Ortodoxia generosa. Artículo.


Existe un dicho atribuido a Atila el Huno, caudillo del siglo V, infame por su crueldad,  que reza de este modo: Para que yo sea feliz, no sólo importa tener éxito; importa también que todos los demás fallen. Sospecho que Atila el Huno no fue el autor de ese dicho; pero no importa, eso nos da una lección.  

Los Evangelios nos dicen que la misericordia de Dios es ilimitada e incondicional, que Dios no tiene favoritos, que Dios es equitativamente solícito por la felicidad y salvación de cada uno, y que Dios no raciona su don del Espíritu. Si eso es verdad, entonces necesitamos preguntarnos por qué tendemos tan frecuentemente a retener en nuestros juicios, especialmente en nuestros juicios religiosos, el Espíritu de Dios donado a los demás. Cerramos los ojos al hecho de que a veces hay en nosotros un  poco de Atila el Huno.

Por ejemplo, ¿qué propensos somos a pensar de esta manera? ¡Para que mi religión sea la verdadera, me resulta importante que otras religiones no sean verdaderas! Para que mi denominación cristiana sea fiel a Cristo, resulta importante que todas las demás denominaciones sean consideradas menos fieles. Para que la Eucaristía en mi denominación sea válida, resulta importante que la Eucaristía en otras denominaciones sea inválida o menos válida. Y, ya que estoy viviendo una cierta fidelidad basada en mi fe y vida moral, me resulta importante que todos los demás que no están viviendo tan fielmente no vayan al cielo o sean asignados a un lugar secundario en el cielo.  

Bueno, nosotros no somos los primeros discípulos de Jesús en pensar de este modo ni ser desafiados por él en nuestras tendencias de Atila el Huno. En verdad, esta es una buena parte de la lección que nos da la parábola de Jesús con relación a un supergeneroso hacendado que pagó a cada uno el mismo generoso jornal sin mirar lo mucho o poco que cada uno había trabajado.

A todos nos es bien conocida esta historia. Un hacendado sale una mañana y contrata a trabajadores para que trabajen en sus campos. Contrata a unos al romper el día, a otros a mediodía, a unos más a media tarde, y a otros  una sola hora antes de recoger. Después les paga a todos el mismo jornal, bien generoso. Se comprende que aquellos que trabajaron durante todo el día se sintieran resentidos, quejosos, dado que (por más que su jornal era de hecho bien generoso) creían que resultaba injusto para con ellos por el hecho de que los que habían trabajado mucho menos recibieran también un jornal igualmente generoso. El hacendado responde diciendo al querellante: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste en este jornal? ¿Por qué tienes envidia de que yo sea generoso?” (Mt 20, 1-16)

Daos cuenta de que Jesús se dirige como “amigo” al que formula la queja. Eso es una alusión a nosotros, los que estamos realizando fielmente el trabajo de todo el día. Notad que su tono es cálido y delicado. En cambio, su desafío es menos cálido y delicado: ¿Por qué estás celoso de que Dios sea supergeneroso? ¿Por qué es importante para nosotros que, por estar haciendo las cosas bien, Dios deba ser duro con los que no lo hacen igual? Declaración total: a veces me imagino, después de haber vivido una vida de celibato, entrando en el cielo y encontrándome allí con el más famoso playboy del mundo y preguntando a Dios: ‘¿Cómo entró este aquí?’, y a Dios respondiendo: “¡Amigo, no es el cielo un lugar maravilloso! ¿Tienes envidia de que yo sea generoso?” ¡Quién sabe, incluso podríamos encontrarnos allí con Atila el Huno!

Uno de los valores esenciales mantenido por cierto  grupo de cuáqueros es algo que   denominan ortodoxia generosa. Me encanta la combinación de esas dos palabras. La generosidad habla de apertura, hospitalidad, empatía, amplia tolerancia y de sacrificar algo de nosotros mismos por los demás. La ortodoxia habla de ciertas verdades no negociables, de guardar los límites convenientes, de mantenerse fiel a lo que crees y de no comprometer la verdad por ser cauto. Estas dos son consideradas frecuentemente como opuestas entre sí, pero su destino es estar juntas. Mantener el fundamento en nuestra verdad, guardar los límites propios y rehusar  comprometernos aun a riesgo de no ser complacientes es un lado de la ecuación, pero la ecuación total nos requiere ser también totalmente respetuosos y corteses con relación a la verdad de otras gentes, amadas creencias y fronteras.

Y esto no es un sincretismo malsano si lo que la otra persona mantiene como verdad  no contradice lo que nosotros defendemos, aunque podría ser muy diferente y quizás, a nuestro juicio, no estar casi tan completo y rico como lo que mantenemos.

Así que tú puedes ser cristiano, convencido de que el Cristianismo es la expresión más verdadera de la religión en el mundo, sin hacer el juicio de que las demás religiones sean falsas. Puedes ser católico romano, convencido de que el Catolicismo Romano es la más verdadera y completa expresión del Cristianismo y de que tu Eucaristía es la presencia real de Jesús, sin hacer el juicio de que otras denominaciones cristianas no sean expresiones válidas de Cristo y no tengan una Eucaristía válida. No existe ninguna contradicción ahí.  

¡Puedes tener razón, sin que eso suponga que todos los demás estén equivocados!. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano CMF) - Miércoles, 28 de junio de 2023. Fuente: Ciudad Redonda.org

El buen gusto de la broma y el vino. Artículo.

“No hago ninguna broma, 
soy toda juicio y margen, una blanca dama marginada que se pregunta qué hacer la próxima vez como en Jesús viene, dale la impresión de estar ocupado”.

En la fiesta de las bodas de Caná, María dice a Jesús: No tienen vino, pidiéndole algún remedio. ¿Qué tienen en común el vino y la broma? Ambos proporcionan un extra necesario en nuestras vidas.  Empecemos con el vino. El vino no es una proteína, algo que necesite el cuerpo para estar nutrido y mantenerse vivo, parte de una dieta esencial. Es un extra que aporta algo especial para la salud de uno. Tomado con temple apropiado y moderación, el vino puede ayudar a levantar el ánimo, aliviar el corazón y caldear la conversación, a la vez que ayuda (al menos por el momento) a rebajar algunas de las tensiones entre nosotros. Es un lubricante que puede ayudar a hacer que una conversación, una comida de familia o una asamblea social discurran más agradablemente.

¿La broma? Bueno, como el vino, si se toma con temple apropiado y moderación, puede también levantar el ánimo, aliviar el corazón, avivar una conversación y rebajar las tensiones en una reunión. El pensamiento griego clásico sugirió que el amor tiene estos componentes: Eros: atracción emocional y sexual; manía: obsesión emocional; asteísmos: carácter juguetón y broma; storge: cuidado y solicitud fraterna; pragma: adaptación práctica y acomodación; philia: amistad; y ágape: altruismo incondicional.

Normalmente, cuando pensamos en el amor, pensamos en cada uno de estos componentes, exceptuando el aspecto de broma y carácter juguetón. Nuestro yo romántico identifica mucho el amor con la obsesión emocional y la atracción sexual. Nuestro yo religioso y moral identifica el amor con el cuidado, la amistad y el altruismo; y nuestro yo pragmático lo identifica con la adaptación práctica. Pocos tratan sobre el espacio y la importancia de la broma, o el carácter juguetón, o la travesura sana, o el humor, pero estos son con frecuencia el lubricante que mantiene a los otros fluyendo más fácilmente.

He aquí un ejemplo: Durante toda mi vida de adulto, he vivido en diferentes casas religiosas, en comunidad con otros religiosos con votos (en mi caso, varones). No tenemos la facultad de escoger con quienes vivir, sino que somos asignados a una comunidad junto con todos los demás que conviven en ella. Y vamos junto con nuestras diferentes procedencias, diferentes personalidades y diferentes  excentricidades. Esto puede ser una fórmula para la tensión, y aun así, por lo general, funciona, es agradable y proporciona apoyo vital y compañerismo. ¿Qué es lo que le  hace funcionar? ¿Por qué no acabamos matándonos unos a otros? ¿Cómo es que vivimos (por lo general) agradablemente juntos, a pesar de nuestras diferencias, inmadureces y egos?

Bueno, existe una misión común que nos mantiene trabajando juntos y, lo más importante, existe una regular oración común que nos ayuda a ver unos a otros en una luz mejor. Pero -muy importante- hay bromas, jovialidad, travesura sana y humor que, como el vino en una mesa, ayudan a suavizar las cosas y mitigar la tensión inherente a nuestras diferencias. Una comunidad que no se mantiene alegre a base de bromas,  jovialidad y travesuras sanas vendrá a ser en definitiva todo lo que no sea alegre, esto es, pesada, monótona, llena de tensión y pomposa. En todas comunidades sanas en las que he vivido, una de las cosas que las hizo sanas (y agradables de tenerlas como residencia) fue la broma, la jovialidad, la burla cariñosa y el humor.  Estos son los generosos vinos que pueden alegrar la mesa de cualquier familia y cualquier comunidad.

Esto, desde luego, como beber vino, se puede extralimitar y ser una manera de eludir conversaciones más arduas que necesitan hacerse. Igualmente, la broma puede mantenernos relacionados mutuamente de modo que en realidad ponga obstáculos para una genuina comunidad. El humor, la broma, el humorista y el bromista necesitan saber cuándo decir ¡basta! y cuándo pasar a una conversación seria. El riesgo de extralimitar la broma es real, aunque tal vez un riesgo mayor estribe en tratar de vivir juntos en su ausencia.

La broma, la jovialidad, la travesura cariñosa y el humor no sólo nos ayudan a relacionarnos mutuamente por encima de todas nuestras diferencias; también nos ayudan a deshinchar la pomposidad que es invariablemente el hijo de la exagerada seriedad. Ayudan a guardar nuestras familias y comunidades firmes y agradables.

En cuanto a mí, crecí en una familia numerosa, en la que cada uno de nosotros tenía fuerte personalidad y muchos defectos; aun así, salvo en muy pocas ocasiones, nuestra casa, que era físicamente demasiado pequeña para tan numerosa familia, resultaba agradable de habitar porque estaba constantemente animada por bromas, jovialidad, humor y sanas travesuras. Raramente teníamos vino, ¡pero nos hacíamos bromas! Cuando repaso lo que mi familia me dio, estoy profundamente agradecido por muchos regalos: fe, amor, seguridad, confianza, apoyo, educación, moderación y sensibilidad moral. Pero también me enseñó a hacernos bromas, jovialidad, sanas travesuras y humor. Regalo no precisamente pequeño.

En la fiesta de la boda de Caná, la madre de Jesús observó que, aun cuando se estaba dando la celebración de una boda, algo no estaba en regla. ¿Era un abatimiento? ¿Un exceso de seriedad? ¿Una malsana pomposidad? ¿Había una manifiesta tensión en el local? Cualquier cosa. Algo se echaba en falta, de modo que ella acude a Jesús y le dice: “¡Hijo, están sin bromas!”  Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

La bendición a otros como juego final de la sexualidad. Artículo.

A pesar de que no demasiada gente podría reconocer esto, el movimiento #MeToo es, en esencia, un firme defensor de la castidad. Si la castidad puede ser definida como situarse ante otro con reverencia, respeto y paciencia, entonces casi todo acerca del movimiento #MeToo habla explícitamente de la no-negociable importancia de la castidad, e implícitamente a favor de lo que nuestra sexualidad está destinada en definitiva a hacer, esto es, bendecir a otros más bien que explotarlos.

Lo que #MeToo ha ayudado a exponer es cómo el sexo es usado con frecuencia como poder, poder para forzar el consentimiento sexual, poder para permitir o bloquear a alguien el avance en su vida y carrera, y poder para hacer del lugar de trabajo de alguien una mansión de confort y seguridad, o un sitio de inseguridad y miedo. Esto ha estado dándose desde el comienzo de los tiempos, y hoy continúa siendo la herramienta sexual de mucha gente en posiciones de poder y prestigio: directores de Hollywood, personalidades de televisión, profesores de universidad, atletas famosos, empresarios, líderes espirituales y personas de toda clase que detectan poder y prestigio. Demasiado frecuentemente, personas con poder y prestigio se permiten (aunque sea inconscientemente) ser dominados por el viejo arquetipo del rey, cuya creencia era que todas las mujeres de la tierra le pertenecían a él, quien tenía el privilegio sexual por derecho divino. El movimiento #MeToo está afirmando que este momento de la historia ha caducado, y algo más se pide de las personas que están en el poder, la autoridad y el prestigio. ¿Qué se pide?

En una palabra: bendecir. Lo que Dios y la naturaleza solicitan del poder es que bendiga más bien que explote, que use el privilegio para mejorar más bien que para acosar, y crear un espacio de seguridad más bien que un lugar de temor. Imaginaos, por ejemplo, si en cada una de esas instancias de alto perfil donde un productor de Hollywood, una personalidad de televisión, un atleta estrella o un líder espiritual fue acusado de acosar, explotar o agredir a mujeres, esos hombres, en vez de actuar con poder y prestigio, hubieran usado ese poder, para ayudar a esas mujeres a ganar más acceso a la seguridad y el éxito más bien que (perdón por la terminología) para coquetear con ellas. Imaginaos si hubieran usado su poder para bendecir a esas mujeres, para admirar con sencillez su belleza y energía, para hacerlas sentirse más seguras y para ayudarlas en sus carreras. ¡Qué diferente sería hoy para esas mujeres y para esos hombres! Unas y otros serían más felices, más sanos y tendrían una valoración más profunda del sexo. ¿Por qué? ¿Cuál es la conexión entre bendición y sexo?

Bendecir a una persona es realizar dos cosas: Primera, es dar a esa  persona el punto de vista de una admiración no-explotadora, admirarla sin ningún ángulo de autointerés. Segunda: Bendecir a alguien es utilizar tu propio poder y prestigio para ayudar a hacer la vida de esa otra persona más segura y confiada, y ayudar a esa persona a prosperar en sus sueños y empeños. Bendecir a otra persona es decirle: Gozo con tu belleza y energía. Ahora bien, ¿qué puedo hacer por ti que te ayude (y no redunde en mi propio interés)? Bendecir a otro así es la más alta expresión de sexualidad y castidad. ¿Cómo se entiende esto?

La sexualidad es más que practicar sexo, y la castidad es más que practicar abstinencia. La sexualidad es nuestro anhelo interior en provecho de la comunidad, la amistad, la totalidad, la familia, la creatividad, el juego, el significado transpersonal, el altruismo, el goce, la delectación, la realización sexual, el ser inmortal y todo lo que nos transporta más allá de nuestra soledad. Pero esto tiene etapas evolutivas. Sus etapas más tempranas se fijan en practicar sexo, en la intimidad emocional y en la generatividad, en dar a luz y criar. Sus etapas posteriores se fijan en la bendición, la admiración y el desprendimiento de modo que los demás puedan tener más.

¿Me atrevo a decir esto? La expresión más madura de la sexualidad en este planeta no es una pareja que hace el amor perfecto, por más maravilloso y sagrado que eso sea. Más bien es un abuelo que mira a un nieto con un amor que es más puro y más desinteresado que cualquier amor que haya experimentado antes en su vida, un amor sin ningún autointerés, que es sólo admiración, abnegación y delectación. En ese momento, esta persona está reflejando a Dios que mira la creación inicial y exclama: ¡Es bueno, es muy bueno! Lo que sigue después es que esta persona, como Dios, intentará abrir senderos, aun a costa de la muerte, para que pueda prosperar la vida de otro.

Dios y la naturaleza proyectaron el sexo para muchos fines: Intimidad, deleite, generatividad, comunidad y placer; pero esto posee muchas modalidades. Tal vez su más alta expresión sea la de la admiración, de alguien que mira a otra persona o al mundo con la transparente mirada de la admiración, con todo dentro de esa persona que dice de algún modo: ¡Oh! ¡Me complazco en ti! ¡Tu energía enriquece este mundo! ¿Cómo puedo ayudarte? Lo superior integra y cauteriza a lo inferior. No hay tentaciones de violar la belleza y dignidad del otro cuando podemos darle la transparente mirada de la admiración.

La admiración y la bendición son el juego final de la sexualidad. Ojalá que aquellos que están en el poder acusados por #MeToo se hubieran dado a la admiración más bien que a la explotación. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Por la abolición de la tortura – El Video del Papa 6 – Junio 2023

¿Sabías que aun en pleno siglo XXI la tortura sigue existiendo en el mundo?

“La tortura no es una cosa de ayer. Desgraciadamente, es parte de nuestra historia de hoy”, como afirma Francisco en el video producido por la Red Mundial de Oración del Papa para difundir la intención de oración de junio.

Este horror tiene que parar. Y para detenerlo es “imprescindible poner la dignidad de la persona por encima de todo”.

Si no lo hacemos así, como señala Francisco al final del video, “las víctimas no son personas, son ‘cosas’ y se las puede maltratar sin medida”, destruyéndolas para toda su vida tanto física como psicológicamente.

Recemos con el Papa “para que la comunidad internacional se comprometa concretamente en la abolición de la tortura, garantizando el apoyo a las víctimas y sus familias”.

“La tortura. ¡Dios mío, la tortura!
La tortura no es una historia de ayer. Desgraciadamente, es parte de nuestra historia de hoy.
¿Cómo es posible que la capacidad humana para la crueldad sea tan grande?
Existen formas de tortura muy violentas, otras más sofisticadas como el trato degradante, la anulación de los sentidos o detenciones masivas en condiciones que no son humanas, que quitan la dignidad de las personas.
Pero esto no es una novedad. Pensemos en el propio Jesús cómo fue torturado y crucificado.
Paremos este horror de la tortura. Es imprescindible poner la dignidad de la persona por encima de todo.
Si no las víctimas no son personas, son ‘cosas’ y se las puede maltratar sin medida, causándoles la muerte o daños psicológicos y físicos permanentes para toda la vida.
Oremos para que la comunidad internacional se comprometa concretamente en la abolición de la tortura, garantizando el apoyo a las víctimas y sus familias”.

El asombro ha abandonado la construcción. Artículo.

En un poema titulado “Es/No”, Margaret Atwood sugiere que, cuando un amor crece aturdido, aquí es donde nos encontramos a nosotros mismos:

“Estamos confundidos aquí,
a este lado de la frontera,                                                                              
en este país de calles emporcadas y construcciones aviejadas,
donde no existe nada llamativo que ver,
y el tiempo es trivial,
donde el amor se da en su forma pura sólo
en el más barato de los recuerdos”.

El amor puede crecer aturdido entre dos personas, exactamente como puede crecer en toda una cultura. Y eso ha ocurrido en nuestra cultura, al menos a una gran parte. El entusiasmo que una vez guió nuestros ojos ha cedido a un cierto aturdimiento y resignación. Ya no nos situamos ante la vida con mucha lozanía. Hemos visto lo que tiene para ofrecer y hemos sucumbido a cierta resignación: ¡Eso es todo lo que hay, y no resulta   atractivo precisamente! Todo lo que podemos plantear por ahora es más de lo mismo, con la perdida esperanza de que, si continuamos incrementando la dosis, el resultado será mejor.

Se habla de almas viejas, pero las almas viejas son de hecho jóvenes de corazón. Nosotros somos lo opuesto: almas jóvenes sin ser ya jóvenes de corazón. El asombro ha abandonado la construcción.

¿Qué hay en la raíz de esto? ¿Qué es lo que nos ha despojado del asombro? La familiaridad y sus hijos: la sofisticación, el orgullo intelectual, la frustración, el hastío, el menosprecio. La familiaridad engendra menosprecio, y el menosprecio es la antítesis de las dos cosas necesarias para situarse ante el mundo con asombro: la veneración y el respeto.

K. Chesterton sugirió una vez que la familiaridad es la mayor de todas ilusiones. Elizabeth Barrett Browning da expresión poética a esto: La tierra está desbordada de cielo. Y toda zarza comunal arde de Dios. Pero sólo quien ve se descalza. Los restantes se sientan alrededor y cogen moras, y se tiznan los rostros naturales inconscientemente. Eso describe acertadamente la ilusión de la familiaridad, coger moras a la vez que pasar con cuidado las manos por nuestros rostros, inconscientes de que estamos en presencia de lo sagrado. La familiaridad vuelve comunes todas cosas.¿Cuál es la respuesta? ¿Cómo recobramos nuestro sentido de asombro? ¿Cómo empezamos de nuevo a ver el fuego divino en la vida ordinaria?  Chesterton sugiere que el secreto para recobrar el asombro y ver el fuego divino en lo ordinario es aprender a mirar las cosas familiares hasta que parezcan desconocidas de nuevo. Bíblicamente, eso es lo que Dios requiere de Moisés cuando este ve una zarza ardiendo en el desierto y se acerca a su llama por curiosidad. Dios le dice: “Descálzate, porque la tierra que estás pisando es terreno sagrado”.

Esa sola frase, esa invitación es el profundo secreto para recobrar nuestro sentido de asombro siempre que nos encontramos, como Atwood describe, confundidos a este lado de la frontera, en calles emporcadas y edificios aviejados, con nada llamativo que ver, tiempo trivial y amor aparentemente abaratado por todas partes.

Uno de mis profesores en graduado escolar nos ofreció ocasionalmente este pequeño consejo: Si preguntáis a un niño ingenuo si cree en Santa Claus y el Conejito de Pascua, dirá que sí. Si preguntáis a un niño brillante la misma cuestión, dirá que no. Pero si preguntáis a un niño superbrillante esa cuestión, sonreirá y dirá que sí.

Nuestro sentido de asombro se funda inicialmente en la ingenuidad de ser niño, de no estar aún malsanamente familiarizado con el mundo. Entonces nuestros ojos están aún abiertos a admirar la novedad de las cosas. Eso cambia, por supuesto, mientras crecemos, experimentamos cosas y aprendemos. Enseguida aprendemos la verdad sobre Santa Claus y el Conejito de Pascua; y con eso, todo demasiado fácilmente, viene la muerte del asombro y la familiaridad que engendra menosprecio. Esta es una desilusión que, aun resultando una normal fase de transición en la vida, no significa que sea un lugar donde nos detengamos. La tarea de la adultez es recuperar nuestro sentido de asombro y empezar nuevamente, por muy diferentes razones, a creer en la realidad de Santa Claus y el Conejito de Pascua. Necesitamos volver el asombro a la construcción.

Una vez oí decir a un sabio esta viñeta: Imaginaos a un niño de dos años que os pregunta “a dónde va el sol por la noche”. Para un niño así de pequeño no saquéis un globo ni un libro, ni tratéis de explicar cómo funciona el sistema solar. Sencillamente, decid al niño que el sol está cansado y se está echando un sueñecito detrás del granero. Pero cuando el niño tenga seis o siete años, no lo intentéis más. Entonces,  es el momento de sacar libros y explicar el sistema solar.  Después de eso, cuando el chico esté en la escuela secundaria o el colegio, es el momento de sacar a Steven Hawking, Brian Swimme y los astrofísicos, y tratar sobre los orígenes y composición del universo. Finalmente, cuando la persona tenga ochenta años, es suficiente decir de nuevo que “el sol está cansado y se está echando un sueñecito detrás del granero”.

¡Hemos crecido demasiado acostumbrados a las puestas de sol! El asombro puede volver a hacer que lo ordinario sea algo por conocer. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Solemnidad de la Santísima Trinidad: Gloria in excelsis Deo. Gloria a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

Si bien la Gloria de Dios y de la Santísima Trinidad son inefables,
mediante la música podemos aproximarnos mejor.
Mostramos la más íntima de Vivaldi, la majestuosa de Bach y 
la pregunta de Hakuna "Enséñame, ¡oh Trinidad!, cómo es tu libre mirada" 
Mirada Creadora, creando; la del Salvador, salvando
Mirada de la comunión, amando 
Mirada de misericordia, del amor crucificado 
Mirada que penetra en mi alma un fuego abrasador 
Enséñame, ¡oh Trinidad!, cómo es tu libre mirada 
Enséñame, ¡oh Trinidad!, pues es la más bella y preciada 
La más pura de amor
     Mirada de verdad sincera, mirada de Rey que reina 
Mirada que envuelve mi vida y purifica 
Mirada del principio y fin, mirada del Resucitado 
Mirada que deslumbra con su luz y al cegar, sana 
     Enséñame, ¡oh Trinidad!, cómo es tu libre mirada 
Enséñame, ¡oh Trinidad!, pues es la más bella y preciada 
La más pura de amor 
     Perdóname si cuando miro, miro sin mirar 
Si estos ojos que me diste no saben amar 
Pues sólo veo cuerpos, sólo veo humanidad 
Pero me pierdo, mi Señor, toda divinidad
     Enséñame, ¡oh Trinidad!, cómo es tu libre mirada 
Enséñame, ¡oh Trinidad!, pues es la más bella y preciada 
     Enséñame, ¡oh Trinidad!, cómo es tu libre mirada 
Enséñame, ¡oh Trinidad!, pues es la más bella y preciada 
La más pura de amor, la más pura de amor.
Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo yo te adoro profundamente y Os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por las ofensas, sacrilegios e indiferencias con los que Él mismo es ofendido y por los infinitos méritos de su Sagrado Corazón  y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores(Oración del Ángel de las apariciones de Fátima)

Oración de Santa Isabel de la Trinidad
Dios mío, Trinidad que adoro,
ayúdame a olvidarme
enteramente de mí mismo
para establecerme en ti,
inmóvil y apacible
como si mi alma estuviera
ya en la eternidad;
que nada pueda turbar mi paz,
ni hacerme salir de ti, mi inmutable,
sino que cada minuto me lleve más lejos
en la profundidad de tu Misterio.

Pacifica mi alma.
Haz de ella tu cielo,
tu morada amada y el lugar de tu reposo.

Que yo no te deje jamás solo en ella,
sino que yo esté allí enteramente,
totalmente despierta en mi fe,
en adoración, entregada sin reservas
a tu acción creadora. Amén

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único

 

 

Santísima Trinidad

Gracias a: Rezando Voy. 



Orar como cristiano. Artículo.

Existen cuatro clases distintas de oración cristiana: oración personificada, oración mística, oración afectiva y oración sacerdotal. ¿En qué consisten? ¿Qué les diferencia entre sí?

Oración personificada: San Pablo nos invita a “orar siempre”. ¿Cómo es posible esto? No podemos estar siempre orando, ¿o sí? Lo que Pablo nos está invitando a hacer es lo que Jesús nos pide cuando nos dice que “leamos los signos de los tiempos”. Al pedirnos esto, Jesús no está sugiriendo que leamos cada análisis político, social o económico que podamos encontrar. Más bien, nos está invitando a buscar el dedo de Dios en cada acontecimiento de nuestras vidas. La generación de mis padres denominó a esto estar en sintonía con la “divina providencia”, esto es, mirar a cada acontecimiento de nuestras vidas y a los más importantes acontecimientos del mundo, y preguntarnos: “¿Qué nos está diciendo Dios en este suceso?”

Uno debe ser cuidadoso al hacer esto. Dios no causa accidentes, enfermedades, pesares, guerras, hambres, terremotos, calentamiento global o pandemias; tampoco Dios es el causante de que ganemos la lotería ni de que nuestro equipo de deportes favorito gane un campeonato, pero Dios habla por medio de ellos. Practicamos oración personificada cuando acogemos esa voz.

Oración mística: Orar místicamente no es cuestión de tener experiencias espirituales extraordinarias: visiones, raptos, éxtasis. El misticismo no trata de estas cosas. La experiencia mística es sencillamente ser tocado por Dios más profundamente de lo que podemos captar y comprender en nuestro entendimiento e imaginación, un conocimiento que sobrepasa nuestro juicio y corazón. El conocimiento místico funciona de este modo: tu cabeza te dice lo que piensas que es inteligente hacer; tu corazón te dice lo que deseas hacer; y tu centro místico te dice lo que tienes que hacer. Por ejemplo, C. S. Lewis, al describir su experiencia de conversión, nos dice que, la primera vez que se arrodilló y reconoció a Cristo, no lo hizo con entusiasmo. Más bien, según sus famosas palabras, se arrodilló “como el converso más reacio en la historia del Cristianismo”. ¿Qué le movió a hacer eso? En palabras suyas: “La rudeza de Dios es más amable que la gentileza humana, y el apremio de Dios es nuestra liberación”. Oramos místicamente siempre que oímos y escuchamos en nuestro interior la voz más apremiante de todas, aquella que nos dice dónde nos llaman Dios y el deber.

Oración afectiva: Todas oraciones devocionales (adoración de Cristo, letanías, rosarios, oraciones que piden la intercesión de María o un santo, y cosas por el estilo) son al fin oración afectiva, al igual que lo son todas formas de meditación y contemplación. Todas ellas tienen la misma intencionalidad. ¿Qué es eso? En el Evangelio de Juan, las primeras palabras salidas de la boca de Jesús son una pregunta. La gente está mirándolo con curiosidad, y él les pregunta: “¿Qué buscáis?” Esa pregunta queda en todo el resto del evangelio como un apuntalamiento. Muchas cosas están sucediendo en la superficie, pero debajo, siempre queda la persistente e inquieta pregunta: “¿Qué buscáis?”

Jesús responde explícitamente a esta pregunta al final del evangelio, la  mañana de la resurrección. María Magdalena acude en su busca trayendo aromas con los que embalsamar su cadáver. Jesús se encuentra con ella, pero ella no lo reconoce. Entonces él repite la pregunta con la que había abierto el evangelio: “¿Qué buscáis?” Y nos da su verdadera respuesta. Pronuncia su nombre con amor: “María”. Al hacer esto, revela lo que ella y cada uno de nosotros buscamos siempre, a saber, la voz de Dios, uno-a-uno, expresando amor incondicional, diciendo amorosamente nuestro nombre. Al fin, eso es lo que todos nosotros buscamos, oír a Dios pronunciar con amor nuestro nombre. Toda oración devocional, sea por nosotros mismos, por los demás o por el mundo, tiene esta suprema aspiración.

Oración sacerdotal: La oración sacerdotal es la oración de Cristo en favor del mundo por medio de la iglesia. Los cristianos tienen la convicción de que Cristo nos reúne aún en torno a su palabra y la Eucaristía. Y creemos que siempre que nos encontramos, en una iglesia o en cualquier otro lugar, para reunirnos en torno a las escrituras o para celebrar la Eucaristía, entramos en esa oración. Esto se denomina, por lo general, oración litúrgica; esta clase de oración es oración de Cristo, no oración nuestra. Además, no es una oración ante todo por nosotros mismos, ni siquiera por la iglesia, sino por el mundo: “Mi carne es alimento por la vida del mundo”.

Oramos litúrgicamente -oración sacerdotal- siempre que nos reunimos para celebrar las escrituras, la Eucaristía o cualquier sacramento. Igualmente, oramos así cuando, en comunidad o privadamente, rezamos lo que se llama Liturgia de las Horas u Oficio Divino (Laudes y Vísperas). Nos piden que recemos así regularmente por el mundo en virtud del  sacerdocio que nos confirieron en nuestro bautismo.

Un cristiano maduro y espiritualmente sano ora de estas cuatro maneras, y puede ser útil distinguir claramente entre estas clases de oraciones, de manera que estemos siempre orando, y orando con CristoRon Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -