La pregunta es legítima e importante. Tanto en su historia como en su presente, la Iglesia tiene suficiente culpa para legitimar la pregunta. La lista de pecados cometidos en nombre de la Iglesia es larga: la Inquisición, su apoyo a la esclavitud, su papel en el colonialismo, su conexión con el racismo, su papel en frustrar los derechos de las mujeres, y su continuos compromisos históricos y presentes con la supremacía blanca, el cuantioso dinero y el poder político. Sus críticos son a veces excesivos y desequilibrados; pero, para la mayor parte, la Iglesia es culpable de los cargos que se le imputan.
Sin embargo, esta culpa no es única de la Iglesia. Los mismos cargos podrían ser aducidos contra cualquiera de los países en los que vivimos. ¿Cómo podemos permanecer en un país que tiene una historia de racismo, esclavitud, colonialismo, genocidio de algunos de sus pueblos indígenas, radical desigualdad entre sus ricos y sus pobres, un país que es insensible a los desesperados refugiados de sus fronteras y en el que millones de personas se odian mutuamente? ¿No es moralmente preferible decir que estoy avergonzado de ser católico (o cristiano) cuando las naciones en las que vivimos comparten la misma historia y los mismos pecados?
No obstante, como se supone que la Iglesia es fermento para una sociedad y no sólo un espejo de ella, la pregunta es válida. ¿Por qué permanecer en la Iglesia? Hay buenas respuestas disculpables de esto, pero, al final del día, para cada uno de nosotros, la respuesta tiene que ser personal. ¿Por qué permanezco en la Iglesia?
Primero, porque la Iglesia es mi lengua materna. Ella me dio la fe, me instruyó sobre Dios, me dio la palabra de Dios, me enseñó a orar, me dio los sacramentos, me mostró a qué se parece la virtud y me puso en contacto con algunos santos vivientes. Además, a pesar de todos sus defectos, fue para mí suficientemente auténtica, altruista y pura para tener la superioridad moral de pedirme que le confiara mi alma, una confianza que no he dado a ninguna otra entidad comunal. Estoy muy cómodo tomando parte en el culto con otras religiones y compartiendo el alma con no creyentes, pero en la Iglesia en la que crecí, reconozco el hogar, mi lengua materna.
Segundo, la historia de la Iglesia no es unívoca. Reconozco sus pecados y los conozco abiertamente, pero eso está lejos de su total realidad. La Iglesia es también la Iglesia de los mártires, de los santos, de la infinita generosidad, y de millones de mujeres y hombres con un corazón grande y noble que son mis modelos morales. Estoy en la oscuridad de sus pecados; pero también estoy en la luz de su gracia, de todas las cosas buenas que ha hecho en la historia.
Finalmente, y lo más importante, ¡permanezco en la Iglesia porque la Iglesia es todo lo que tenemos! No hay ningún otro lugar a donde marchar. Me identifico con el ambivalente sentimiento que lanzó a Pedro cuando, justo después de oír a Jesús decir algo que a todos los demás les había hecho marcharse de él, le preguntó: “¿Tú también quieres marcharte?”; y él (hablando en nombre de todos discípulos) respondió: “Nos gustaría hacerlo, pero no tenemos ningún otro lugar a donde ir. Además, reconocemos que, a pesar de todo, tú incluso tienes las palabras de vida eterna”.
En esencia, Pedro está diciendo: “Jesús, no te comprendemos; y lo que entendemos, a menudo no nos gusta. Pero sabemos que es mejor no entenderlo pero estar contigo que marcharnos a cualquier otro lugar. A pesar de los sombríos momentos, ¡tú eres todo lo que tenemos!”.
¡La Iglesia es todo lo que tenemos! ¿A dónde más podemos ir? Detrás de la expresión Yo soy espiritual, pero no religioso (a pesar de todo, sinceramente dicho) subyace o un invencible fracaso o una culpable desgana para tratar sobre la necesidad de la comunidad religiosa, para tratar sobre lo que Dorothy Day llamó “el ascetismo de la vida de la Iglesia”. Decir No puedo o no quiero tratar con una comunidad religiosa impura es una huída, una salida egoísta, que al final del día no es muy útil, sobre todo para la persona que lo dice. ¿Por qué? Porque para que la compasión sea efectiva, necesita ser colectiva, dada la verdad de que lo que soñamos solos se queda en un sueño, pero lo que soñamos con otros puede llegar a ser una realidad. No veo nada fuera de la Iglesia que pueda salvar a este mundo.
No hay en ningún lugar una Iglesia pura a la que unirnos, como tampoco hay en ningún lugar un país puro en el que vivir. Esta Iglesia, aun con toda su problemática historia y comprometido presente, es todo lo que tenemos. Necesitamos apropiarnos de sus fallos, ya que son nuestros fallos. Su historia es nuestra historia; su pecado, nuestro pecado; y su familia, nuestra familia: la única familia permanente que tenemos. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -