Mons. Sanz Montes y las redes sociales: «Los cristianos no podemos estar callados ni ausentes» Artículo.

En una entrevista concedida a La Nueva España, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, reflexiona sobre sus quince años al frente de la Iglesia en Asturias. Destaca los avances en el Seminario, los proyectos pastorales y su compromiso con las misiones internacionales, subrayando además la importancia de la presencia cristiana en un mundo polarizado que cada vez se aleja más del Evangelio.

 (LNE/InfoCatólica) Desde Covadonga, un lugar emblemático para la fe en España, el arzobispo Jesús Sanz Montes ha hablado con La Nueva España sobre su labor pastoral y los retos de la Iglesia en un momento de profundos cambios sociales y culturales. Tras quince años al frente de la archidiócesis de Oviedo, Mons. Sanz Montes se muestra agradecido por el camino recorrido y optimista sobre los proyectos en marcha, tanto en la región como en el ámbito internacional.

Archidióceis misionera

Uno de los temas centrales de su labor es el compromiso con las misiones. Tras el cierre de la misión africana de la diócesis, el arzobispo ha puesto el foco en proyectos en tierras hispanohablantes, como México y Cuba. Durante una reciente visita al estado de Guerrero, en México, Sanz Montes vivió de cerca las dificultades que enfrentan las comunidades locales debido a la violencia del narcotráfico.

«He tenido que detener una primera comunión por un tiroteo. Me dijeron que tenía media hora antes de que reanudaran los disparos», relata en la entrevista. Este tipo de situaciones, afirma, requiere una combinación de prudencia y valentía para cumplir con la misión de la Iglesia. Pese a los riesgos, considera esencial no abandonar la tradición misionera que tanto ha marcado la historia de la Iglesia asturiana.

La importancia de las redes sociales y el debate público

Conocido por su activa presencia en las redes sociales, el arzobispo subraya la necesidad de que la Iglesia mantenga una voz activa en la esfera pública. «Los cristianos no podemos estar callados ni ausentes. Mido si mi palabra es adecuada, pero tengo que tener presencia porque detrás de mí hay un pueblo que espera que diga algo», declara. En un entorno marcado por la polarización y la polémica político social, en el que la Iglesia es atacada por sus enseñanzas, Mons. Sanz Montes defiende la necesidad de emitir juicios desde una perspectiva cristiana y moral.

Sin embargo, también reconoce la importancia de no ser «el mensaje», sino un «humilde mensajero» que trabaja en equipo con otros líderes eclesiásticos. El prelado alienta a sus compañeros obispos a ser más activos y visibles, evitando la comodidad que, según él, puede llevar al silencio.

Proyectos locales y el futuro de la diócesis

En Asturias, los avances en el Seminario han sido un motivo de satisfacción para el prelado. Con 40 seminaristas en formación y nuevas titulaciones, como la de Fisioterapia en Medicina del Deporte, la diócesis busca adaptarse a los tiempos sin perder su esencia. Además, el arzobispo destaca el esfuerzo conjunto de las 934 parroquias y sus 315 sacerdotes, que atienden a un millón de cristianos en la región.

Sanz Montes también hace referencia a su deseo de fortalecer los lazos institucionales, subrayando la importancia de la colaboración con las autoridades locales, a pesar de las tensiones puntuales. «Las relaciones no están rotas. Sentí la ausencia de las autoridades en la última celebración en Covadonga, pero confío en que regresen este año», indica.

«Asturias no me cabe en la mirada»

Consciente de que el tiempo como arzobispo tiene un límite, debido a la normativa que fija los 75 años como edad de jubilación, Sanz Montes asegura que su propósito es continuar sirviendo a Asturias en los años que le quedan al frente de la diócesis. «Asturias no me cabe en la mirada. Después de quince años, mi palabra es de gratitud», afirma, destacando la nobleza de las gentes de la región y su profundo arraigo espiritual. Fuente:  Imagen: Monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, en Covadonga ©D.Arienza / https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=51415

Monseñor Jesús Sanz: «Cristo es todo en todas las cosas»

En una reciente entrevista con Mater Mundi, titulada «Un mundo sin Dios es un mundo contra el hombre» el arzobispo Jesús Sanz Montes compartió su profunda y cautivadora historia vocacional, una trayectoria marcada por momentos de adversidad, confianza en Dios y una constante respuesta a la llamada divina.

Nacido en Madrid y siendo el mayor de ocho hermanos, el arzobispo rememoró su infancia en la parroquia de San Jerónimo el Real, donde comenzó su caminar en la fe y su primera experiencia de contacto con la vocación sacerdotal.

Con tan solo siete años, mientras asistía a unas colonias de verano en Noja, Santander, quedó profundamente impresionado por el testimonio de un sacerdote y varios seminaristas. «Yo dije: quiero ser como ellos. No sabía muy bien a qué se dedicaban con conocimiento específico, pero me transmitían una alegría y una esperanza que yo también quería tener», relata.

Un camino marcado por obstáculos y decisiones

A pesar de su temprana decisión de querer ingresar al seminario, su familia inicialmente no estuvo de acuerdo. Su madre lloró de alegría al escuchar su deseo, pero su padre le exigió que primero completara una carrera profesional. Obligado a posponer sus sueños, Jesús Sanz estudió economía, derecho mercantil, y trabajó en el sector financiero. Sin embargo, aunque había logrado estabilidad personal y profesional, algo en su corazón seguía sin resolverse. «Dios te toca el corazón para decir: tienes algo sin resolver», confesó.

Inspirado por el poema de Rilke sobre amar las preguntas, Sanz empezó a enfrentar esa vieja inquietud que había quedado en su interior. Dejó atrás su prometedora carrera y se adentró en el seminario, iniciando un nuevo capítulo de su vida.

Afianzar la vocación

Durante su formación sacerdotal, atravesó una crisis vocacional. Fue en una experiencia en una leprosería franciscana donde encontró la clave para reafirmar su camino. Allí, al enfrentarse al sufrimiento humano y al testimonio de los frailes, descubrió lo que él describe como «el secreto»: la total entrega al Señor que sustenta y guía a quienes se consagran a Él. Esta experiencia lo llevó no solo a confirmar su vocación sacerdotal, sino también a abrazar el carisma franciscano.

Cuando parecía haber encontrado su lugar en la enseñanza universitaria como teólogo, un inesperado giro lo llevó a convertirse en obispo. El papa San Juan Pablo II lo nombró obispo de Huesca y Jaca, y más tarde, arzobispo de Oviedo. En su misión episcopal, eligió el lema «Christus omnia in omnibu» («Cristo es todo en todas las cosas»), inspirado en San Pablo y San Francisco de Asís, una expresión que refleja la centralidad de Cristo en su vida y ministerio.

La misión, una vocación permanente

Para el arzobispo, la misión no es un acto extraordinario limitado a un espacio geográfico exótico, sino un llamado constante en cualquier lugar y circunstancia. Como misionero en África y México, destacó que la misión implica ser un portavoz de la Palabra de Dios, un canal de gracia para los demás y, al mismo tiempo, un aprendiz humilde de las enseñanzas que otros tienen para ofrecer. «El misionero es portador y portavoz de una palabra escuchada y de una gracia recibida», enfatiza.

El compromiso del arzobispo trasciende lo personal. Él aboga por una palabra valiente y comprometida que defienda la dignidad humana, la vida en todas sus etapas, la familia como núcleo esencial y la educación como un proceso integral que respeta la vocación de cada individuo. Es incómodo decir la verdad, pero esa verdad nos hace libres» afirma.

Además Sanz Montes destacó el papel de la Virgen María en su vida espiritual. Como madre al pie de la cruz, María guía y cuida a cada cristiano en su camino hacia la santidad. «Aunque yo a veces sea un torpe hijo, nunca seré un huérfano», reconoce con profunda devoción.  Iglesia. Entrevista completa:

Los votos que no elegimos. Artículo.

Como miembro de una orden religiosa, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, elegí hacer cuatro votos religiosos: pobreza, castidad, obediencia y perseverancia. Lo hice libremente, sin otra compulsión que un fuerte sentimiento interior de que se me pedía eso. Esa libertad de hacer votos sin presiones externas, es un lujo que millones de hombres y mujeres no tienen. Por su parte, hacen esos mismos votos (aunque en una modalidad diferente) porque las circunstancias les obligan a ello. En efecto, son votos que otro hace por ellos.

William Wordsworth dio una vez esta expresión poética:

Mi corazón estaba lleno; no hice votos, pero los votos
se hicieron por mí; un lazo desconocido para mí
se me dio, para que yo fuera, o pecaría grandemente.

La mayoría de nosotros, sospecho, ha conocido a personas para las que esto es cierto, es decir, personas que sin profesar nunca formalmente votos religiosos, vivieron su propia versión de la obediencia, el celibato, la pobreza y la perseverancia. Durante la mayor parte de sus vidas, las circunstancias los obligaron y, de hecho, les arrebataron su libertad, de modo que nunca fueron capaces de tomar sus propias decisiones sobre a dónde ir en la vida, sobre las oportunidades educativas, sobre dónde vivir, sobre qué trabajo tener y (no menos importante) sobre si casarse o no. Más bien pasaron sus años adultos sin libertad existencial, atados por las circunstancias y el deber, sacrificando sus propios sueños y planes para servir a los demás.

Muchos de nosotros todavía conocemos a personas que, debido a circunstancias como la pobreza, la muerte de uno de sus padres, una situación familiar o una enfermedad personal, han hecho votos por ellos. Varios de mis hermanos mayores entran en esa categoría. Pero, y este es el punto, aunque esos votos no se hagan explícita o públicamente, son votos consagrados, sagrados en el sentido bíblico.

¿Qué significa estar consagrado? ¿Qué es la consagración?

Lamentablemente, hoy en día hemos convertido esta palabra en una «palabra eclesiástica», y hablamos de edificios consagrados (iglesias), copas consagradas (cálices) y personas consagradas (ministros de nuestras iglesias y religiosos con votos). ¿Por qué hablamos de ellos como consagrados? La respuesta está en el sentido original de lo que significa estar consagrado.

Ser consagrado significa simplemente ser «apartado», aunque no en primer lugar para fines eclesiales. Más bien, imagina este escenario: Acabas de salir del trabajo y te diriges a casa cuando te encuentras con un accidente. No estás implicado en el accidente, pero eres el primero en llegar. En ese momento pierdes tu libertad. Ya no eres libre de marcharse sin más. Hay heridos y tú estás allí. Te obligan a responder simplemente porque estás allí. En ese momento te conviertes en una persona consagrada, consagrada por las circunstancias, por la necesidad. En ese momento, en palabras de Wordsworth, se hacen ciertos votos por ti.

Hay un interesante paralelismo con la situación en la que se encuentra Moisés cuando Dios le pide que sea la persona que saque a los israelitas de la esclavitud. Moisés no quiere el encargo, ni se ofrece voluntario para ello. Le da a Dios varias excusas de por qué no es la persona adecuada, y termina preguntándole: «¿Por qué yo? ¿Por qué no mi hermano?». En esencia, la respuesta de Dios es la siguiente: «Porque has visto la opresión del pueblo. Porque la has visto, ya no eres libre. Eres como la primera persona en la escena de un accidente».

Eso es lo que significa estar consagrado, ser llamado, tener una vocación. Aunque sigues siendo radicalmente libre (puedes alejarte del accidente conduciendo), ya no eres libre existencial ni moralmente; de lo contrario, como dice Wordsworth, pecarías gravemente. Tu elección no es si seguir con tu vida o quedarte y ayudar… Tu única pregunta es: ¿cuál es mi responsabilidad aquí? Las circunstancias han hecho un voto por ti.

Puede ser útil entender la vocación, los votos y la consagración a través de esta lente. Una vez elegí libremente entregarme a una vocación que me pedía hacer públicamente una serie de votos, es decir, vivir con cierta sencillez, renunciar al matrimonio y a tener mi propia familia, ponerme a disposición del servicio a los demás y perseverar en ello durante el resto de mi vida. Varios de mis hermanos (y millones de mujeres y hombres) han hecho lo mismo, sin el reconocimiento y el apoyo comunitario que conllevan los votos públicos. También ellos vivieron vidas consagradas, aunque sin reconocimiento público.

Al afirmar esto, no excluyo a las personas casadas, salvo para decir que, en el matrimonio, como yo, hicieron votos públicos y, por tanto, reciben un cierto reconocimiento y el apoyo social que trae consigo; aunque sus votos, salvo el celibato, son los mismos.

Todos nosotros estamos perennemente en el lugar de un accidente, sin libertad para alejarnos, reclutados, atados por votos que se hacen para nosotros. Es lo que se llama tener vocación. Artículo de Ron Rolheiser OMI / Artículo original en Inglés / Imagen: Depositphotos  Tradujo al Español para Ciudad Redonda Benjamín Elcano, cmf

El nacimiento de Cristo en Belén, ¿tranquilizador o inquietante? Artículo.

Nunca me han dejado totalmente tranquilo algunos de mis amigos que envían tarjetas de Navidad con mensajes tales como: Que la paz de Cristo te inquiete. ¿No podemos disponer de un solo día al año para ser felices y celebrarlo sin sentirnos todavía agitados desgraciadamente con más culpa? ¿No es la Navidad un tiempo en que podemos gozar volviendo a ser niños? Además, como una vez afirmó Karl Rahner, ¿no es la Navidad un tiempo en que Dios nos da permiso para ser felices? Así que ¿por qué no?

Bueno, eso es complejo. La Navidad es un tiempo en que Dios nos da permiso para ser felices, cuando la voz de Dios dice: ¡Consolad a mi pueblo! ¿Sed consolados! Decid palabas de consuelo!

Pero la Navidad es también un tiempo que destaca la triste verdad de que, cuando Dios nació en nuestro mundo hace dos mil años, no hubo lugar para ese nacimiento en ninguno de los hogares y espacios normales de entonces. No hubo para él lugar en la posada. Las afanosas vidas y las ocupaciones cotidianas de la gente les dejaron al margen de ofrecerle un lugar para nacer. Eso no ha cambiado. Por tanto, continúa habiendo buenas razones para estar inquietos.

Pero primero, el consuelo. Hace algunos años, participé en un concurrido sínodo diocesano. En un momento determinado, el animador que estaba a su cargo nos indicó que nos dividiéramos en pequeños grupos y, a cada uno de esos grupos, se les ofreció esta pregunta: ¿Cuál es el mensaje más importante que la iglesia necesita hacer llegar al mundo en este preciso momento?

Los grupos informaron y cada uno de ellos refirió algún desafío espiritual o moral importante”¡Necesitamos desafiar a nuestra sociedad a que haya más justicia!” “¡Necesitamos desafiar al mundo a tener una auténtica fe y a no confundir la palabra de Dios con sus propios deseos!” “¡Necesitamos desafiar a nuestro mundo hacia una ética sexual de más responsabilidad!”  Todos ellos, maravillosos desafíos que necesitábamos. Pero ningún grupo recapacitó y dijo: “¡Necesitamos hablar al mundo sobre el consuelo de Dios!”

Por supuesto, hay injusticia, violencia, racismo, sexismo, avaricia, egoísmo, irresponsabilidad sexual y fe egoísta en nuestro derredor; pero la mayoría de los adultos de nuestro mundo están viviendo también en dolor, ansiedad, decepción, fracaso, depresión y culpa sin resolver. Dondequiera que se mire, se ven corazones pesarosos. Además, mucha gente que vive con daño y desánimo no contempla a Dios y a la Iglesia como una respuesta a su dolor, sino más bien como de alguna manera parte de su causa.

De ese modo, al predicar la palabra de Dios, nuestras iglesias necesitan asegurar al mundo el amor de Dios, como también su interés y su perdón. Quizás, antes de hacer algo más, la palabra de Dios nos debe consolar; en realidad, ser la principal fuente de todo consuelo. Sólo cuando el mundo experimente la consolación de Dios, estará más abierto a aceptar el consecuente desafío.

Y ocupar un lugar prominente en ese desafío es reservar alojamiento a Cristo en la posada, esto es, abrir nuestros corazones, nuestros hogares y nuestro mundo como ámbitos donde Cristo pueda venir y vivir, a pesar de lo inconveniente que pueda ser. Desde la distancia de seguridad de dos mil años, nosotros, demasiado ligeramente, emitimos un juicio despiadado sobre la gente que vivía en tiempo del nacimiento de Jesús, por no saber de lo que María y José eran portadores ni preparar un lugar para que Jesús naciera. ¿Cómo pudieron ser tan ciegos?´

Pero ese mismo juicio también puede hacerse de nosotros. Tampoco nosotros estamos dando alojamiento en nuestras propias posadas.

Cuando una nueva persona viene a este mundo, ocupa un espacio que nadie antes había habitado. Algunas veces, esa persona nueva es recibida cordialmente y se crea un espacio acogedor, y todos a su alrededor están felices por esta nueva invasión. Pero no siempre ocurre eso: otras veces, como fue el caso con Jesús, no hay espacio creado para acoger a la nueva persona, y su presencia no es bien recibida.

Hoy vemos esto (que constituirá un juicio contra nuestra generación) en el rechazo, casi por todo el mundo, a acoger a nuevos inmigrantes y darles alojamiento en la posada. Si Cristo está en el pobre, en el extranjero (y los Evangelios nos lo aseguran), entonces Cristo está sin duda en el inmigrante. Hoy tenemos más de cincuenta millones de refugiados en el mundo, gente a la que nadie acogerá. ¿Por qué no?

No somos malas personas; y somos capaces, las más de las veces, de ser maravillosamente generosos. Pero dejar que este aluvión de inmigrantes entrara en nuestras vidas nos molestaría. Nuestras vidas tendrían que cambiar. Perderíamos algunas de nuestras comodidades actuales, algunas de nuestras antiguas confianzas y algunas de nuestras seguridades.

No somos malas personas, ni lo eran aquellos posaderos de hace dos mil años que, desconociendo aquello de lo que se trataba, en ignorancia inculpable, despidieron a María y José. Yo siempre he alimentado una secreta simpatía hacia ellos. Quizás porque, igualmente en ignorancia, todavía estoy haciendo exactamente lo mismo. Mi comodidad y seguridad frecuentemente me hacen decir: No hay lugar en la posada.

Las torcidas circunstancias del nacimiento de Cristo, si son entendidas, no pueden menos que incomodarnos. Que también nos traigan profunda consolaciónArtículo de Ron Rolheiser OMI / Artículo original en inglés / Imágen: Depositphotos  Tradujo al Español para Ciudad Redonda Benjamín Elcano, cmf

Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego






       Bautismo del Señor

 

El relato del bautismo de Jesús en Lucas consta de dos partes. En la primera (w. 15-16) se subraya la diferencia entre el bautismo de Juan, con agua, para la purificación según el uso judaico antiguo, y el de Jesús, con Espíritu Santo, que transforma el corazón dando vida nueva. En la segunda parte (w. 21-22) se afirma la superioridad y la riqueza del bautismo de Jesús, donde él se revela Mesías e Hijo de Dios y, en consecuencia, la superioridad del bautismo del cristiano, que es don del Espíritu y en el que se convierte en hijo de Dios por medio del Hijo. El bautismo es un momento extraordinario de manifestación del Espíritu de Dios en la persona de Jesús. Y él lo recibe mientras está en oración, otro don del Espíritu Santo, típico en la teología lucana.

        La tarea de Jesús en el mundo, por tanto, es doble: él es el Mesías, enviado por el Padre, y por esto recibe la fuerza del Espíritu para su misión de Salvador de los hombres, sacándola del misterio mismo de Dios, de quien proviene. Pero al mismo tiempo él es también el Hijo predilecto del Padre, el rostro visible de Dios, el revelador de la Palabra escuchada del Padre y transmitida a los hombres. De la misión de Jesús nace la vocación de la Iglesia y la de todo creyente: acoger el mensaje de amor que el Padre nos dirige con el Hijo para, a nuestra vez, darlo a los hermanos. Nace, además, la llamada a vivir el propio bautismo sabiéndonos poseedores del Espíritu y de la vida nueva que se nos ha dado, comportándonos como hijos de Dios para testimoniar la vida divina, única verdad que hace libre al hombre (cf. Jn 8,31).

 

       





Buscando un vientre para dar a luz a un mesías. Artículo.

“La gente siempre se muestra impaciente, pero Dios nunca tiene prisa”. Nikos Kazantzakis escribió estas palabras que resaltan una importante verdad. Necesitamos ser pacientes, infinitamente pacientes, con Dios. Necesitamos dejar que las cosas se manifiesten en el momento oportuno: el tiempo de Dios.

Mirando la historia religiosa a través de los siglos, no podemos menos que estar impactados por el hecho de que Dios tome aparentemente su tiempo ante nuestra impaciencia. Nuestras escrituras resultan frecuentemente una crónica de deseos frustrados, de incumplimientos y de impaciencia humana. Viene a ser más excepcional la intervención directa y decisiva de Dios para dar solución a una tensión humana particular. Siempre estamos anhelando un mesías que nos quite nuestro dolor y vengue la opresión, pero mayormente esas oraciones parecen encontrar oídos sordos.

De esa manera, vemos en la escritura el grito constante y doloroso: ¡Ven, Señor, ven! ¡Sálvanos! ¿Hasta cuándo tenemos que esperar? ¿Cuándo, Señor, cuándo?

Por nuestra parte, siempre estamos impacientes, pero Dios no admite prisas. ¿Por qué? ¿Por qué Dios, en apariencia, actúa tan lentamente ? ¿Es Dios insensible a nuestro sufrimiento? ¿Por qué Dios es tan paciente, tan lento de reacción, cuando estamos sufriendo tan profundamente? ¿Por qué la respuesta de Dios es tan extremadamente lenta ante la impaciencia humana?

Existe una frase en la literatura apócrifa judía, que ayuda metafóricamente a responder a esta pregunta: ¡Toda lágrima acerca al Mesías! Hay, según parece, una conexión intrínseca entre la frustración y la posibilidad del nacimiento de un mesías. Los mesías sólo pueden nacer después de un largo periodo de anhelo humano. ¿Por qué?

El nacimiento humano ya arroja cierta luz sobre esto. No se puede apresurar la gestación, y hay una conexión orgánica entre el dolor que experimenta una madre al dar a luz al hijo y el alumbramiento de una nueva vida. Esto se da también en el nacimiento de Jesús. Presupone un proceso de gestación que no puede apresurarse. Lágrimas, dolor y un largo tiempo de oración son necesarios con el fin de crear las condiciones para la clase de embarazo que traiga un mesías a nuestro mundo. ¿Por qué? Porque una cierta clase de amor y vida puede nacer sólo cuando una paciencia de largo sufrimiento haya creado el espacio adecuado: unas entrañas virginales de las que pueda nacer lo sublime. Lo sublime es consecuencia invariable de una previa sublimación.

Un par de metáforas puede ayudarnos a comprender esto.

Juan de la Cruz, tratando de explicar cómo una persona puede conseguir estar inflamada con amor altruista, utiliza la imagen de un tronco ardiendo en un hogar. Cuando un tronco verde es colocado en el fuego, no empieza a quemarse de inmediato. Primero necesita secarse. Así, durante largo rato, no hace más que chisporrotear en el fuego, a la vez que su verdor y humedad se van secando lentamente. Sólo cuando alcanza la temperatura de la ignición, puede encenderse y arder en llamas.

Hablando metafóricamente, antes de que un tronco pueda arder en llamas, necesita pasar por una cierta evolución, un cierto secado, un periodo de  frustración y anhelo. Así también, la dinámica de la manera como una especial clase de amor nace en nuestras vidas. Podemos arder en esta clase de amor sólo cuando nosotros -troncos separados, verdes, húmedos- han chisporroteado suficientemente en el fuego del deseo insatisfecho.

Pierre Teilhard de Chardin ofrece una segunda metáfora: Habla de algo que él llama “el crecimiento de nuestra temperatura psíquica”. En un laboratorio de química puedes colocar dos elementos en un idéntico tubo de ensayo y no consigues la fusión. Los elementos continúan separados rehusando unirse. Es sólo después de que son calentados a una temperatura más alta cuando llegan a unirse. Nosotros no somos diferentes. Con frecuencia, es sólo al crecer suficientemente nuestra temperatura psíquica cuando se da la fusión, o sea, sólo si el anhelo no correspondido ha elevado nuestra temperatura del alma, podemos nosotros ponernos en marcha hacia la reconciliación y la unión.

En resumen, a veces nos tienen que llevar a una fiebre psíquica a través de la frustración y el dolor, antes de que queramos ausentarnos de nuestro egoísmo y nos dejemos introducir en la comunidad.

Thomas Halik sugirió una vez que un ateo es simplemente una palabra nueva para alguien que no tiene suficiente paciencia con Dios. Estaba en lo cierto. Dios nunca tiene prisa; y esto, por una buena razón. Los mesías sólo pueden ser gestados dentro de una particular clase de útero, a saber, aquel en el que haya suficiente paciencia y voluntad de espera como para permitir que las cosas sucedan según los planes de Dios, no los nuestros.

Toda lágrima acerca al Mesías. Esto no es un misterio impenetrable. Idealmente, toda frustración debería inducirnos más a amar. Idealmente, toda lágrima debería inducirnos más a perdonar. Idealmente, todo pesar debería inducirnos más a permitir que se fuera algo de nuestro estado de separación. Idealmente, todo anhelo insatisfecho debería adentrarnos en una oración más profunda y más sincera. Y, por fin, idealmente, toda nuestra dolorida impaciencia por una consumación que nos elude para siempre debería inducirnos a estar suficientemente inquietos por arder en las llamas del amor. Como expresa poéticamente otro aforismo de la literatura apócrifa judía, ¡es con mucho gemido de la carne como la vida del espíritu da a luz!. Tradujo al Español para Ciudad Redonda Benjamín Elcano, cmf / Artículo original en inglés / Imágen: Depositphotos /  Artículo de Ron Rolheiser OMI

En la cuesta de enero, la esperanza. Artículo del Arzobispo de Oviedo.

Nos lo hemos preguntado en estos días, y vuelve el interrogante en los primeros lances del nuevo año que acabamos de estrenar. Es pertinente el asunto porque en ello nos jugamos la credibilidad ante la historia y la paz en nuestra alma. ¿El camino que lleva a Belén? Hoy parece que el tamborilero de nuestro popular villancico está sin tambor y no tiene repique. Porque algunos no han podido poner un árbol navideño, mientras viven a la intemperie más severa y triste que quepa esperar. No ha habido tregua en las guerras que desde hace años les asolan en Ucrania y en Gaza, como en tantos otros lugares igualmente maldecidos y siniestros, guerras que se declaran a veces para dar salida a la industria armamentista que se va quedando obsoleta. Tampoco los turrones han endulzado la tragedia que sin cita previa les llovió como la gota fría de una dana intrusa que se llevó tanto y a tantos por delante, dejando sin nada y sin nadie a demasiados hombres y mujeres, ancianos y niños. Y, obviamente, no han sido de alivio las proclamas grandilocuentes y vacías de algunos mandamases que buscan tan sólo un titular fugaz, mientras siguen haciendo de la mentira sincronizada su modo de gobernanza o maquillan torticeramente sus corrupciones autoamnistiadas. Sin dejar de obviar un cierto cansancio y confusión como a veces constatamos dentro de la comunidad cristiana. Ante un panorama así… ¿cabe un deseo de feliz navidad como nos propusimos hace unas semanas?, ¿o tiene sentido el manido feliz año nuevo deseado tras las uvas de la suerte en nochevieja?

Ciertamente que sí, esta es nuestra respuesta al enigma que nos desafía en la coyuntura de este momento, y es lo que nos abre precisamente a la esperanza. Porque la esperanza no es un artículo de lujo para gente guapa que no tiene problemas, esos a los que les toca siempre algún pellizco lotero, o todo les cuadra resultón y sin sobresaltos como bueno, bonito y barato. La esperanza es creer que la última palabra no la tenemos nosotros, sino que es la que únicamente se reserva Dios tras todas nuestras palabrerías, esas que nos rompen por dentro y nos enfrentan por fuera. Hay una palabra final que desde siempre Dios silenció para decírmela a mí y para susurrarla conmigo. Palabra de luz en medio de mis penumbras, Palabra de vida entre nuestras destrucciones tantas, Palabra de amor que sabe a ternura que no caduca ni engaña, Palabra que hacemos nuestra como ensueño que canta, como promesa verdadera y cumplida sin tacha.

Así nos sacudimos las inercias mohínas y asustadas, dando la bienvenida a la novedad que nos sorprende al hilo de los doce meses que comienzan en este año santo y jubilar. Es bueno recordar que siempre hay un trozo de mundo que coincide con el que a diario pisan mis pies y abarcan mis brazos, cuyo horizonte lo otean mis ojos y cuyo secreto deseo palpita en mis entrañas. En ese espacio que nos han confiado dejamos que Dios cante y cuente su Palabra con nuestros labios y reparta su bondad con nuestras manos. Ese Dios pequeñito que celebramos en los pasados días de Navidad es el motivo de esperanza: porque Él hace con nuestro llanto sus lágrimas, mientras brinda con nuestras alegrías la fiesta que no acaba. Lo recordaba el papa Francisco hace días: “Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí”.

En esto estamos y a ello nos lanzamos con la confianza de sabernos acompañados por Dios y sostenidos por sus providentes manos. Feliz año nuevo, santo y jubilar. Fuentes: Foto de Evgeni Tcherkasski en Unsplash / Cartas semanales. Archidiócesis de Oviedo

La tierna leyenda del cuarto Rey Mago que no llegó al nacimiento de Jesús ni a conocerle, pero...

Podemos encontrar 3 versiones diferentes de esta hermosa leyenda. Te mostramos la siguiente por ser la más breve y también puedes leer la obra completa: El cuarto Rey MagoHenry V.Dyke o
"...Así, nuestro Cuarto Rey, cabalgó raudo y veloz al encuentro de sus compañeros, sin dejar siquiera que el caballo recuperara fuerzas con las aguas del río Éufrates. Y ocurrió que cuando llegaba a las afueras de la ciudad, Artabán se encontró con un hombre malherido, desnudo, casi agonizante, el cual había sido atracado por unos ladrones que además de robarle sus pertenencias le propinaron una buena paliza. Un comerciante que recibió las atenciones de Artabán, que lavó sus heridas con vino y entablilló sus destrozadas piernas y brazos. Cuando el hombre recuperó el aliento y la consciencia, informó de que había sido totalmente desvalijado, habiéndole robado los malhechores toda la bolsa del dinero. Nuestro rey, como era de esperar, se apiadó del vendedor y le regaló el diamante de Méroe.
Lamentablemente, cuando quiso entrar en la ciudad y acudir al lugar indicado, los Reyes Magos ya se habían marchado, aunque le dejaron una nota en la que podía leerse: “Te hemos estado esperando mucho tiempo y no podemos dilatar más nuestro viaje. Sigue nuestra senda por el desierto y que la estrella te guíe”. Tras leer la corta misiva, arreó su caballo y cabalgó sin descanso, hasta la extenuación, trayendo como resultado la muerte de su brioso alazán. Pero nada podía detenerle y continuó el duro trayecto a pie, soportando tormentas de arena que ajaban el rostro y frenaban el paso.
Cuando quiso llegar a Belén de Judá sus vestimentas habían perdido el lustre y su cuerpo se mostraba enjuto y famélico. Allí, ninguna señal de Melchor, Gaspar y Baltasar, aunque sí se topó con la carnicería que ordenó llevar el legendario y cruel Herodes. Porque, como todo el mundo sabe, el tal Herodes, temeroso por los augurios, mandó asesinar a todos los recién nacidos, en una matanza de inocentes que tiñó de sangre las casas y las calles de Belén. Escenas que presenció Artabán en primera persona y que le llevaron a ofrecer su rubí a un soldado para que no atravesara con su espada a un niño. Pero un capitán se percató de la jugada y ordenó la detención del Cuarto Rey, que fue enviado a las mazmorras del palacio de Jerusalén.
Y más de treinta años estuvo en prisión, lamentándose de su mala suerte, sufriendo todo tipo de vejaciones y llegando a perder casi la cordura. Pero Artabán, en sus escasos y tenues momentos de lucidez, todavía tuvo tiempo para suplicar redención y piedad al procurador Poncio Pilatos, quien finalmente le otorgó la carta de libertad. Encontrado el perdón, dirigió sus pasos torpes por las pobladas calles de la ciudad, tropezándose con miles de personas que se dirigían hacia un lugar llamado el Gólgota. Una masa humana que deseaba presenciar la crucifixión de un falso profeta, un irreverente que había blasfemado contra Dios.
Artabán se dejó arrastrar por la multitud, cruzando por una plaza en la que estaban subastando a una bella doncella de rubios cabellos. Rebuscó entre sus andrajos y con el custodiado trocito de jaspe que todavía conservaba (en la esperanza de entregárselo algún día al Señor), compró la libertad de la joven. La mujer, en agradecimiento, besaba sus manos cuando la tierra tembló, rompiéndose en dos el templo, rasgándose los sepulcros. Con tan mala fortuna, que una piedra golpeó fuertemente la cabeza de Artabán, quedando tumbado en el suelo, desmayado. Y al recobrar el conocimiento vio como un hombre le sujetaba por los hombros y le miraba firmemente. Un joven que probablemente tenía la misma edad que él tenía cuando emprendió el viaje y que le decía: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”.
“¿Cuándo hice yo lo que decís”?, preguntó sin apenas respiración mientras miraba sus manos vacías de jaspe, diamantes y rubíes. “Cuanto hiciste por mis hermanos, lo has hecho por mí”, fue la respuesta. Y Artabán expiró, emprendiendo un nuevo viaje que le llevó a la eternidad del universo, al infinito del horizonte, fundiéndose con las estrellas y dejando la estela del que fue el Cuarto Rey Mago de Oriente." Fuente

Un rey, un Dios y un hombre. Tres maneras de aproximarnos a Jesús.


Epifanía del Señor


PORQUE LLEGÓ NAVIDAD
Por José Luis Perales. “Hacer de nuestra casa un altar”.

MEDITATIO: Epifanía quiere decir "manifestación" y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Salvador universal de las naciones. No ha venido sólo para Israel, sino también para los paganos, es decir, para toda la familia humana. La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. Los Magos, como primeros "escuchadores" y testigos de Cristo, son tipo y preludio de una más grande multitud de "verdaderos adoradores", que constituirá la mies espiritual de los tiempos mesiánicos. Jesús es el sembrador, que trae la buena semilla, de la Palabra para todos; el Espíritu ha hecho madurar la semilla y la Iglesia está invitada a recoger el abundante fruto sembrado con la revelación de Jesús y fecundado con su muerte.

        Como de la vida de comunión y de amor entre el Padre y el Hijo ha derivado la misión de Jesús, así de la intimidad entre Jesús y la Iglesia surge la misión de los discípulos: crear la unidad entre las razas, pueblos y lenguas. Es la Palabra la que crea la unidad en el amor entre los creyentes de todos los tiempos. A través de ella nace la fe y se establece en el corazón del hombre abierto a la verdad en una existencia vital en Dios, que hace al hombre contemporáneo pertenencia de Cristo. A quienes lo buscan con corazón sincero, Jesús les ofrece unidad en la fe y en el amor. En este ambiente vital todos se hacen "uno" en la medida en que acogen a Jesús y creen en su palabra: "Seremos una sola cosa no por poder creer sino porque habremos creído" (san Agustín).

        En Jesús todos pueden ser una sola cosa y descubrir que la plenitud de la vida consiste en entregarse a Cristo y a los hermanos, y esto es amar en la unidad.

 

ORATIO: Padre santo, que nos has enviado a tu Hijo como salvador universal de los pueblos, te alabamos por la manifestación de Jesús, nuestro rey. Es un rey sin corona, o más aún, con corona de espinas, porque es en su pasión donde se puede comprender el auténtico significado de su soberanía, una realeza bastante distinta de la que buscan los hombres.

        Te bendecimos, Padre, por Jesús salvador universal. Vino para salvar a todos y para reunir a los hijos de Dios dispersos. No más ya una comunidad dividida y contrapuesta, sino una familia reunida, que camina en la luz y el esplendor de tu gloria. Todos, judíos y paganos, estamos "llamados en Cristo a participar de la misma herencia, a formar un mismo cuerpo(Ef 3,6), y la venida de los Magos constituye el inicio de esta paz universal de las naciones.

        Señor, queremos comprender cada vez mejor que la solución de la tensión entre universalidad y elección que tantas veces nos ha puesto unos contra otros se resuelve en el entender que la elección es servicio a todo hombre.

        Haz, Señor, que la Iglesia entera sepa, como los Magos, caminar siempre hacia Belén para adorar al rey universal de las gentes pero, al mismo tiempo, sepa desde Belén dirigirse al mundo para desempeñar la misión que Jesús le ha confiado, esto es, la de ir al encuentro de todos. Para que la comunidad cristiana, mientras va en busca de los alejados y de quienes se sienten excluidos, sepa llamarlos a la esperanza y a la vida, sin olvidar que la violencia que pueda sufrir de parte de los hombres forma parte de la misma misión.

 

CONTEMPLATIO: La estrella se detuvo sobre el lugar en que se encontraba el Niño. Al ver la estrella de nuevo, los Magos se llenaron de inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón ese gran gozo. La misma alegría anuncian los ángeles a los pastores. Adorémosle junto con los Magos, démosle gloria con los pastores, exultemos con los ángeles, "porque nos ha nacido un Salvador: Cristo, el Señor" (Le 2,11). "Dios, el Señor, es nuestra luz(Sal 118,27): no en la forma de Dios, para no aterrorizar nuestra debilidad, sino en forma de siervo, para traer la libertad a quien yacía en la esclavitud. Es fiesta para toda la creación: el cielo ha sido dado a la tierra, las estrellas miran desde el cielo, los Magos dejan su país, la tierra se concentra en una gruta. No hay uno que no lleve algún presente, ninguno que no vaya agradecido.

        Celebremos la salvación del mundo, la Navidad del género humano. Unámonos a cuantos acogieron festivos al Señor. Y sea concedido también a nosotros encontrarnos con ellos para contemplar con mirada pura, como reflejada en un espejo, la gloria del Señor, para ser transformados también nosotros de gloria en gloria, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos. Amén (San Basilio Magno, Homilías, 6).

!Levántate, brilla, porque viene tu luz!

Tú que estás por encima de nosotros,

Tú que eres uno de nosotros,

Tú que estás también en nosotros,

puedan todos verte también en mí,

pueda yo prepararte el camino,

pueda yo darte gracias por cuanto me sucede.

Pueda yo no olvidar en ello las necesidades de los otros.

Mantenme en tu amor

como quieres que todos vivan en el mío.

Que todo en mi ser se encamine a tu gloria

y que yo no desespere jamás.

Porque estoy en tus manos,

y en ti todo es fuerza y bondad.

Dame sentidos puros, para verte...

Dame sentidos humildes, para oírte...

Dame sentidos de amor, para servirte...

Dame sentidos de fe, para morar en ti... (Dag Hammarskjóld).

La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

 




       II domingo de Natividad

 

El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús-Palabra se hace en tres momentos.

Primeramente la "preexistencia" de la Palabra (w. 1-5), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (w. 6-13) de cuya luz fue testigo el Bautista (w. 6-8); esta luz pone al hombre ante una opción de vida: rechazo o acogida, incredulidad o fe (w. 9-11); sólo la acogida favorable permite la filiación divina, que no procede ni de la carne ni de la sangre, esto es, de la posibilidad humana (w. 12-13). Y finalmente la encamación de la Palabra (v. 14) como punto central del prólogo. Esta Palabra, que había entrado por primera vez en la historia humana con la creación, viene ahora a morar entre los hombres con su presencia activa: "Y el Verbo se hace carne", es decir, se ha hecho hombre en la debilidad, fragilidad e impotencia del rostro de Jesús de Nazaret para mostrar el amor infinito de Dios. En él la humanidad creyente puede contemplar la gloria del Señor (v. 16), no una gloria como la de Moisés, revelador imperfecto de la Ley que puede hacer esclavos, sino la de Jesús, el Revelador perfecto y escatológico de la Palabra que hace libres, el verdadero Mediador humano-divino entre el Padre y la humanidad, el único que nos manifiesta a Dios y nos lo hace conocer.

       






Festividad del dulce y santo nombre de JESÚS, 3 de enero. Jesús significa: Dios salva.

Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor". También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. 
(Lc 2,21-24)
«Se le puso el nombre de Jesús»


Hoy, inmersos en el ciclo de Navidad, celebramos el mismo Nombre de Jesús. La veneración de este Santísimo Nombre surgió en el siglo XIV. San Bernardino de Siena y sus discípulos difundieron esta devoción: «Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, suplicado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, dado al llegar la plenitud de la gracia» (San Bernardino).
Después de diversas vicisitudes litúrgicas, san Juan Pablo II restableció esta celebración en el misal romano. En este día —justamente— los jesuitas celebran el título de su “Compañía de Jesús”.
Es propio de las personas —ángeles y hombres, es decir, seres espirituales— distinguirse en su singularidad única con un nombre propio. Pero el caso de Dios es especial: propiamente, no le encaja ningún nombre. Él, por su infinita perfección está por encima de todo y de todos, está por encima de todo nombre (cf. Fil 2,9), es el Inefable, es el Innombrable…
Sin embargo, por su infinita Misericordia, se ha inclinado hacia el hombre e, incluso, ha aceptado ponerse un “nombre propio”. La primera revelación de su nombre la hizo en el desierto cuando Moisés le pidió: «’Cuando me pregunten cuál es tu nombre, ¿Qué tengo que decirles?’. Dios le dijo a Moisés: ‘Yo soy el que soy’» (Ex 3, 13-14). Mientras que nosotros tenemos que decir que “soy hombre”, “soy mujer”, “soy arquitecto” … (hemos de especificar de muchas maneras lo que somos), Dios —en cambio— simplemente “ES”. Por tanto, podríamos decir que “Yo soy el que soy” es el nombre filosófico que se adapta de alguna manera a Dios. 
Pero en su generosa condescendencia, Dios Hijo se ha encarnado para salvarnos: Él es perfecto Dios y perfecto hombre. Y, como tal, sus padres «le pusieron el nombre de Jesús» (Lc 2,21). “Jeshua” significa “Dios es salvación”. He aquí un Nombre —el Santísimo Nombre de Jesús— que merece toda la veneración y total respeto. Así lo indica el segundo mandamiento de la Ley de Dios… Y así nos lo enseñó el propio Jesús: «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre…». Rev. D. Antoni CAROL i Hostench Fuente / Otro artículo en profundidad