Relaciones inacabadas. Artículo.

Un colega mío, terapeuta clínico, cuenta esta historia: Una mujer acudió a él estando en manifiesta necesidad de atención. Su esposo había muerto recientemente de un ataque cardiaco. Su muerte había sido repentina y en el momento más inoportuno. Habían estado felizmente casados durante treinta años y, durante todos esos años, nunca habían tenid una considerable crisis en su relación. Pero el día en que su esposo murió, se habían enzarzado en una discusión sobre algo muy insignificante y había ido en aumento hasta que empezaron a lanzarse entre sí palabras indignas e hirientes. En un momento determinado, su esposo, agitado y  airado, salió de la habitación, le dijo que iba de compras y poco después murió de un ataque cardiaco antes de llagar al coche. Como se comprenderá, la mujer quedó devastada, por la súbita muerte de su esposo y por esa mutación postrera. “¡Todos estos años -se lamentaba- tuvimos una relación muy cariñosa, y luego tenemos tan inútil discusión por una nonada que acaba siendo nuestra última conversación!”

El terapeuta lo desvió con algo de signo humorístico. Dijo: “¡Qué horrible resultó que le hiciera eso a Ud.: morir precisamente entonces!” Obviamente, el hombre no había intentado su muerte, pero su momento fue de hecho terriblemente injusto para con su esposa, ya que eso la dejó cargando con una culpa en apariencia permanente, sin la menor posibilidad de  solución.

Después, el terapeuta introdujo una orientación diferente. Preguntó: “Si recuperara a su esposo durante cinco minutos, ¿qué le diría Vd.?” Sin dudarlo, respondió: “Le diría lo mucho que lo amaba, lo bueno que fue para conmigo durante todos estos años y cómo, al final, nuestro breve momento de enfado fue un episodio carente de sentido, que no significa nada en relación a nuestro amor”.

El terapeuta dijo entonces: “Vd. es una mujer de fe, cree en la comunión de los santos. Bien, en este momento, su esposo aún está vivo y presente en su vida;  así pues, ¿por qué no le dice todas estas cosas ahora mismo? ¡No es demasiado tarde para expresarle todo eso!”

Tenía razón. ¡Nunca resulta demasiado tarde! Nunca resulta demasiado tarde decir a nuestros seres queridos difuntos cuánto lo sentimos de verdad por ellos. Nunca resulta demasiado tarde pedir perdón por las maneras en que podríamos haberles hecho daño. Nunca resulta demasiado tarde pedir su perdón por la negligencia en la relación, y nunca resulta demasiado tarde expresar las palabras de aprecio, declaración y gratitud que deberíamos haberles dicho mientras estaban vivos. Como cristianos, tenemos el gran consuelo de saber que la muerte no es el final, que nunca resulta demasiado tarde.

Y necesitamos desesperadamente ese particular consuelo, esa segunda oportunidad. No importa quiénes somos, siempre somos inadecuados en nuestras relaciones. No siempre podemos estar presentes a nuestros seres queridos como deberíamos; a veces decimos cosas con ira y amargura que dejan profundas cicatrices, traicionamos la confianza en toda clase de formas, y generalmente estamos necesitados de la madurez y autoconfianza para expresar la declaración que deberíamos estar transmitiendo a nuestros seres queridos. Ninguno de nosotros toma medidas totalmente. Cuando Karl Rahner dice que ninguno de nosotros tiene nunca en su vida la “sinfonía acabada”, no sólo se está refiriendo al  hecho de que ninguno de nosotros llega a cumplir totalmente su sueño,  sino también se está refiriendo al hecho de que, en todas nuestras relaciones más importantes, ninguno de nosotros está nunca a la altura totalmente. A veces, no podemos dejar de defraudar.

A fin de cuentas, todos nosotros perdemos a nuestros seres queridos de modos semejantes a como esa mujer perdió a su marido, con asuntos inacabados, en mal momento. Siempre hay cosas que deberían haber sido dichas y no lo fueron, y hay cosas que no deberían haber sido dichas y lo fueron.

Pero aquí es donde entra nuestra fe cristiana. Nosotros no somos los únicos que nos quedamos cortos. En el momento de la muerte de Jesús, de hecho todos sus discípulos habían desertado. El momento aquí también fue muy malo. El Viernes Santo fue malo mucho antes de que fuera bueno. Pero -y este es el punto- como cristianos, no creemos que siempre serán perfectos nuestros fines en esta vida, ni que siempre seremos adecuados en la vida. Más bien, creemos que la plenitud de la vida y la felicidad nos vendrá por medio de la redención de lo que ha ido equivocado, sobre todo con lo que ha ido equivocado a causa de nuestras propias inadecuaciones y debilidad.

  1. K. Chesterton dijo que el Cristianismo es especial porque, en su creencia en la comunión de los santos, “aun los muertos tienen un voto”. En realidad, tienen más de un voto. Incluso logran oír lo que estamos diciéndoles.
  2. Así pues, si habéis perdido a un ser querido en una situación donde aún había algo no resuelto, donde aún había una tensión que necesitaba ser suavizada, donde deberíais haber sido más cuidadosos, o donde os lamentáis de no haber expresado adecuadamente la declaración y el afecto que podríais haber expresado, daos cuenta de que no es demasiado tarde. ¡Aún puede hacerse todo! Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

«Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?»

Domingo 21º del Tiempo Ordinario

Textos

Audio

Lecturas

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Comentario



   Santa Mónica nació en Tagaste, la actual Souk Aliarás (Argelia), el año 331 en el seno de una familia cristiana y de buena condición social. Siendo aún adolescente, fue entregada como esposa a Patricio, que todavía no era cristiano. Tenía éste un modesto patrimonio y era miembro del consejo municipal de Tagaste.

Mónica era una mujer africana del bajo imperio romano, madre de uno de los más grandes padres de la Iglesia, san Agustín. Era, podríamos decir, una mujer paleocristiana, muy alejada de nosotros en el tiempo y, sin embargo, enormemente actual. "Con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana"
[Confesiones IX, 4,8), se ganó a su marido para Cristo y obtuvo también la conversión del "hijo de tantas lágrimas".
   Estuvo presente en el bautismo de Agustín en Milán y participó de una manera activa en su primera experiencia monástica en Cassiciaco. Mientras regresaba a África con su hijo y los amigos de éste, murió en Ostia Tiberina, cerca de Roma, antes del 13 de noviembre de 387. Dos semanas antes de que esto se produjera, madre e hijo tuvieron el dulce éxtasis de Ostia": "Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella [la Sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu" (/feícUX, 10,24). Oración: Oh Dios, consuelo de los que lloran, que acogiste piadosamente las lágrimas de santa Mónica impetrando la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por intercesión de madre e hijo, la gracia de llorar nuestros pecados y alcanzar tu misericordia y tu perdón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

¿Cómo será el cielo? Artículo.


Andrew Greeley sugirió una vez que podríamos meditar con provecho sobre la siguiente visión del cielo: La condición del éxtasis físico y  satisfacción emocional que resulta del intercambio sexual entre dos personas profundamente enamoradas es el mejor anticipo comúnmente disponible para nosotros de nuestra permanente condición del estado resucitado. “El poderoso valor inspirador de la electricidad sexual y los llamativos esplendores del cuerpo humano no serán inhibidos en el estado de resucitados como son por las debilidades de este mundo. Los gozos de la resurrección, en tal caso, serán interpersonales, físicos, sexuales y compartidos porque los gozaremos entre unos y otros”.

No son pocos los sorprendidos por esta clase de imágenes cuando son aplicadas al cielo. En cambio, es precisamente esta clase de imagen la que sobresale en la manera como algunos grandes místicos cristianos, incluidos Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, describen el cielo. Para ellos, la muerte es vuestra noche de bodas.

Además, cuando uno examina cómo algunos de los profetas, singularmente Isaías, fantasean sobre “los últimos tiempos”, uno ve una considerable semejanza entre su visión de lo que constituye la salvación y las imágenes sexuales de los místicos. En ambos casos, al final, la visión es de plenitud, de consumación, de amor sin límite, de vida normal vuelta al revés, de una paz final que es extática. Por ejemplo, cuando Isaías indica que en los últimos tiempos el lobo se acostará con el cordero, la pantera con el cabrito, y la vaca y el oso se harán amigos, e incluso el león comerá paja lo mismo que el buey; y cuando se imagina el fin de los tiempos como un gran banquete de los manjares más enjundiosos y los vinos más selectos, su fantasía es diferente sólo en imagen, no en sustancia, de lo que sugiere Greeley. En ambos casos, una imagen deliciosa y profundamente sensual es usada para describir cómo pueden ser las cosas, y cómo serán, si estamos abiertos al don de la salvación.

Destaco estas fantasías porque ha sido demasiado raro que nos  enseñaran que nuestras fantasías, por cierto también las sexuales, puedan ser el lugar donde intuimos la salvación. Somos la excepción privilegiada si nos han enseñado que nuestras fantasías terrenales pueden ser, potencialmente al menos, una rica fuente para el discernimiento y crecimiento espiritual. ¿Cómo así?

En nuestras ilusiones favoritas, concebimos frecuentemente algunos de los componentes esenciales de la salvación, esto es, nuestras mejores fantasías son inevitablemente imágenes de consumación y plenitud. En ellas, somos consumados y consumantes, hechos plenos y actores plenos, plenamente conocedores aun cuando somos conocidos plenamente, cara a cara (como Pablo describe esto en 1 Corintios 13: 12-13). En nuestras  ilusiones, nunca nos falta un abrazo que da vida. En nuestros sueños, podemos hacer el amor sin reservas y de verdad.

Nuestras mejores fantasías vuelven la realidad gozosamente al revés, en donde, como en Isaías, los leones comen paja lo mismo que los bueyes. En nuestras ilusiones, las reglas normales del mundo son suspendidas y nosotros podemos ejecutar cosas grandes y nobles sin tener en cuenta nuestras propias limitaciones atléticas, artísticas, educativas ni prácticas. En nuestras fantasías nunca estamos limitados  por nuestro cuerpo, raza, educación, origen, situación ni inteligencia. Nada es imposible en nuestras ilusiones. En nuestras fantasías podemos volar… y ser ese artista, novelista, atleta, estrella de cine única en un millón, y santo.

Además, en nuestras fantasías existe justicia y vindicación. Exactamente como los profetas imaginaron un gran día de ajuste de cuentas, cuando el arrogante será humillado, el cruel tendrá que responder por sus mezquindades, y la oculta virtud de los que sufren en silencio será revelada, así también en nuestras ilusiones. Una buena fantasía, a su   deliciosa manera propia, siempre labra justicia. En nuestras fantasías,  intuimos un nuevo cielo y una tierra nueva.

Finalmente, en nuestras fantasías sanas también estamos siempre en  nuestro mejor y más noble momento. Nunca nos mostramos mezquinos,  intolerantes ni pequeños en nuestras ilusiones. Ahí siempre somos ejemplo de virtud y nobleza: generosos, amables, profundamente cordiales y bondadosos.

Tomás de Aquino distinguió entre dos clases de unión. Para él, tú puedes estar en unión con algo tanto por medio de la posesión como por medio del deseo. En nuestras fantasías, incluso también en las que son tan sensuales y privadas como para avergonzarnos de ellas, nos conceden la  privilegiada oportunidad de intuir cómo se percibe y se siente la salvación.

Tristemente, el concepto de cielo que nos llega por medio de la predicación de la iglesia, la catequesis y la escuela del domingo es a menudo tan inconsistente, antiséptico, dualista, asexual y platónico que no queremos negociar esta vida terrenal por él. La vida aquí, aun con todas sus penas y frustraciones, todavía aparece más rica y más estimulante que el cielo que se nos promete después de la muerte. La compañía con los ángeles, la luz perfecta y la expectativa de estar sentado en silencio por toda la eternidad alabando a Dios, aunque resulta maravillosamente correcto y lleno de significado si se entiende, es demasiado abstracto para seducirnos más allá de los placeres de esta vida.

De esta suerte, nos queda algo por aprender de los profetas bíblicos, los místicos… y de la imaginación de Andrew Greeley, irreverente en  apariencia. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Mi casa será casa de oración para todos los pueblos.


Domingo 20º del Tiempo Ordinario

Textos

Audio

Lecturas

Ten compasión de mí, Señor, hijo de David

Comentario


La verdad es que Cristo había salido de sus términos y la mujer de los suyos, y de este modo pudieron encontrarse uno con otro. Comienza el evangelista por acusar a la mujer a fin de poner más de relieve la maravilla y proclamarla luego con más gloria. Al oír ese nombre de <<cananea>>, acordaos de aquellas naciones inicuas que fundamentalmente trastornaron aun las mismas leyes de la naturaleza. Y con ese recuerdo, considerad el poder de la presencia de Cristo. Porque los que habían sido expulsados de la tierra para que no extraviaran a los judíos, esos mismos se muestran ahora tanto mas aptos que los judíos, que salen de sus propios términos para acercarse a Cristo, mientras aquéllos lo arrojan de los suyos cuando va a ellos.

Acercándose, pues, a Jesús, la mujer cananea se contenta con decirle: <<!Ten piedad de mi!>>, y pronto con sus gritos reúne en tomo a si todo un corro de espectadores. A la verdad, tenia que ser un espectáculo lastimoso ver a una mujer gritando con aquella compasión, y una mujer que era madre, que suplicaba en favor de su hija, y de una hija tan gravemente atormentada por el demonio. Porque ni siquiera se había atrevido a traer a la enferma en presencia del Señor sino que, dejándola en casa, ella dirige la suplica y solo le expone la enfermedad y nada mas añade.

La cananea, después de contar su desgracia y lo grave de la enfermedad, solo apela a la compasión del Señor y la reclama a grandes gritos. Y notemos que no dice: <<Ten piedad de mi hija>>, sino <<!Ten piedad de mi!>>. Mi hija en realidad no se da cuenta de lo que sufre. <<Más él no le respondió palabra>>. Qué novedad, qué extrañeza es esta? !Y ni respuesta se le concede! Tal vez, muchos de los que la oyeron se escandalizaron, pero ella no se escandalizó. Yo creo que los mismos discípulos  del Señor tuvieron alguna compasión de la desgracia de la mujer y hasta se turbaron y entristecieron un poco. Y, sin embargo, ni aun turbados se atrevieron a decirle al Señor: <<Concédele esta gracia>>. No. <<Y llegándose sus discípulos , le rogaban, diciendo: Despáchala, porque viene gritando detrás de nosotros>>, Pero Cristo les respondió: <<Dios me ha enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel>>.

Qué hace, pues, la mujer? Se calló por ventura al oír esa respuesta? Se retiró? Aflojó en su fervor? !De ninguna manera! Lo que hizo fue insistir con más ahínco. Realmente, no es eso lo que nosotros hacemos. Apenas vemos que no alcanzamos lo que pedimos, desistimos de nuestras suplicas cuando, por eso mismo, mas debiéramos insistir A la verdad, a quién no hubiera desanimado la Palabra del Señor? El silencio mismo pudiera haberla hecho desesperar de su intento, y mucho mas aquella respuesta, Y sin embargo, la mujer no se desconcertó. Ella, que vio que sus intercesores nada podían, se desvergonzó con la más bella desvergüenza.

Cuanto mas la mujer intensifica su súplica, con más fuerza también él se la rechaza. Ya no llama ovejas a los israelitas, sino hijos; a ella, en cambio, solo le llama cachorrillo. Qué hace entonces la mujer? De las palabras mismas del Señor sabe ella componer su defensa, He ahí por qué difirió Cristo la gracia: él sabía lo que la mujer había de contestar. Así puntualmente con esta cananea. No quería el Señor que quedara oculta virtud tan grande de esta mujer De modo que sus palabras no procedían del ánimo de insultarla, sino de convidarla, del deseo de descubrir aquel tesoro escondido en su alma, Por eso no le dijo Cristo: <<Quede curada tu hija>>, sino: <<Mujer; qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides>>. Con lo que nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo, ni para adular a la mujer sino para indicarnos la fuerza de la fe (Juan Crisóstomo, <<Homilías sobre el evangelio de san Mateo>>, 52,1-2, en Obms de san Juan Crisóstomo, H, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1956, 105-106).

La ilusión de la autosuficiencia. Artículo.

Hace algunos años, asistí al funeral de un hombre que murió a la edad de noventa. Por todos los indicios, había sido un hombre bueno, sólidamente religioso, padre de familia numerosa, respetado en la comunidad y de corazón generoso. Además, había sido también un hombre fuerte, con talento, líder natural, alguien al que un grupo buscaría espontáneamente para que tomara las riendas y liderara. De ahí que ocupara algunos puestos relevantes en la comunidad. Era un hombre de gran responsabilidad.

Uno de sus hijos, sacerdote católico, pronunció la homilía en el funeral. Empezó con estas palabras: La Escritura nos dice que el total de la vida de un hombre llega hasta los setenta años, ochenta para los que son fuertes. Ahora bien, nuestro padre vivió noventa años. ¿Por qué esos veinte años extra? Bueno, no es ningún misterio. Era demasiado fuerte y estaba demasiado responsabilizado de cosas como para morir a los setenta u ochenta. Dios necesitó un extra de veinte años para madurarlo. Y resultó. Los últimos diez años de su vida fueron tiempo de debilitamiento masivo. Su esposa murió, y él nunca superó eso. Tuvo un derrame cerebral que lo redujo a una vida asistida, y eso fue un total contratiempo para él. Después, pasó los últimos años de su vida con otros que tenían que ayudarle a cuidar en sus necesidades corporales básicas. Para un hombre como él, eso fue humillante.

Pero este fue el efecto de todo eso. Lo maduró. En esos últimos años, siempre que lo visitabas, te tomaba la mano y decía: “ayúdame”. No había sido capaz de decir esas palabras desde que tenía cinco años y podía atarse los cordones de los zapatos. Para el momento en que murió, ya estaba preparado. Cuando se encontró con Jesús y san Pedro al otro lado, estoy seguro de que simplemente tendería una mano y diría: “ayudadme”. Hace diez y veinte años -estoy seguro- habría dado a Jesús y san Pedro algún consejo sobre cómo podrían correr más eficientemente las  nacaradas puertas del cielo.

Esa es una parábola que habla profunda y directamente sobre un lugar al que finalmente todos debemos acudir, o por medio de elección proactiva o  por sumisión a la circunstancia; todos debemos acudir en definitiva a un lugar donde aceptemos que no somos autosuficientes, que necesitamos ayuda, que necesitamos a los demás, que necesitamos la comunidad, que necesitamos la gracia, que necesitamos a Dios.

¿Por qué es eso tan importante? Porque no somos Dios, y nos hacemos sabios y más afectuosos cuando nos damos cuenta y aceptamos eso. Los teólogos cristianos clásicos definieron a Dios como ser autosuficiente, y destacan que solo Dios es autosuficiente. Únicamente Dios deja de tener necesidad de algo más que de Sí mismo. Todo lo demás, todo lo que no es Dios, es definido como contingente, como no autosuficiente, como necesitando algo más allá de sí mismo para ponerlo en existencia y mantenerlo en esa existencia cada segundo de su ser.

Eso puede sonar a teología abstracta; pero, irónicamente, son los niños pequeños los que lo comprenden, los que tienen un conocimiento de eso. Saben que no pueden bastarse a sí mismos y que todo nos viene como don. Saben que necesitan ayuda. Aun así, no mucho después de que aprenden a atarse los lazos de los zapatos, este conocimiento empieza a debilitarse y, mientras ellos llegan a la adolescencia y más tarde a la adultez, particularmente si son sanos, fuertes y exitosos, empiezan a vivir con la ilusión de la autosuficiencia. ¡Me basto a mí mismo!

Y eso, en realidad, les sirve bien a la hora de abrirles camino en este mundo. Pero eso no sirve a la verdad, a la comunidad, al amor, ni al alma. Es una ilusión, la mayor de todas ilusiones. Ninguno de nosotros entrará profundamente en la comunidad mientras nos nutramos de la ilusión de la autosuficiencia, cuando estemos diciendo aún: “¡no necesito a los demás! ¡Yo elijo a quien y lo que dejo entrar en mi vida!”

K. Chesterton escribió una vez que la familiaridad es la mayor de todas ilusiones. Está en lo cierto, y con lo que estamos más familiarizados es con cuidarnos y creer que nos somos suficientes a nosotros mismos. Como sabemos, esto nos ayuda a pasarlo bien en nuestra vida. Con todo, por suerte para nosotros, aunque resulte penoso, Dios y la naturaleza siempre están conspirando juntos para enseñarnos que no somos autosuficientes. El proceso de maduración, envejecimiento y, en definitiva, muerte está calibrado para enseñarnos, tanto si acogemos con agrado la lección como si no, que no estamos a cargo, que la autosuficiencia es una ilusión. Después de todo, para todos nosotros vendrá un día en que, como nos sucedió antes de que pudiéramos atarnos los cordones de los zapatos, tendremos que tender la mano y decir: “ayúdame”.

El filósofo Eric Mascall tiene un axioma que dice que no somos ni sabios ni maduros mientras damos la vida por supuesta. Llegamos a ser sabios y maduros precisamente cuando la damos por supuesta: por Dios, por los otros, por el amor. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Integridad privada. Artículo.

En una película de la década de 1990, City Slikers (“Cowboys de ciudad”), hay una escena que emite luz sobre la importancia de la integridad privada. Tres hombres, neoyorquinos, grandes amigos, se han marchado juntos, durante un verano, a montar una manada de ganado con la esperanza de que esta experiencia les ayude a eludir sus respectivos problemas de la edad madura.

En cierto momento, cabalgando a lo largo de la vereda, discuten sobre la moralidad de tener una aventura sexual. Inicialmente, su conversación se enfoca principalmente en el temor de ser pillados, y dos de ellos coinciden en que una aventura no es digna de tal riesgo. Te expones demasiado a ser pillado. Pero su amigo propone de nuevo la pregunta, esta vez preguntándoles si tendrían una aventura en caso de que hubiera absoluta seguridad de no ser pillados.

“Imaginaos -dice- que aterriza una nave espacial. Una bella mujer emerge de ella. Tú haces el amor, y ella retorna a Marte. No queda la menor consecuencia. Nadie tiene la posibilidad de saberlo. ¿Lo haríais?”

Billy Crystal, que desempeña el papel principal, responde que duda de que esto sea posible. “Siempre eres pillado”, replica, “la gante huele la deshonestidad que hay en ti”. “Pero”, protesta su amigo, “¿qué tal si de verdad fuera  posible  tener una aventura y no ser pillado? ¿Qué tal si nadie lo supiera? ¿Lo haríais?” Billy Crystal responde: “¡Pero lo sabría yo, y eso me llevaría a odiarme”.

Su respuesta resalta una verdad importante. Lo que hacemos en privado, en secreto, tiene consecuencias que no dependen de si nuestro secreto trasciende o no. El daño es el mismo. Lo que hacemos en secreto moldea nuestro carácter e influye en la manera como nos relacionamos con otros de más modos que los que suponemos. No hay tal cosa como un acto secreto. Una persona siempre lo sabe. Nosotros lo sabemos. Y nos odiamos por ello, y nos adiamos por tener que mentir. Y esto desprende su olor peculiar.

Lo que hacemos en secreto en definitiva modela la manera como nos vemos en público. La falta de honradez cambia la manera como nos contemplamos porque cambia quiénes somos. Por eso, tan frecuentemente, aquellos que están a nuestro derredor intuirán la verdad sobre nosotros, olerán la mentira, aun cuando no tengan ninguna firme evidencia sobre lo que sospechar de nosotros.

Hacer en secreto algo que no podemos admitir en público es la clara definición de hipocresía, y eso nos impulsa a mentir. Y, entre todos los pecados, mentir es el más peligroso. ¿Por qué? Porque nos odiamos a nosotros mismos por su causa, dejamos de respetarnos; y, cuando dejemos de respetarnos, muy pronto nos daremos cuenta de que otras personas también dejan de respetarnos. Ese es el intuitivo lugar donde “olemos” las mentiras de unos con otros.

Peor aún, mentir nos fuerza a endurecernos de modo que podamos vivir con nuestra mentira. No siempre el pecado nos hace humildes y penitentes. Tenemos la popular imagen -todo muy facilón- del pecador honrado, como los pecadores del los Evangelios, que aceptaban a Jesús más fácilmente de lo que lo hacían los religiosamente justos. Ese es a veces el caso, aunque no siempre.

La imagen bíblica del pecador honrado que vuelve humildemente hacia Dios se apoya en la honradez, en un pecador que no miente ni encubre su  pecado. Pero el pecado puede tener en nosotros un efecto muy diferente. Cuando no admitimos honradamente nuestro pecado, nos movemos en la dirección contraria, o sea, hacia la racionalización, la dureza de actitud y el cinismo. Además, es la mentira, no la debilidad original, la que entonces se convierte en la verdadera llaga gangrenosa y constituye el auténtico peligro. Cuando escondemos un pecado, nos vemos forzados a mentir y, con esa mentira, comenzamos inmediatamente a endurecernos y remodelar nuestras almas. Existe un principio moral que dice: Puedes hacer cualquier cosa mientras no tengas que mentir por ello. Eso es muy diferente que decir que puedes hacer cualquier cosa mientras nadie llegue a saberlo.

La calidad de nuestra persona depende del grado de nuestra integridad privada. Estamos tan enfermos como nuestro secreto más enfermo, y estamos tan sanos como nuestra virtud más recóndita. No podemos estar haciendo una cosa en privado e irradiar otra diferente en público. No importa si otros conocen nuestros secretos o no. Nosotros los conocemos y, cuando esos secretos son malsanos, nos odiamos por su causa y nuestros corazones se endurecen por vivir con nuestra mentira.

Nunca deberíamos engañarnos pensando que las cosas que hacemos en privado, incluso muy pequeñas acciones de infidelidad, desenfreno,  fanatismo, celos o calumnia, no tengan consecuencias ya que nadie las conoce. Dentro del misterio de nuestra interconexión como familia humana y como familia de fe predicada en la confianza, incluso nuestras acciones más privadas -buenas o malas- como invisibles enzimas dentro de la corriente sanguínea, afectan a la totalidad. Todo se conoce, se siente, de una manera u otra. No hay tal cosa como un acto privado, dentro de la familia de la humanidad ni dentro del Cuerpo de Cristo. Otros nos conocen, aun cuando no conozcan exactamente todo sobre nosotros. Esos tales huelen nuestros vicios, como también huelen nuestras virtudes. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

La foto que refleja lo que es la Iglesia: universalidad, alegría, esperanza y amor.

El Padre Omar Sánchez Portillo (sacerdote conocido por su vasta labor solidaria en el Perú) publica en su perfil la foto que considera que refleja lo que es la Iglesia:

"Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí!
Artículo original en Facebook

JMJ 2023 es una experiencia de catolicidad (universalidad), alegría, esperanza y amor!!!!

Para mi, esta foto refleja lo que es la Iglesia.

Gracias Dios por esta oportunidad, ayúdame a ser testimonio de tu amor y de tu esperanza.

El joven se llama Lourenç y es un brasileño de 23 años que tiene parálisis cerebral y que estaba junto a su grupo en la Vigilia en el Parque Tejo, a la que asistieron 1.5 millones de peregrinos.

Fuente del texto: Aciprensa.

La foto evoca otra emblemática imagen: la que Carlos Yap tomó en la JMJ Panamá 2019, cuando un grupo de jóvenes levantó a Lucas, un muchacho de 17 años que estaba en silla de ruedas y que fue alzado para ver al Papa Francisco en el aeropuerto de Tocumen.

E-Book: "Papa Francisco en Portugal", descarga todos los mensajes del Papa

Viene y va. Artículo.

Rumi, el poeta persa y místico sufí del siglo XIII, dijo una vez que así es cómo la fe se mueve en nuestras vidas: Vivimos con un profundo secreto que a veces conocemos, luego no, y después conocemos de nuevo.

David Brooks, columnista de New York, dice algo bastante similar. En su libro The Second Mountain (“La segunda montaña”) cuenta cómo está tratando de vivir al mismo tiempo una fe judía y una cristiana. Por lo general -dice él- puede resultar. Después de todo, Jesús lo intentó. Sin embargo, la ardua cuestión que a veces se le pregunta es: ¿Crees en la resurrección de Jesús, crees que el cuerpo de Jesús salió de la tumba a los tres días de su crucifixión? Su respuesta: “Viene y va. El vigilante de la frontera que hay en mí aún es fuerte”.

Si la mayoría de nosotros que nos profesamos cristianos fuéramos en realidad honrados, daríamos -pienso yo- una respuesta similar a la cuestión sobre la realidad de la resurrección de Jesús. ¿Creemos que sucedió realmente? Viene y va. Acaso no intelectual, pero sí existencialmente.

Una cosa es profesar intelectualmente que creemos en algo, y otra es dar a eso crédito de verdad en nuestras vidas. Jesús mismo hace esa distinción en su parábola que trata sobre un hombre, padre de dos hijos, y les pide que vayan a trabajar en su campo. El primer hijo responde que sí, pero nunca va. El segundo dice que no, pero acaba yendo y haciendo la labor. Así pues -pregunta Jesús- ¿cuál de los dos es el auténtico hijo?

Bueno, la respuesta de Brook nada entre dos aguas, un vigilante fronterizo. En verdad, nosotros somos ambos hijos, que dicen sí, luego no, más tarde sí de nuevo. John Shea, comentando los altibajos de los primeros discípulos de Jesús y su vacilación entre el seguimiento entusiasta y el abandono de su sueño de fe; llama a esto lucha (para ellos y para nosotros) entre la invitación divina y la respuesta humana, entre la gran seguridad y la gran vacilación.

Y en nada nuestro resulta esto más evidente que en cómo vacilamos frente a si creemos verdaderamente en la invitación central de todos en el Cristianismo, esto es, ¿tomamos la resurrección de Jesús lo bastante seriamente como para redefinirnos en realidad, redefinir el significado de vida y hacerla un prisma a través del cual modelemos cómo deberíamos estar viviendo? ¿Creemos con suficiente fuerza en la resurrección de Jesús como para tomar riesgos radicales que desafíen el sentido común en nuestras vidas? Si creyéramos verdaderamente que Jesús estaba resucitado, eso remodelaría nuestras vidas.

La mayoría de nosotros -sin duda- estamos familiarizados con las famosas frases de Juliana de Norwich. Reflexionando sobre lo que la resurrección de Jesús significa para nosotros, dice que, si es cierta, si Jesús resucitó en realidad de entre los muertos, si en realidad Dios sacó de una tumba un  cuerpo muerto, entonces tenemos la absoluta seguridad (y la confianza que va con eso) de creer que al fin todo estará bien, y todo estará bien, y toda manera de ser estará bien.

Su ecuación es exacta, si la resurrección sucedió en realidad; el resto continúa, la conclusión de nuestra historia y la del mundo mismo ya ha sido escrita, y tenemos absoluta seguridad de que es un final feliz.

Pero, ¿lo creemos? Para la mayoría de nosotros, si fuéramos tan honrados como David Brooks, nuestra respuesta existencial sería -creo yo- la misma que la suya: viene y va. Desde luego, puede ser humillante admitir eso, pero admitirlo nos puede liberar de la negativa, ayudarnos a entender mejor algo de la dinámica de la fe, y señalarnos hacia dónde  necesitamos ir en términos de una permanente conversión.

Una vez, en una conferencia religiosa oí este comentario de parte de uno de los oradores principales, una mujer que, a semejanza de Dorothy Day, había estado trabajando con los pobres en las calles durante muchos años. Compartió conversación en este sentido: Soy cristiana y trabajo en las calles con los pobres. En definitiva, Jesús es la razón de que yo haga esto. Pero puedo hacer este trabajo durante años y no mencionar nunca el nombre de Jesús mientras trabajo, porque creo que Dios es lo bastante maduro como para no exigir ser durante todo el tiempo el centro de nuestra atención consciente. Podéis adivinar que este comentario fue  acogido con muy variadas reacciones.

Pero, al fin y al cabo, ella tenía razón, y lo que estaba compartiendo no es una malsana mezcla de algo, ni tampoco exactamente la experiencia de Brooks y Rumi de cómo la fe funciona en nuestras vidas existenciales. Viene y va. Lo que ella compartía puede ayudar a liberarnos de algo de la falsa culpa que sentimos cuando la fe parece haberse ausentado y sentimos la realidad terrenal de nuestras vidas de un modo tan tangible y existencial que, en ese momento, damos la impresión de no conocer el secreto de la fe y mostramos estar vacilantes ante una gran seguridad. Viene y va. Verdaderamente. Vivimos con un profundo secreto que a veces conocemos, luego no, y después conocemos de nuevo. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Señor, ¡qué bien se está aquí!

Transfiguración del Señor

Domingo 18º del Tiempo Ordinario

Textos

Audio

Lecturas

Levántate, no tengas miedo.

Comentario

Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz.

Transfigurar cada instante con el halo
de la belleza. En cada ojo
que te mira, saber que se halla oculta
una súplica de amor.

Pasar haciendo el bien, acariciando
las cosas y los hombres
como si fueran una flor o una estrella
que nos hubiera nacido entre las manos.

Regalar la sonrisa sin usura
y agradecer a todo cuanto existe
el hecho de existir.

Hacer de cada día un cuadro
de colores alegres, compasivos,
cálidos, transparentes y acordados.

Caminar en silencio, con el alma
abierta a los cuatro cardinales.
Ser una nota más en el himno grandioso
del palpitar pausado de los mundos.

Estar a gusto aquí,
en el Tabor glorioso de este instante,
y dejar si es posible nuestra huella
en la pasión de la palabra justa
o en el temblor de la justa pincelada.
(Adolfo Sarabia) Fuente: Rezando Voy

Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él.

Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.

La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar -en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada nombre- a Dios "todo en todos", eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempoTexto (Santa Clara de Estella)

JMJ "Ninguno de nosotros es cristiano por casualidad. ¡Todos fuimos llamados por nuestro nombre!"

"Al principio de la trama de la vida, antes de los talentos que tenemos, antes de las sombras y de las heridas que llevamos dentro, hemos sido llamados. Hemos sido llamados ¿por qué? Porque somos amados", decía el Papa Francisco a los cientos de miles de jóvenes y participantes en la 'ceremonia de acogida' de la JMJ 2023 en Lisboa. "Hemos sido llamados porque somos amados". "Para Dios ninguno de nosotros es un número: es un nombre, un rostro, un corazón..., decía el pontífice. "A Jesús cada uno de nosotros le importamos. No somos la comunidad de los que son mejores - no, sin duda que no, somos todos pecadores -, pero somos llamados así como somos, sin maquillaje, con los problemas y limitaciones que tenemos, con nuestra alegría desbordante, nuestras ganas de triunfar y nuestras ganas de mejorar".
🔵El Amor de Dios no es como el falso amor del mundo virtual El Papa insistía en las amenazas que nos rodean en la sociedad actual que nos hacen olvidar ese Amor de Dios: "Cuántos lobos se esconden detrás de sonrisas de falsa bondad, diciendo que saben quién sos, pero que no te quieren; insinúan que creen en ti y te prometen que vas a llegar a ser alguien, para después dejarte solo cuando ya no les interesas más". "Y estas son las ilusiones de lo virtual y debemos estar atentos para no dejarnos engañar, porque muchas realidades que hoy nos atraen y prometen felicidad después se muestran por aquello que son: cosas vanas, pompas de jabón, cosas superfluas, cosas que no sirven, que nos dejan vacíos por dentro". 
 🔵Dios ama por sorpresa "Les digo una cosa, Jesús no es así. Él confía en ti, en cada uno de ustedes, en cada uno de nosotros, porque para Jesús cada uno de nosotros le importamos, cada uno de ustedes le importa y ese es Jesús", reiteraba Francisco es su discurso. "Y una cosa muy interesante - apuntaba el Papa -, Dios ama por sorpresa, el amor de Dios siempre nos sorprende". Dios nos ama como somos, no como quisiéramos ser o como la sociedad quiere que seamos". "Confíen porque Dios es un Padre que nos ama", insistió el Papa Francisco. "Esto no es muy fácil y para esto tenemos una gran ayuda que es la Madre del Señor, ella es nuestra Madre también. Ella es nuestra Madre", añadía el pontífice. 
 🔵En la Iglesia ninguno sobra Somos hijos e hijas del mismo Padre -recordaba el Papa -, por eso "en la Iglesia hay espacio para todos. En la Iglesia ninguno sobra, ninguno está de más". Francisco concluía con una llamada para todos: "no tengan miedo, tengan coraje, vayan adelante, sabiendo que estamos amortizados por el amor que Dios nos tiene. Griten "¡Dios nos ama!" En este vídeo, el discurso completo del Papa Francisco en la bienvenida oficial de la JMJ Lisboa 2023. Fuente: Vatican News | #jmj2023 Mater Mundi TV.