Yo soy el pan de vida.

 


Domingo XVIII tiempo ordinario


 Tras la multiplicación de los panes, el evangelista Juan alude a la búsqueda de Jesús por parte de la muchedumbre. Lo encuentran junto a Cafarnaún y le dirigen esta pregunta: "Maestro, cuándo has llegado aquí?" (v. 25). Jesús no responde a lo que le preguntan, pero revela las verdaderas intenciones que han impulsado a la gente a buscarle, desenmascarando una mentalidad demasiado material (v. 26). Todos siguen a Jesús por el pan material, sin comprender la señal hecha por el profeta.

Buscan más las ventajas materiales y pasajeras que las ocasiones de adhesión y de amor. Ante esta ceguera espiritual, Jesús proclama la diversidad que existe entre el pan material y corruptible y ese otro "que da la vida eterna" (v. 27). Invita a la gente a superar el estrecho horizonte en el que vive, para pasar a la fe. Los interlocutores de Jesús le preguntan entonces: "Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?" (v. 28). Jesús exige una sola cosa: la adhesión al plan de Dios, es decir, "lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado" (v. 29).

La muchedumbre no está satisfecha (v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo particular y más estrepitoso, el nuevo milagro del maná (cf. Sal 78,24), para reconocer al profeta de los tiempos mesiánicos.

Jesús, en realidad, da verdaderamente el nuevo maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Pero sólo el que tiene fe puede recibir ese don. El verdadero alimento no está en el don de Moisés ni en la ley, sino en el don del Hijo, que el Padre ofrece a los hombres, porque él es "el verdadero pan del cielo" (v. 33). La muchedumbre parece haber comprendido: "Señor, danos siempre de ese pan" (v. 34). Pero, en realidad, no comprende el valor de lo que pide y anda lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, evitando todo equívoco, precisa: " Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre" (v. 35). Él es el don amoroso hecho por el Padre a cada hombre. Él es la Palabra que han de creer: quien se adhiere a él da un sentido a su propia vida y consigue su propia felicidad.