Al aproximarse la Navidad el año 1223, Francisco de
Asís llamó a si a su amigo Ser Giovanni Vellita y le dijo: «Hay en los bosques
de Greccio una gruta que me recuerda la de Belén. He pensado celebrar allí la
santa noche». Entiende Ser Giovanni y lo organiza todo según el deseo del
santo.
Cuando llegó la noche los fieles, acudieron en masa
desde los alrededores cantando salmos adentrándose en la floresta. A la luz de
las antorchas llegaron a la gruta, donde estaba para celebrarse la misa. El
altar estaba dispuesto sobre un pesebre y ¡unto a él yacían un asno y un buey.
Cuando el sacerdote se disponía a repartir el Cuerpo
de Cristo a los fieles se vio una luz deslumbrante en torno al Santo. En sus
descarnados brazos, que salían de las mangas del sayal, sostenía un niñito
frágil y adormecido; pero como Francisco, en un acto de amor, atrajo contra su
pecho el cuerpo tembloroso del pequeño, este se despertó, le sonrió y le
acarició la descarnada mejilla. Los que lo vieron comprendieron que aquel niño
era Jesús que, adormecido en el corazón de muchos, Francisco, con el ejemplo de
su vida, había despertado (De la tradición franciscana).
Gracias a: Rezando Voy, franciscanos.org, ofminmaculada.org, santaclaradeestella.es, y Ciudad Redonda.org
Pasan los días en este otoño
ceniciento, y el adviento sigue su curso con su historia que poco a poco
volvemos a narrar. Este es quizás el óbice: que nos sabemos demasiado
la trama. Tanto que, quizás de no escuchar ya su mensaje ha dejado hace
tiempo de conmovernos. Llegando estas fechas vemos cómo las gentes van y
vienen de aquí para allá. Cada uno embozado en su abrigo y bufanda
gustando de la prisa y gastando el desenfado. Por doquier se olfatea un
aire de fiesta, como magia esperada cada año al llegar estas calendas.
Un ambiente festivo que pone en calles y plazas, en escaparates y
hogares, en colegios y parroquias las guirlandas y bolas de color, luces
y estrellas en medio de la realidad inhóspita que te impone tantos
momentos grises que terminan siendo oscuro azabache. Todo parece
conspirar como pidiendo tregua, reclamando una paz fugaz entre tanta
desazón guerrera ante un panorama preocupante y peleón.
La lista siempre es ingrata, pero motivos para el hastío los hay a
raudales: los años que no tienen vueltas y nos hace a todos un año más
viejos; la enfermedad que te postra con las goteras de un achaque
pasajero o de una dolencia fatal que te acorrala en el miedo; el paro de
quien ha perdido su trabajo en la peor edad y el paro de quien en la
flor de la vida no lo ha estrenado todavía; la soledad que te sobrecoge
al sentirte incomprendido en el olvido ingrato; la decepción que tiene
siglas políticas cuando te defraudan los que creímos que podían hacer
algo que no fuera la promesa falsa, la corrupción egoísta y la mentira
como gobernanza. Las catástrofes naturales y sus consecuencias varias.
¡Cuánta losa que te quita el aire que respiras y da la impresión que te
ahogas abrumado por la imposibilidad de los ensueños y la terquedad de
tantas pesadillas!
Hace dos mil años y en la actualidad de nuestros días, nos
encontramos en un “toma y daca” que nos deja tristes, apagados,
asustados y con la incertidumbre del miedo en las entrañas. Ante este
panorama, no valen las treguas que sólo ponen entre paréntesis las
pruebas y endulzan con mazapán la realidad terca que nos espera a la
vuelta de la cuesta de enero. No necesitamos de un alibí como coartada
que trampea nuestra humilde esperanza. Lo único de lo que tenemos
necesidad es de poner nombre a nuestra espera, ser capaz de amar
nuestras preguntas, para que nos suceda nuevamente algo, Alguien, que
colme mi espera, responda a mis preguntas, ponga bálsamo en mis heridas
todas.
Esto es lo que celebramos los cristianos en estos días de preparación
para la Navidad verdadera. Lo hacemos recordando al que vino hace dos
mil años en la humildad de nuestra carne, aguardamos al que volverá al
fin de los tiempos cuando vuelva en su gloria, mientras reconocemos
presente a quien jamás se nos ha ido de nuestro lado. Habrá otros
escenarios prenavideños y navideños que tienen que ver con las
costumbres de esta época del año, con las campañas comerciales de los
que hacen su agosto en diciembre, de los buenos sentimientos que nos
permiten entrenar y estrenar perdones varios. Todo esto ayuda y no
molesta. Pero el camino cristiano de estos días consiste en preparar los
caminos que Dios frecuenta para que allí se vean mis pasos deambular.
El encuentro con Cristo que vino, que volverá y que está a mi lado,
es lo que transforma realmente mi vida como el acontecimiento que
verdaderamente me cambia: cuando la oscuridad encuentra su luz
amanecida, el cansancio deja de acorralarme, y el miedo no me hace rehén
de su chantaje. Nos preparamos para esa gracia: para recordar a quien
ya vino, para confiar en la espera de quien volverá, mientras con gozo
agradecido reconocemos a quien está cerca, en mí, sosteniendo mi
esperanza, mi alegría y mi paz. Publicado el 22/12/2024. Fuente. Imagen Pixabay
Uno de los temas principales de la página de Lucas sobre la visitación es la alegría del encuentro entre las dos madres y la del Bautista al oír la voz de la "madre del Señor" que lleva en su seno al Hijo. En la alegría del Bautista se percibe una alusión a la alegría de David bailando por la llegada del arca de la alianza, signo de la presencia de Dios (cf. 2 Sm 6). El Bautista goza –incluso "da saltos" (v. 41)- porque María, como arca santa, lleva en su seno al Señor.
En el Bautista que goza por la presencia de María y Jesús está representado el Antiguo Testamento que espera y acoge la manifestación del Nuevo. Isabel, por su parte, es la mujer anciana y estéril que ve las maravillas de Dios, el cual acoge los sufrimientos y deseos de la humanidad.
En esta escena está retratada la humanidad entera que espera a Cristo y saluda su llegada porque, encontrándolo, comprende que era él al que esperaba sin saberlo. El Hijo de Dios que se hace carne es la fuente de la alegría porque dice la verdad a la que todo humano está llamado: ser hijo como él.
En cuanto a María, ella recibe el saludo de Isabel que la proclama "bendita" (v. 42) y el elogio que la declara "dichosa" (v. 45) por haber creído en la promesa de Dios. Mientras da a la humanidad al Hijo de Dios, María nos enseña también a responder con fe a la oferta divina.
Fe y humildad: "Ha mirado la humillación de su esclava" (v. 48). En María se ejecuta el programa de Dios (anunciado por Miqueas) que comienza por los últimos.
Después del acontecimiento de la Palabra sobre el Bautista que anuncia la salvación (Lc 3,2), Lucas relata los temas éticos de la predicación de Juan en los que precisa los caminos que hay que enderezar y ajustar según los caminos de Dios. Se presentan al Bautista diversas categorías de personas.
Por tres veces (w. 10.12.14) la gente pregunta al Bautista: "Qué debemos hacer?". En la respuesta no pide cosas desorbitadas, sino que recomienda modos de atención con el otro, respeto a todos en la justicia. El Bautista, hombre del desierto, a quien le pregunta sobre qué debe hacer no le pide imitarle en la vida eremítica o ascética del desierto. Les da unas respuestas para que las realice cada uno en su vida normal, ya que es precisamente en ese ámbito donde todos debemos enderezar los caminos de Dios.
A algunos interlocutores les sugiere el compromiso del compartir: "El que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene ninguna" (v. 11). Luego se acercan los publicanos y los soldados, dos categorías "sospechosas". Pero también pueden abrirse a la salvación viviendo una vida honesta y renunciando a algunos fraudes.
Cuando venga Jesús, precisamente los publicanos y los soldados (cf. el centurión) serán los testigos de una salvación que se les ofrece sin condiciones previas, salvación recibida gratuitamente, capaz de cambiar la vida.
Finalmente el evangelista indica que "el pueblo estaba a la expectativa" (v. 15), y se preguntaban si no sería Juan el Cristo. De la pregunta del "hacer" se pasa a la del "Mesías", es decir, a la pregunta de "Quién nos puede salvar?". El Bautista remite -más allá de sí mismo- a "aquel que viene", el único que podrá cambiar la vida vieja, quemando la paja y regalando el Espíritu.
Las primeras páginas de la Biblia nos ofrecen una serie de historias situadas al principio de la historia que están destinadas a explicar por qué el mundo de hoy es como es. La historia de Adán y Eva sobre el pecado original es una de esas historias. Hay otras. Estas historias, porque usan imágenes que pueden hacer que suenen como cuentos de hadas, pueden parecer total fantasía para nosotros, pero son historias que son más verdaderas que verdaderas. Ocurrieron. Le ocurrieron al primer hombre y la primera mujer en este planeta, y continúan ocurriendo hoy de una manera que afecta a todos los hombres y mujeres a lo largo de la historia. Son historias del corazón, no destinadas a ser tomadas literalmente, pero que llevan lecciones para el corazón.
Una de estas historias «en el principio», fundamentales y arquetípicas, es la historia de la Torre de Babel. En lenguaje coloquial, va así: Al principio (antes de que el tiempo fuera como es ahora) había una ciudad llamada Babel que decidió hacerse un nombre construyendo una torre tan impresionante que todas las demás ciudades tendrían que admirarla. Comenzaron a construir la torre, pero algo extraño sucedió. Mientras la construían, de repente todos comenzaron a hablar diferentes idiomas, ya no podían entenderse entre sí y se dispersaron por todo el mundo, cada uno ahora hablando en un idioma incomprensible para los demás.
¿Cuál es la lección? ¿Se supone que esto explica el origen de los diferentes idiomas del mundo? No, más bien está destinado a explicar los profundos y aparentemente irreconciliables malentendidos entre nosotros. ¿Por qué nos malentendemos siempre? ¿Cuál es el origen de esto?
Hay múltiples maneras en que esta historia puede usarse para arrojar luz sobre las divisiones en nuestro mundo de hoy. Aquí tienes una: Escribiendo en The Atlantic el año pasado, el psicólogo social Jonathan Haidt sugirió que quizás no hay mejor metáfora para explicar las divisiones entre nosotros hoy que la Torre de Babel. Su argumento es el siguiente: Las redes sociales, lo que se suponía que nos conectaría no solo con nuestros amigos y familiares, sino con personas de todo el mundo, de hecho ha llevado a una fragmentación radical de nuestra sociedad y al rompimiento de todo lo que parecía sólido, la dispersión de personas que habían sido una comunidad. Tomemos a Estados Unidos, por ejemplo; aunque aún podamos estar hablando el mismo idioma, las redes sociales y los ecos de las noticias por cable nos han suministrado diferentes conjuntos de hechos, valores y visiones que hacen que la conversación real sea cada vez más imposible.
Como lo hicieron evidentes las recientes tensiones alrededor de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, como sociedad ya no hablamos el mismo idioma en el sentido de que ya no podemos entendernos entre nosotros en prácticamente cada tema clave: cambio climático, inmigración, pobreza, género, salud, aborto, el lugar de la religión en la esfera pública, de qué lado está la verdad, y, lo más importante, qué es la verdad. Ya no compartimos ninguna verdad común. Más bien, todos tenemos nuestra propia verdad, nuestro propio idioma individual. Como dice el dicho popular, ¡he hecho mi propia investigación! No confío en la ciencia. No confío en ninguna verdad de corriente principal. Tengo mis propias fuentes.
¡Y esas fuentes son muchas, demasiadas para contarlas! Cientos de canales de televisión, innumerables pódcast y millones de personas alimentándonos con su versión idiosincrática de las cosas en las redes sociales, de modo que ahora hay escepticismo sobre cualquier hecho o verdad. Esto nos está dividiendo a todos los niveles: familia, vecindario, iglesia, país y mundo. Ahora todos estamos hablando diferentes idiomas y, como los habitantes originales de Babel, estamos siendo dispersados por todo el mundo.
A la luz de esto, es notable cómo se describe el Pentecostés original en las escrituras. Los Hechos de los Apóstoles describen el Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, como un evento que revierte lo que sucedió en la Torre de Babel. En la Torre de Babel, los idiomas (las «lenguas») de la tierra se dividieron y dispersaron. En Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre cada persona como una «lengua de fuego» de modo que, para gran sorpresa de todos, ahora todos entienden a todos los demás en su propio idioma.
De nuevo, lo que se describe aquí no se trata de idiomas humanos literales, donde en Pentecostés todos de repente entendieron griego o latín. Más bien, todos ahora entendieron a todos los demás en su propio idioma. Todos los idiomas se convirtieron en un solo idioma.
¿Cuál es ese idioma común? No es ni griego ni latín ni inglés ni francés ni español ni yiddish ni chino ni árabe, ni ninguno de los otros idiomas hablados del mundo. Tampoco es el idioma menos que completamente compasivo de los conservadores o los liberales. Es, como Jesús y nuestras escrituras dejan claro, el idioma de la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la longanimidad, la fidelidad, la gentileza, la fe y la castidad.
Este es el único idioma que puede superar los malentendidos y las diferencias entre nosotros, y cuando lo estemos hablando, no estaremos tratando de construir una torre para impresionar a nadie. Traducido al Español para Ciudad Redonda por Benjamín Elcano, cmf
La aparición se inició el 9 de diciembre de 1531 en las cercanías de la Ciudad de México, entonces ciudad capital del imperio Azteca: la Virgen se aparece al indio Juan Diego, y le pide que transmita al obispo del lugar su voluntad de que se construya un templo dedicado a Ella en el cerro Tepeyac. El obispo, al escuchar el relato del indio, le pide una prueba de la Presencia de la Madre de Dios allí. María hace crecer entonces un jardín de rosas en un cerro inhóspito y semidesértico, y se las hace recoger en su tilma (especie de poncho o manta) a Juan Diego. Luego le pide se las presente como prueba de Su Presencia al obispo. Cuando el indio abre su tilma frente al obispo, caen las flores al piso y aparece milagrosamente retratada la imagen de la Virgen María en la rústica tela. El templo dedicado a la Virgen de Guadalupe fue construido en el cerro Tepeyac, lugar de las apariciones, donde se exhibe la tilma original de Juan Diego, impresa con la mundialmente conocida imagen de la Virgen de Guadalupe.
Pío X proclamó a Nuestra Señora de Guadalupe "Patrona de toda América Latina". Pío XI, de "todas las Américas"; Pío XII la llamó "Emperatriz de las Américas"; y Juan XXIII, "La misionera celeste del Nuevo Mundo" y "la Madre de las Américas". En la maravillosa gran basílica de Guadalupe, Juan Pablo II beatificó al indio Juan Diego el 6 de mayo de 1990. Además, en sus cuatro visitas a México, Juan Pablo II visitó el Tepeyac y honró con profundo amor filial a la Virgen de Guadalupe, a quien encomendó el continente Americano y su nueva evangelización.
Curiosidades sorprendentes sobre la tilma de Guadalupe:
Estudios oftalmológicos realizados a los ojos de María han detectado que al acercarles luz, la pupila se contrae, y al retirar la luz, se vuelve a dilatar, tal cual como ocurre en un ojo vivo. ¡Los ojos de María están vivos en la tilma!. También se descubre que los ojos poseen los tres efectos de refracción de la imagen que un ojo humano normalmente posee. Lograr estos efectos a pincel es absolutamente imposible, aún en la actualidad.
La fibra de magüey que constituye la tela de la imagen, no puede en condiciones normales perdurar más que 20 ó 30 años. De hecho, hace varios siglos se pintó una réplica de la imagen en una tela de fibra de maguey similar, y la misma se desintegró después de varias décadas. Mientras tanto, a casi quinientos años del milagro, la imagen de María sigue tan firme como el primer día. Se han hecho estudios científicos a este hecho, sin poder descubrirse el origen de la incorruptibilidad de la tela.
No se ha descubierto ningún rastro de pintura en la tela. De hecho, al acercarse uno a menos de 10 centímetros de la imagen, sólo se ve la tela de maguey en crudo. Los colores desaparecen. Estudios científicos de diverso tipo no logran descubrir el origen de la coloración que forma la imagen, ni la forma en que la misma fue pintada. No se detectan rastros de pinceladas ni de otra técnica de pintura conocida. El Dr. Phillip S. Callaghan, del equipo científico de la NASA americana, biofísico de la Universidad de Kansas (EE.UU.), investigador, científico y técnico en pintura, y el Profesor Jody Brant Smith, «Master of Arts», de la Universidad de Miami, Catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Pensacolla, afirmaron que el material que origina los colores no es ninguno de los elementos conocidos en la tierra. En su libro «La tilma de Juan Diego» exponen el estudio realizado por ellos a nivel particular.
Varias veces, a lo largo de los siglos, los hombres han pintado agregados a la tela. Milagrosamente estos agregados han desaparecido, quedando nuevamente el diseño original, con sus colores vivos.
En el año 1791 se vuelca accidentalmente ácido muriático en el lado superior derecho de la tela. En un lapso de 30 días, sin tratamiento alguno, se reconstituye milagrosamente el tejido dañado. Actualmente apenas se advierte este hecho como una breve decoloración en ese lugar, que testimonia lo ocurrido.
Las estrellas visibles en el Manto de María responden a la exacta configuración y posición que el cielo de México presentaba en el día en que se produjo el milagro, según revelan estudios astronómicos realizados sobre la imagen.
El 14 de noviembre de 1921, Luciano Pérez, un anarquista español, depositó un arreglo floral al lado de la Tilma de Juan Diego que contenía una bomba de alto poder. La explosión destruyó todo alrededor, menos la tilma, que permaneció en perfecto estado de conservación. Una Cruz de pesado metal que se encontraba en las proximidades fue totalmente doblada por la explosión, y se guarda como testimonio en el templo. Sin embargo, el cristal que protegía la Tilma no se rompió, teniendo en cuenta que en aquella época no había cristales antibala.
El Dr. Enrique Graue, oftalmólogo de fama internacional, director de un hospital oftalmológico en México, afirma: «Examiné los ojos con oftalmoscopio de alta potencia, y pude apreciar en ellos profundidad de ojo como al estar viendo un ojo vivo».
En estos ojos aparece el efecto Púrkinje-Sánsom: se triplica la imagen en la córnea y en las dos caras del cristalino. Este efecto fue estudiado por el Dr. Púrkinje de Breslau y Sánsom de París, y en oftalmología se conoce por el fenómeno Púrkinje-Sánsom. Este fenómeno, exclusivo del ojo vivo, fue observado también en el ojo de la Virgen de Guadalupe, por el Dr. Rafael Torija con la ayuda de un oftalmoscopio. Él lo certifica con estas palabras: «Los ojos de la Virgen de Guadalupe dan la impresión de vitalidad».
Lo mismo afirman los doctores Guillermo Silva Ribera, Ismael Ugalde, Jaime Palacio, etc. Desde el año 1950, los ojos de la Virgen de Guadalupe han sido examinados por una veintena de oftalmólogos. Fuente. Imagen de la basílica de Guadalupe 2023