Pan y vino. Artículo.

En la Última Cena, cuando Jesús instituyó la Eucaristía, eligió el uso de dos elementos, el pan y el vino. Las imágenes están ahora tan profundamente arraigadas en nuestra conciencia que nunca dejamos de preguntar la razón del pan y el vino. Entre todas cosas que Jesús podía haber escogido, ¿por qué estas dos? ¿Qué incluyen en sí mismas que las hacen particularmente aptas para actualizar el cuerpo y sangre de Cristo? Más particularmente, ¿qué representa cada una?

De acuerdo con el uso que se realiza de ellas en la Eucaristía, el pan y el vino simbolizan aspectos muy diferentes de nuestras vidas, de nuestro mundo y de la vida de Jesús.

Pan. ¿Qué es el pan? ¿Qué representó para Jesús en aquella primera Eucaristía? Una hogaza de pan está elaborada con muchos granos de trigo que cuando son molidos pierden su identidad de separados y pasan a ser una hogaza. En la Eucaristía, el pan nos representa a nosotros, multitud de individuos, ahora juntos como un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Pero representa también un aspecto particular de nuestras vidas, a saber, estas vidas nuestras en el grado en que estamos alegres, sanos, en comunión unos con otros y creciendo como hijos de Dios. El aroma del pan tierno habla de vida. Eso mismo hace el pan en la Eucaristía. Se convierte en el pan de los logros del mundo y espera la bendición de Dios para todo lo que es joven, saludable, creativo y rebosante de vida.

Metafóricamente, el pan celebra el periodo galileo de la vida de Jesús y de nuestras propias vidas: el tiempo de la juventud, de los milagros, de caminar sobre el agua, de hacer surgir a gente de entre los muertos, de la gozosa energía de la vida, del enamoramiento y del nacimiento de la nueva vida.

Vino. ¿Qué representó el vino para Jesús y qué representa en la Eucaristía? El vino está hecho de uvas machacadas y representa la sangre. Y, como sangre de Cristo, representa todo lo roto, frágil, incompleto, enfermo, doloroso y agonizante en el mundo. Es el vino de la mortalidad e insuficiencia del mundo, la sangre de todos es machacada a la vez que tienen lugar los logros del mundo.

Metafóricamente, el vino conmemora el periodo de Jerusalén en la vida de Jesús y en nuestras propias vidas: el tiempo de la incomprensión, de ser la víctima, de la angustia mental, de la angustia física, de ser excluido, de la soledad de morir cuando los demás no pueden ayudarnos.

Y los dos juntos contribuyen a un todo equilibrado, la vida en todos sus aspectos. En efecto, cuando el que preside la Eucaristía eleva el pan y el vino, esto es lo que está diciendo: Señor, lo que elevo a ti hoy es todo lo que hay en este mundo, tanto de gozo como de dolor: el pan de los logros del mundo y la sangre de todo lo que es machacado cuando esos logros tienen lugar. Te ofrezco todo lo que es saludable y floreciente en nuestro mundo: el gozo vivido en nuestras mesas, la alegría de los niños, los prometedores sueños de los jóvenes, la satisfacción del logro y todo lo que es creativo y desbordante de vida, aun cuando también te ofrezco todo lo que es débil, endeble, aviejado, machacado, enfermo, agonizante y victimizado. Te ofrezco todas las bellezas, placeres y gozos paganos de esta vida, aunque yo permanezca contigo bajo la cruz, afirmando que quien está excluido del placer terrenal es la piedra angular de la comunidad. Te ofrezco los fuertes, junto con los débiles y mansos de corazón, pidiéndote que bendigas a ambos y amplíes mi corazón de modo que pueda, como tú, custodiar y bendecir todo que existe. Te ofrezco no sólo las maravillas sino también las penas de este mundo, tu mundo.

La espiritualidad podría asumir algunas lecciones de esto. Demasiado frecuentemente las espiritualidades son unilaterales y necesitan equilibrio.

Por una parte, es posible que una espiritualidad se centre demasiado lateralmente en la prosperidad humana y descuide la insuficiencia humana: el sufrimiento, el pecado, la mortalidad, y la invitación de Jesús a cargar con su cruz. Celebra exclusivamente la juventud, la salud, la prosperidad y la bondad, y presenta a un Jesús que nos ofrece un Evangelio de prosperidad más bien que un Evangelio íntegro.

A la inversa, una espiritualidad puede centrarse también unilateralmente sobre la insuficiencia humana; el pecado, la mortalidad, el ascetismo y la renuncia al placer. Celebra a los ancianos pero no a los jóvenes, a los enfermos pero no a los sanos, a los pobres pero no a los adinerados, a los agonizantes pero no a los vivientes, y al mundo futuro pero no al presente. Esto priva al Evangelio de su integridad y presenta a un Jesús como si fuera un asceta enfermizo y mirara con recelo la felicidad humana natural.

El pan y el vino de la Eucaristía dan voz a todos aspectos de la vida. En palabras de Teilhard de Chardin, las palabras consagratorias de una Eucaristía quieren decir en esencia esto: “Sobre cada sustancia viviente que está para brotar, para crecer, para florecer, para madurar a lo largo de este día, yo digo de nuevo las palabras: ‘Esto es mi cuerpo’. Y sobre cada fuerza de muerte que está a la espera de corroer, de marchitar, de despojar de la vida, digo nuevamente tus palabras que expresan el supremo misterio de la fe: ‘Esta es mi sangre’”. Traducido al Español para Ciudad Redonda por Benjamín Elcano, cmf / Artículo original en inglés.

Un credo universal. Artículo.

Los credos nos cimientan. En una breve fórmula resumen los principales contenidos de nuestra fe y nos mantienen atentos a las verdades que nos sostienen.

Como cristiano, rezo dos credos, el credo de los Apóstoles el Credo de Nicea. Pero rezo también otro credo que me cimienta en algunas profundas verdades que no siempre son reconocidas como inherentes a nuestros credos cristianos. Este credo, recogido en la Epístola a los Efesios, es sorprendentemente breve y afirma con total sencillez: Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios que es Padre de todos nosotros.

¡Eso dice mucho en pocas palabras! Este credo, aunque cristiano, vale para todas las denominaciones, todas las creencias y todas las personas sinceras de dondequiera. Cualquier habitante del planeta pueden rezar este credo porque, al fin y al cabo, sólo hay un Dios, una fe, un bautismo y un Dios que nos creó y nos ama a todos.

Esto tiene trascendentales consecuencias para el modo como entender a Dios, otras denominaciones cristianas, otras creencias, a los no creyentes sinceros y a  nosotros mismos. Sólo hay un único Dios, al margen de nuestra denominación, la particular fe o la total ausencia de fe explícita. El mismo único Dios es el amoroso  creador y padre de todos. Y ese único Dios no tiene favoritos, no le disgustan ciertas personas, denominaciones ni creencias, y nunca menosprecia la bondad y sinceridad, al margen de su particular capa religiosa o secular.

Y estas son algunas de las consecuencias: Primera, Jesús nos asegura que Dios es el autor de todo lo que es bueno. Además, como cristianos, creemos que Dios tiene ciertos atributos trascendentales, esto es, Dios es único, verdadero, bueno y bello. Si eso es verdad -¿cómo podría ser de otro modo?- entonces todo que vemos en nuestro mundo que es integral, verdadero, bueno o bello, sea lo que sea su calificación externa (católico romano, protestante, evangélico, judío, hindú, budista, musulmán, nueva era, neopagano o puramente secular) procede de Dios y debe ser honrado.

Una vez, John Muir desafió al Cristianismo con esta pregunta: ¿Por qué los cristianos son tan reacios a que los animales puedan entrar en su restringido cielo? El credo de la Epístola a los Efesios pregunta algo semejante: ¿Por qué los cristianos son tan reacios a que las otras denominaciones, los otros credos y la sincera buena gente sin explícita fe puedan entrar en nuestro restringido concepto de Dios, Cristo, fe e iglesia? ¿Por qué tememos la comunión de fe con cristianos de otras denominaciones? ¿Por qué tememos la comunión de fe con sinceros religiosos judíos, musulmanes, hindúes, budistas y nueva era? ¿Por qué tememos el paganismo? ¿Por qué tememos los sacramentos naturales?

Puede haber buenas razones. Primera, necesitamos salvaguardar precisamente las verdades expresadas en nuestros credos y no entrar irresponsablemente en un amorfo sincretismo en el que todo es relativo, donde todas las verdades y todas las religiones son iguales, y el único requerimiento dogmático es que somos corteses unos con otros. Aunque de hecho hay algo (religioso) que decir acerca de ser corteses unos con otros, un punto más importante es que el hecho de abrazarse unos con otros en comunión de fe no supone afirmar que todas creencias sean iguales y que la denominación particular o tradición de fe de uno sea intrascendente. Por mejor decir, es reconocer (importantemente) que, al  fin y al cabo, todos formamos una sola familia, bajo un solo Dios, y que necesitamos abrazarnos unos a otros como hermanos y hermanas. A pesar de nuestras diferencias, todos tenemos el mismo credo radical.

Entonces también, como cristianos, creemos que Cristo es el único mediador entre Dios y nosotros. Como afirma Jesús, nadie va al Padre sino por mí. Si eso es verdad -y como cristianos lo mantenemos como dogma- ¿dónde sitúa eso a los hindúes, budistas, taoístas, judíos, musulmanes, nueva era, neopaganos y no creyentes sinceros? ¿Cómo participan del reino con nosotros, cristianos, dado que ellos no creen en Cristo?

Como cristianos, siempre hemos tenido respuestas a esa pregunta. Los catecismo católicos de mi juventud hablaban de un “bautismo de deseo” como una manera de entrar en el misterio de Cristo. Karl Rahner hablaba de las personas sinceras que eran “cristianos anónimos”. Frank de Graeve hablaba de una realidad que él  denominaba “Christ-ianity”, como un misterio de más amplitud que el histórico “Christianity”; y Pierre Teilhard de Chardin hablaba de Cristo como la final estructura antropológica y cosmológica en el proceso evolutivo mismo. Lo que todos estos están afirmando es que el misterio de Cristo no puede ser identificado simplistamente con las iglesias cristianas históricas. El misterio de Cristo actúa a través de esas iglesias cristianas históricas, pero también actúa -y lo hace con mayor amplitud- fuera de nuestras iglesias y fuera de los círculos de la fe explícita.

Cristo es Dios y, por consiguiente, se le encuentra allí donde alguien está en la presencia de la unidad, la verdad, la bondad y la belleza. Kenneth Cragg, tras muchos años como misionero con los musulmanes, sugirió que van a servir todas las religiones del mundo para dar total expresión al Cristo total.

Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios que es Padre de todos nosotros; y así, deberíamos dejar de ser tan reacios a permitir a otros, no de los nuestros, entrar en nuestro restringido cieloArtículo original en inglés.Artículo de Ron Rolheiser OMI en @ciudadredonda.org 

Carlo Acutis y su legado: el avivamiento Eucarístico. Charla por Carlos Leret, delegado int. de la A.A. Carlo Acutis.

 

Charla por Carlos Leret, delegado internacional de la Asociación de Amigos de Carlo Acutis. 
Título de la charla: " Carlo Acutis y su legado: el avivamiento Eucarístico ".
Lugar: Corazón de María de Oviedo. Hora: 20:00
Carlos Leret, traerá la reliquia de primer grado de C. Acutis para que quede en nuestra diócesis de Oviedo. 


Para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad.

 




       Domingo XXXIV tiempo ordinario


El relato del proceso de Jesús ante Pilato tiene un gran relieve en el evangelio de Juan. La reflexión sobre el tema de la realeza está presente en todo el episodio, incluso en la declaración de Pilato: "!Aquí tenéis a vuestro rey!" (19,14). Ahora bien, la "pretensión" de ser Hijo de Dios (19,7) es demasiado elevada para los judíos; ellos prefieren que este Mesías sea crucificado, y, obrando de este modo, reniegan de la historia de Israel y de sus mismas expectativas: "No tenemos otro rey que el César" (19,15).

Esta perícopa representa el centro teológico del relato joáneo. Se confrontan aquí conceptos muy diferentes de realeza: Pilato tenía el concepto político-militar que se podía hacer un romano (v. 37), pero aparece también el teocrático y a la vez político de los judíos (vv. 33ss);

Sin embargo, la realeza de Jesús pertenece a otra esfera: Jesucristo, rey del universo "no es de este mundo"; más aún, puede dejarse aplastar por éste y resultar, de todos modos, vencedora (v. 36). Jesús es verdaderamente rey, pero no "de aquí abajo". Ha venido a este mundo a traer su Reino sobrenatural sin imponer su absoluta superioridad, asumiendo nuestra condición ("para eso nací y para eso vine al mundo") para iluminarla con la luz de la verdad y hacer al hombre capaz de elegir el Reino de Dios.

La venida de Cristo obra, por consiguiente, una discriminación entre los que acogen su testimonio y los que lo rechazan. Es un testimonio verdadero sobre Dios -cuyo rostro revela Jesús en sí mismo- y, al mismo tiempo, sobre el hombre, tal como es según el designio del Padre ("!Ecce homo!": 19,5): acogerlo significa entrar ya desde ahora en su Reino. En cambio, el que lo rechaza se somete al príncipe de este mundo (12,31): no es posible mantenerse en un escepticismo neutral como intenta hacer Pilato (18,38). Quien reconoce a Jesus como rey no se preocupa de triunfar en este mundo, sino más bien de escuchar la voz de su Señor y de seguirle (v. 37b), para extender aquí abajo su Reino de verdad y de amor.

       







Cuando vuelva, quiero bautizarme. Artículo. Testimonio.

Un Encuentro de Fe en San Ramón Nonato: Testimonio de Transformación y Esperanza.

En la parroquia de San Ramón Nonato de Paiporta, un joven vasco vivió una experiencia que cambiaría el rumbo de su vida. Llegó como voluntario, con el simple deseo de ayudar, sin imaginar que, a través de este servicio, su corazón y su fe serían profundamente transformados.  Foto: Revista Lecturas

Durante su estancia, fue testigo de la dedicación y entrega de Don Salvador Romero Abuin, el párroco, cuya fe inquebrantable y trabajo incansable inspiran a toda la comunidad.
Don Salvador lleva cinco años al frente de la parroquia, y desde su llegada asumió no solo el cuidado espiritual de los fieles, sino también la mejora de los espacios parroquiales.
Fue él mismo quien, hace algunos años, en las mañanas se quitaba el cleriman y tomaba las herramientas en sus manos y, como un albañil más, trabajaba para transformar los antiguos salones en acogedoras habitaciones y baños. Su intención era construir un lugar donde pudieran realizarse retiros y encuentros espirituales, un espacio para acoger a quienes quisieran encontrar paz y guía en su vida.

Después de las recientes inundaciones la parroquia se enfrenta a grandes desafíos, y desde el primer día del desastre, Don Salvador no ha dejado de celebrar la eucaristía ni un solo día. Consciente de que es en la presencia de Dios donde encuentra la fuerza para continuar; cada eucaristía diaria se ha convertido en un momento vital, no solo para él, sino para toda la comunidad que participa en la recuperación de la parroquia y en la ayuda a quienes más lo necesitan.
La eucaristía diaria es el pilar que sostiene y renueva las fuerzas de todos los que trabajan arduamente en este tiempo de reconstrucción.

Para el joven voluntario, el momento más profundo llegó cuando fue invitado a la misa celebrada en la capilla improvisada en la parte superior de la vivienda de Don Salvador.
En aquella eucaristía, sencilla y llena de fervor, el joven experimentó una paz y una presencia que jamás había sentido. Fue allí, en ese encuentro íntimo con Dios, donde el joven encontró respuestas a las preguntas más profundas de su corazón.

Al finalizar el servicio y conmovido por todo lo vivido, el joven expresó unas palabras que reflejaban el milagro de su transformación: “Cuando vuelva, quiero bautizarme”.
Aquella afirmación, sencilla y sincera, emocionó profundamente a todos los presentes.
Dios, siempre encuentra un modo de revelarse cuando quiere rescatar un alma, quiso que, en ese momento de necesidad y ayuda, este joven descubriera Su amor y Su presencia de una forma tan clara que tocaría su vida para siempre.

Esta historia es un testimonio vivo de cómo el amor de Dios se manifiesta incluso en medio de la adversidad más dura, en el trabajo y el servicio de quienes luchan para levantar lo perdido tras la crisis.
En medio de la destrucción y la incertidumbre, el compromiso de Don Salvador y de la comunidad que, día tras día, se arremanga para reconstruir lo que las aguas arrebataron, es una señal de esperanza.

La obra de Don Salvador, su entrega diaria en la eucaristía y su incansable labor de restauración han convertido a esta parroquia en un faro de fe, recordándonos que Dios se hace presente en cada acto de amor, en cada esfuerzo, y en cada alma que se acerca en busca de paz.

Que la fe y el ejemplo de la Parroquia de San Ramón Nonato – Paiporta sigan inspirando a muchos más a descubrir el poder transformador de Dios en sus vidas y a encontrar, aún en medio de las crisis, la certeza de que siempre es posible renacer. Fuente: Somo Hijos de Dios.



LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.

Sólo los apócrifos imaginan y se extienden en la descripción de la presentación de María en el templo de Jerusalén. Junto a este templo decretó construir el emperador Justiniano una iglesia mariana, que fue dedicada el 21 de noviembre del año 543 y destruida setenta años después.
Según una tradición apócrifa, la Virgen María, a la edad de tres años, fue llevada al templo de Jerusalén por sus padres, para ser debidamente educada en la religión junto con otras niñas. Esta fiesta, típicamente oriental, recuerda la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, construida cerca de Templo de Jerusalén, en el lugar donde se creía que habían vivido los padres de la Virgen. En verdad, lo que hoy celebramos es la consagración que María hizo de sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su concepción inmaculada. En esta fecha son muchas las personas que renuevan las promesas de consagración religiosa, recordando la oblación primordial que hizo María de sí misma.


Esta memoria se instauró como celebración litúrgica en Constantinopla en el siglo VIII. Su difusión en Occidente fue lenta y tuvo lugar primero en el ámbito local; en 1472, fue extendida a toda la Iglesia latina. Ésta figura entre las memorias que, "prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones" (Marialis cultus, 8).

MEDITATIO: El acontecimiento de la "presentación" no aparece en ningún texto neotestamentario, y, además, es improbable lo que cierta tradición le atribuye, a saber: confiar una niña al clero de Jerusalén, en un templo inaccesible, por otra parte, a las mujeres. Ahora bien, el leccionario litúrgico ofrece una propuesta unitaria para dar verosimilitud a la interpretación del acontecimiento: es la tipología de la presencia. Ambas lecturas se detienen en torno a esa modalidad relacional.

El oráculo de Zacarías proclama la presencia de Dios en el templo y transmite la palabra del mismo Dios, que se presenta desplegando el sentido y el significado de esa deliberación suya.

El evangelio según Marcos refiere una presencia de María en el lugar en el que se encuentra Jesús, y las palabras de éste hacen las veces de presentación de la identidad de quien él considera su auténtica familia. El mensaje se presenta bastante claro: el Señor está presente ante la persona humana, y a ésta se le abre la vía para presentarse ante el Señor. El templo asume la función de hacer visible el encuentro entre dos presencias. Sobre el fondo de un símbolo delicado como es la presencia de una niña en la solemnidad de un templo, o sea, precisamente la susodicha "presentación", la liturgia nos invita hoy a meditar sobre el sentido de una presentación de nosotros mismos ante el Señor. Nuestra propia presencia ante el Señor se convierte en presentación cada vez que ésta es iluminada, explicada, motivada, cultivada por una conciencia.

El símbolo de la presentación de María en el templo, por consiguiente, equivaldría a la conciencia de la identidad de María y de su función junto al Mesías, que va creciendo poco a poco: primero, por parte de sus familiares -o sea, la de los otros-; a continuación, por parte de la misma María y, por último, por parte de los posteriores creyentes. El sentido sustancial es éste: María está siempre en presencia del Señor, totalmente dedicada a servir, peregrina en el conocimiento.

ORATIO: Santa María, hija del Israel y guardiana del Evangelio, salve. Mujer casta, florecida a la luz del amor del Señor, socórrenos e n el trabajo de apartar los velos que obstaculizan la pureza de nuestro corazón para ver a

Dios; mujer humilde, crecida a la sobra del Omnipotente, guíanos a la alegría del testimonio de que hemos encontrado al Señor.

Virgen orante en las liturgias de tu pueblo, peregrina ante Dios en su templo santo, presencia materna en la Iglesia en oración, acompáñanos cuando nos presentemos ante la Santísima Trinidad para implorar misericordia y contemplar su rostro.

Templo santificado por el Espíritu, custodia en los santos braseros los granos de incienso de nuestros sacrificios y las luces encendidas de nuestras esperanzas mediante tu caridad agradable a Dios. Sierva presente en toda fiesta de fraternidad, acoge la oración de tus siervos.

CONTEMPLATIO: Preocupaos más, hermanos míos, preocupaos más, por favor, de lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos, y quien hiciere la voluntad de mi Padre, que me envió, es para mí un hermano, hermana y madre (Mt 12,49-50).

Acaso no hacía la voluntad del Padre la Virgen María, que en la fe creyó, en la fe concibió, elegida para que de ella nos naciera la salvación entre los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? Hizo sin duda Santa María la voluntad del Padre; por eso, es más para María ser discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, pues antes de dar a luz llevó en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo.

Mientras caminaba el Señor con las turbas que le seguían, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: !Bienaventurado el vientre que te llevó! Más, para que no se buscase la felicidad en la carne, qué replicó el Señor?

Más bien, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Le 11,27-28). Por eso era bienaventurada María, porque oyó la Palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: más es lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero.

Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es cabeza y el Cristo total es cabeza y cuerpo. Qué diré? Tenemos una cabeza divina, tenemos a Dios como cabeza (Agustín de Hipona, Sermón 72/A, 7).

Oración: Te rogamos, Señor, que a cuantos hoy honramos la gloriosa memoria de la santísima Virgen María, nos concedas, por su intercesión, participar, como ella, de la plenitud de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Gracias a:Santa Clara de Estella 

Una doble marca original en el interior. Artículo.

De Pierre Teilhard de Chardin nos vienen estas palabras: “Porque, Dios mío, a pesar de que carezco del celo del alma y de la sublime integridad de tus santos, aun así he recibido de ti una irresistible afinidad por todo lo que se agita en la oscura masa de la materia; porque sé que yo mismo soy irremediablemente menos hijo del cielo e hijo de la tierra”.

Estas palabras, como las que abren el famoso libro Confesiones, de san Agustín, no sólo describen una tensión de por vida en el interior de su autor; también señalan las piezas fundamentales de una cabal espiritualidad. Para todo el que sea emocionalmente sano y honrado, habrá una tensión de por vida entre los atractivos de este mundo y el hechizo de Dios. La tierra, con sus  bellezas, sus placeres y su realidad física puede dejarnos sin aliento y hacernos creer que, con este mundo, tenemos todo lo que es y todo lo que necesita ser. ¿Hay alguien que necesite algo más? ¿No es suficiente la vida de aquí en la tierra? Además, ¿qué prueba existe a favor de alguna realidad y significado más allá de nuestras vidas de aquí?

Pero, aun siendo -y con toda razón- tan poderosamente fascinados por el mundo y lo que este ofrece, otra parte de nosotros se encuentra prendido en el abrazo y el poder de otra realidad, la divina, la cual, a pesar de ser más incoada, no es menos inexorable. Eso nos dice también que es real, que su realidad en definitiva ofrece vida, que necesita ser honrada y no puede ser ignorada. Y exactamente como la realidad del mundo, se presenta a la vez como promesa y amenaza. En ocasiones es sentida como un cálido capullo en el que sentimos el postrer refugio, y otras veces, sentimos su poder como un juicio amenazante sobre nuestra superficialidad, mediocridad y pecado. En ocasiones bendice nuestra fijación en la vida terrena y sus placeres, y otras veces, nos aterroriza y relativiza nuestro mundo y nuestras vidas. En ocasiones podemos defendernos de ella por medio de la distracción o la negativa; pero permanece guardando siempre una pujante tensión en nuestro interior: somos irremediablemente hijos del cielo y de la tierra; Dios y el mundo reclaman nuestra atención.

Así se supone que debe ser. Dios nos hizo irremediablemente físicos, carnales, orientados a la tierra, con casi todos instintos en nuestro interior logrando las cosas de esta tierra. Así que no deberíamos esperar que Dios quisiera que rehuyéramos esta tierra, dejáramos de reconocer su genuina belleza y nos empeñáramos en salir de nuestros cuerpos, nuestros instintos naturales y nuestra realidad física para fijar nuestros ojos sólo en las cosas del cielo. Dios no creó este mundo como lugar de ensayo, un sitio donde la obediencia y la piedad vinieran a ser probadas contra la seducción del placer terrenal, para ver si éramos dignos del cielo. Este mundo es su propio misterio con su propio significado, dado por Dios. No es simplemente un escenario sobre el que, como humanos, representamos nuestros dramas individuales de salvación y luego echamos el telón cuando nos vamos. Es un espacio para que todos nosotros, humanos, animales, insectos, plantas, agua, rocas y tierra gocemos  de un hogar.

Pero esa es la raíz de una gran tensión dentro de nosotros. A no ser que neguemos nuestros más poderosos instintos o nuestras más poderosas sensibilidades religiosas, nos encontraremos para siempre lacerados entre dos mundos, con lealtades aparentemente conflictivas entre el reclamo de este mundo y el reclamo de Dios.

Yo sé bien lo cierto que resulta esto para mi propia vida. Vine a este mundo con dos amores incurables, y he ocupado mi vida y ministerio enganchado y lacerado entre los dos. Siempre he apreciado el mundo pagano, por su exaltación de esta vida y por su celebración de las maravillas del cuerpo humano, y la belleza y placer que nuestros cinco sentidos nos proporcionan. Con mis hermanos y hermanas paganos, yo también rindo honor al atractivo de la sexualidad, al solaz de la comunidad, al encanto del humor y la ironía, y a los singulares dones que recibimos de las artes y las ciencias. Pero, al mismo tiempo, siempre me he sentido llamado por otra realidad: lo divino, la fe, la religión. Su realidad también ha requerido siempre mi atención; y, más importante, ha dictado las opciones importantes de mi vida.

Mis principales opciones de la vida encarnan e irradian una gran tensión, porque han procurado ser leales a una doble marca original de mi interior: la pagana y la divina. No puedo negar la realidad, el atractivo y la bondad de ninguna de ellas. Por esta razón puedo vivir como célibe consagrado de por vida, comprometido con el ministerio religioso, aun cuando aprecio profundamente el mundo pagano, alabo sus placeres y elogio la bondad del sexo, a pesar de que yo renuncio a él. Esa es también la razón por la cual, de un modo crónico, estoy pidiendo disculpas a Dios por la resistencia pagana del mundo, aunque trato de hacer una apología de Dios a este mundo. Tengo lealtades fraccionadas.

Así debería ser. El mundo está encaminado a quitarnos el aliento, aun cuando doblemos la rodilla ante el autor de ese alientoArtículo de Ron Rolheiser OMI en @ciudadredonda.org / original en inglés. Imagen: Depositphotos

Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

 




       Domingo XXXIII tiempo ordinario


El encuentro con un cristiano auténtico no cesa de sorprender desde hace dos mil años: !qué insólita es su condición! "Extranjero y peregrino en la tierra", transeúnte que atraviesa los senderos del tiempo que tiende a la eternidad, posee ya lo que busca, aunque todavía no de un modo pleno y evidente. Es testigo de una esperanza bienaventurada y posee la prenda de una promesa infinita. Irradia la alegría a su alrededor, aunque ha renunciado a muchas de las alegrías que propone este mundo; sin embargo, no está dispensado del dolor... Cuál es entonces el secreto del verdadero cristiano?

        Lo custodia en lo hondo de su corazón y lo declara con orgullo: su secreto es Cristo, Señor del tiempo y de la historia. La pascua de Jesús ha destrozado la dimensión temporal y ha irrumpido la eternidad entre nosotros: la vida eterna es el Pan en que él se entrega. Quien observa su Palabra que no pasa, quien acoge su sacrificio de salvación y vive con él el dolor como pascua, entra desde ahora en la eternidad y permite que, a través de su propia existencia, ésta transfigure un poco el tiempo.

        El cristiano abre al sol la ventana de su morada para que todo quede inundado de luz. Ahora bien, el conflicto entre las tinieblas y la luz permanece aún en acto en el tiempo: cada discípulo de Jesús conoce esta lucha dentro de sí y a su alrededor; por eso vigila, porque sabe que tiene que combatir el buen combate de la fe. Cristo ya ha vencido, pero continúa luchando en nosotros para que sea derrotado el mal y se extienda el Reino de Dios, hasta el día que sólo el Padre conoce. Que su Espíritu de amor y de fortaleza nos haga a todos cristianos auténticos, tanto más presentes en la historia del hombre cuanto más inclinados al "día de Dios".



¿Amor maduro o mero movimiento? Artículo.

Como sacerdote luterano, Dietrich Bonhoeffer solía dar este consejo a una pareja cuando presidía su boda: «Hoy estáis enamorados y creéis que vuestro amor sostendrá vuestro matrimonio, pero no puede. Dejad que vuestro matrimonio sostenga vuestro amor.

Sabias palabras, pero ¿Qué significan exactamente? ¿Por qué el amor no puede sostener un matrimonio?

Lo que Bonhoeffer subraya es que es ingenuo pensar que los sentimientos nos sostendrán en el amor y el compromiso a largo plazo. No pueden, y no lo harían. Pero el ritual sí puede. ¿Cómo? Creando un contenedor ritual que nos mantenga firmes dentro de la montaña rusa de emociones y sentimientos que nos acosará en cualquier relación a largo plazo.

En pocas palabras, nunca mantendremos una relación duradera con otra persona, con Dios, con la oración o con el servicio desinteresado sobre la base de buenos sentimientos y emociones positivas. A este lado de la eternidad, nuestros sentimientos y emociones suelen ir y venir según sus propios dictados y no son coherentes.

Somos conscientes de la inconsistencia de nuestras emociones. Un día sentimos afecto hacia alguien y al día siguiente nos sentimos irritados. Lo mismo ocurre con la oración. Un día nos sentimos cálidos y concentrados y, al día siguiente, nos sentimos aburridos y distraídos.

Por eso, Bonhoeffer sugiere que necesitamos sostenernos en el amor y la oración mediante rituales, es decir, mediante prácticas habituales que nos mantengan firmes y comprometidos dentro del flujo de sentimientos y emociones.

Por ejemplo, tomemos el caso de una pareja casada. Se enamoran y se comprometen a amarse y a permanecer juntos el resto de sus vidas, y en el fondo lo pretenden plenamente. Se respetan, se apoyan el uno en el otro y morirían el uno por el otro. Sin embargo, sus emociones no siempre son así. Algunos días, sus emociones parecen desmentir su amor. Están irritados y enfadados el uno con el otro. Sin embargo, sus acciones hacia el otro siguen expresando amor y compromiso, no sus sentimientos negativos. Se besan ritualmente al salir de casa por la mañana con las palabras: «¡Te quiero!». ¿Son esas palabras una mentira? ¿Se limitan a seguir el ritual? ¿O es amor de verdad?

Lo mismo ocurre con el amor y el compromiso dentro de una familia. Imagina a una madre y a un padre con dos hijos adolescentes, un chico de dieciséis años y una chica de catorce. Como familia, tienen la norma de sentarse juntos a cenar durante cuarenta minutos cada noche, sin teléfonos móviles u otros dispositivos similares. Muchas tardes, el hijo o la hija o uno de los padres va a la mesa (sin el móvil) por obligación, aburrido, temiendo pasar tiempo juntos, queriendo estar en otro sitio. Pero vienen porque se han comprometido a ello. ¿Están simplemente cumpliendo con sus obligaciones o mostrando un amor real?

Si Bonhoeffer tiene razón, y yo creo que la tiene, no se limitan a pasar por el aro, sino que expresan un amor maduro. Es fácil mostrar amor y compromiso cuando nuestros sentimientos nos empujan en esa dirección y nos mantienen allí. Pero esos buenos sentimientos no sostendrán nuestro amor y nuestro compromiso a largo plazo. Solo la fidelidad a un compromiso y las acciones rituales que lo sustentan evitarán que nos alejemos cuando desaparezcan los buenos sentimientos.

En nuestra cultura actual, en casi todos los niveles, esto no se entiende. Desde la persona atrapada en una cultura adicta a los sentimientos, hasta un buen número de terapeutas, ministros de religión, líderes de oración, directores espirituales y amigos de Job, oímos la frase: «Si no lo estás sintiendo, no es real. ¡Solo estás cumpliendo las formalidades! ¡Eso es un ritual vacío!».

De hecho, puede ser un ritual vacío. Como dice la Escritura, podemos honrar con los labios aunque nuestros corazones estén lejos. Sin embargo, la mayoría de las veces se trata de una expresión madura de amor, porque ahora es un amor que ya no está alimentado por el interés propio ni por los buenos sentimientos. Ahora es un amor lo bastante sabio y maduro como para tener en cuenta la condición humana en toda su insuficiencia y complejidad, y cómo estas cualidades lo colorean y complican todo, incluida la persona a la que amamos, nuestro propio yo y la realidad del propio amor humano. El libro que necesitamos sobre el amor no lo escribirá un amante apasionado en su luna de miel, del mismo modo que el libro que necesitamos sobre la oración no lo escribirá un neófito religioso atrapado en el primer fervor de la oración (ni la mayoría de los líderes entusiastas de la oración). El libro que necesitamos sobre el amor lo escribirá una pareja casada que, mediante el ritual, haya mantenido un compromiso a través de los altibajos de muchos años. Del mismo modo, el libro que necesitamos sobre la oración será escrito por alguien que haya mantenido una vida de oración y de asistencia a la iglesia durante temporadas y domingos en los que, a veces, lo último que quería hacer era rezar o ir a la iglesia. Artículo original en inglés. Fuente de imagen: Depositphotos Artículo de Ron Rolheiser OMI en @ciudadredonda.org

Ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

 



       Domingo XXXII tiempo ordinario


La palabra que hemos escuchado nos invita a reflexionar sobre la fe. Ésta consiste, simplemente, en creer que Dios es Dios y en fiarse por eso de él, abandonarse en sus manos, darle por completo a nosotros mismos sin cálculos ni preocupaciones por el mañana. Esta "oblatividad" es desconsiderada y loca -o al menos imprudente- para quien afirma que está bien creer, sí, pero "con los pies en la tierra", sin dejar de lado una humana prudencia; sin embargo, esta fe la encontramos a menudo precisamente en quienes no tienen ninguna seguridad para hacer frente al hoy ni al mañana.

        Estas dos viudas tan pobres presentadas en la Sagrada Escritura nos enseñan a no tener miedo de ofrecer a Dios todo lo que tenemos y somos, nos invitan a consagrarle nuestra vida: si hacemos que llegue a ser "suyo" lo que es nuestro, será después tarea suya la preocupación por ello. Mi familia, mi trabajo, mis pocos o muchos recursos de todo tipo pueden ser sometidos a la lógica de la fe y ser confiados y entregados por completo al Señor. No se trata de una elección de despreocupación ni del sentimiento de un instante; al contrario, se convierte en el compromiso cotidiano de administrar como nuestros -y, por consiguiente, con un corazón conforme al nuestro los que eran "nuestros" bienes: afectos, ocupaciones, dotes. La palabra es hoy casi un desafío: probemos a echar con fe nuestra vida en el tesoro de la comunión de los santos, día tras día. El Señor dispondrá de ella para bien de cada uno de sus hijos, y dispondrá un mayor beneficio también para nosotros. Podemos darle, sobre todo, lo que tenemos como más "nuestro": la pobreza existencial, el pecado. Esto es lo que ha venido a buscar en la humanidad, para tomarlo sobre sí y transformarlo en sacrificio de amor.

        Si somos capaces de poner en sus manos también nuestra miseria, sentiremos la alegría de vivir de él, por él, en él.



Por los que han perdido un hijo – El Video del Papa 11 – Noviembre 2024


“Oremos para que todos los padres que lloran la muerte de un hijo o de una hija encuentren apoyo en la comunidad y obtengan del Espíritu consolador la paz del corazón”.

"¿Qué se puede decir a unos padres que han perdido a un hijo? ¿Cómo consolarlos?
No hay palabras.

Fíjense que un cónyuge que pierde al otro es un viudo o una viuda. Un hijo que pierde a un padre, es un huérfano o una huérfana. Hay una palabra que lo dice. Pero un padre que pierde a un hijo… no hay una palabra. Es tan grande el dolor que no hay una palabra.

Y vivir más tiempo que tu hijo no es natural. El dolor que causa su pérdida especialmente es intenso.

Las palabras de ánimo, a veces son banales o sentimentales, no sirven. Dichas con la mejor intención, por supuesto, pueden acabar agrandando la herida.

Para ofrecer consuelo a estos padres que han perdido a un hijo hay que escucharlos, estar cerca de ellos con amor, cuidando ese dolor que tienen con responsabilidad, imitando la forma en que Jesucristo consolaba a los que estaban afligidos.

Y estos padres, sostenidos por la fe ciertamente, pueden encontrar un consuelo en otras familias que, tras sufrir una tragedia tan terrible como esta, han renacido en la esperanza.

Oremos para que todos los padres que lloran la muerte de un hijo o de una hija encuentren apoyo en la comunidad y obtengan del Espíritu consolador la paz del corazón."

Refugiados, inmigrantes y Jesús. Artículo.

En las fronteras de todo el mundo encontramos hoy refugiados, millones de ellos. Se les demoniza fácilmente, se les ve como una molestia, una amenaza, como invasores, como criminales que huyen de la justicia en sus países de origen. Pero, en su mayoría, son personas decentes y honradas que huyen de la pobreza, el hambre, la victimización y la violencia. Estas razones para huir de sus países de origen sugieren claramente que la mayoría de ellos no son delincuentes.

Independientemente del hecho de que la mayoría de ellos son buenas personas, siguen siendo vistos en casi todas partes como un problema. ¡Tenemos que mantenerlos fuera! ¡Son una amenaza! De hecho, los políticos utilizan con frecuencia el verbo «invasión» para describir su presencia en nuestras fronteras.

¿Qué hay que decir al respecto? ¿Dejamos entrar a todo el mundo? ¿Seleccionamos juiciosamente entre ellos, dejando entrar a algunos y manteniendo fuera a otros? ¿Levantamos muros y alambradas para impedir su entrada? ¿Cuál debe ser nuestra respuesta?

Estas cuestiones deben examinarse desde dos perspectivas: pragmática y bíblica.

Desde el punto de vista pragmático, se trata de una cuestión enorme. No podemos simplemente abrir todas las fronteras y dejar que millones de personas inunden nuestros países. Eso es poco realista. Por otro lado, no podemos justificar nuestra reticencia a dejar entrar refugiados en nuestros países apelando a la Biblia, a Jesús o a la ingenua racionalización de que «nuestros» países son nuestros y tenemos derecho a estar aquí, mientras que otros no lo tienen, a menos que les concedamos la entrada. ¿Por qué no?

Para los cristianos, hay una serie de principios bíblicos no negociables en juego.

En primer lugar, Dios hizo el mundo para todos. Somos administradores de una propiedad que no es nuestra. No somos dueños de nada, Dios lo es, y Dios hizo el mundo para todos. Es un principio que ignoramos con demasiada facilidad cuando hablamos de prohibir la entrada de otras personas a «nuestro» país. Resulta que somos administradores aquí, en un país que pertenece a todo el mundo.

En segundo lugar, la Biblia, en ambas testamentos de las escrituras, es clara (y contundente) al desafiarnos a acoger al extranjero y al inmigrante. Esto está presente en todas partes en las escrituras judías y es un fuerte motivo en el corazón mismo del mensaje de Jesús. De hecho, Jesús comienza su ministerio diciéndonos que ha venido a traer buenas noticias a los pobres. Por lo tanto, cualquier enseñanza, predicación, práctica pastoral, política o acción que no sea una buena noticia para los pobres no es el Evangelio de Jesucristo, sea cual sea su conveniencia política o eclesiástica. Y, si no es una buena noticia para los pobres, no puede revestirse del Evangelio ni de Jesús. Por lo tanto, cualquier decisión que tomemos con respecto a los refugiados y los inmigrantes no debe ser contraria al hecho de que los Evangelios tratan de llevar la buena noticia a los pobres.

Además, Jesús lo deja aún más claro cuando identifica a los pobres con su propia persona (todo lo que hagáis al más pequeño de los míos, a mí me lo hacéis) y nos dice que al final del día seremos juzgados por cómo tratemos a los inmigrantes y refugiados (apartáos de mí porque era forastero y no me acogisteis). Hay pocos textos en la Escritura tan crudos y desafiantes como este (Mateo 25, 35-40).

Por último, también encontramos este desafío en la Escritura: Dios nos desafía a acoger a los extranjeros (inmigrantes) y a compartir con ellos nuestro amor, nuestra comida y nuestra ropa, porque nosotros mismos fuimos inmigrantes (Deuteronomio 10, 18-19). Y no se trata de un axioma bíblico abstracto, especialmente para los que vivimos en Norteamérica. Salvo las naciones indígenas (a las que desplazamos a la fuerza), todos somos inmigrantes aquí y nuestra fe nos reta a no olvidarlo nunca, sobre todo cuando tratamos con personas hambrientas en nuestras fronteras. Por supuesto, los que llevamos aquí varias generaciones podemos argumentar moralmente que llevamos aquí mucho tiempo y que ya no somos inmigrantes. Sin embargo, tal vez se pueda argumentar de forma más convincente que cerrar las fronteras cuando ya estamos dentro puede ser bastante egoísta.

Se trata de desafíos bíblicos. Sin embargo, una vez planteados, nos queda la pregunta práctica: ¿qué podemos hacer de forma realista (y muchos países de todo el mundo) con los millones y millones de hombres, mujeres y niños que llegan a nuestras fronteras? ¿Cómo honramos el hecho de que la tierra en la que vivimos pertenece a todos? ¿Cómo honramos el hecho de que, como cristianos, tenemos que pensar primero en los pobres? ¿Cómo nos enfrentaremos a Jesús en el juicio cuando nos pregunte por qué no le acogimos cuando estaba disfrazado de refugiado? ¿Y cómo honramos el hecho de que casi cada uno de nosotros es un inmigrante, que vive en un país que arrebatamos por la fuerza a otro?

No hay respuestas fáciles a estas preguntas, aunque al fin y al cabo sigamos necesitando tomar algunas decisiones políticas prácticas. Sin embargo, en nuestro pragmatismo, al resolver esto, nunca deberíamos confundirnos sobre de qué lado están Jesús y la Biblia. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org / Artículo original en inglés. / Fuente de imagen: Depositphotos