La espiritualidad de Eugene de Mazenod. Artículo.


Durante los años en que he estado escribiendo esta columna, en raras ocasiones he mencionado el hecho de pertenecer a una congregación religiosa, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Esa omisión no es una evasión, dado que ser un Oblato de María Inmaculada es algo de lo que estoy no poco orgulloso. Aun así, raramente doy publicidad al hecho de que soy sacerdote y miembro de  una congregación religiosa, porque creo que, cuanto escribo aquí y en otras partes, necesita cimentarse sobre cosas que están más allá de los títulos.

En esta columna, sin embargo, quiero hablar sobre el fundador de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, san Eugenio de Macenod, porque lo que él tenía que decir sobre el discipulado cristiano y la espiritualidad es algo de valor e importancia para todos, al igual que el legado que nos han transmitido otros grandes fundadores religiosos como Bernardo, Francisco, Domingo, Ángela Merici, Ignacio de Loyola, Vicente de Paul y otros.

San Eugenio de Mazenod fue un obispo francés de origen aristocrático que algunos mitos populares identifican como el obispo de Los Miserables. Era un hombre cuya personalidad tendía algo naturalmente hacia lo austero, lo introvertido, lo muy tendente al interior, lo místico y lo inquebrantable. No era el tipo de personas a quien la mayoría de la gente elegiría como su primera opción para una ligera conversación en una comida, pero era el tipo de persona que frecuentemente resulta primera opción de Dios para fundar una congregación religiosa.

Soren Kierkegaard aseguró una vez que ser santo es querer la única cosa. Eugenio de Mazenod hizo claramente eso y, en su caso, esa única cosa poseía algunos aspectos que, tomados conjuntamente, forman el fundamento de una espiritualidad muy rica y equilibrada, una que da énfasis a algunos aspectos sobresalientes del discipulado cristiano que, con frecuencia, hoy son desatendidos.

¿Qué modeló la espiritualidad de Eugenio de Mazenod y el carisma que nos legó?

Primero: dio énfasis a la comunidad. Para él, una vida digna de ser vivida es no sólo la de realización personal, fidelidad o incluso grandeza; es la vida que se asocia al poder inherente a la comunidad. Creía firmemente en el principio: lo que soñamos solos continúa siendo un sueño; lo que soñamos con otros puede llegar a ser una  realidad. En su opinión, la compasión sólo se hace efectiva cuando llega a ser colectiva, cuando brota de un grupo más bien que de un solo individuo. Creía que, por tu cuenta, puedes llamar la atención, pero eres incapaz de marcar la diferencia. Fundó una congregación religiosa porque creía profundamente en esto.

A pesar de todos los problemas que hoy confrontan al mundo y a la Iglesia, si alguien la preguntara: “¿Cuál es la única cosa que yo podría hacer para marcar la diferencia?”, él respondería: “Júntate con otros que aprecian sinceramente la comunidad, en torno a la persona de Cristo. Tú solo no puedes salvar el mundo. ¡Juntos sí, podemos!”

Segundo: él creía que una sana espiritualidad realiza un matrimonio entre contemplación y justicia. Juzgada a la luz de nuestras sensibilidades contemporáneas, su expresión exacta de esto quizás sea hoy lingüísticamente ruda, pero su principio básico es perennemente válido: solamente una acción que brote de una vida que esté enraizada en la oración y la interioridad profunda será verdaderamente profética y efectiva. A la inversa, toda oración verdadera e interioridad genuina irrumpirá en acción, especialmente en acción a favor de la justicia y los pobres.

Tercero: en su propia vida y en la espiritualidad que proyectó para su comunidad religiosa, hizo una fuerte opción preferencial en favor de los pobres. Hizo esto no porque fuera lo políticamente correcto, sino porque era lo correcto; el Evangelio demanda esto, y esto es no-negociable. Su creencia era simple y clara: como cristianos, somos llamados a estar y trabajar con aquellos con los que nadie más quiere estar ni trabajar. Para él, ninguna enseñanza o acción que no sea buena noticia para los pobres puede alegar que está hablando en el nombre de Jesús o de las Escrituras.

Cuarto: él colocó todo esto bajo el patronazgo de la madre de Jesús, María, a la que ve como abogada en favor de los pobres. Reconoció que los pobres recurren a ella, ya que es ella quien proclama el Magnificat.

Finalmente: en su propia vida y en el ideal que proyectó, juntó dos tendencias aparentemente contradictorias: un profundo amor por la Iglesia institucional y la capacidad de desafiarla proféticamente al mismo tiempo. Amaba a la Iglesia, creía que era la causa más noble por la que uno podía morir; pero, a la vez, no tenía miedo de señalar públicamente las faltas de la Iglesia ni admitir que la Iglesia necesita constante desafío y autocrítica… ¡y estaba deseando ofrecerlas!

Su personalidad era muy diferente de la mía. Dudo de que él y yo congeniáramos espontáneamente. Pero eso es incidental. Estoy orgulloso de su legado, orgulloso de ser uno de sus hijos y suficientemente convencido de su espiritualidad para entregar mi vida por ella. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org. Web sobre el santo.

Cállate y sal de él.

 






Domingo 4º del Tiempo Ordinario

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Señor, Tú eres Santo

Comentario


Un aspecto de la victoria sobre el mal, que anuncia y produce el Evangelio del Reino, es también la superación de los "juicios universales", con los que nos inclinamos a hacer coincidir a los otros y a nosotros mismos con nuestros problemas y fracasos o con el mal que se ha cometido. Ésta era, por lo demás, la tentación que asediaba asimismo a la muchedumbre que se encontraba presente en la sinagoga frente al pobre endemoniado.

        Jesús, en cambio, da por sentada una certeza, una certeza para la que ni siquiera los gritos descompuestos y desgarradores del endemoniado suponen un obstáculo: éste sigue siendo un hombre (v. 25), una criatura a la que Dios ha revestido de su gloria. Así, si en nuestro corazón se levantan alguna vez voces descompuestas que nos echan en cara nuestros límites y quieren hacernos perder de vista nuestra dignidad y libertad, aquí está la Palabra de Jesús, que se levanta para hacer callar de nuevo nuestras dudas y la vergüenza paralizadora.

        También hoy sigue actuando el poder de su amor, del mismo modo que cuando redujo al silencio al demonio que atormentaba al pobre enfermo en la sinagoga de Cafarnaún. Esa misma Palabra no cesa de recordarnos la verdad celebrada por tantos pasajes bíblicos, en particular por el salmo 8: Dios revela en la humanidad su propia gloria, imponiendo silencio a las fuerzas del caos ("para hacer callar al enemigo y al rebelde"), porque hace de nosotros, hombres y mujeres, sus criaturas amadas. Jesús nos atestigua que Dios está siempre de nuestra parte y no deja que nos arrebate ningún espíritu inmundo. Estar seguros de esta grandeza nuestra, que nos ha sido otorgada por el inmerecido amor divino, y vivir la experiencia de la vida en Cristo nos libera asimismo de la tentación de entender la religión como un perderse en una selva de reglas y preceptos que hemos de conciliar con las siempre cambiantes situaciones de la existencia. Respiramos entonces ese sentido de novedad y libertad que la gente advertía en las palabras y las acciones de Jesús. En efecto, vivir en la libertad a la que nos ha llamado Cristo nos hace reapropiarnos de la economía profética y nos lleva a comprender que también hoy irrumpe la Palabra de Dios con toda su fuerza para consolar y amonestar, justamente como cuando los profetas se levantaban en Israel para hablar en nombre del Dios 


La ley de la gravedad y el Espíritu Santo. Artículo.

Una teología y una ciencia cabales reconocerán que la ley de la gravedad y el Espíritu Santo son una sola realidad en el mismo principio. No existe un espíritu diferente de lo espiritual que pueda mantener lo físico. Existe un solo espíritu que habla por medio de la ley de la gravedad y el Sermón de la Montaña.

Si reconociéramos que el mismo Espíritu está presente en cada cosa, en la creación física, en el amor, en la belleza, en la creatividad humana y en la moralidad humana, podríamos mantener  más cosas juntas en una tensión fructífera más bien que poniéndolas en oposición y teniendo los diferentes dones del Espíritu de Dios luchando unos contra otros. ¿Qué significa esto?

Tenemos excesivas dicotomías nocivas en nuestras vidas. Demasiado frecuentemente, nos hallamos optando entre cosas que no deberían estar en oposición mutua, y estamos en la infeliz posición de  tener que escoger entre  dos cosas que son buenas en sí mismas. Vivimos en un mundo en el que, con demasiada frecuencia, lo espiritual se opone a lo físico, la moralidad se opone a la creatividad, la inteligencia se opone a la educación, el compromiso se opone al sexo, la conciencia se opone al placer, y la fidelidad personal se opone al éxito creativo y profesional.

Obviamente, hay algo erróneo aquí. Si una sola fuerza, el Espíritu de Dios, es la única fuente que anima todas estas cosas, entonces está claro que no deberíamos colocarnos en la posición de tener que elegir entre ellas.  Idealmente, deberíamos elegir a ambas, porque el único y mismo Espíritu apoya a ambas.

¿Es verdad esto? ¿Es el Espíritu Santo, a un mismo tiempo, la fuente de la gravedad y la fuente del amor? Sí. Por lo menos, si las Escrituras están para ser creídas. Estas nos dicen que el Espíritu Santo es, a un mismo tiempo, una fuerza física y espiritual, la fuente de toda fisicalidad  y de toda espiritualidad, todo al mismo tiempo.

Nos encontramos primeramente con la persona del Espíritu Santo en la frase inicial de la Biblia: En el principio había un vacío informe, y el Espíritu de Dios se cernía sobre el caos. En los primeros capítulos de las Escrituras, el Espíritu Santo es presentado como una fuerza física, un viento que proviene de la boca misma de Dios y no sólo da forma y ordena la creación física, sino es también la energía que se halla en la base de todo, animado e inanimado igualmente: Retira tu aliento y todo vuelve a ser polvo.

Los antiguos creían que había un alma en cada cosa; y esa alma, aliento de Dios, guardaba cada cosa juntamente y le daba sentido. Creían esto aun cuando no entendían, como hacemos hoy, los funcionamientos del mundo infra-atómico: cómo las más pequeñas partículas y ondas de energía poseen ya cargas eléctricas eróticas, cómo el hidrógeno busca oxígeno por todas partes, y cómo, al más elemental nivel de la realidad física, las energías se están ya atrayendo y repeliendo mutuamente como lo hace la gente. Ellos no sabían explicar estas cosas científicamente como nosotros lo sabemos, pero reconocían, como nosotros, que ya hay alguna forma de “amor” en el interior de todas las cosas, aunque sean inanimadas. Atribuían todo esto al aliento de Dios, viento que procede de la boca de Dios y, en definitiva, anima las rocas, el agua, los animales y los seres humanos.

Ellos entendían que el mismo aliento que anima y ordena la creación física es también la fuente de toda belleza, harmonía, paz, creatividad, moralidad y fidelidad. Entendía que el aliento de Dios es tan moral como físico, tan unificador como creativo, y tan inteligente como osado. Para ellos, el aliento de Dios era una única fuerza y no se contradecía. El mundo físico y el espiritual no se oponían entre sí. Entendían que un único Espíritu era la fuente de ambos.

Nosotros necesitamos entender las cosas de igual modo. Necesitamos permitir al Espíritu Santo, en toda su plenitud, animar nuestras vidas. Lo que esto quiere decir concretamente es que no debemos permitirnos ser energizados ni dirigidos excesivamente por una única parte del Espíritu en detrimento de las otras partes de ese mismo Espíritu.

Así, pues, no debería haber creatividad a falta de moralidad, educación a falta de sentido común, sexo a falta de compromiso, placer a falta de conciencia ni realizaciones artísticas o profesionales a falta de fidelidad personal. A la vez, no debería haber una vida digna para algunos a falta de justicia para cada uno. A la inversa, sin embargo, necesitamos recelar de nosotros mismos cuando somos morales pero no creativos, cuando nuestro sentido común tiene miedo a la educación crítica, cuando nuestra espiritualidad tiene problemas con el placer, y cuando nuestra fidelidad personal es demasiado defensiva ante el arte y la realización. Un solo Espíritu es el autor de todas estas cosas. De aquí que debamos ser igualmente  sensibles a cada una de ellas. Alguien se mofó una vez de que una herejía es algo que resulta nueve décimas partes verdadera. Ese es nuestro problema con el Espíritu Santo. Estamos siempre en una verdad parcial cuando no permitimos una conexión entre la ley de la gravedad y el Sermón de la MontañaRon Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) Fuente: Ciudad Redonda.org

Venid conmigo y os haré pescadores de hombres





Domingo 3º del Tiempo Ordinario

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El Reino de Dios está cerca

Comentario


El Evangelio es la buena noticia de que el Padre nos ama locamente. Qué hemos de hacer entonces? Dios no nos pide cosas grandes, hiperbólicas, sino, simplemente, cambiar de vida, volver a él. Convertirse no es sólo cesar de hacer el mal -como pedía Jonás a los ninivitas-, sino reconocer en nuestras dificultades al Dios cercano a nosotros, que nos ama aun cuando las cosas no vayan como nosotros quisiéramos.

        Así pues, para convertirse es preciso saber apreciar nuestro tiempo como el kairós que Dios nos da, como el "tiempo oportuno" que se ofrece a nuestro presente. Todo es provisional, aunque no el sentido profundo de la realidad que la fe nos presenta. Apropiarnos de la gran oportunidad de llegar a ser hijos de Dios es saber hacerse con la ocasión propicia, es creer en el Evangelio del Reino, evitando detenernos en cosas inútiles, transitorias, sin someternos a los "esquemas" mundanos que nos aprisionan.

        Jesús también viene hoy, misteriosamente, a buscarnos a nosotros, que nos encontramos con un horizonte de vida comparable al que tenían delante los primeros que fueron llamados, unos hombres encerrados en su trabajo de echar las redes y arreglarlas después. Así pues, también nosotros, como los cuatro primeros discípulos, debemos convertirnos a él, reconociendo su paso por nuestra vida y la invitación incesante que nos hace para que le sigamos. Convertirnos en discípulos suyos supone renovar cada día nuestra opción por él, buscando dentro de nuestra historia esa voz suya que nos llama desde siempre. Así, entramos en la historia de la exaltadora promesa del "os haré pescadores de hombres", que no se agota a buen seguro en la tarea del ministerio eclesial, sino que coincide con la experiencia de todo cristiano auténtico.

        He aquí, por tanto, la rebosante alegría de la pesca mesiánica, que supone arrancar a la humanidad de las aguas venenosas del mal, para llevarla al refugio seguro en la vida del Reino. Indudablemente, ninguno de nosotros puede "salvar" a otro hombre, pero todos podemos colaborar con Jesús en el trabajo de echar las redes del Evangelio, a fin de que las personas disponibles se agarren a ellas y renazcan a la vida nueva.


Piedad y humor. Artículo.

La piedad es enemiga del humor, al menos cuando algo que no llega a ser piedad se enmascara de piedad. He aquí un ejemplo: Una vez, conviví en una comunidad con un hombre excesivamente serio que, tras contar alguien un chiste poco decente, nos traía al orden con la pregunta: “¿Contaríais un chiste como ese ante el Santísimo Sacramento?” Eso no solo deshinchaba el chiste y a su relator, sino que también hacía desaparecer la animación del lugar.

Hay una respuesta que me habría gustado haber dado a su pregunta; es un chiste que mi maestro de novicios oblato solía contar y cuya ironía muestra la falsa piedad. El chiste dice así: Una joven estaba a  punto de casarse, y su familia no podía disponer de un local para la recepción de la boda. El párroco les ofreció generosamente el vestíbulo de la entrada a la iglesia y les dijo que podían traer una tarta y organizar allí una recepción. El padre de la novia preguntó si podían traer también algún licor. “De ninguna manera”, respondió el sacerdote, “¡no es procedente beber licor en una iglesia!” “Pero”, protestó el padre de la novia, “Jesús bebió vino en la fiesta de las bodas de Caná”. “¡Pero no ante el Santísimo Sacramento!”, replicó el sacerdote.

Por supuesto que el humor puede ser impío, torpe, ofensivo, sucio; pero, cuando ese es el caso, la improcedencia normalmente consiste más en la estética que en el contenido del chiste. Un chiste no es ofensivo porque trate sobre sexo, o religión, o cualquier otra cuestión de carácter sagrado. El humor es ofensivo cuando cruza una línea en materia de respeto, gusto o estética. El humor es ofensivo cuando es mala arte. La mala arte cruza una línea en materia de respeto, tanto sea en relación a su audiencia como a su tema. Lo que puede hacer que un chiste resulte ofensivo o sucio es cuándo se cuenta, o cómo se cuenta, o a quién se cuenta, o el tono en que se cuenta, o la carencia de sensibilidad para con lo que se cuenta, o el color del lenguaje en que se está contando. Si se puede contar o no ante el Santísimo Sacramento, no es ningún criterio. Si un chiste no debiera contarse ante el Santísimo Sacramento, tampoco debería contarse ante nadie. No hay dos patrones de ofensa.

No obstante, la mala piedad es enemiga del humor. Es también enemiga del vivir vigoroso y terrenal. Pero ese es solo el caso para la mala piedad, no para la piedad genuina. La piedad genuina es uno de los frutos del Espíritu Santo y es una saludable reverencia ante toda manifestación de vida. Pero es una reverencia que, mientras sea saludablemente respetuosa, no es ofendida por el humor (aun el humor vigoroso y terrenal) contando con que el humor no sea estéticamente ofensivo; es algo semejante a la desnudez, que resulta saludable en el arte, mientras en la pornografía es ofensiva.

La falsa sensibilidad que se enmascara de piedad priva también de humor a toda espiritualidad, excepto a la forma más piadosa. Al hacer eso, en efecto, presenta a Jesús, a María y a los santos como carentes de humor, y así no del todo humanos ni saludables. Uno de nuestros mentores de nuestro noviciado oblato nos dijo, cuando éramos jóvenes novicios, que no hay un solo incidente relatado en la escritura donde Jesús aparezca riendo alguna vez. Nos lo dijo para amortiguar nuestra natural, juvenil y alborotada energía, como si esto fuera de alguna manera un impedimento para ser religiosos.

La energía humorística no es un impedimento para ser religioso. Al contrario. Jesús es dechado de todo lo que es saludablemente humano; y él, sin duda, fue una persona humana plenamente saludable, vigorosa y grata, y ninguna de esas palabras (saludable, vigorosa, grata) se le aplicaría si no hubiera tenido un sentido de humor saludable, verdaderamente terrenal.

Durante quince años enseñé un curso titulado La Teología de Dios a seminaristas y otros que se preparaban para el ministerio. Trataba de recorrer todas las bases requeridas que se pidieron en el currículo: revelación bíblica, intuiciones patrísticas, enseñanzas de las normativas eclesiales y aspectos especulativos de los teólogos contemporáneos. Pero, dentro de todo esto, como el tema recurrente de una ópera, indicaba a los estudiantes esto: En toda vuestra predicación y enseñanza y prácticas pastorales, cualquier cosa que sea, tratad de no hacer que Dios parezca estúpido. Tratad de no hacer que Dios parezca ininteligente, tribal, despreciable, rígido, nacionalista, enfadado ni temeroso. Cada homilía, cada enseñanza teológica, cada práctica eclesial y cada práctica pastoral refleja en definitiva una imagen de Dios, querámoslo o no. Y si hay algo no saludable en nuestra predicación o prácticas pastorales, el Dios que lo apoya también aparecerá como no saludable. Un Dios saludable no apuntala una teología, eclesiología ni antropología malsana.

De aquí se deduce que, si hablamos de un Jesús carente de humor, que se ofende por la terrenidad de la vida, que se encuentra incómodo oyendo la palabra sexo, que retrocede ante el lenguaje poco decente y que tiene reparo en sonreír y reír la ironía, el ingenio y el humor, obligamos a Jesús a aparentar que es rígido y tenso, remilgado, y no la persona junto a la que querríais sentaros a la mesa. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) Fuente: Ciudad Redonda.org

Venid y lo veréis





Domingo 2º del Tiempo Ordinario

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Enséñame a escucharte y verte en todo

Comentario


*•• Juan sitúa la llamada de los primeros discípulos en el <<tercer día<< de la primera sección de su evangelio (Jn 1,19-2,11): la <<semana inaugural<< que culmina en las bodas de Cana. La organización del material narrativo en seis días remite al relato de la creación, con la aparición del hombre y de la mujer en el sexto día, y proclama de una manera implícita que la nueva misión de Jesús tiende a una nueva creación de la humanidad.

        El encuentro entre Jesús y los discípulos tiene lugar a través de la presencia de un testigo, el Bautista. Este último es capaz de ir más allá de las apariencias, abriéndose a una mirada de fe que sabe reconocer el misterio que mora en Jesús, una mirada que comunica a dos de sus discípulos que estaban allí presentes: <<Éste es el Cordero de Dios<< (v. 36).

        Qué es lo que ha vislumbrado el Bautista en Jesús cuando le declara Cordero de Dios? El tema vuelve en la alusión al cordero pascual de Jn 19,36. En este hombre que está pasando reconoce, por tanto, el Bautista a aquel que derrama su propia sangre para hacer presente al Dios del Éxodo, al Dios de la renovación de la vida. Al oírle hablar así, los dos discípulos del Bautista siguieron a Jesús (v. 37), impulsados por una búsqueda que, sin embargo, debe acceder a una ulterior claridad. Esto tiene lugar cuando Jesús se vuelve y les pregunta: <<Qué buscáis<< (v. 38). Se trata de una pregunta que les plantea como consecuencia de haberlos <<contemplado<< (eso es lo que dice el texto griego al pie de la letra) en el acto de seguirle. El mismo Jesús se queda sorprendido y admirado del milagro del seguimiento. He aquí, por tanto, la justa petición del verdadero discípulo: <<Rabí, dónde vives?<< (v. 38). Más que saber lo que enseńa Jesús, es preciso estar con él allí donde mora. La morada de Jesús es su estar junto al Padre como Hijo amado.

        Ése es su secreto, y por la continuación del Evangelio se volverá evidente que convertirse en discípulo suyo significa entrar en la misma relación de amor que él mantiene con el Padre. Por eso les invita a <<venir<< y <<ver<<, esto es, a tener experiencia de él y de la comunión con el Padre.

        De los dos discípulos queda aquí uno anónimo, aunque muchos exégetas se inclinan por reconocer en él al discípulo amado, mientras que el otro es Andrés. Éste es el discípulo <<positivo<<, la persona de la escucha, el paradigma del auténtico seguimiento que se encarga de dar testimonio de cuanto vivieron el día en el que se detuvieron junto a Jesús (v. 39). Andrés conduce, pues, a Jesús a su hermano Simón (v. 42). El cambio del nombre de Simón por el de Cefas indica precisamente la profunda transformación de la persona gracias al amor de Jesús; sin embargo, Simón sigue, de momento, cerrado todavía a esa adhesión de fe que se llevará a cabo, trabajosamente, más tarde.


¿Feliz Navidad o Felices fiestas? Artículo

Lo que rodea, retorna, según parece. Los cristianos se apropiaron de una fiesta pagana y la sacralizaron con ocasión de celebrar el cumpleaños de Jesús, y ahora el mundo secular está devolviendo el favor.  

La decisión de celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de Diciembre no se basó en cuidadosos cálculos sobre el día en que de hecho nació Jesús. Más bien, tuvo tres orígenes. En la Roma politeísta, el 25 de Diciembre se tenía una celebración del Sol Invicto, que señalaba el retorno de días más largos. Continuó Saturnalia, un festival en el que el pueblo festejaba e intercambiaba regalos. La iglesia de Roma empezó celebrando la Navidad el 25 de Diciembre (en algún lugar, entre 306 y 337) durante el reinado de Constantino, el primer emperador cristiano, posiblemente para debilitar las tradiciones paganas.

Los cristianos sacralizaron una fiesta pagana, y hoy estamos viendo el reverso. Más y más, las celebraciones de Navidad están siendo desprovistas de todos los símbolos y connotaciones religiosas. Santa Claus ha reemplazado al Niño Jesús. Rocking around the Christmas tree (“El bamboleo en torno al árbol de Navidad”) ha reemplazado al Adeste, fideles (“Venid, fieles todos”); y I’m Dreaming of a White Christmas (“Oh, blanca Navidad”) ha reemplazado al Silent Night (“Noche de paz”). El saludo “Feliz Navidad” ha venido a ser el “Felices fiestas”. ¿Por qué está sucediendo esto?

Primeramente, estamos secularizándonos más y más como sociedad. La historia de Navidad está atrayendo religiosamente a menos gente, a la vez que se valora la temporada de Navidad como un tiempo muy especial del año. Se valora la fiesta por su énfasis en el amor, la entrega de regalos, el color, la especialidad y la celebración, pero se prefiere que el énfasis esté precisamente en estas cosas sin una referencia a Cristo.

A pesar de todo, dentro de esa secularización, hay algunas voces que conspiran para desmontar la celebración de Navidad de sus raíces religiosas pero haciéndolo de manera positiva. Su crítica fundamental va así: En esencia, somos una cultura secularizada, no una cultura cristiana, y resulta desleal para los no-cristianos que se enfatice el aspecto religioso (Cristo) de esta fiesta. Es ofensivo para los judíos, musulmanes, budistas, agnósticos y no-creyentes. Dada la constitución pluralista de nuestra sociedad, decir “Feliz Navidad” puede ser algo imperialista, cerrado de mente y no totalmente respetuoso para con los demás.

¿En qué grado resulta esto válido? Contiene cierta legitimación, aunque es también profundamente errónea. ¿Cómo así? Primero, este juicio crítico no procede principalmente de judíos, musulmanes y no-cristianos. Surge mayormente de algunas sensibilidades excesivas y no del todo saludables que hay en cristianos y ex-cristianos. Sí, se admite que somos una cultura secular y pluralista. Pero, ¿acaso los cristianos no tienen derecho a celebrar el nacimiento de Cristo con todo el lenguaje, símbolos y rituales apropiados? Nadie regatea a los creyentes judíos el derecho a celebrar el Janucá, ni a los musulmanes el derecho a celebrar el Ramadán. ¿Por qué una celebración cristiana debería ser diferente?

Y aquí se podría suscitar una pregunta crítica. Este interés expresado a favor de la justicia y los sentimientos de los demás ¿está siendo dirigido primariamente por un genuino compromiso a favor de los sentimientos de los demás, o está también siendo dirigido (aunque inconscientemente) por ciertos sentimientos sobre nosotros mismos, a saber, por una combinación enfermiza de odio a sí mismo, hipercorrección política y una cierta grandiosidad adolescente? Resulta fácil caer víctima del odio a sí mismo, donde podemos ser favorables a toda tradición excepto la propia nuestra; a una hipercorrección política, donde no hay límites de sentido común a nuestra sensibilidad; y a algo que podría llamarse grandiosidad adolescente, donde solamente vemos los defectos en nuestros padres, y no sus virtudes, ni donde estamos en deuda con ellos.

Necesitamos ser sensibles a los demás, y darnos cuenta y aceptar que no podemos imponer una celebración cristiana a aquellos que no comparten nuestra fe en Jesucristo. Pero la sociedad debe ser también justa para con nosotros y permitirnos celebrar el cumpleaños de Cristo como fiesta religiosa. Verdaderamente, no debería haber ninguna tensión en esto. Nadie debería mostrar disgusto a otro por decir Feliz Navidad o Felices fiestas. Noche de paz puede sonar junto a White Christmas. Jesús, a no dudarlo, se lleva bien con Santa Claus. El amor, la alegría, la entrega de regalos y las luces multicolores realizan su propia labor en el corazón, y lo que hacen en él está supeditado a lo que haya en ese corazón. A algunos corazones les dirán Feliz Navidad; a otros corazones les dirán Felices Fiestas; y a algunos corazones les dirán ambas cosas. Deberíamos aceptar eso de buena gana.

Por lo tanto, cristianos, celebremos la Navidad como el cumpleaños de Cristo sin apologías ni apologéticas. El mundo secular no tiene ningún derecho a prohibirnos decir Feliz Navidad y celebrar el cumpleaños de Cristo con los belenes, villancicos, símbolos y rituales que hablan del nacimiento de Jesús. Nuestras celebraciones cristianas no impiden las celebraciones seculares, las luces de Navidad, las decoraciones especiales, los desfiles de Santa Claus, la entrega de regalos, los festejos navideños y el bamboleo alrededor del árbol de Navidad. Estas costumbres son legítimas y, a su estilo, son buenas maneras de celebrar la Navidad. ¡Eh!, nosotros nos apropiamos esta fiesta de los paganos, así que ellos tienen derecho a vindicar partes de ella. Además, el paganismo y el Cristianismo a veces contribuyen a una mezcla valiosa. Y no olvidemos que el mundo mide el tiempo por el nacimiento de Jesús. Estamos en el año 2023 desde el gran acontecimiento que alteró el tiempo. ¿No se merece tan monumental circunstancia una doble celebración? Feliz Navidad y Felices Fiestas. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf)  Fuente: Ciudad Redonda.org