Hay un interesante pasaje en la autobiografía de Nikos Kazantzakis que da a entender mucho más de lo que revela a primera vista. Expresando la opinión acerca de la mitología griega y los muchos conflictos que había entre los dioses y las diosas, Kazantzakis escribe esto: “Los héroes de las antiguas tragedias griegas no eran ni más ni menos que los miembros esparcidos de Dioniso, chocando entre sí. Chocaban porque eran fragmentos. Cada uno representaba sólo una parte de la deidad; no eran un dios íntegro. Dioniso, el dios íntegro, se mantenía invisible en el centro de la tragedia y gobernaba el nacimiento, el desarrollo y la catarsis de la historia. Para el espectador iniciado, los miembros esparcidos del dios, a pesar de estar combatiendo unos contra otros, ya habían sido unidos y reconciliados secretamente en él. Habían compuesto el cuerpo íntegro del dios y formado una armonía”.
En la mitología griega, el dios supremo, Dioniso, estaba íntegro, conteniendo todas las piezas esparcidas de la divinidad que tomaron encarnaciones particulares en diversos dioses, diosas y personas humanas. En Dioniso, el dios íntegro, había armonía, cada cosa encajaba; pero, por todas las otras partes, diferentes piezas de la divinidad luchaban y peleaban entre sí, siempre en tensión y en luchas de poder.
Esa imagen es una fecunda metáfora que esparce luz sobre muchas cosas. Entre otras, nos puede ayudar a comprender lo que hay en la raíz de muchos de los conflictos entre gente sincera y por qué tenemos tantas diferencias religiosas.
¿Cuál es la causa radical cuando la gente está en conflicto unos con otros y no hay insinceridad ni pecado implicado, cuando ambas partes son honradas y temerosas de Dios? Hoy hablamos de diferencias ideológicas, diferencias históricas, diferencias políticas e historia personal en cuanto a la razón por la que la gente sincera ve con frecuencia el mundo diferentemente y están en conflicto unos con otros. Tenemos un lenguaje para eso. Sin embargo, no estoy seguro de que nuestro lenguaje corriente (no obstante toda su sofisticación) capte el corazón de esto tan claramente como lo hace esa particular metáfora en la mitología griega. Al final, ¿no estamos todos atrapando nuestro propio trozo de dios y haciendo que eso sea todo y el fin de todo, sin aceptar que esos con los que estamos luchando también tienen un trozo de dios, y tenemos a la divinidad luchando con la divinidad?
Reducido a su raíz, ¿no es eso lo que se halla en la base de la tensión entre “conservadores” y “liberales”, entre alma y espíritu, entre cabeza y corazón, entre jóvenes y viejos, entre cuerpo y alma, y entre los otros binarios que nos dividen? ¿No nos hemos asido cada uno de nosotros a una auténtica pieza de la divinidad y (porque no tenemos una visión del Dios íntegro) hemos permitido a nuestra pieza de la divinidad convertirse en el prisma por medio del cual todo lo demás debe ser visto?
Nosotros no somos un “espectador iniciado” que, como Kazantzakis dice, tiene suficiente visión del Dios íntegro para comprobar cómo todas las piezas se acoplan al fin en armonía. De este modo, continuamos en nuestra discordancia.
Mucho también se puede recoger de esta imagen en términos de cómo consideramos a otras religiones. Escribiendo alrededor del año 200 d. C., uno de nuestros renombrados Padres de la Iglesia, Clemente de Alejandría, escribió un libro que tituló (en griego) Stromata, una palabra que literalmente significa “estar esparcido”. Su idea (matizada cuidadosamente por medio de su lente cristiana) era que Dios, a la vez que se revelaba normativamente en Jesucristo, está también “esparcido” (en trozos) en otras religiones y en la naturaleza misma. En esencia, lo que está diciendo es que hay piezas de Dios por cualquier parte, si bien Clemente no descifra cómo estas discretas piezas de la divinidad pelean a menudo entre sí.
Más recientemente, Raimon Panikkar (+ 2010), uno de los mayores comentaristas cristianos sobre las religiones del mundo, recogió de nuevo esta idea de Dios como “esparcido” y la aplicó a las religiones del mundo. Para él, lo que el Cristianismo ve como contenido en la Trinidad está experimentado en trozos por la gente de otras creencias. Por ejemplo, ciertas creencias, como el Budismo, hacen central la experiencia de la contingencia, el temor, la dependencia y el anonadamiento ante lo que creen ser “Dios”. Para Panikkar, estas son las religiones del “Dios Padre”. Algunas otras creencias, particularmente el Cristianismo pero también el Judaísmo y el Islam, enfatizan fuertemente “Dios, el Padre”, pero sus escrituras y otros credos tienen un principio de encarnación, un “Cristo”. Algunas otras religiones como el Taoísmo y el Hinduismo se fijan mucho más en la experiencia del espíritu, el “Espíritu Santo”. Ya que cada uno de nosotros enfatiza un aspecto particular de Dios, no es sorprendente que, a pesar de la sinceridad que hay en todos lados, con frecuencia no nos entendamos.
Y así nosotros, sinceros y temerosos de Dios, estamos a menudo en conflicto unos con otros; pero es útil saber (y conocer) que un “íntegro” Dios se queda invisible en el centro de esos conflictos nuestros y nos ve luchar con “sus miembros dispersos”, sabiendo que al final todas estas piezas esparcidas serán unidas de nuevo en armonía. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -