¡El mundo será salvado por la belleza! Fyodor Dostoevsky escribió eso, Dorothy Day lo citó y, siglos antes de Jesús, Confucio lo hizo central para su pedagogía. En algo coincidían. La belleza es un lenguaje especial que traspasa y aparta todas las coas que nos dividen: historia, raza, lengua, credo, ideología, política, disparidad económica, género, identidad sexual y heridas personales. La belleza deshace todas las diferencias. Su expresión, como la de un recién nacido, no tiene palabras explícitas, pero es un lenguaje tan perfecto que sólo puede ser viciado por violarse a uno mismo. De dos cosas en este mundo es imposible expresar desacuerdo: la belleza y un bebé. Tampoco pueden defenderse, y sólo tienen su propia vulnerabilidad como protección.
En la filosofía occidental clásica, la belleza se ve como una de las propiedades trascendentales del ser y, por lo tanto, como una de las propiedades de Dios. Se le atribuyen a Dios cuatro cualidades trascendentales, a saber, es Uno, Verdadero, Bueno y Bello. En consecuencia, la belleza posea una cualidad divina y sagrada. Los artistas y cualquiera que sea sensible a la estética siempre han reconocido esto, no necesariamente en afirmación explícita de que la belleza sea una propiedad de Dios, sino en que reconocen una cualidad divina en la belleza; tienen la sensación de una ”blasfemia” siempre que es desfigurada, y sienten como divina la energía para crear.
La belleza, como sabemos, emplea muchas formas. ¿Quién de nosotros no ha sentido a veces el impactante poder de la belleza? ¿A quién no ha dejado estupefacto la belleza de una puesta de sol, un océano, una cadena de montañas, las estrellas, una luna llena, un paisaje desértico, un árbol especial, una tormenta, la nieve recién caída, una lluvia mansa, un animal en la selva, una obra de arte o arquitectura, o un cuerpo humano? La belleza física es autojustificante. No se puede debatir con ella y nunca puede ser denigrada por una apelación a algo más grande y más espiritual. Es inequívocamente real, y de esa suerte debe ser reconocida, afirmada y bendecida.
Para la mayoría de nosotros, cuando oímos la palabra belleza, es la belleza física lo que acude a la mente. Ahora bien, aunque esa belleza sea real, poderosa y pueda transformar el corazón, hay otras clases de belleza igualmente tan poderosas y transformantes. No estoy seguro de qué lenguaje funciona en términos de lo que voy a describir; así que perdonadme si mi expresión aquí es amateur y torpe, pero podemos hablar -y necesitamos hacerlo- de la belleza en la esfera emocional y moral. Hay algo que podríamos llamar belleza emocional o belleza moral.
La belleza emocional no es la belleza de una puesta de sol o de un gran cuadro, sino la belleza de una particular expresión de amor, empatía o compasión de las que, como una bella puesta de sol, ocasionalmente tenemos la gracia de ser testigos. Por ejemplo, podemos quedarnos estupefactos al ver el milagroso rescate de un niño, al ver que un animal abandonado es salvado por rescatadores, al ver a una pareja de ancianos agarrados afectivamente de las manos, o al enterarnos de una generosa respuesta hecha por el público a una llamada para ayudar a una familia pobre. Como con la belleza física, hay aquí una cualidad divina y, como con la belleza física, hay algo aquí que sólo las persona más toscas se atreverían a manchar. Sin embargo, cuando nuestras emociones están comprometidas, también existe siempre el peligro de la presencia de un sentimentalismo malsano; pero, aun con ese peligro, nuestras emociones, como nuestros ojos, son también una apertura a la belleza.
Finalmente, no lo menos importante, existe la belleza moral, la belleza del alma. El ejemplo significativo aquí es el martirio y todas otras clases de amor que sacrifica sus propios deseos, aspiraciones y vida por algo más elevado. Aunque esto no siempre actúa en favor de un cuerpo bello, sí contribuye a un alma hermosa. Al afirmar esto, no estoy pensando, primeramente, en sus ejemplos más llamativos, los mártires religiosos que entregaron sus vidas antes que renegar de su fe, o incluso en personas como Mohandas Gandhi, Albert Schweitzer, Martin Luther King, Dorothy Day, Maximillian Kolbe, Oscar Romero y los muchos que hoy entregan sus vidas por los demás. Estos son poderosos ejemplos de belleza moral, pero muchos de nosotros vemos esto de primera mano en nuestras propias familias y círculos de amigos. Por ejemplo, yo me fijo en mi propia madre y mi padre, que durante la mayor parte de sus vidas se sacrificaron para mantener a una numerosa familia y, especialmente, transmitir a esa familia lo que es más importante que los alimentos y la ropa, a saber, la fe y la guía moral. Había una belleza moral en su sacrificio, a pesar de que a veces, durante esos años, con los estándares de Hollywood, mi mamá y mi papá parecían más desfigurados que bellos. La belleza moral, con todo, se mide por medio de un estándar diferente. Diciendo eso, necesitamos también ser cautos aquí: mientras la belleza emocional corre el riesgo del sentimentalismo, la belleza moral corre el riesgo del fanatismo. Los fanáticos, los asesinos en serie y los francotiradores están también en grado sumo orientados moralmente. La moralidad, al igual que cualquier otra cosa, puede estar guiada equivocadamente.
¡El mundo será salvado por la belleza! Es verdad, pero yo emplearía el tiempo gramatical presente: ¡El mundo está siendo salvado por la belleza! Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -