compañero que tiene cada uno (v. 7b) se convierte al mismo tiempo en garante de la verdad del anuncio y apoyo en las dificultades.

 



La oración es más necesaria justo cuando parece más inútil. Artículo.

La oración es más necesaria justo cuando parece más inútil». Michael J. Buckley, uno de los principales mentores espirituales de mi vida, escribió esas palabras. ¿Qué quiere decir con ellas?

Ante tantos problemas podemos tener la sensación de que rezar por ellos es inútil. Por ejemplo, ante el desánimo y la impotencia que sentimos ante algunos de los megaproblemas de nuestro mundo, es fácil sentir que rezar por ellos es inútil. ¿De qué servirá mi oración ante las guerras que asolan distintas partes del mundo? ¿Qué valor tiene mi oración ante la injusticia, el hambre, el racismo y el sexismo? ¿Qué hará mi oración ante las divisiones y el odio que dividen ahora a nuestras comunidades? Es fácil pensar que rezar por estas situaciones es inútil.

Lo mismo ocurre con el valor de la oración cuando nos aquejan enfermedades graves. ¿Conseguirá la oración curar a un enfermo de cáncer terminal? ¿Esperamos realmente una curación milagrosa? La mayoría de las veces, no, pero seguimos rezando a pesar de tener la sensación de que nuestra oración no va a cambiar la situación. ¿Por qué?

¿Por qué rezar cuando parece inútil hacerlo? Los teólogos y escritores espirituales nos han dado varias perspectivas sobre esto que son útiles, aunque no adecuadas. La oración, dicen, no pretende cambiar la mente de Dios, sino cambiar la mente de la persona que reza. No rezamos para poner a Dios de nuestra parte; rezamos para ponernos nosotros de parte de Dios. Además, nos han enseñado que la razón por la que podría parecer que Dios no responde a nuestras oraciones es que Dios, como un padre amoroso, sabe lo que es bueno para nosotros y responde a nuestras oraciones dándonos lo que realmente necesitamos en lugar de lo que ingenuamente queremos. C.S. Lewis dijo una vez que pasaremos mucho tiempo en la eternidad dando gracias a Dios por aquellas oraciones que Dios no respondió.

Todo esto es cierto e importante. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. La fe nos pide que demos a Dios el espacio y el tiempo necesarios para ser Dios, sin tener que ajustarse a nuestras limitadísimas expectativas y a nuestra habitual impaciencia. De hecho, podemos estar agradecidos de que Dios no responda a muchas de nuestras oraciones de acuerdo con nuestras expectativas.

Pero aun así, aun así… cuando Jesús nos invitó a rezar, no lo hizo con una advertencia: pero tenéis que pedir las cosas correctas si esperáis que responda a vuestra oración. No, simplemente dijo: Pedid y recibiréis. También dijo que algunos demonios sólo se expulsan mediante la oración y el ayuno.

Entonces, ¿cómo podrían ser expulsados mediante la oración los demonios de la violencia, la división, el odio, la guerra, el hambre, el calentamiento global, la hambruna, el racismo, el sexismo, el cáncer, las enfermedades cardíacas, etc.? ¿Qué utilidad práctica tiene la oración ante estos problemas?

En resumen, la oración no sólo cambia a la persona que reza, sino también la situación. Cuando rezas, formas parte de la situación por la que rezas. La oración sincera te ayuda a convertirte en el cambio que pides. Por ejemplo, rezar por la paz te ayuda a calmar tu propio corazón y a traer un corazón más pacífico al mundo.

Aunque esto es cierto, también hay una realidad más profunda en juego. Más profundamente, cuando rezamos ocurre algo que va más allá de cómo imaginamos normalmente la simple interacción entre causa y efecto. Al cambiar nosotros mismos estamos cambiando la situación; sí, pero de una manera más profunda de lo que normalmente imaginamos.

Como cristianos, creemos que formamos parte de un cuerpo, el Cuerpo de Cristo, y que nuestra unión allí con los demás es algo más que una comunidad corporativa idealizada. Más bien, formamos parte de un organismo vivo en el que cada parte afecta a todas las demás, como en un cuerpo físico. Por eso, para nosotros no existen los actos privados, buenos o malos. Dudo en sugerir que esto es análogo al sistema inmunitario dentro del cuerpo humano porque es más que una analogía. Es real, orgánico. Así como en un cuerpo humano hay un sistema inmunológico que protege la salud del cuerpo en general eliminando células y virus que ponen en peligro su salud, así también dentro del Cuerpo de Cristo. En todo momento, o somos células sanas que aportan fuerza al sistema inmunológico dentro del Cuerpo de Cristo o somos un virus o una célula cancerosa que amenaza su salud. Rezar sobre un tema marca la diferencia porque ayuda a fortalecer el sistema inmunitario del Cuerpo de Cristo, precisamente porque se ocupa del tema sobre el que rezamos. Aunque en la superficie la oración pueda parecer a veces inútil, en el fondo está haciendo algo vital, algo muy necesario precisamente cuando sentimos que nuestra oración es inútil. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org  Artículo original en Ingles

Sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.

 




Domingo XIV  tiempo ordinario


El episodio desarrollado en la sinagoga de Nazaret, situado al final del primer ciclo de milagros del evangelio de Marcos, representa el rechazo de Israel respecto a la revelación de Dios en Jesús. Aquí no se entiende propiamente por "Israel" el nombre de un pueblo, sino los que son más íntimos a Jesús, la gente de su tierra, de su casa.

La escena se desarrolla en el camino de regreso de la casa de Jairo, en el pueblo de Nazaret (tan pequeño e insignificante que ni siquiera aparece nombrado en el Antiguo Testamento), a donde sabemos que había llegado la noticia de los prodigios (dynámeis) realizados por él en toda la Galilea (cf. v. 2).

La primera reacción, después de haber escuchado su Palabra autorizada, es la de "admiración", una señal del evangelista para indicar el carácter de revelación de la predicación de Jesús. Las cinco preguntas que siguen indican, sin embargo, la duda de sus hermanos y conocidos: el problema tiene que ver, esencialmente, con el origen de Jesús ("De dónde..."), lo que equivale a decir que el conocimiento directo de su ambiente familiar les impide reconocer en él al enviado de Dios. Jesús sigue siendo para ellos únicamente "el carpintero" del pueblo, el "hijo de María". La imposibilidad de hacer milagros en la que se encuentra Jesús pretende significar que la incredulidad, en cuanto rechazo de la oferta salvífica de Dios, impide la manifestación de cualquier acontecimiento de salvación. Frente a ese rechazo, Jesús "estaba sorprendido" (única vez en Marcos), y toma sus distancias respecto a ellos, declara su "no-connivencia" con su falta de fe, para mostrar el contraste radical entre el plano de la salvación de Dios y la incredulidad de los hombres.

Lo que provoca el escándalo es la pretensión del hombre-Jesús de situarse como lugar de la revelación de Dios, escándalo que alcanzará su punto más elevado en la muerte del Hijo de Dios en la cruz.

 


Gracias a: Rezando Ciudad Redonda

Por el cuidado pastoral de los enfermos – El Video del Papa 7 – Julio 2024


"Este mes tengamos en nuestra oración el cuidado pastoral de los enfermos.
La Unción de los Enfermos no es un sacramento solo para aquellos que están a punto de morir. No. Es importante tener esto claro.
Cuando el sacerdote se acerca a una persona para darle la Unción de los Enfermos, no está necesariamente ayudándole a despedirse de la vida. Pensar así es renunciar a toda esperanza.
Es dar por sentado que después del cura llega el enterrador.
Recordemos que la Unción de los Enfermos es uno de los “sacramentos de sanación”, de “curación”, que sana el espíritu.
Y cuando una persona está muy enferma conviene darle la Unción de los Enfermos. Y cuando una persona ya está anciana, conviene que reciba la Unción de los Enfermos.
Oremos para que el sacramento de la Unción de los Enfermos dé a las personas que lo reciben y a sus seres queridos la fuerza del Señor, y se convierta cada vez más para todos en un signo visible de compasión y de esperanza".

¿Qué te ha dado la vida para cargar? Artículo.

¿Qué te han dado para cargar? ¿Dónde las necesidades y los problemas de los demás secuestran tu libertad? ¿Cuándo la libertad se ve limitada por las circunstancias? ¿Cuáles son las situaciones en las que naciste o te topaste en la vida a las que debes responder, tal vez incluso a precio de tu vida?  ¿De qué situaciones no puedes huir?

Son preguntas importantes, no fáciles de responder. Pero son preguntas clave de cara al discernimiento de la propia vocación: ¿Cuál es esa tarea especial a la que cada uno de nosotros está llamado a dedicar su vida?

Cada uno de nosotros viene a este mundo con una vocación dada por Dios. En esencia, eso es muy sencillo de definir. En pocas palabras, a todos se nos pide amar a Dios y amarnos los unos a los otros. Eso es lo mismo para todos. Sin embargo, más allá de esa simple cuestión, ya no es igual para todos, porque todos nacemos y nos encontramos con circunstancias diferentes en la vida. Nacemos en familias distintas, en países distintos, en épocas históricas distintas, en culturas distintas, en situaciones de pobreza o riqueza distintas, en creencias distintas, en inteligencias distintas, en aptitudes naturales distintas y en cuerpos físicos distintos que varían mucho en cuanto a salud, fuerza y atractivo físico. Los filósofos llaman a esto tu situación «existencial». En eso, en esa singularidad, como los copos de nieve, no hay dos personas iguales. Y esa singularidad teñirá y tal vez definirá fundamentalmente tu vocación y determinará lo que se te confiará para llevarla a cabo.

Esto es lo que está en juego. Todos nacemos libres, sí, pero hay muchas cosas que coartan y constriñen nuestra libertad.

Permítanse ilustrarlo con un ejemplo personal. Nací el duodécimo hijo de una familia numerosa. Mis padres eran agricultores inmigrantes de primera generación que, durante muchos años de matrimonio y crianza de los hijos, no pudieron mantener a la familia sólo con la granja. Necesitábamos más ingresos. Además, nuestra comunidad rural sólo tenía una escuela primaria y para estudiar más allá del octavo curso había que salir de casa para ir a un internado, algo que mis padres no podían permitirse.

Por eso, cinco de mis hermanos mayores tuvieron que poner fin a su educación después de la primaria, no porque quisieran o porque no tuvieran el deseo o la inteligencia para la educación superior, sino más bien porque nuestra situación económica y la ausencia de una escuela secundaria local exigían que dejaran la escuela y aceptaran trabajos para ayudar a mantener a la familia. Para todos ellos, sobre todo para un par de ellos, fue un duro sacrificio. Todos ansiaban más oportunidades y opciones, pero, dadas las circunstancias, eso era lo que les tocaba hacer. Y ese sacrificio, esa entrega por algo más allá de ellos mismos, definió en gran medida su vocación y su propia persona. Gran parte de su vocación consistía en sacrificar muchos de sus propios sueños y ambiciones por el bien de la familia. Entre otros factores, mi propia oportunidad de recibir una educación se basó en gran medida en su sacrificio.

Sin embargo, en esto no son excepcionales. Su sacrificio se refleja en las vidas de millones de hombres y mujeres de todo el mundo: inmigrantes que tienen que sacrificar sus propias ambiciones para trabajar en el campo o aceptar trabajos serviles para mantener a sus familias; mujeres y hombres jóvenes de países en vías de desarrollo que tienen que dejar a sus familias e irse al extranjero para ganar dinero que enviar a sus familias; millones de jóvenes que no pueden ir a la universidad debido al coste; incontables mujeres y hombres que tienen que sacrificar épocas enteras de sus vidas para cuidar de un padre enfermo o anciano; y miles de millones de mujeres que tienen que sacrificar su carrera para criar a sus hijos. Esto es lo que se les ha dado para que carguen – y su sacrificio ayuda a formar el corazón de su vocación.

Más allá de estas cosas que pueden condicionar nuestra libertad y dictar radicalmente nuestra vocación, hay otras que limitan o abren nuestra libertad y, por tanto, ayudan a determinar nuestra vocación: tener una salud física y mental robusta en lugar de ser física o mentalmente frágil; tener un cuerpo de atleta en lugar de tener una discapacidad física; ser un macho alfa o una reina del baile en lugar de ser el que sufre acoso y rechazo; ser temperamentalmente agresivo en lugar de ser templado y complaciente; o ser el que procede de un entorno privilegiado en lugar de ser el que procede de un contexto sin ningún privilegio.

Cada uno de ellos no sólo ayuda a definir tu vocación, sino que también contribuye a capacitarte especialmente para ella. Si te encuentras en el lado frágil y doliente de la ecuación, tus aparentes carencias humanas pueden darte poderes especiales para ser un sanador para los demás. Al estar herido, tienes poderes especiales para convertirte en un sanador herido. Por el contrario, si estás en el lado privilegiado de la ecuación, ese privilegio también dicta tu vocación y tu don especial, es decir, ahora eres aquel a quien se le da mucho y, en consecuencia, de quien se espera mucho. ¿Qué se te ha dado para que cargues? Artículo original en InglesRon Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org