David Brooks, columnista de New York, dice algo bastante similar. En su libro The Second Mountain (“La segunda montaña”) cuenta cómo está tratando de vivir al mismo tiempo una fe judía y una cristiana. Por lo general -dice él- puede resultar. Después de todo, Jesús lo intentó. Sin embargo, la ardua cuestión que a veces se le pregunta es: ¿Crees en la resurrección de Jesús, crees que el cuerpo de Jesús salió de la tumba a los tres días de su crucifixión? Su respuesta: “Viene y va. El vigilante de la frontera que hay en mí aún es fuerte”.
Si la mayoría de nosotros que nos profesamos cristianos fuéramos en realidad honrados, daríamos -pienso yo- una respuesta similar a la cuestión sobre la realidad de la resurrección de Jesús. ¿Creemos que sucedió realmente? Viene y va. Acaso no intelectual, pero sí existencialmente.
Una cosa es profesar intelectualmente que creemos en algo, y otra es dar a eso crédito de verdad en nuestras vidas. Jesús mismo hace esa distinción en su parábola que trata sobre un hombre, padre de dos hijos, y les pide que vayan a trabajar en su campo. El primer hijo responde que sí, pero nunca va. El segundo dice que no, pero acaba yendo y haciendo la labor. Así pues -pregunta Jesús- ¿cuál de los dos es el auténtico hijo?
Bueno, la respuesta de Brook nada entre dos aguas, un vigilante fronterizo. En verdad, nosotros somos ambos hijos, que dicen sí, luego no, más tarde sí de nuevo. John Shea, comentando los altibajos de los primeros discípulos de Jesús y su vacilación entre el seguimiento entusiasta y el abandono de su sueño de fe; llama a esto lucha (para ellos y para nosotros) entre la invitación divina y la respuesta humana, entre la gran seguridad y la gran vacilación.
Y en nada nuestro resulta esto más evidente que en cómo vacilamos frente a si creemos verdaderamente en la invitación central de todos en el Cristianismo, esto es, ¿tomamos la resurrección de Jesús lo bastante seriamente como para redefinirnos en realidad, redefinir el significado de vida y hacerla un prisma a través del cual modelemos cómo deberíamos estar viviendo? ¿Creemos con suficiente fuerza en la resurrección de Jesús como para tomar riesgos radicales que desafíen el sentido común en nuestras vidas? Si creyéramos verdaderamente que Jesús estaba resucitado, eso remodelaría nuestras vidas.
La mayoría de nosotros -sin duda- estamos familiarizados con las famosas frases de Juliana de Norwich. Reflexionando sobre lo que la resurrección de Jesús significa para nosotros, dice que, si es cierta, si Jesús resucitó en realidad de entre los muertos, si en realidad Dios sacó de una tumba un cuerpo muerto, entonces tenemos la absoluta seguridad (y la confianza que va con eso) de creer que al fin todo estará bien, y todo estará bien, y toda manera de ser estará bien.
Su ecuación es exacta, si la resurrección sucedió en realidad; el resto continúa, la conclusión de nuestra historia y la del mundo mismo ya ha sido escrita, y tenemos absoluta seguridad de que es un final feliz.
Pero, ¿lo creemos? Para la mayoría de nosotros, si fuéramos tan honrados como David Brooks, nuestra respuesta existencial sería -creo yo- la misma que la suya: viene y va. Desde luego, puede ser humillante admitir eso, pero admitirlo nos puede liberar de la negativa, ayudarnos a entender mejor algo de la dinámica de la fe, y señalarnos hacia dónde necesitamos ir en términos de una permanente conversión.
Una vez, en una conferencia religiosa oí este comentario de parte de uno de los oradores principales, una mujer que, a semejanza de Dorothy Day, había estado trabajando con los pobres en las calles durante muchos años. Compartió conversación en este sentido: Soy cristiana y trabajo en las calles con los pobres. En definitiva, Jesús es la razón de que yo haga esto. Pero puedo hacer este trabajo durante años y no mencionar nunca el nombre de Jesús mientras trabajo, porque creo que Dios es lo bastante maduro como para no exigir ser durante todo el tiempo el centro de nuestra atención consciente. Podéis adivinar que este comentario fue acogido con muy variadas reacciones.
Pero, al fin y al cabo, ella tenía razón, y lo que estaba compartiendo no es una malsana mezcla de algo, ni tampoco exactamente la experiencia de Brooks y Rumi de cómo la fe funciona en nuestras vidas existenciales. Viene y va. Lo que ella compartía puede ayudar a liberarnos de algo de la falsa culpa que sentimos cuando la fe parece haberse ausentado y sentimos la realidad terrenal de nuestras vidas de un modo tan tangible y existencial que, en ese momento, damos la impresión de no conocer el secreto de la fe y mostramos estar vacilantes ante una gran seguridad. Viene y va. Verdaderamente. Vivimos con un profundo secreto que a veces conocemos, luego no, y después conocemos de nuevo. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -