Cállate y sal de él.

 






Domingo 4º del Tiempo Ordinario

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Señor, Tú eres Santo

Comentario


Un aspecto de la victoria sobre el mal, que anuncia y produce el Evangelio del Reino, es también la superación de los "juicios universales", con los que nos inclinamos a hacer coincidir a los otros y a nosotros mismos con nuestros problemas y fracasos o con el mal que se ha cometido. Ésta era, por lo demás, la tentación que asediaba asimismo a la muchedumbre que se encontraba presente en la sinagoga frente al pobre endemoniado.

        Jesús, en cambio, da por sentada una certeza, una certeza para la que ni siquiera los gritos descompuestos y desgarradores del endemoniado suponen un obstáculo: éste sigue siendo un hombre (v. 25), una criatura a la que Dios ha revestido de su gloria. Así, si en nuestro corazón se levantan alguna vez voces descompuestas que nos echan en cara nuestros límites y quieren hacernos perder de vista nuestra dignidad y libertad, aquí está la Palabra de Jesús, que se levanta para hacer callar de nuevo nuestras dudas y la vergüenza paralizadora.

        También hoy sigue actuando el poder de su amor, del mismo modo que cuando redujo al silencio al demonio que atormentaba al pobre enfermo en la sinagoga de Cafarnaún. Esa misma Palabra no cesa de recordarnos la verdad celebrada por tantos pasajes bíblicos, en particular por el salmo 8: Dios revela en la humanidad su propia gloria, imponiendo silencio a las fuerzas del caos ("para hacer callar al enemigo y al rebelde"), porque hace de nosotros, hombres y mujeres, sus criaturas amadas. Jesús nos atestigua que Dios está siempre de nuestra parte y no deja que nos arrebate ningún espíritu inmundo. Estar seguros de esta grandeza nuestra, que nos ha sido otorgada por el inmerecido amor divino, y vivir la experiencia de la vida en Cristo nos libera asimismo de la tentación de entender la religión como un perderse en una selva de reglas y preceptos que hemos de conciliar con las siempre cambiantes situaciones de la existencia. Respiramos entonces ese sentido de novedad y libertad que la gente advertía en las palabras y las acciones de Jesús. En efecto, vivir en la libertad a la que nos ha llamado Cristo nos hace reapropiarnos de la economía profética y nos lleva a comprender que también hoy irrumpe la Palabra de Dios con toda su fuerza para consolar y amonestar, justamente como cuando los profetas se levantaban en Israel para hablar en nombre del Dios