Señor, ¡qué bien se está aquí!

Transfiguración del Señor

Domingo 18º del Tiempo Ordinario

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Levántate, no tengas miedo.

Comentario

Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz.

Transfigurar cada instante con el halo
de la belleza. En cada ojo
que te mira, saber que se halla oculta
una súplica de amor.

Pasar haciendo el bien, acariciando
las cosas y los hombres
como si fueran una flor o una estrella
que nos hubiera nacido entre las manos.

Regalar la sonrisa sin usura
y agradecer a todo cuanto existe
el hecho de existir.

Hacer de cada día un cuadro
de colores alegres, compasivos,
cálidos, transparentes y acordados.

Caminar en silencio, con el alma
abierta a los cuatro cardinales.
Ser una nota más en el himno grandioso
del palpitar pausado de los mundos.

Estar a gusto aquí,
en el Tabor glorioso de este instante,
y dejar si es posible nuestra huella
en la pasión de la palabra justa
o en el temblor de la justa pincelada.
(Adolfo Sarabia) Fuente: Rezando Voy

Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él.

Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.

La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar -en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada nombre- a Dios "todo en todos", eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempoTexto (Santa Clara de Estella)