Oración personificada: San Pablo nos invita a “orar siempre”. ¿Cómo es posible esto? No podemos estar siempre orando, ¿o sí? Lo que Pablo nos está invitando a hacer es lo que Jesús nos pide cuando nos dice que “leamos los signos de los tiempos”. Al pedirnos esto, Jesús no está sugiriendo que leamos cada análisis político, social o económico que podamos encontrar. Más bien, nos está invitando a buscar el dedo de Dios en cada acontecimiento de nuestras vidas. La generación de mis padres denominó a esto estar en sintonía con la “divina providencia”, esto es, mirar a cada acontecimiento de nuestras vidas y a los más importantes acontecimientos del mundo, y preguntarnos: “¿Qué nos está diciendo Dios en este suceso?”
Uno debe ser cuidadoso al hacer esto. Dios no causa accidentes, enfermedades, pesares, guerras, hambres, terremotos, calentamiento global o pandemias; tampoco Dios es el causante de que ganemos la lotería ni de que nuestro equipo de deportes favorito gane un campeonato, pero Dios habla por medio de ellos. Practicamos oración personificada cuando acogemos esa voz.
Oración mística: Orar místicamente no es cuestión de tener experiencias espirituales extraordinarias: visiones, raptos, éxtasis. El misticismo no trata de estas cosas. La experiencia mística es sencillamente ser tocado por Dios más profundamente de lo que podemos captar y comprender en nuestro entendimiento e imaginación, un conocimiento que sobrepasa nuestro juicio y corazón. El conocimiento místico funciona de este modo: tu cabeza te dice lo que piensas que es inteligente hacer; tu corazón te dice lo que deseas hacer; y tu centro místico te dice lo que tienes que hacer. Por ejemplo, C. S. Lewis, al describir su experiencia de conversión, nos dice que, la primera vez que se arrodilló y reconoció a Cristo, no lo hizo con entusiasmo. Más bien, según sus famosas palabras, se arrodilló “como el converso más reacio en la historia del Cristianismo”. ¿Qué le movió a hacer eso? En palabras suyas: “La rudeza de Dios es más amable que la gentileza humana, y el apremio de Dios es nuestra liberación”. Oramos místicamente siempre que oímos y escuchamos en nuestro interior la voz más apremiante de todas, aquella que nos dice dónde nos llaman Dios y el deber.
Oración afectiva: Todas oraciones devocionales (adoración de Cristo, letanías, rosarios, oraciones que piden la intercesión de María o un santo, y cosas por el estilo) son al fin oración afectiva, al igual que lo son todas formas de meditación y contemplación. Todas ellas tienen la misma intencionalidad. ¿Qué es eso? En el Evangelio de Juan, las primeras palabras salidas de la boca de Jesús son una pregunta. La gente está mirándolo con curiosidad, y él les pregunta: “¿Qué buscáis?” Esa pregunta queda en todo el resto del evangelio como un apuntalamiento. Muchas cosas están sucediendo en la superficie, pero debajo, siempre queda la persistente e inquieta pregunta: “¿Qué buscáis?”
Jesús responde explícitamente a esta pregunta al final del evangelio, la mañana de la resurrección. María Magdalena acude en su busca trayendo aromas con los que embalsamar su cadáver. Jesús se encuentra con ella, pero ella no lo reconoce. Entonces él repite la pregunta con la que había abierto el evangelio: “¿Qué buscáis?” Y nos da su verdadera respuesta. Pronuncia su nombre con amor: “María”. Al hacer esto, revela lo que ella y cada uno de nosotros buscamos siempre, a saber, la voz de Dios, uno-a-uno, expresando amor incondicional, diciendo amorosamente nuestro nombre. Al fin, eso es lo que todos nosotros buscamos, oír a Dios pronunciar con amor nuestro nombre. Toda oración devocional, sea por nosotros mismos, por los demás o por el mundo, tiene esta suprema aspiración.
Oración sacerdotal: La oración sacerdotal es la oración de Cristo en favor del mundo por medio de la iglesia. Los cristianos tienen la convicción de que Cristo nos reúne aún en torno a su palabra y la Eucaristía. Y creemos que siempre que nos encontramos, en una iglesia o en cualquier otro lugar, para reunirnos en torno a las escrituras o para celebrar la Eucaristía, entramos en esa oración. Esto se denomina, por lo general, oración litúrgica; esta clase de oración es oración de Cristo, no oración nuestra. Además, no es una oración ante todo por nosotros mismos, ni siquiera por la iglesia, sino por el mundo: “Mi carne es alimento por la vida del mundo”.
Oramos litúrgicamente -oración sacerdotal- siempre que nos reunimos para celebrar las escrituras, la Eucaristía o cualquier sacramento. Igualmente, oramos así cuando, en comunidad o privadamente, rezamos lo que se llama Liturgia de las Horas u Oficio Divino (Laudes y Vísperas). Nos piden que recemos así regularmente por el mundo en virtud del sacerdocio que nos confirieron en nuestro bautismo.
Un cristiano maduro y espiritualmente sano ora de estas cuatro maneras, y puede ser útil distinguir claramente entre estas clases de oraciones, de manera que estemos siempre orando, y orando con Cristo. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -