En una homilía, Karl Rahner comentó una vez que, en las Bienaventuranzas del Evangelio de Lucas, Jesús realiza una declaración más bien sorprendente. Dice: ‘Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis’. Rahner sugiere que Jesús está enseñando que nuestro estado final de felicidad en el cielo no sólo nos liberará de nuestra tristeza y secará nuestras lágrimas, sino que estallaremos en risa, en una “borrachera de alegría”. La risa es algo integrante del éxtasis final.
Más aún, si la risa constituye la felicidad final del cielo, entonces debería seguirse que, siempre que nos reímos, estamos en buenas relaciones con la realidad. La risa -afirma Rahner- es parte de la alabanza eterna a Dios al final de los tiempos.
Con todo, esto puede ser simplista y engañoso. No toda risa alaba a Dios, ni toda risa sugiere que estamos en buenas relaciones con la realidad. La risa puede resultar también barata, simple e inoportuna. La alegría final del cielo no siempre se encuentra en ese lugar donde la gente se desternilla de risa.
Hay muchas clases de risa, y no todas son sanas ni piadosas. Existe la risa de la embriaguez, de amortiguar tus sentidos y tirar por la borda tu brújula moral y tu sensibilidad normal. Esa clase de risa no será oída en ningún rinconcito ruidoso del cielo. Después está la risa del sarcasmo, risa que desprecia a los demás, que se goza en los problemas de los otros y se ve como superior. Esa tampoco será oída en el cielo. Luego está la risa que consiste en ser insensible y ciego al dolor de los demás, que puede deleitarse aun cuando Lázaro está muriendo de hambre junto a la puerta. Los evangelios son claros al indicar adónde nos conduce esa risa amable. También existe la risa de pura superficialidad, risa que viene fácil porque de hecho no hay nada que le importe. Semejante risa, aun siendo inofensiva, no expresa nada.
En cambio hay otras clases de risa que hablan de salud y de Dios. Existe la risa de la energía espontánea pura, vista lo más claramente en el gozoso bullir natural del principio de vida que hay en el interior de una persona joven, como el encanto que ves en un niño que hace pinitos y se deleita en sus primeros pasos. Esta es la risa del deleite puro, la que dice: ¡Resulta fenomenal estar vivo! Cuando reímos de esta manera, estamos honrando a Dios y dándole gracias por el don de la vida y la energía, dado que la mejor forma de agradecer a quien nos hace un regalo es disfrutarlo enteramente y deleitarnos en él.
Esta clase de risa es la más espontánea en nosotros cuando somos jóvenes y, tristemente, por lo general nos viene a ser más difícil en cuanto las heridas, los fracasos, las cargas y las ansiedades empiezan a deprimir nuestras energías espontáneas. Aún reímos, pero cuando dejamos de sentir el espontáneo encanto en nuestras vidas, cuando la risa sana se seca, tendemos a volver hacia formas malsanas de risa para intentar levantarnos de nuestra depresión. De ahí que la risa ruidosa, llamativa, estrepitosa que oímos en nuestras fiestas suele ser, en realidad, sólo nuestro intento de mantener acorralada la depresión. ¡Mira qué feliz soy!
Peter Berger escribió una vez que la risa es una de las pruebas de la existencia de Dios, dado que nuestra capacidad de reír muestra en cualquier situación que, en el fondo, somos conscientes de que ninguna situación nos ata en definitiva. Nuestra capacidad de reír en cualquier situación, sin importar lo grave y amenazadora que sea, muestra que, a cierto nivel, somos conscientes de que trascendemos esa situación. Por eso, podría ser que un prisionero que es conducido a su ejecución aún bromeara con su ejecutor, y por eso también podría ser que una persona moribunda aún gozara de un poco de ironía. La risa saludable no es sólo piadosa. Manifiesta trascendencia en nosotros.
Pero no toda risa nace igual. Existe una risa que simplemente demuestra superficialidad, frivolidad forzada, insensibilidad, embriaguez o intento apenas encubierto de mantener a raya la depresión. Esa no es la risa del cielo. Con todo, hay otra clase de risa, mencionada por Jesús en las Bienaventuranzas, una risa que simplemente se recrea en el gozo de estar vivo y (en este deleite) intuye su propia trascendencia. Tal clase de risa es un componente clave en el amor y la santidad. Será una de las “intoxicaciones de alegría” que sentiremos en el cielo.
Si esto es verdad, entonces la persona más santa que conozcas no es la persona carente de humor, inflexible, fácil de ofenderse, superpiadosa, a la que consideras seria, profunda y espiritual, y a quien no deseas necesariamente como compañero de mesa. La persona más santa que conoces es probablemente la persona a quien más deseas junto a ti en la mesa.
Cuando yo era novicio en la vida religiosa, nuestro asistente del maestro de novicios, un hombre superserio y severo, nos prevenía frecuentemente contra la frivolidad y el humor, diciéndonos que no hay un solo episodio registrado en los evangelios que muestre a Jesús riéndose. Ahora, ya fallecido, supongo que el buen hombre está en el cielo. Y supongo también que, desde esa ventajosa posición, se olvidaría de semejante advertencia. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, CMF) -