El
sábado, día 28 de enero tuvo lugar el 2º encuentro de familias del Corazón de María de este curso 22-23.
El encuentro tuvo tres
momentos: la oración familiar, el diálogo/reflexión compartido y un pequeño
ágape final. Mientras los padres reflexionaban sobre la Educación de sus hijos,
en este caso sobre el uso de la PANTALLA (móvil y otros utensilios digitales),
los hijos se entretenían con un taller.
El próximo encuentro
mensual está programado para el domingo, día 5 de marzo.
En el
desarrollo del programa de 3º de catequesis y de preparación a la Primera
Comunión, el domingo, día 29, en la MISA DE LA FAMILIA, se celebró el RITO DE
ADMISIÓN a la Eucaristía a los niños que al final del curso harán su Primera
Comunión.
Tanto los padres como los hijos rezaron en familia y se
comprometieron, unos y otros, a prepararse para celebrar dignamente al
Comunión de los niños.
En una homilía, Karl Rahner comentó una vez que, en las Bienaventuranzas del Evangelio de Lucas, Jesús realiza una declaración más bien sorprendente. Dice: ‘Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis’. Rahner sugiere que Jesús está enseñando que nuestro estado final de felicidad en el cielo no sólo nos liberará de nuestra tristeza y secará nuestras lágrimas, sino que estallaremos en risa, en una “borrachera de alegría”. La risa es algo integrante del éxtasis final.
Más aún, si la risa constituye la felicidad final del cielo, entonces debería seguirse que, siempre que nos reímos, estamos en buenas relaciones con la realidad. La risa -afirma Rahner- es parte de la alabanza eterna a Dios al final de los tiempos.
Con todo, esto puede ser simplista y engañoso. No toda risa alaba a Dios, ni toda risa sugiere que estamos en buenas relaciones con la realidad. La risa puede resultar también barata, simple e inoportuna. La alegría final del cielo no siempre se encuentra en ese lugar donde la gente se desternilla de risa.
Hay muchas clases de risa, y no todas son sanas ni piadosas. Existe la risa de la embriaguez, de amortiguar tus sentidos y tirar por la borda tu brújula moral y tu sensibilidad normal. Esa clase de risa no será oída en ningún rinconcito ruidoso del cielo. Después está la risa del sarcasmo, risa que desprecia a los demás, que se goza en los problemas de los otros y se ve como superior. Esa tampoco será oída en el cielo. Luego está la risa que consiste en ser insensible y ciego al dolor de los demás, que puede deleitarse aun cuando Lázaro está muriendo de hambre junto a la puerta. Los evangelios son claros al indicar adónde nos conduce esa risa amable. También existe la risa de pura superficialidad, risa que viene fácil porque de hecho no hay nada que le importe. Semejante risa, aun siendo inofensiva, no expresa nada.
En cambio hay otras clases de risa que hablan de salud y de Dios. Existe la risa de la energía espontánea pura, vista lo más claramente en el gozoso bullir natural del principio de vida que hay en el interior de una persona joven, como el encanto que ves en un niño que hace pinitos y se deleita en sus primeros pasos. Esta es la risa del deleite puro, la que dice: ¡Resulta fenomenal estar vivo! Cuando reímos de esta manera, estamos honrando a Dios y dándole gracias por el don de la vida y la energía, dado que la mejor forma de agradecer a quien nos hace un regalo es disfrutarlo enteramente y deleitarnos en él.
Esta clase de risa es la más espontánea en nosotros cuando somos jóvenes y, tristemente, por lo general nos viene a ser más difícil en cuanto las heridas, los fracasos, las cargas y las ansiedades empiezan a deprimir nuestras energías espontáneas. Aún reímos, pero cuando dejamos de sentir el espontáneo encanto en nuestras vidas, cuando la risa sana se seca, tendemos a volver hacia formas malsanas de risa para intentar levantarnos de nuestra depresión. De ahí que la risa ruidosa, llamativa, estrepitosa que oímos en nuestras fiestas suele ser, en realidad, sólo nuestro intento de mantener acorralada la depresión. ¡Mira qué feliz soy!
Peter Berger escribió una vez que la risa es una de las pruebas de la existencia de Dios, dado que nuestra capacidad de reír muestra en cualquier situación que, en el fondo, somos conscientes de que ninguna situación nos ata en definitiva. Nuestra capacidad de reír en cualquier situación, sin importar lo grave y amenazadora que sea, muestra que, a cierto nivel, somos conscientes de que trascendemos esa situación. Por eso, podría ser que un prisionero que es conducido a su ejecución aún bromeara con su ejecutor, y por eso también podría ser que una persona moribunda aún gozara de un poco de ironía. La risa saludable no es sólo piadosa. Manifiesta trascendencia en nosotros.
Pero no toda risa nace igual. Existe una risa que simplemente demuestra superficialidad, frivolidad forzada, insensibilidad, embriaguez o intento apenas encubierto de mantener a raya la depresión. Esa no es la risa del cielo. Con todo, hay otra clase de risa, mencionada por Jesús en las Bienaventuranzas, una risa que simplemente se recrea en el gozo de estar vivo y (en este deleite) intuye su propia trascendencia. Tal clase de risa es un componente clave en el amor y la santidad. Será una de las “intoxicaciones de alegría” que sentiremos en el cielo.
Si esto es verdad, entonces la persona más santa que conozcas no es la persona carente de humor, inflexible, fácil de ofenderse, superpiadosa, a la que consideras seria, profunda y espiritual, y a quien no deseas necesariamente como compañero de mesa. La persona más santa que conoces es probablemente la persona a quien más deseas junto a ti en la mesa.
Cuando yo era novicio en la vida religiosa, nuestro asistente del maestro de novicios, un hombre superserio y severo, nos prevenía frecuentemente contra la frivolidad y el humor, diciéndonos que no hay un solo episodio registrado en los evangelios que muestre a Jesús riéndose. Ahora, ya fallecido, supongo que el buen hombre está en el cielo. Y supongo también que, desde esa ventajosa posición, se olvidaría de semejante advertencia. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, CMF) -
Uno de los problemas más antiguos de la filosofía es la cuestión de “el uno y los muchos”, si la realidad es en definitiva una unidad o una pluralidad, y cómo se interrelacionan estas. Podríamos realizar la misma pregunta en cuanto a la pluralidad de las creencias religiosas, iglesias y formas de culto de nuestro mundo. ¿Hay alguna unidad inherente ahí o es todo ello pluralidad sin nada que nos una en alguna clase de comunidad que trascienda nuestras diferencias? Aun a riesgo de ser malentendido, he aquí mi punto de vista: Todos los habitantes del mundo que tenemos una sincera creencia compartimos una fe común porque en definitiva compartimos a un Dios común. Además, ya que compartimos a un Dios común, compartimos también un problema común, a saber, luchamos igualmente por tratar de conceptualizar a este no conceptualizable Dios. El primer dogma sobre Dios en todas religiones válidas establece que Dios es santo e inefable, lo que significa que Dios nunca puede ser circunscripto ni abarcado en un concepto. Por definición, es imposible captar la infinitud en un concepto (como tratar de tener un concepto del número más alto hasta el que es posible contar). Ya que Dios es infinito, todos los intentos de conceptualizar a Dios se quedan cortos.
Todas las legítimas religiones tienen este problema en común, y esto nos debería mantener humildes en nuestro lenguaje religioso. Más aún, por encima de nuestra común lucha por tener un concepto de Dios, todos luchamos también por entender a Dios amando en realidad de manera universal e incondicional. Todas las religiones y todas las denominaciones luchan por no hacer a Dios tribal, parcial ni carente de total amor y entendimiento. En el Cristianismo, el Judaísmo y el Islamismo, por ejemplo, donde todos creemos en el mismo Dios, todos tendemos también a conceptualizar a ese Dios como varón, célibe y frunciendo elentrecejo casi siempre; no exactamente el inefable, el Dios incondicionalmente amoroso de la revelación.
Así, pues, ¿cuál es nuestra tarea? Nuestra tarea como creyentes es profundizar hacia una empatía siempre creciente entre unos y otros, por medio de todas las maneras denominacionales y religiosas de pensar. Ese es el auténtico itinerario para el diálogo ecuménico e interreligioso. A riesgo de sonar herético o desleal a mi propia tradición de fe, digo esto. Nuestra tarea no es emprender el logro de convertidos, tratar de persuadir a otros a que se unan a nuestra propia iglesia. Nuestra tarea es entrar siempre más profunda, fiel y amorosamente en nuestra propia iglesia y denominación, aun cuando nos empeñemos en estar en una empatía más profunda con todos los otros que adoran a Dios diferentemente a como lo hacemos nosotros.
El renombrado eclesiólogo Avery Dulles enseñó que el camino hacia el ecumenismo cristiano y el diálogo interreligioso no es el camino de la conversión, de intentar conseguir que otros se conviertan a nuestra iglesia particular. El camino que seguir (en palabras suyas) es el camino del “gradualismo progresivo”, esto es, el de cada uno de nosotros siendo siempre más fiel a Dios dentro de nuestra tradición, de modo que mientras cada uno de nosotros crezca más cerca de Dios (y para los cristianos, de Cristo) creceremos más cerca unos de otros y de todas las personas de sincera fe. La unidad que buscamos no se halla en una única iglesia o comunidad de fe que al fin convierta a todos los otros a unirse a ella, sino en que cada uno de sincera fe venga a ser progresivamente más fiel a Dios, de modo que la unidad que deseamos pueda tener lugar algún día en el futuro, dependiendo de nuestra propia fidelidad más profunda dentro de nuestra propia tradición de fe.
Nuestra tarea en tal caso no es la de tratar de convertir a otros para que se unan a nuestra propia iglesia, sino la de profundizar más en nuestra propia iglesia, aun cuando hagamos lo imposible por estar en una empatía siempre más profunda con otras iglesias y otras creencias. Necesitamos ser hermanos y hermanas mutuamente, reconociendo que ya tenemos un Dios compartido, una humanidad compartida y unas angustias compartidas.
Trabajo en un programa de doctorado en espiritualidad que reúne a estudiantes procedentes de muchas denominaciones cristianas diferentes. Durante los cinco años de su programa, estos estudiantes estudian juntos, socializan juntos, se compadecen juntos y oran juntos (aunque sólo ocasionalmente en un servicio formal de iglesia), Curiosamente, durante los diez años que hemos tenido el programa, no hemos tenido ni una sola conversión de una persona a otra denominación. Más bien, cada uno de nuestros graduados ha abandonado el programa con un amor y una comprensión más profundos de su propia tradición… y un amor y una comprensión más profundos de las demás tradiciones de fe.
Esto no implica que todas las religiones sean iguales, sino que más bien ninguno de nosotros está viviendo la verdad plena y que el camino que seguir se funda en una conversión personal más profunda dentro de nuestra propia fe y una relación más empática hacia otras creencias.
Os dejo con un poema, mío propio: El uno y los muchos Diferentes pueblos, única tierra Diferentes creencias, único Dios Diferentes lenguas, único corazón Diferentes maneras de caer, única ley de gravedad Diferentes energías, único Espíritu Diferentes escrituras, única Palabra Diferentes formas de culto, único deseo Diferentes historias, único destino Diferentes fuerzas, única fragilidad Diferentes disciplinas, único designio Diferentes accesos, único camino Diferentes credos, único Padre, única Madre, única tierra, único cielo, único comienzo, único fin. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
En su novela Oscar and Lucinda (Óscar y Lucinda), Peter Carey ofrece esta pintoresca imagen del chisme. El escenario es una pequeña población en la que hay rumores acerca del sacerdote y una determinada joven. He aquí su metáfora:
“Entonces el vicario de Woolahra la llevó de compras; y la sociedad, siempre sintiendo que las compras eran la actividad más íntima, se alegró de sentir que la presión del vapor se elevaba en sí misma mientras se preparaba para escandalizarse oportunamente; sus tubos gemían y se ensanchaban, y se podían oír los ruidos en sus paredes y sótanos. Los paisanos se imaginaban que él pagaba las galas de ella. Cuando oyeron que no era así, que la chica tenía soberanos en su cartera -suficientes, según se corrió la voz, para comprar al sacerdote un par de gemelos de diamante de ónice- la presión no decayó sino que se mantuvo constante, así que a la vez que no alcanzó el escenario donde la afrenta estaba burlándose a través de las válvulas abiertas, mantuvo un buen estruendo, una nota más baja que sonaba como un gruñido en la garganta de un perro pequeñito”.
¡Qué imagen más idónea! El chisme se parece al silbido de vapor de un radiador o al gruñido de un perrito, y aun así es importante. Durante casi todas nuestras vidas componemos una comunidad en torno a él. ¿Cómo así?
Imaginaos saliendo a cenar con un grupo de compañeros. Aun cuando no haya abierta hostilidad entre vosotros, existen claras diferencias y tensiones. No elegiríais naturalmente salir a cenar juntos, pero la circunstancia os ha juntado y estáis aprovechándola al máximo.
Tenéis la cena juntos y las cosas corren bastante amenas. Hay armonía, bromas y humor en la mesa. ¿Cómo os las arregláis para llevaros tan bien a pesar y más allá de las diferencias? Hablando de algún otro. Casi todo el tiempo se emplea hablando de los demás, en cuyos defectos, excentricidades y neglicencias estamos de acuerdo. Alternativamente, hablamos de enfados compartidos. Acabamos disfrutando de un tiempo armonioso juntos porque conversamos sobre alguien o algo más, cuya diferencia de nosotros es superior a nuestras diferencias mutuas. ¡Por supuesto que no te atreves a abandonar la mesa, porque ya sospechas de quién se pondrán a hablar entonces! Tu temor está bien fundado.
Hasta que logramos un cierto nivel de madurez, mayormente formamos la comunidad en torno a un chivo expiatorio, esto es, salvamos nuestras dificultades y tensiones fijándonos en alguien o algo con el que o lo que compartimos un común alejamiento, indignación, ridiculez, ira o celotipia. Esa es la función antropológica del chisme; y es muy importante. Superamos nuestras diferencias y tensiones usando como chivo expiatorio a alguien o algo. Por eso es más fácil formar comunidad contra algo que alrededor de algo, y por eso es más fácil definirnos más por aquello con lo que estamos en contra que por aquello con lo que estamos a favor.
Las culturas antiguas sabían esto y diseñaron ciertos rituales para sacar la tensión fuera de la comunidad al convertirlos en chivos expiatorios. Por ejemplo, en el tiempo de Jesús, en la comunidad judía existía un ritual que funcionaba esencialmente de este modo: A intervalos regulares, la comunidad tomaba una cabra y la adornaba simbólicamente con las tensiones y divisiones de la comunidad. Entre otras cosas, la cubría con ropaje color púrpura para simbolizar que los representaba simbólicamente, y clavaban una corona de espinas en su cabeza para hacerle sentir el dolor de sus tensiones comunitarias. (Observad cómo Jesús es vestido con estos precisos símbolos cuando Pilatos lo muestra a la multitud antes de la crucifixión: He aquí al hombre… ¡Mirad a vuestro chivo expiatorio!) La cabra era ahuyentada para que muriera en el desierto. Salir de la comunidad era entendido como quitar el pecado y la tensión de esta, dejarla libre de tensión por la expulsión del animal.
Jesús es nuestro chivo expiatorio. Quita nuestro pecado y división, aunque no por expulsión de la comunidad. Quita nuestros pecados al asumirlos, cargándolos y transformándolos como para no devolverlos del mismo modo. Jesús quita el pecado de la misma manera que un filtro de agua purifica, al retener las impurezas en sí mismo y devolver solamente lo que es puro.
Cuando decimos que Jesús murió por nuestros pecados, necesitamos entenderlo de este modo: Él tomó en sí odio y devolvió amor; tomó en sí maldiciones y devolvió bendiciones; tomó en sí amargura y devolvió dulzura; tomó en sí celotipia y devolvió aseveración; tomó en sí asesinato y devolvió perdón. Al asumir nuestro pecado, diferencias y celotipias, hizo en favor nuestro lo que nosotros, menos madura y efectivamente, intentamos hacer cuando nos crucificamos mutuamente por medio del chisme.
Y esa es la invitación que Jesús nos hace: Como adultos, estamos invitados a subir un peldaño y hacer lo que hizo Jesús, esto es, asumir las diferencias y celotipias que nos cercan, retenerlas y transformarlas para no devolverlas del mismo modo. Entonces ya no necesitaremos chivos expiatorios, y los tubos de vapor del chisme cesarán de silbar, y el leve gruñido de ese perro pequeñito que hay en nosotros quedará finalmente en silencio. Ron Roheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas
que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar
gracias. Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me
ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión;
siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha
devuelto la luz de su semblante. En retrospectiva, veo y comprendo que
incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi
salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien. Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época
difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon
para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis
días hasta el día de hoy. La clara fe de mi padre nos enseñó a nosotros
los hijos a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio
de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad
de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi
hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con
afectuoso cuidado; mi hermano, con la claridad de su juicio, su vigorosa
resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el
camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido
encontrar la senda correcta.
De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y
mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas
las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado.
Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al
Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre
he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al
pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la
belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de
fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe. Y,
por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido
experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma
y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.
A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.
Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que
en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en
la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia -las
ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica
(especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera
capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe
católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde
hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes
certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia,
sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la
ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología,
especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las
diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían
inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack,
Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la
generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha
surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es
verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas
sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.
Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a
pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A
todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón,
día a día.