Crear la raza humana puede que sea el error más grande que la evolución cometió. Douglas Abrams escribe esto en The book of hope (“El libro de la esperanza”), un libro del que es coautor con Jane Goodall. Aun cuando esa es una visión más bien desesperante, al fin, este libro es un libro de esperanza, aun no sin lanzar un aviso espantoso: Actualmente existen más de ocho mil millones de habitantes en este planeta y ya estamos agotando los limitados recursos de la naturaleza más aprisa de lo que la naturaleza puede reponerlos. De aquí a menos de treinta años, probablemente seremos diez mil millones y, si continuamos como de costumbre, eso podría suponer el fin de la tierra según la conocemos.
¿Qué necesitamos realizar para dar un giro a esto? Goodall y Abrams sugieren cuatro cosas:
Primera: debemos mitigar la pobreza. Cuando la gente está hambrienta y desesperada, sus pensamientos no están en la visión de conjunto, o sea, en el futuro a largo plazo y el bien general de todos los humanos y el planeta. Es comprensible que sus pensamientos estarán enfocados en la supervivencia y no habrá la menor duda en talar el último árbol con el fin de cultivar alimentos o pescar ese último pez que aún está vivo. La desesperación y el interés por la visión de conjunto generalmente no van juntos.
Segunda: debemos reducir los insostenibles estilos de vida de la sociedad próspera. La madre tierra no es un recurso ilimitado ni puede seguir sustentando indefinidamente nuestro actual estilo de vida. Además, esto es verdad no sólo por el manirroto estilo de vida de los ricos, sino por todos nosotros en la mayoría de los países. No hemos afrontado el hecho de que todo es limitado y de aquí que continuemos comprando en exceso, consumiendo en exceso, usando energía eléctrica en exceso, desperdiciando alimentos en exceso, usando gasolina en exceso y creando desperdicios en exceso. Esto un puede continuar por mucho más tiempo. Ya los millones de refugiados sin esperanza que hay en las fronteras de cualquier lugar y los dramáticos cambios de clima que tenemos por dondequiera nos están diciendo que debemos realizar cambios… y pronto. Nuestro planeta es grande, pero también finito, y no puede aguantar las ilimitadas demandas del consumo no examinado.
Tercera: debemos eliminar la corrupción y el autointerés económico. Sin buen gobierno ni liderazgo honrado que se enfoque en la visión de conjunto más bien que en sus propios autointereses, es imposible resolver nuestros enormes problemas sociales, económicos y medioambientales. Como un personaje de Barbara Kingsolver se burla en su reciente novela Unsheltered (“Desprotegidos”), el comercio libre tiene la misma moralidad que una célula cancerosa. El espíritu emprendedor que impulsa nuestras economías nos sirve bien de muchas formas y nos proporciona comodidades, libertades y oportunidades que pocos han tenido alguna vez en la historia. Sin embargo, eso por lo general es a la visión de conjunto lo que una célula cancerosa es para el cuerpo: una simple célula que crece por sí sola sin ninguna conexión con la salud general del cuerpo. Como una célula cancerosa, el mercado libre (con algunas excepciones) no toma en cuenta la visión de conjunto ni la salud a largo plazo de la totalidad del cuerpo.
Cuarta, debemos afrontar los problemas causados por una población siempre creciente. Durante casi toda la historia, voces religiosas y morales literalmente han ordenado a la gente que tenga hijos. Crecer y multiplicarse. Este era un deber sagrado debido a Dios y a la raza humana. Con todo, durante un largo tiempo, esto se hizo necesario ante los temores de que la raza humana, como cualquier especie, se encontrara constantemente en peligro de ser extinguida. Verdaderamente, existía la constante amenaza de que esto pudiera suceder. Enfermedades, hambrunas, guerras, elevada mortalidad infantil, una vida de corta duración y toda suerte de desastres amenazaban constantemente a la especie humana. Los humanos, como cada especie, necesitaban asegurar que la especie perdurara. Eso tenía sentido, de todas maneras, hasta el presente siglo. Ahora, con el acechante panorama de diez mil millones de habitantes en este planeta, la amenaza de extinción proviene más de nuestro propio número que de alguna amenaza externa. El planeta sólo puede acoger a un número determinado de humanos a la vez. Desde luego, existen problemas del alma, problemas morales y problemas religiosos incluidos en cualquier conversación acerca de la limitación del crecimiento humano. A pesar de eso, aunque sean complejas estas situaciones, el crecimiento no examinado debe ser examinado ahora.
Abrams está equivocado. Crear la raza humana no fue un trágico error que la evolución cometió. Crear la persona humana no fue producto accidental y no deseado de la ciega evolución. Dios es el autor del proceso de la evolución, y Dios no comete errores. Desde el principio mismo, Dios tuvo la intención de que nosotros, personas humanas, emergiéramos del proceso. Más aún, Dios quiso que nosotros tuviéramos un papel muy especial en el proceso, a saber, ser en el proceso ese lugar donde la naturaleza finalmente venga a ser consciente de sí misma y entonces pueda ayudar proactivamente a Dios a dirigir el proceso hacia una paz y unidad finales (el reino de Dios) que nos incluirá a todos nosotros y al planeta mismo.
Los humanos no fueron un error, aunque se reconoce que mucho de nuestra administración lo ha sido, porque tendemos a pensar en el mundo como algo de lo que podemos disponer como mío de cualquier modo que nos beneficie, más bien que como un jardín con recursos limitados, del que nos han rogado que cuidemos con amor. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -