¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo,
en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar,
no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!.
Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.
Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.
Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes,
confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea
del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la
tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa
en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte
de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te
desvíes de los ejemplos de su virtud.
No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la
ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no
caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es
tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara. Oración compuesta por San Bernardo.
Oh, Virgen santísima, Madre del Creador y Salvador del mundo, abogada de los pecadores. Es justo que, después de haber dado gracias a Jesucristo, Hijo tuyo y Redentor mío, por haberse entregado con amor por mí, pecador, y por haberme entregado su santísimo cuerpo, también te dé gracias a ti, Reina celestial, porque de ti tomó la humanidad este Verbo divino, tu Hijo y mi Dios y Creador. Con humildad suplico tu clemencia, porque eres Reina del cielo y Madre de la misericordia y de este misericordioso Señor, y -puesto que de la plenitud de tu gracia reciben de ti redención los prisioneros, consuelo los afligidos, perdón de sus pecados los pecadores; obtienen gracia y gloria los justos, salud los enfermos y grande gloria los ángeles- te suplico que me comuniques tu benevolencia, oh Señora y Madre de la misma gracia y misericordia. Tú, oh Señora, eres la escala del cielo, la estrella del mar, la puerta del paraíso, la esposa del Padre eterno, la madre del Hijo y el tabernáculo del Espíritu Santo, sellada por el Padre con su poder, por el Hijo con su sabiduría y por el Espíritu Santo con su bondad (Jaime Montañés, carmelita español del siglo XVII, citado en E. Boaga, Con Maria nelle vie di Dio. Antología della mañanita carmelitana, Roma 2000, p. 100).