La tierra se oscureció dos veces. Una, en la creación original, antes de que Dios crease la luz por primera vez. Pero después hubo una oscuridad aún más profunda, el Viernes Santo, entre la hora sexta y la nona, cuando estábamos crucificando a Dios y mientras Jesús, muriendo en la cruz, exclamaba: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Oscuridad total. En respuesta a eso, Dios creó la luz más sorprendente de todas: la resurrección.
Resulta interesante fijarnos en cómo la escritura describe la creación de la luz original. La Biblia empieza con estas palabras: “En el principio, Dios creó el cielo y la tierra. Ahora bien, la tierra era un caos informe y el aliento de Dios se cernía sobre las aguas. Dijo Dios: ‘Que exista la luz’, y la luz existió”. Una combinación del aliento de Dios y las palabras de Dios produjo la primera luz. Los antiguos identificaban mucho la presencia de Dios con la luz. Para ellos, Dios era la antítesis de toda oscuridad y, verdaderamente, el símbolo de la fidelidad de Dios fue el arcoíris, o sea, la luz refractada, la luz abierta para revelar su espectacular belleza interior.
¡Pero se oscureció una segunda vez! Los Evangelios nos dicen que, mientras Jesús pendía de la cruz, aunque era mediodía, la oscuridad cubrió la tierra entera durante tres horas. No sabemos con exactitud lo que ocurrió aquí históricamente. ¿Estuvo la tierra entera sumida en tinieblas? Quizás. Después de todo, la tierra estaba crucificando a Dios, ¡y Dios es la luz! Al margen de lo literalmente que tomemos esto o no, lo que sucedió el Viernes Santo desencadenó una clase diferente de oscuridad, una oscuridad moral: la oscuridad de la impiedad, el odio, la paranoia, el temor, la religión descarriada, la crueldad, la idolatría, la ideología y la violencia. Esta es la oscuridad más cegadora de todas.
¿Cuál fue la respuesta de Dios? La respuesta de Dios a las tinieblas del Viernes Santo fue decir por segunda vez ¡Que exista la luz! La resurrección de Jesús es esa nueva luz, una que al final del día eclipsa todas las demás luces.
Resulta interesante comparar cómo la escritura describe a Dios creando la nueva luz de la resurrección con la manera como Dios creó la luz original en los orígenes de la creación. El Evangelio de Juan tiene un maravilloso pasaje revelador que describe la primera aparición de Jesús a toda la comunidad después de su resurrección. Nos dice que, al anochecer del Domingo de Pascua, los discípulos (que representaban aquí a la iglesia) estaban reunidos en una habitación con las puertas cerradas por temor. Jesús se les presenta, atravesando sus puertas cerradas a cal y canto, se planta en medio de su confuso y temeroso círculo y les dice: “¡Paz a vosotros!” Y dicho esto, sopla sobre ellos y dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
Observad los paralelos con la historia original de la creación. Para el escritor del Evangelio de Juan, este refugiarse con temor detrás de las puertas cerradas es la oscuridad del Viernes Santo, un caos informe moral. Y Jesús trae la luz a esa oscuridad del mismo modo que la luz fue traída a la creación original, por medio de la palabra de Dios y del aliento de Dios. Las palabras de Jesús “¡Paz a vosotros!” son la manera de decir Jesús resucitado “¡Que exista la luz!”. Entonces, exactamente como en la creación original el soplo de Dios empieza a ordenar el caos físico, el soplo de Jesús -el Espíritu Santo- empieza a ordenar el caos moral, transformando continuamente la oscuridad en luz: el odio en amor, la amargura en dulzura, el temor en confianza, la falsa religión en culto verdadero, la ideología en verdad y la venganza en perdón.
La radiante nueva luz que trae Jesús a nuestro mundo en la resurrección es también una de las cosas a las que nuestro credo cristiano alude en su sorprendente frase de que, en la oscuridad del Viernes Santo, Jesús “descendió a los infiernos”. ¿Qué se quiere decir con eso? ¿A qué infiernos descendió? Sencillamente dicho, la nueva luz de la resurrección (a diferencia de la luz natural, que puede ser bloqueada) puede atravesar cualquier puerta cerrada, cualquier entrada bloqueada, cualquier celda impenetrable, cualquier círculo de odio, cualquier depresión suicida, cualquier ira paralizante, cualquier clase de tiniebla del alma e incluso atravesar el pecado mismo y exhalar la paz. Esta luz puede penetrar el infierno mismo.
El Viernes Santo fue malo mucho antes de ser bueno. Crucificamos a Dios y hundimos el mundo en las tinieblas a mediodía. Pero Dios creó la luz por segunda vez, una luz que no puede ser extinguida ni aun si crucificamos a Dios; ¡y, en realidad, nunca hemos dejado de hacer eso! El Viernes Santo aún acontece cada día. Pero, más allá de las ilusiones y el natural optimismo, vivimos con esperanza porque ahora que conocemos la respuesta de Dios para cualquier oscuridad moral, Dios puede generar resurrección, la creación de la nueva luz, la vida más allá de la muerte.
La renombrada mística Juliana de Norwich acuñó la famosa frase: Al final, todo estará bien, y todo estará bien y toda manera de ser estará bien. A lo cual Oscar Wilde añadió: Y si no está bien, entonces es que aún no ha llegado el fin. La resurrección de Jesús ha traído una nueva luz al mundo, una que, contra todo calculador, clama que la luz aún triunfa sobre las tinieblas, el amor sobre el odio, el orden sobre el caos y el cielo sobre el infierno. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -