El relato litúrgico del evangelio se compone de dos fragmentos del llamado "discurso apocalíptico" de Jesús en la versión de Lucas.
En la primera parte (w. 25-28) el discurso se centra en la venida del Hijo del hombre. El Hijo del hombre es el que ha sido humillado y ha padecido por toda la humanidad y al que Dios ha resucitado de entre los muertos, reconociéndolo como Hijo, salvador universal. El cristiano espera el día de su manifestación "con gran poder y majestad" (v. 27), espera que aparezca, plenamente visible, su victoria sobre el mal y su señorío universal.
Según Lucas, el día del Hijo del hombre se anuncia con ciertos signos: "Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos..." (v. 25). No se trata de manifestaciones que nos permitan calcular con anticipación el momento de la venida de Jesús. Se trata, por el contrario, de acontecimientos que se darán siempre, en cualquier tiempo. De hecho, siempre sucederán catástrofes naturales o desórdenes y acontecimientos dolorosos, lo cual indica que el hombre siempre debe estar a la espera de la venida de Jesús.
Con todo, se darán dos modos de leer los signos: el del que espera con miedo el final de un mundo encaminado a la desaparición y la nada (de ahí la angustia, la locura, el miedo: w. 25-26); y la del que, creyendo, no infravalora el mal, pero a pesar de todo "levanta la cabeza" y abre el corazón a la esperanza porque está seguro de la liberación (v. 28).
En la segunda parte el evangelista resalta dos imperativos:
"Procurad" (v. 34), y "velad y orad" (v. 36). Es preciso tener cuidado con lo que embota el corazón y apaga la esperanza. Hay que vigilar -y aquí aparece la añadidura de la preciosa invitación a la oración- para evitar la perversa fascinación del mal y estar lúcidos para esperar al único que da sentido a nuestra historia: al Hijo del hombre