Para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad.

 




       Domingo XXXIV tiempo ordinario


El relato del proceso de Jesús ante Pilato tiene un gran relieve en el evangelio de Juan. La reflexión sobre el tema de la realeza está presente en todo el episodio, incluso en la declaración de Pilato: "!Aquí tenéis a vuestro rey!" (19,14). Ahora bien, la "pretensión" de ser Hijo de Dios (19,7) es demasiado elevada para los judíos; ellos prefieren que este Mesías sea crucificado, y, obrando de este modo, reniegan de la historia de Israel y de sus mismas expectativas: "No tenemos otro rey que el César" (19,15).

Esta perícopa representa el centro teológico del relato joáneo. Se confrontan aquí conceptos muy diferentes de realeza: Pilato tenía el concepto político-militar que se podía hacer un romano (v. 37), pero aparece también el teocrático y a la vez político de los judíos (vv. 33ss);

Sin embargo, la realeza de Jesús pertenece a otra esfera: Jesucristo, rey del universo "no es de este mundo"; más aún, puede dejarse aplastar por éste y resultar, de todos modos, vencedora (v. 36). Jesús es verdaderamente rey, pero no "de aquí abajo". Ha venido a este mundo a traer su Reino sobrenatural sin imponer su absoluta superioridad, asumiendo nuestra condición ("para eso nací y para eso vine al mundo") para iluminarla con la luz de la verdad y hacer al hombre capaz de elegir el Reino de Dios.

La venida de Cristo obra, por consiguiente, una discriminación entre los que acogen su testimonio y los que lo rechazan. Es un testimonio verdadero sobre Dios -cuyo rostro revela Jesús en sí mismo- y, al mismo tiempo, sobre el hombre, tal como es según el designio del Padre ("!Ecce homo!": 19,5): acogerlo significa entrar ya desde ahora en su Reino. En cambio, el que lo rechaza se somete al príncipe de este mundo (12,31): no es posible mantenerse en un escepticismo neutral como intenta hacer Pilato (18,38). Quien reconoce a Jesus como rey no se preocupa de triunfar en este mundo, sino más bien de escuchar la voz de su Señor y de seguirle (v. 37b), para extender aquí abajo su Reino de verdad y de amor.