David Brooks, el columnista del New York Times, escribió recientemente un artículo sobre un amigo de toda la vida que murió de suicidio. Al describir a su amigo y su caída a la enfermedad suicida, Brooks esparce la luz necesaria para ver que todavía tenemos un largo camino por recorrer en nuestra comprensión del suicidio. (New York Times, 9 de Febrero de 2023).
Su amigo, Peter, parecía un candidato máximamente improbable a morir de suicidio. Gozaba de un matrimonio maravilloso, dos hijos cariñosos, un cálido círculo de amigos y una exitosa carrera de médico en la que sentía gran satisfacción ayudando a otros. Era también físicamente sano, activo y atlético. Aun así, en cierto momento, empezó a hundirse en una demoledora depresión ante la cual todo el amor del mundo resultó inútil. Por fin, se quitó la vida.
Lo que Brooks destaca al documentar el viaje de su amigo debería ser lectura requerida para todos. ¿Qué destaca?
Primero: que, en la mayoría de los casos, el suicidio es una enfermedad. Las personas no eligen hundirse en esta clase de depresión más de lo que eligen tener cáncer, diabetes o una afección cardiaca. Se encuentran atacadas por una enfermedad, y no pueden desear salir de ella más de lo que alguien con una enfermedad física especial puede curarse por la simple fuerza de voluntad y actitud. No sólo queréis salir de una depresión suicida. Además, la depresión suicida no es una cosa que alguien de nosotros, como extraños, entendamos en realidad.
Segundo: la depresión es horrible, la más grande pesadilla. Notad cómo William Styron describe su propia depresión en sus memorias, Darkness Visible (“Esa visible oscuridad”): “Experimenté una curiosa convulsión interior que puedo describir sólo como desesperación más allá de la desesperación. Procedió de la fría noche; no me imaginaba posible tal angustia”. Entonces, el sufrimiento se añade por el hecho de que parte de la anatomía de la enfermedad (las más de las veces) es que a la persona que la experimenta le es imposible articular en qué consiste exactamente el dolor. En consecuencia, están solos dentro de él, unanimidad-menos-uno y, con esa soledad, viene el arrollador sentimiento de que uno está haciendo un favor a la familia y amigos al hacerse desaparecer a sí mismo por el suicidio,
Además, ante la depresión suicida, la medicina y la psiquiatría pueden ser útiles, pero quedan limitadas al tratar eficazmente esta clase de depresión.
¿Qué deberíamos hacer cuando estamos tratando con alguien que está padeciendo esta clase de depresión paralizante? Al intentar responder a esto, puede ser útil empezar por la vía negativa: ¿qué no deberíamos hacer?
Brooks comparte algunos de sus sinceros -pero en definitiva desviados- esfuerzos por llegar hasta su amigo. Por ejemplo, le hizo recordar a Peter todas las admirables bendiciones de que gozó y lo bendecida que estuvo su vida. Después se dio cuenta de que “esto podría hacer a los pacientes sentirse aún peor para consigo mismos por no ser capaces de disfrutar de todas las cosas que son claramente disfrutables”. Igualmente, no deberíamos preguntar a la persona si está pensando en lastimarse. La persona ya está sufriendo tan fatalmente que todo en ella sólo quiere dejar de padecer, y el suicidio es percibido como el único medio de conseguirlo.
¿Qué deberíamos hacer? Brooks es claro: “Los expertos dicen que, si sabéis de alguien que esté deprimido, es correcto preguntarle explícitamente sobre el suicidio. Los expertos insisten en que no vas a poner ese pensamiento en la cabeza de la persona. Muy frecuentemente, eso ya ha llegado a su mente. Y si es así, la persona debería estar recibiendo ayuda profesional”.
Los expertos también están de acuerdo con que deberíamos arriesgarnos y preguntar abiertamente a la persona si está pensando en el suicidio. Si la persona no está pensando sobre el suicidio, te perdonará por preguntarlo; pero si está pensando en el suicidio y tú te muestras demasiado temeroso de preguntar, tu timidez podría bloquear el camino que lleva a salvar la vida de esa persona.
Brooks indica que, a pesar de todo el trabajo que se ha hecho en medicina y psicología en los recientes años, las tasas de suicidio son hoy un 30% más altas de lo que eran tan sólo hace veinte años, y uno de cada cinco adultos americanos experimenta una enfermedad mental.
Mi propia vida ha estado muy afectada por el suicidio: el suicidio de familiares, amigos, vecinos, colegas, compañeros de clase, antiguos estudiantes y mentores de confianza. Según mi experiencia, en cada una de estas muertes, la persona que murió era un alma buena, honrada, amable, sensible e hipersensible que, en un momento de su vida, estaba demasiado aplastada, demasiado llena de dolor y demasiado oprimida por la enfermedad como para continuar viviendo. Cada una de estas muertes dejó atrás también una trágica tristeza que estuvo masivamente agravada por nuestra falta de comprensión de lo que en realidad causó la muerte de esta persona.
En su evaluación del suicidio de su amigo, Brooks afirma que al final “la bestia era mayor que Pete; era mayor que nosotros”. Todavía sigue siendo. Dicho sencillamente, estamos aún muy lejos de comprender la enfermedad mental y su fragilidad. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -